Al rescate de una obra esencial

LA HISTORIA

El Fusilamiento de los Mártires es una pintura que debería aparecer en cualquier lista de obras cartageneras por preservar para la posteridad. Su monumental tamaño, de treinta y cinco metros cuadrados, no es menor que su valor artístico e histórico. Hoy el equipo del Grupo Conservar está dando primeros auxilios, pero si no se actúa de fondo y a tiempo puede ser un esfuerzo insuficiente.

Es el 24 de febrero de 1816. En lo que hoy llamamos el camellón de los Mártires y que entonces era una explanada de tierra, un muchacho de quince o dieciséis años es testigo directo de un hecho histórico: el fusilamiento de nueve patriotas cartageneros por cuenta de las tropas del español Pablo Morillo, quien en el agosto anterior había asediado la ciudad hasta rendirla por física hambre. 

Morillo lideraba la recuperación española de los territorios que habían declarado su independencia en 1811. El fusilamiento se hizo público a manera de escarmiento y  advertencia para los sobrevivientes de aquel feroz asedio en el que había muerto uno de cada tres cartageneros.

En 1874, ese muchacho convertido en un anciano le contó todos los detalles de lo que vió en ese fusilamiento a un joven de 28 años llamado Luis Felipe Jaspe. El resultado de esa historia está plasmada en el cuadro que ese mismo año Luis Felipe pintó a cuatro manos con su hermano Generoso, por encargo del momposino Carlos Jiménez.

Así es como un descendiente de los Jaspe, el arquitecto Juan Carlos Lecompte tiene reconstruida la historia. Quizás en esa autoría a cuatro manos radica el hecho de que según sea la fuente se le atribuye esta obra al uno o al otro hermano.

Lo cierto es que aquellos hermanos pintaron juntos varias veces. El Museo Nacional, en Bogotá, le otorga un lugar privilegiado a un cuadro de gran formato con una panorámica de Cartagena pintado por los Jaspe. También mantiene en su colección algunas obras de los Jaspe gestionadas por la Fundación Grau, según la información que tiene Juan Carlos. 

Hasta donde él ha investigado, hubo una segunda versión del cuadro, pintada unos diez años después y posiblemente llevada a Bogotá bajo la presidencia del cartagenero Rafael Nuñez. La imagen de esa pintura está en dos litografías conservadas por el Museo Nacional, que le dió acceso excepcional a Juan Carlos en el marco de la investigación que hizo en los últimos años sobre Luis Felipe Jaspe. 

De esa imagen, a su vez, se hicieron unas estampillas que circularon de manera restringida porque a España no le gustaron como motivo del centenario de la Independencia. Pero del original de aquel segundo cuadro no hay rastro hasta ahora y es posible que se haya perdido para siempre. 


Polvo y trópico

Así que el que queda en Cartagena, en manos de los descendientes de uno de los mártires, es el original: el  mismo que se expuso en Mompox en aquel 1874 y años después en Cartagena, en ambos casos para las fiestas de la Independencia. En este punto vale la pena anotar que el 24 de febrero era una fecha importante, pues el fusilamiento se conmemoraba oficialmente en la ciudad.

Este lienzo de gran formato ha sufrido los rigores de nuestro trópico, al punto que el Grupo Conservar, liderado por el restaurador getsemanicense Salim Osta, describe en su informe preliminar que la pintura “se encuentra en riesgo de desaparecer, debido al avanzado estado de deterioro que presenta”. 

La obra, dicho en palabras profanas, tiene sectores hechos casi polvo, falta de adherencia de la pintura que se cae en pequeños fragmentos apenas con moverla un poco, el soporte está podrido y el sistema de montaje no es el correcto. 

“Esta obra requiere intervención urgente para solucionar la problemática y garantizar su permanencia a futuro, dada la importancia que se le reconoce a la obra de cara a su aporte a la historia, el arte y la creación de una iconografía nacional en el siglo XIX, que hoy se reconoce como antecedente importante para la conformación de identidad”, describe el Grupo Conservar.

En tal mal estado ¿se puede recuperar? La respuesta corta es que sí, que para eso está la ciencia de la restauración. Pero cumplir ese propósito requiere recursos de tiempo, manos expertas, materiales, que a su vez se traducen en dinero.

Pareciera obvio señalar por qué urge recuperar esta obra, pero no sobra recordar algunos motivos. El primero es que Cartagena no cuenta con mucho acervo en pinturas del siglo XIX, menos al temple, como al parecer fue la técnica utilizada y que requería mucha maestría en la ejecución.

También porque es una obra conjunta del mayor arquitecto, diseñador, paisajista, urbanista de la época, como lo fue Luis Felipe, sin cuya labor no se podría entender de manera cabal la Cartagena que tanto nos enorgullece ante los visitantes. Y de Generoso, que por su parte se enfocó más en la fotografía y en la pintura de paisajes y sucesos históricos con una intención que hoy llamaríamos ‘documental’.

Pero también -y para muchos este sería el principal argumento- porque ese fusilamiento representa el momento en que Cartagena terminó de perder una generación completa de líderes, tras la muerte en el asedio de muchos más y de tantos otros en la huida por mar que se organizó para escapar de Morillo. A Cartagena le costaría casi todo el resto del siglo XIX recomponerse y las consecuencias de ese hecho aún explican una parte de lo que somos como ciudad y sociedad.