Hoy se llama el Camellón de los Mártires, pero antes -en la Colonia y comienzos de la república- tuvo diversas formas y usos. Sin embargo, a lo largo del tiempo ha cumplido dos funciones: conectar y ser punto de encuentro. Esta es la historia de uno de los espacios emblemáticos y necesarios para entender la evolución de la ciudad y, en particular, de Getsemaní.
Hay que recordar que cuando se fundó Cartagena, Getsemaní -que todavía no se llamaba así- era una isla esencialmente despoblada separada del Centro por un ancho caño, que discurría por lo que hoy es La Matuna. “La ciudad se encontraba levantada sobre un islote de naturaleza coralina, que los indígenas habrían denominado Calamarí, utilizando los españoles además, otro muy separado del primero por el caño de San Anastasio”, explica un documento del Banco de la República. La necesidad de conectar ambas partes era muy evidente.
“La construcción de dicho puente sobre el caño de la Matuna, o de San Anastasio, frente a la puerta de entrada a la ciudad se inició en 1539 por iniciativa del licenciado Santa Cruz, gobernador y juez de residencia, y fue terminada por el regidor Alonso de Montalbán un poco antes de 1554, tomando el nombre de Puente de San Francisco, por el de la isla y el convento que en ella se construía”, explica Rafael Ballestas.
“Lo primero que hicieron los franciscanos fue rellenar con arena ese espacio para entrar a la ciudad. Ese lugar tenía que ser apto para las procesiones porque el sacerdote encargado del convento no tenía que estar aislado y debía tener una relación directa con la ciudad”, nos explica René Julio, sentado en ‘La Cuevita’, su espacio de estudio y conversación con amigos y conocidos.
Hacia 1631 fue construida bajo la actual Torre del Reloj, una puerta de acceso que en épocas recientes todavía era llamada por la gente como la ‘Boca del Puente’, su nombre original. La ciudad había sido sitiada por un ataque pirata y se vió la necesidad de fortalecer la seguridad de esa, que era la única entrada al casco amurallado y del puente levadizo sobre el caño. El resultado fue algo rústico y no muy significativo en términos militares que duró algo más de seis décadas, pues en 1697 fue destruida en un asedio francés.
En 1704 la convirtieron en una puerta de tres bóvedas a prueba de bombas, que son las que hoy se ven. Originalmente la “del medio servía para el tránsito ciudadano. Las dos laterales eran usadas como bóveda de armamentos y abrían exclusivamente hacia la central”, explican María Marcela Barvo Baiz y Yuris Paola Perdomo Ayola en su tesis de grado.
Sobre esta bóveda central se descargaba el puente levadizo, que servía como defensa de la comunidad, ya que en caso de ataque enemigo, era levantado para impedir el acceso de bucaneros y piratas, según un informe del Instituto Cervantes.
Aquí hay que pensar en lo siguiente: el sistema de fortificaciones militares de la Colonia implicaba que en realidad la puerta más fuerte y mejor defendida fuera la de la Media Luna. Esta, ubicada al final de la calle del mismo nombre, era la que protegía la salida y entrada por tierra de la ciudad. Por ahí ingresaban los suministros, alimentos y viajeros. Si venías por tierra primero pasabas por la puerta de la Media Luna, circulabas por la calle que ahora tiene ese mismo nombre y ahí desembocabas a una amplia explanada
Así, vista a la distancia, en el origen de todo estuvo el núcleo de la Boca del Puente, el núcleo del convento y el puente levadizo sobre el caño que los unía a ambos. Los sucesivos rellenos y ampliaciones fueron configurando la base de un espacio que hacia finales del siglo XVIII, antes de la Independencia, era especie de playón donde había mercado, ventas y construcciones para comercio y vivienda. Ese amplio terraplén no era el espacio angosto que hoy percibimos como el propio camellón sino una amplia explanada que incluía lo que hoy son el camellón, el parque de la Independencia, el patio de banderas del Centro de Convenciones, la parte frontal del convento de San Francisco y el muelle de la Bodeguita.
El grupo Conservar, liderado por el restaurador Salim Osta, explica en su libro Camellón de los Mártires, recuperación de su Patrimonio Mueble que después del sitio de Pablo Morillo, en 1815, fueron derribados los locales de comercio. Aquello era llamado entonces la Plaza del Matadero pues durante la Colonia, donde hoy está la pista de patinaje, funcionó allí el lugar de sacrificio de los animales para consumir.
Un espacio que con el correr de los años había adquirido una identidad propia era la plazuela frente al convento San Francisco. Allí, en el atrio del templo, fue donde en 1811 se reunieron los lanceros bajo el mando de Pedro Romero, que resultaron determinantes en la declaración de Independencia. Ese espacio se fue rellenando incluso por la sedimentación del mar y hacia 1870 ya era una plazuela por derecho propio. Incluso parece que antes del camellón aquel espacio era llamado por la gente como plazuela de San Francisco.
Despunta el Camellón
Por razones obvias el Camellón de los Mártires no existía antes del proceso de Independencia. “Ahí había un camino al continente y tierra firme que pasaba por la isla de Getsemaní, cruzaba la isla de La Manga y de ahí al camino a Turbaco. De hecho, la calle Real de Manga hacía parte de esa vía”, explica René Julio.
Julio explica cómo la noción de mártir se correlaciona con las ideas de libertad e independencia, así como con la supuesta paz que seguiría a la liberación de la corona española. Es decir, aquello que para muchos hoy ha perdido significado, en esa época lo tenía todo para consolidar la idea de nación y en particular, del papel de Cartagena para consolidarla. “Uno de los primeros pasos era la conmemoración de los sublevados”, subraya Julio.
Así, tan temprano como en 1821, Francisco de Paula Santander firmó un decreto para honrar la memoria de los mártires de la nueva nación y en 1855 el Concejo Municipal de Cartagena decretó el nombre de los nueve mártires cartageneros fusilados por Pablo Morillo. En ese mismo decreto se le cambió el nombre a la Plaza del Matadero por el de Plaza de la Independencia, que juntaba los actuales espacios del camellón y del parque. También se ordenaba construir una “columna ática” en esa plaza.
Hacia 1874 las fiestas cívicas en memoria del 11 de Noviembre ya estaban establecidas, pero para ese año Eugenio Baena, presidente del Estado de Bolívar (era la época de los Estados Unidos de Colombia), quiso que fueran “lo más suntuosa posible”. Entre los varios actos que se organizaron estuvo “la exposición en uno de los extremos del Paseo Público de un gran cuadro al temple, que representaba a los mártires del 24 de febrero en 1816 en el momento de marchar al cadalso”.
Cuatro años después, en 1878, el 11 de Noviembre “amanecen en la Plaza de la Independencia nueve columnas pintadas de blanco, que parecía mármol, equidistantes y con los nombres de los nueve mártires escritos en letras de color oro, dentro de una corona de laurel. Mientras tanto, las damitas, unas señoritas entre doce a catorce años, junto con un grupo de señoras, a eso de las cinco de la tarde salieron de una casa de la Plaza de la Catedral (hoy Plaza de Bolívar) hacia la Plaza de la Independencia, (hoy Paseo de los Mártires y Parque de Centenario) y comenzaron a desfilar con unas coronas de flores en sus manos y se fueron colocando una a cada lado de las columnas”, relata un estudio de María Victoria García Azuero, que acude a fuente especializadas.
Luego vinieron los “hermosos discursos” de Rafael Nuñez, presidente del Estado y del doctor Antonio del Real, seguidos de un acto para coronar cada una de las nueve columnas, que incluía versos declamados por cada una de las señoritas. Por ejemplo: “¡Granados! Tú compraste con tu vida la libertad del pueblo y la victoria”, que declamó la señorita Matilde Tono Maciá.
“Inmediatamente después, nueve niñitas de cinco a nueve años de edad, vestidas como ángeles, que llevaban canastillos de plata rellenos de flores, regaron éstas al pié de las columnas, y en seguida las señoras arrojaron en el mismo sitio sus ramilletes y las flores con que iban adornadas; todo en señal de gratitud a los que con su sangre redimiéronnos de la opresión. Jamás habíamos presenciado un espectáculo más bello ni más conmovedor y si de nosotros dependiera, lo haríamos repetir anualmente, al conmemorar el aniversario del 11 de Noviembre de 1811”, describiría pocos días después el diario El Porvenir de Cartagena.
El germen del Camellón de los Mártires ya estaba sembrado, pero harían falta un cubano ilustre, la Generación Centenarista y los aportes cívicos para darle forma a ese espacio urbano que hoy hace parte tan vital del tejido urbano del Centro Histórico y de la conexión de Getsemaní. Esa historia se contará en la próxima edición.
Los mártires
El 24 de febrero de 1816 fueron fusilados en la Plaza del Matadero ocho líderes criollos y un inglés que representaban a aquellos que declararon la Independencia y que resistieron la reconquista liderada por el español Pablo Morillo. No fueron los únicos -pues otros serían apresados, fusilados o desterrados- pero el acto público en que fueron ejecutados produjo una conmoción en la ciudad que recién había pasado un feroz asedio en el que murió la tercera parte de la población y que veían que su sueño de libertad estaba siendo aniquilado.
Ing Militar Manuel de Anguiano. Fecha: circa 1804. Archivo: Servicio Histórico Militar/Servicio Geográfico del Ejército. Edita: Ídem S.H.Militar 7Plano 107. Título: ”Plaza y Arrabal de Cartagena de indias en que se presentan los barrios...”