La ubicación del Club Cartagena, frente al Parque Centenario, no fue escogida en vano. Allí debías estar si hacías parte de la producción y el comercio de la ciudad a comienzos del siglo XX: cerca del mercado y del puerto, por donde entraban la vida y el comercio del mar. Pero también en una vía hacia La Popa, por donde entraban los productos de la tierra y del interior.
Los miembros del Club tuvieron la suerte de tener en Cartagena a Gastón Lelarge, el arquitecto más notorio del estilo neoclásico en la Colombia de hace un siglo, quien vivió aquí los últimos catorce años de su vida, desde 1920, después de conocer el prestigio en Bogotá.
En la capital sus obras se protegen como patrimonio vivo urbano: el Palacio Liévano, donde funciona la Alcaldía Mayor; el Palacio de San Francisco, donde funcionó la gobernación de Cundinamarca; el Castillo de Marroquín, en los límites con Chía; la Casa de Nariño, que remodeló en su momento, entre muchas otras.
Teníamos pocos hitos urbanos entonces: el cerro de La Popa, el castillo de San Felipe o las iglesias. Lelarge imaginó una Cartagena que sí los tuviera: entre ellos, el Club, al frente de un lugar despejado, como el Parque Centenario, donde podía presidir un espacio poblado de casas de uno o dos pisos e imaginarios edificios cívicos.
El club fue inaugurado en 1925, con algunos detalles por terminar. Los bosquejos los había comenzado en 1918, todavía en Bogotá y la obra fue totalmente terminada en 1927.
Para algunos, Lelarge fue pionero en intentar una arquitectura “culta” a gran escala en la ciudad. Dicen los que saben que en toda la Colonia tuvimos fue mucho maestro de obra -algunos de ellos, excepcionales- pero solo vinieron tres arquitectos formados y con una mirada más compleja durante aquellos siglos.
Su estilo lo aprendió en el taller de Charles Garnier, uno de los grandes de la época y diseñador de la Ópera de París, con la que el Club Cartagena tiene rasgos arquitectónicos en común.
Esa arquitectura -que algunos llaman Beaux Arts o academicismo francés y otros neoclasiscismo- se fijaba mucho en la simetría, en las proporciones, en la jerarquía de los espacios (unos eran más utilitarios, otros más “nobles”, por ejemplo). También en los ornamentos, formas y diseños con los que trabajaba.
Lelarge adaptó ese estilo al trópico. En eso el edificio es el más destacado en todo el Caribe colombiano. En Cuba, Vietnam o Filipinas hay ejemplos de este estilo que quizás podría llamarse Neoclásico Tropical.
Lelarge tenía una mano prodigiosa para dibujar todos esos detalles. No solo sus planos generales, sino para plasmar cada elemento puntual. Pero de eso, y de su inmenso aporte a distintos espacios que vemos al caminar por el Centro histórico, hablaremos en otro artículo.