El sistema defensivo de Getsemaní

MI PATRIMONIO

¿Has notado que las murallas de Getsemaní son un poco más bajas que las del Centro y que en el Pedregal hay unas puertas como para niños? ¿Por qué nunca se construyeron defensas del lado de La Matuna? ¿Cuántas fortificaciones hubo y cuántas quedan?

Las murallas de Getsemaní formaban una cuña. Su punta era lo que hoy llamamos El Reducto, donde comienza el puente Román. Desde esa pieza clave surgía un lado que iba hasta la esquina del actual Centro de Convenciones. Ahí estaba el baluarte Barahona. 

En la mitad, donde hoy está el parqueadero, quedaba el baluarte de Santa Isabel. 

El otro lado iba por El Pedregal, pasando por el baluarte de San José, la batería que protegía la puerta de la Media Luna, hasta llegar al baluarte de San Miguel de Chambacú, a la salida de la avenida Venezuela.

La forma de cuña o revellín de las fortificaciones de Getsemaní es porque eran una defensa adelantada de las murallas del Centro. “Eran más bajas porque se tenía que poder ver por encima de Getsemaní y su muralla, para tener una visual constante. Es una clave en un sistema defensivo: tener libres los conos visuales para que no haya obstrucciones de sus propias defensas que oculten lo que está pasando en la periferia”, nos explica Eduardo Mazuera, profesor de arquitectura en la Universidad de los Andes y experto en el sistema fortificado de Cartagena.

También por una razón militar no se construyó nunca un lienzo de murallas en La Matuna. Si el enemigo se tomaba Getsemaní, se podría parapetar fácilmente en ellas  para atacar al Centro. Pero sin murallas no tendría dónde esconderse y sería blanco fácil de tiro porque entre Getsemaní y el Centro estaban el caño de San Anastasio, que ocupaba la actual Matuna, y un amplísimo espacio despejado que ocupaban lo que hoy son el parque Centenario, el camellón de los Mártires, la plazoleta de San Francisco y el muelle de los Pegasos. 

Hay que recordar que el sistema defensivo de Getsemaní no funcionaba solo, sino que eran parte de un sistema más complejo, rediseñado varias veces. Esencialmente un invasor tenía primero que sobrepasar Bocachica o, en su momento, Bocagrande; luego el fuego cruzado entre la punta de Bocagrande y la isla de Manzanillo; luego el fuego del Fuerte de San Sebastián del Pastelillo, donde hoy funciona el Club de Pesca, en Manga.

La idea de este sistema sucesivo de defensas “era dilatar y contener de la forma más distante posible los ataques contra la ciudad. En la medida en que las defensas distantes fueran superadas Getsemaní jugaba un papel fundamental. Por eso no se podía dejar desprotegido”, explica el profesor Mazuera.

Justo con el fuerte del Pastelillo había una coordinación de fuego desde los baluartes del Reducto, San José y el de Santa Isabel, en Getsemaní. Si el Pastelillo caía, los defensores tenían un último recurso: remar hasta el Reducto, desembarcar en un minúsculo muelle y entrar por una pequeña puerta escondida, defendida por una estructura rectangular llena de ranuras verticales, llamadas ‘matacanes’, desde las que podía dispararse sin riesgo a cualquier atacante que se atreviera a intentar algo por allí.

Defender al barrio

Al comienzo de la Colonia no se había contemplado fortificar a Getsemaní. Era una isla poco poblada y la costumbre indicaba que se protegía la ciudad “noble”, no el arrabal. Hubo discusiones sobre su conveniencia, hasta que creció el convencimiento de que si Getsemaní caía, el Centro quedaría demasiado expuesto. Getsemaní estaba creciendo muy rápidamente y ya daba señales de la capacidad de organización y activismo que ha tenido desde entonces. Los vecinos contribuyeron de su propio bolsillo y esfuerzos para amurallar su barrio.

Había, además, otra razón estratégica para fortificar: por aquí quedaba la única salida a tierra firme. Era la puerta de Media Luna, a la que se le construyó todo un sistema defensivo propio. Era un temible zigzag sobre la laguna de San Lázaro, con tres delgados puentes de madera en el medio, que se podían volar fácilmente y dos baluartes defendiendo la puerta, así como otros elementos militares. Si eso fuera poco, a un atacante le podía caer allí todo el fuego desde el castillo de San Felipe. 

Como las murallas eran el blanco natural de los proyectiles enemigos como las balas de cañón, no se podía construir nada a quinientos pasos de ellas. Se trataba no sólo de salvar vidas sino evitar los incendios que podrían regarse por el barrio. Esos espacios se solían utilizar como solares para huertas o zonas abiertas de trabajo. Esa es la razón por la que El Pedregal tiene ese margen amplio, que permitió luego pasar la actual avenida por su frente y que todavía quedara espacio. El Arsenal estaba despejado antes de que le erigieran sus murallas, pero por otra razón: era un playón donde funcionaban los astilleros y los talleres de reparación de los barcos, por eso necesitaban acceso abierto al agua. También servía como un puerto informal y de flanco para abastecer de agua y alimentos a las embarcaciones allí fondeadas. Por ese lado la calle Larga era la última, flanqueada en general por bodegas y lotes que daban contra ese playón.

Controlar el contrabando era otra razón para erigir las murallas y restringir el paso de la Media Luna. La Corona española pretendía controlar el comercio de sus colonias, mientras que por todo el caribe pululaban naves con productos ingleses, franceses, portugueses, holandeses y de otras naciones. España no producía todo lo que se necesitaba, así era muy difícil controlar el contrabando, que representaba más de la mitad de los bienes que se comerciaban, lo que significaba menos impuestos recaudados.

Patrimonio desvanecido

¿Por qué se demolió cerca de la mitad de nuestras murallas? Las razones son varias y confluyeron distintos intereses, por lo que había un acuerdo general de que eso era lo que convenía. En nuestra época hay más conciencia y legislación para proteger el patrimonio, pero entonces prevalecía la idea de una ciudad moderna y saldar cuentas con el pasado colonial.

Y para ser modernos se debían realizar primero proyectos de higiene y salubridad. En Europa se estaban empezando a instalar los alcantarillados y tumbando murallas medievales en sus grandes ciudades. Barcelona, por ejemplo, empezó a derribar las suyas desde 1854 para hacer el “ensanche”: una ciudad mucho más grande y con una planeación urbana hecha casi de ceros.

La teoría miasmática estaba muy en boga. Se pensaba que las aguas estancadas y los cadáveres de animales emanaban unos flujos que enfermaban a las personas. Y aquí en Getsemaní sí que había aguas así: en el muelle de los Pegasos o en el caño de la Matuna, donde se botaban los residuos del matadero. Las murallas también servían para arrinconar basuras, hacer necesidades, etc. No eran los monumentos de ahora, con mantenimiento regular o espacios generosos y limpios a su alrededor. Y había quienes ganaban con desecar la Matuna para construir allí y los interesados en usar los restos de las murallas como relleno.

Lo primero que cayó fue la estructura defensiva de la Media Luna, autorizado por la Ley 21 de 1883. Era la conexión con tierra firme y se veía como una obra imprescindible para conectar con los barrios que empezaban a crecer extra muros. Aún hoy con un poco de suerte se pueden ver los vestigios debajo del actual puente Heredia. Luego vino el derribo de los baluartes de Barahona y Santa Isabel, que darían paso al Mercado Público, inaugurado en 1904. Con ellos se fue todo el frente amurallado hasta lo que hoy llamamos El Reducto. Luego, la instalación del alcantarillado y la construcción de la avenida El Pedregal elevó considerablemente el nivel del suelo. Por eso se ven arcos y puertas muy pequeñas en la muralla por el lado de la acera, pues quedaron semienterrados.

Pieza a pieza

Todo el sistema de murallas del barrio fue construido entre 1631 y 1636, bajo el mando del gobernador Francisco de Murga, planos con Lucas Báez como maestro de obra. Tendría algunas modificaciones y mantenimientos en los siglos siguientes, pero la planta general se mantuvo durante toda la Colonia.

Baluarte de San Lorenzo. También llamado San Lázaro o El Reducto. Fue la primera estructura defensiva en ser construida. Fue intervenido a comienzos de este siglo para darle uso como bar y restaurante, que aún mantiene.

Baluarte de Santa Isabel. Demolido en 1902 para darle paso al Mercado Público. Sus vestigios submarinos aún son visibles con aguas calmas en la zona donde se ensancha el parqueadero del Centro de Convenciones. En años recientes su existencia impidió la creación de una marina allí.

Baluarte de Barahona. Demolido en 1902, sirvió de base angular para construir el edificio principal del Mercado Público. Originalmente se le llamó baluarte de San Francisco, por su cercanía al convento. El capitán Agustín de Barahona, fue regidor del cabildo de Cartagena y un acaudalado propietario.

Muralla adyacente al Reducto. Un trozo fue demolido para darle paso en 1905 al puente Román. También se le quitó espesor al muro hasta el baluarte de San José para ampliar la nueva vía. 

Baluarte de San José. Una temible estructura militar reforzada por Antonio de Arévalo desde 1746. Debajo suyo -como hay en otros sectores de nuestras murallas- hay una casamata: un espacio interno para almacenamiento y la tropa. 

Baluartes de Santa Bárbara, patrona de los artilleros, y de Santa Teresa. Entre ellos quedaba la puerta de la Media Luna. 

Batería de la Media Luna. Conocida generalmente como “revellín”, pero los expertos coinciden en este nombre no corresponde con la estructura defensiva sui generis que había allí. Antes de ser fortificada en 1631 ya tenía algunas defensas casi desde el inicio de la ciudad. Fue demolida en 1883, junto con la puerta, para afrontar la expansión de la ciudad. Con sus restos se construyó el primer puente Heredia.

Baluarte de San Miguel, Chambacú, o Gamboa. Este último en honor a Sebastián Fernández de Gamboa, ingeniero militar quien “es seguro que tuvo alguna participación en los trabajos del gobernador Murga en este sector de Getsemaní”, según Donaldo Bossa Herazo en su Noménclator. Hacía una L o esquina que daba contra el caño de la Matuna, internándose por la actual avenida Lemaitre. Ese lado fue demolido para dar paso a la avenida El Pedregal.