Hablar de carretas en Getsemaní nos lleva a rememorar la época de la Colonia cuando el Arsenal - Apostadero, de la Marina, era uno de los principales promotores de la economía local. Los carretilleros hacían centenares de viajes al mes, transportando los materiales y alimentos por las calles de la ciudad. Como hoy.
El investigador Sergio Paolo Solano hizo una relación de los viajes realizados en carretillas durante un periodo muy específico de aquella época. Señala que en el primer semestre de 1783, el encargado de gastos menores relacionaba los materiales que se transportaron en 1.146 recorridos realizados por las carretillas desde diferentes puntos de la ciudad al Arsenal.
Solano registra el detalle de que transportaban: brea, estopas, sebo, clavazón, herrajes, sal, menestras, medicinas, trigo, cal, agua, arroz, calderos, platos de madera, jarros, barriles, baldes, tablas, carnes frescas, gallinas, maíz, aceites, manteca, carne fresca y salada, bizcochos, pescado seco y salado, ladrillos, jarcias, alquitrán, azufre, almagra, cueros al pelo y mieles.
En ese semestre de 1783 los carretilleros, según cotejó Solano, se repartieron $328 pesos. “Dos años después, en 1785, y durante esos mismos meses, el número de viajes ascendió a 3.061, y los carretilleros recibieron la suma de $532. En 1787 las carretas realizaron un total de 2.491 viajes desde distintos sitios de la ciudad hasta el Arsenal-Apostadero de la Marina y viceversa. Y entre los carretilleros y cargadores se repartieron $394. En años de guerras el tráfico de carretas desde y/o con destino al Arsenal se intensificaban”.
Minerales y agua
Las carretas no solo se utilizaban para transportar alimentos, sino también para llevar elementos de construcción. Entre las principales actividades de producción de materias primas se destacaban las labores de extracción así como el corte y talla de la piedra en las canteras. “De igual forma se intensificaban los trabajos en los hornos para la producción de cal, indispensable para los trabajos de mampostería. A su vez, se estimulaban las labores de acarreo y de transporte hacia los sitios en que se colocarían. Asimismo, la extracción y transporte de arena se veía favorecida, al igual que la recolección de caracolejo en las orillas de las playas marinas”, explica Solano en su investigación.
Alguno conocedores le dan importancia en el origen de las carretas en Cartagena al transporte de agua desde los aljibes hasta los barcos anclados en el puerto y también a las casas particulares. Se dice, por ejemplo, que el trazado de las calles que conectan la plaza Fernández Madrid con la Torre del Reloj, en el Centro, tuvo ese origen. En Getsemaní el nombre de la plaza del Pozo se explica por sí mismo y allí cerca funcionaba el servicio para llevar agua a los barcos en el apostadero.
“Descripciones de las carretas en esa época no hay, pero supongo que era como las conocimos en los años sesenta, de llantas radiales, hechas en madera, forradas con un fleje de acero o hierro y debían ser de tres o cuatro llantas”, explica Solano.
La tradición de las carretas ha perdurado a lo largo de la historia del barrio. Además, sus usos también han permanecido: transporte de alimento y materiales. Aún hoy en Getsemaní funcionan dos parqueaderos de carretas; uno, en la calle de la Sierpe, para las especializadas en elementos de construcción y otro donde salen las que utilizan para vender principalmente frutas.
Sigue la costumbre
El parqueadero de carretas para frutas está en la calle de las Palmas. Su propietario es Jorge Antonio Ruiz Martínez, vecino del barrio que desde hace más de seis años se dedica a alquilar carretas y espacios para guardarlas a otros propietarios. Él está sentando en un taburete en la entrada del negocio comprando un tinto al vendedor que pasa por la zona. “Así como llega la plata, la plata se va” dice, mientras también entrega un dinero a alguien.
Él toma su tinto y dice: “la primera carreta que hice nace como lo hacen las canciones, porque yo también soy compositor. Una canción nace por los momentos, por ejemplo: ahí va una golondrina, ahí va una golondrina y en eso salió la canción. Sin embargo, mi fuerte no era fabricarlas. El parqueadero se crea porque un amigo me dijo: ven acá, por qué no me guardas esa carreta acá. Vi ahí una forma de ganarme unos pesos. Eso fue hace seis años y cobraba 2.000 mil pesos. De ahí se fue propagando y la gente se fue enterando que yo guardaba carretas”.
“Además de guardar carretas, en ocasiones también se fabrican con un especialista que traemos para eso. Si alguien viene a visitar y le gusta alguna, se la vendo. Las carretas mías tienen una peculiaridad: todas son blancas y tienen un distintivo que les tengo con unas letras”, dice.
“Como dueño del negocio tengo algunos lineamientos. Por ejemplo: si el propietario de la carreta no cancela el valor del espacio durante un mes y no demuestra que va a sacarla, se considera que el vehículo fue cedido y se pierde por mora y no pago oportuno. De hecho, de esa forma adquirí varias carretas, Llegué a tener unas veinte carretas propias. Ahora el espacio público está molestando mucho y ese número disminuyó a quince, pero yo he hecho muchas y he vendido también”, explica.
Las cifras detrás de la carreta
La mayoría de los vendedores vienen de la provincia: Bayunca, Santa Rosa y algunas veredas. Jorge cuenta “las personas llegan solicitando alquilarlas es porque han sido referenciadas por alguien más. Sin embargo, mis carretas no se las doy a todo el mundo, porque muchas veces se pierden con ellas y ya me ha pasado. Ahora pido una cuota de protección de $50,000 mil pesos”.
En general, los carretilleros arman su mercancía desde las seis de la mañana y salen a las ocho, hasta la seis de la tarde, cuando regresan. “El alquiler por día cuesta $7,000 pesos. Aclaro que todo es un paquete: les alquilo el espacio, la carreta y si le quedan productos yo se los guardo acá. En cambio si la persona desea adquirir una carreta los precios van entre $250,000 y $300,000”, explica Jorge.
“Los carreteros se acostumbran a una sola carreta; le cogen aprecio a una en específico. Yo tengo un proyecto para que la Gerencia de Espacio Público y Movilidad de Cartagena diseñe zonas permitidas y de acceso donde los carreteros puedan estar con su mercancía. Porque ellos no se parquean en ningún lugar fijo. Espacio Público debe definir las áreas para su tránsito y que ellos respeten eso”, propone Jorge.
Vender con el ojo
En el parqueadero de la calle de las Palmas es donde Yair Vivanco guarda su carreta. Aunque no tiene estudios en artes sabe que la combinación del rojo de la sandía y el verde de los mangos crea un impacto visual entre los compradores. “Muchas veces el cliente viene y para comprar miran todo: desde la ropa que uno lleva hasta la forma de las frutas”, cuenta.
Antes, Yair vendía limón en una cajita. Llegó al parqueadero porque alguna vez un amigo le pidió el favor de sacarle de allí su carreta. A Yair le quedó sonando esa manera de trabajar y es lo que hace ahora. “Nosotros nos acostumbramos a una carreta. Porque hay unas que uno las coge y a veces se le voltean o los espacios no son los mismos. Uno se siente incómodo”.
“La mercancía la traigo de Bazurto. A las 4:30 am estoy en el mercado comprando productos, por ejemplo las patillas están viniendo del llano. Mi recorrido todos los días es armar mi carreta aquí en la calle las Palmas e irme a la calle Larga hasta las cinco de la tarde. A veces se saca la plata del producido, a veces no”.
Vendiendo historias
En la calle de Guerrero está Ángel Santana con su carreta vendiendo cocos. Tiene una toalla pequeña en uno de sus hombros y con un machete los va abriendo diestramente. “Tengo catorce años de vender coco acá en el centro. Doce años en la plaza de la Aduana y dos más en Getsemaní”.
“Los vendedores traemos las frutas y mercancías de diferentes pueblos. Por ejemplo de María La Baja vienen el mango y la naranja. Todos esos productos los vamos a recoger al mercado de Bazurto”, cuenta.
“Cuando empecé en el parqueadero pagaba $2.000, ahora cuesta $7.000 diarios. Nosotros no tenemos un sueldo fijo. Así como hay días que uno se gana $30,000 ó $40,000, hay otros en que apenas nos ganamos unos $15,000. Solo nos alcanza para el parqueo y la comida del día”.
“Mi clientela original son las personas del barrio, que son quienes consumen el coco, El coco frío lo vendo por $5,000 pesos o $4,000 negociando”, dice Ángel entre risas. “Yo empiezo a vender fruta desde las siete de la mañana y a esa hora despego hasta las seis de la tarde. Cuando estoy promocionando el producto grito: -Coco frío, pa lo riñones- y eso a la gente le llama la atención”.