Faruk Kozma:

Del barrio vengo
SOY GETSEMANÍ

“Entonces alguien me dijo: -Oye Faruk ven acá. ¿Verdad que tú tienes un grupito de música en tu universidad, en Bellas Artes? Necesitamos a alguien que cante en la coronación de Jennifer. ¿Te le mides?-. Yo me arriesgué y le contesté -¡Dale sí, yo me atrevo a cantar aquí en la plaza!-. Convencí a mis compañeros, aunque no había paga pero sí unos buenos bistecs de pollo que preparaba ‘Güello’ en el callejón Angosto”.

“Llegó el día, estaba nervioso. A último minuto llegaron los micrófonos y cables. Había como trescientas personas en la plaza de la Trinidad. Cuando me vieron conectando los equipos se preguntaron: -¿Y este loco qué va hacer?-. Tomé el micrófono y dije: -¡Bueno mi gente aquí venimos fue a gozar, espero que disfruten este bello detalle!- y arranqué con Oye como va de Celia Cruz. De ahí me fui seguido con cuatro canciones más, entre ellas El Ratón de Cheo Feliciano”.

“La gente se volvió loca. No se esperaban eso de mí. ¡Ese es mi amigo, a ese man lo conozco!, gritaba la gente. Ahí fue cuando empezaron a ver un cambio en mí. Ya no era ‘El Loco’, después de eso me invitaban a cuanta presentación había en el barrio”.

Ahora va por la calle y lo saludan: -¡Ajá Faruk, ¿cuando vas a grabar un vídeo, pa´ salir!?-. Él sonríe y responde con su dedo pulgar levantado -¡La buena, mi hermano!-. Se define como “una mezcla de diferentes razas, como todos los caribeños. Nací en Cartagena en el 85, mi abuelo paterno era sirio y mi  abuela una negra antioqueña. Mis abuelos maternos indígenas del Sinú que se establecieron en Getsemaní”.


Calle del Pozo

Mi abuela vive en la misma casa donde está la tienda Don Mañe, con otros familiares. Yo vivía en una casa accesoria al final de la calle. En ese tiempo era un Getsemaní muy folclórico. Ahora siento que las costumbres han cambiado. Esperar noviembre era maravilloso porque todos salíamos con capuchones. También en esta calle jugábamos mucho con el caballito de madera, el trompo, la piedra con pólvora, los traqui traqui, los diablitos y en los días de velitas era aún más chévere. Todo eso ha sido reemplazado por el internet. La diferencia con otros barrios es que Getsemaní era muy dado a estas cosas. En esta casa fue donde empecé a tener uso de razón. Una vez me rompí la barba con una patineta y en otra me hice una herida cuando estaban trapeando y salí corriendo”.

“A los cuatro años me subía al techo de la casa y no le tenía miedo a nada, pero al mismo tiempo era muy respetuoso. Me decían ‘El Loco’. En frente de nuestra casa, que ahora es la Casa Relax, estaba ‘la casa del túnel’. Esa casa tiene un túnel y yo a los cinco años entraba a jugar con los niños de la familia: Siamed, Jhonatan y otro, cuyo nombre no recuerdo. El túnel ha estado ahí, no sé exactamente a dónde llega”.


Callejón Ancho

“Esta es la casa donde viví los momentos más lindos que he tenido”. Se detiene, la mira y medio sonríe. Es una casa blanca de ventanas color café y con grietas en sus paredes, que en su tiempo fue una accesoria más del barrio. “Aquí estuve parte de mi niñez y adolescencia. Mi padre se dedicaba a las ventas ambulantes de repuestos de licuadoras, lavadoras y le iba muy bien en ese negocio. De ahí se fue haciendo sus cosas, sus propiedades y sacó a toda una familia adelante”.

“El callejón Ancho es muy importante para mí porque cuando me fui a Venezuela, del 93 al 97, fue la calle que me acogió en mi regreso, donde estaban mis amigos, mis vecinos, mi gente. Allí viví muchas cosas que el dinero no puede comprar. Empecé a vivir en esta casa blanca, después me pasé a esa naranja que está diagonal. Viví aquí de los doce a los veinte años”.

“Con mi hermano nos importaba poco lo que hablaba la gente. Recién llegados de Venezuela nos fuimos a trabajar en los buses cantando y vendiendo confites. Esa imagen les quedó muy marcada a la gente del barrio. Siempre nos decían que éramos diferentes, locos porque hacíamos cosas que no hacían los demás”.

“Fuimos los reyes de la calle porque teníamos unos árboles que medían como treinta metros. Uno era de níspero y el otro era de mamón. Nunca fuimos egoístas, por eso era el mamón del barrio. Todos venían y éramos los duros porque sabíamos por dónde montarnos y bajarnos y les enseñabamos esa habilidad a los otros chicos. La recocha con los mamones se acabó el día que un chico se cayó del árbol. Desde entonces ya no nos dejaron subir más”.

“A esta casa trajimos una yegua que compramos en Turbaco para los tiempos de las fiestas de la Popa. Todos en la calle se ponían a especular y a preguntarse ¿cómo van a meter una yegua en esa casa tan angosta? Se burlaban y preguntaban: -¿La subirán por encima de la cama?-. Y en cierto modo tenían razón, porque la yegua pasaba por un esquinero de la cama y alzaba la pata para poder cruzar al patio”.

“En la otra casa donde vivimos en este callejón -la color naranja- tenía un segundo piso. Allá tenía un equipo de sonido y le adaptaba un mixer sencillito. Con los parlantes, también sencillos, poníamos el piano y las voces. Nos acompañaba una flauta. No teníamos micrófonos”.

“En el callejón también compuse mi primera canción. Se llamada Noches de Locuras. De hecho, aún no he sacado algunas canciones que compuse ahí. Mi generación se alimentó mucho de melodías centroamericanas, jamaiquinas, africanas y de salsa. Por eso nuestra sabrosura, eso es lo que traemos”.

Puente Román

“Era donde volaba muestra imaginación. Íbamos con el grupo de pelaos a bañarnos, a jugar y a cantar. Teníamos una canción -Banana fue, banana fue- y comenzábamos a tener combates cuerpo a cuerpo tirándonos al agua. El que ganaba tiraba al otro. Cuando llovía también íbamos a meternos al agua. ¡Era ley ir cada primero de enero a medio día!”

“Cuando ya fui creciendo, ese puente se convirtió en mi lugar favorito para sentarme y ver hacía la bahía y componer e inspirarme. Ese puente es mitad de Getsemaní y mitad de Manga. Sin ninguna de las puntas habría puente. Ahora veo que las nuevas generaciones no van al puente porque los millennials creen que están inventando todo. No es por ‘achacarlos’ pero por estar más tiempo en un mundo virtual se están perdiendo de un mundo que es espiritual y real a la vez. Ahora se entregan todos los sentidos primero a una pantalla que a la imaginación y no entienden que nosotros creamos un mundo paralelo en nuestra cabeza”.  


Plaza de la Trinidad y Flash

“La plaza era el epicentro de todo. ¡Allá se hacían los grandes eventos! Era hasta nuestro sitio de relajación. Teníamos un combo de amigos con Alex Vergara y Dewin Cabarcas y nos sentábamos ahí donde está la paletería, en ese pretil para pasar el rato y planear nuestras travesuras. También era la cancha de jugar fútbol. Nos subíamos en el Pedro Romero que todavía está ahí. Muchos amigos les pusieron de apodo Nando Pea, que era un señor de acá. Y aquí en la plaza fue que comencé a cantar para el público sin saber si de verdad podía hacerlo”.

“En el parque Centenario nos íbamos a robar los mangos o a jugar fútbol a mediodía. En la Sierpe había un perro que se llamaba Flash. El dueño lo mandaba a la tienda con una canasta y un papel, y el perro iba y regresaba a su casa con la compra en la canasta. Cada noche nos poníamos tras la esquina y lo llamábamos. Apenas nos veía ese perro salía corriendo detrás nuestro”.

“El recuerdo más lindo que tengo de mi barrio fue mi primer beso. Eso pasó en un colegio cerca de aquí de la Trinidad. Yo no estudiaba ahí, pero sí la niña. Ella le dijo a mi hermano: me gusta tu hermano y ahí duramos un tiempito y mi primer beso fue algo que no olvidé: algo muy explosivo, como cuando te dan a probar un helado que nunca olvidas”.

Las esquinas y las murallas

“En cada etapa de mi vida iba cambiando de esquinas. La primera fue la del callejón Ancho, cuando tenía unos cuatro o cinco años. Después fue la de la Trinidad. Otra fue la esquina de la tienda de mi abuelo, donde me le iba a robar los confites. Getsemaní era como un pueblo: en todas partes viví anécdotas y peleas. Casi siempre peleaba en la plaza. Si no tuve treinta peleas es mentira. Eso era algo tradicional de nosotros: nunca nos dejabamos echar cuento de nadie. Si era cosa de pelear lo hacíamos con el más grande. Estuve en muchos colegios por desordenado”.

“En las murallas se realizaban competencias de cometas. Antes era mucho más fácil convocar a la gente. Iban unas cien personas. Había barriletes con cordones de 2.000 metros de largo. También todo el mundo tenía que ver con los barriletes de Rodriguito. También el juego de pelota ahí arriba era muy bueno. Eso sí, sabías que tenías una limpia asegurada de tu mamá porque te podías caer de allá arriba”.