Comenzó en una chaza del Centro, vendiendo en la calle productos según cada temporada; guardándose cuando había lluvia y corriéndole a los operativos de espacio público. Treinta y seis años y mucho trabajo después es la dueña de Variedades Elena, un negocio que conquistó al resto de la ciudad.
Hablamos con ella en su local de la entrada del Centro Comercial Getsemaní, frente al parque Centenario. Las paredes y las vitrinas están repletas de productos de belleza. Hay cajas de productos por organizar a la entrada. Hay una sección completa de cabello y pelucas, un producto que importa y distribuye con mucho éxito en toda la región, no solo en Cartagena.
¿Cómo pasó de aquella chaza en la calle a ser una de las más importantes distribuidoras de la ciudad? Isabel pensaba hacía rato que no quería seguir mojándose en las calles cuando llovía. Quería su negocio bajo techo y seguir progresando. Sus amigos vendedores le decían que eso era una locura, que los precios de los locales eran carísimos en el Centro. Que era imposible.
La historia de Variedades Elena comienza con ella y su esposo, Francisco 'Pacho' Gonzalez, llevando a sus hijos al parque infantil que quedaba en el Centro Comercial Getsemaní, abierto pocos años antes y que aún tenía bastantes módulos por vender. Vieron un local a la salida de los viejos teatros, por donde cruzaba algún público. Un día se decidió a preguntar en la oficina de la constructora Padilla cuánto costaba el arriendo y los requisitos. Quince mil pesos y una catapila de papeles, empezando por una cuenta en el banco, que no tenía. Como pudo consiguió todo y así comenzó una nueva etapa de su vida.
El negocio era, en esencia, el actual de productos de belleza. Pero apenas estaba comenzando y el catálogo era más reducido. Sin embargo, empezó a irle bien y pronto se dió cuenta que los números le cuadraban. Pocos meses después quedó libre el módulo del lado. Le servía para crecer el negocio. Segunda subida a la constructora para preguntar en cuánto le podían vender el módulo de ella y el de al lado. Cuatro millones de pesos y doce letras mensuales. Dicho y hecho.
Con mucha disciplina y sentido comercial empezó a ampliar el catálogo y los clientes. Ahora era distribuidora, incluso para sus viejos colegas de la calle. El negocio se seguía expandiendo y necesitaba una bodega para gestionar el inventario. En el segundo piso había otros módulos libres. Tercera subida a las oficinas, con el resultado que ya imaginará el lector. Luego hubo otras, en otras oficinas, para comprar el local de la entrada y otros más. Variedades Elena se convirtió en un ícono del centro comercial y una referencia en la ciudad. Tanto que ahora tiene cinco sedes por fuera. La bodega creció varias veces, con sus respectivos cambios de ubicación, hasta que llegó a Mamonal, donde se ubica ahora.
Isabel es muy organizada, constante y con un lema del cumplimiento como una gran virtud en la vida personal y empresarial. También valora mucho la mano que el sistema bancario le ha tendido siempre. Sabe que hay deudas buenas, las que sirven para reinvertir y crecer el negocio. Tras tantos años luchando aún no se cansa. No solo eso. sigue levantándose temprano para estar pendiente del día a día, en jornadas que a veces parecen no tener fin. Tiene 16 empleados y sus hijos, todos profesionales de distintos ramos, colaboran con el manejo de los negocios. Ellos coinciden en el carácter riguroso que tiene ella, pero que mientras se hagan las cosas correctamente, todo fluye.
Pero, como en todo en la vida, hay altibajos y retos. El uĺtimo fue el covid 19. Isabel había mantenido aquellos módulos del comienzo, que se convirtieron en seis. Sin embargo, las restricciones de horario y público la obligaron a cerrar allá, de donde alguna vez dijo que nunca iba a salir, cuando Variedades Elena quedaba solo ahí.
El Covid también la tocó personalmente. Los síntomas la llevaron a cortarse el largo cabello que mantuvo por años. "Ahora lo tengo corto, pero me siento muy bien, soy la misma Isabel de siempre, sin maquillaje ni tacones", dice. Viste el mismo suéter azul que usan sus empleadas y nos recibe sentada en una banca de plástico. Por fuera, casi como empezó. Pero por dentro, la satisfacción de haber cumplido sus sueños y los de la familia. Muy poco más se le puede pedir a la vida.