“Dios está en los detalles” era una antigua frase muy usada por Mies Van der Rohe, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, para explicar buena parte de su filosofía de diseño. Ese proverbio aplica muy bien para la actual intervención de la antigua sede de Club Cartagena frente al Parque Centenario.
El estilo neoclásico con el que fue diseñado era profuso en detalles. Era un lenguaje arquitectónico que recuperaba los motivos de las antiguas Grecia y Roma y algo del Renacimiento. Sobre la pureza de líneas, la simetría y las proporciones que lo caracterizaba también había un repertorio amplio de formas y ornamentos que incluían figuras humanas, animales y de la naturaleza.
Así ocurrió con el Club Cartagena. El arquitecto Gastón Lelarge lo diseñó con muchas de esas formas y motivos, como los querubines, peces alados y un cóndor en la parte más alta. De todo aquello, tras el auge de tres décadas y la decadencia de otras seis, lo que quedó en el remate fueron un par de querubines con unas formas un poco alargadas que a la distancia podrían parecer unos niños más grandes o incluso confundirse de lejos con unas figuras humanas adultas. Rodeaban un escudo y remataban una balaustrada sencilla a la que le hacían falta cuatro ánforas que Lelarge incluyó en el diseño original.
En la restauración en marcha del Club Cartagena -que será el lobby del nuevo hotel que se construye en ese y otros predios vecinos- había que tomar una decisión sobre qué hacer con ese remate. Lo que quedó era poco para la visión de Lelarge. Pero al mismo tiempo el diseño original no hace parte de la memoria visual y urbana de los cartageneros. Además, su volumen seguramente hubiera excedido las alturas máximas permitidas hoy para esa manzana de la ciudad.
Esa conciliación entre planos originales, lo que realmente se construyó y la restauración contemporánea es un reto que se plantea comúnmente en este tipo de proyectos. Al final se optó por una solución que salía del mismo lenguaje de diseño neoclásico: una escultura de más volumen y presencia que aquella de los angelitos e inspirada en musas clásicas, según nos cuenta Angelina Vélez, la arquitecta restauradora a cargo de estas obras tanto en el Club Cartagena como en el claustro de San Francisco.
De la mano de Germán Romero -principal ornatista en la restauración del Club Cartagena y uno de los más grandes maestros de la ornamentación republicana y neoclásica en Colombia- se escogió al escultor Alejandro Hernández para hacer la obra. Antes habían trabajado juntos en el Capitolio Nacional y en la plazoleta del Concejo, en Bogotá. Alejandro, además, había colaborado con unos bajorrelieves de motivo vegetal que acompañarán algunas estancias del hotel.
Del papel a la cornisa
“La profesión me escogió. No tuve mucha alternativa”, nos explica Alejandro desde su estudio en Bogotá. De abuelo escultor, desde los cinco años empezó a hacer sus pequeñas obras y cuando tuvo que escoger camino profesional optó por estudiar escultura en Italia, donde permaneció por cinco años.
Tenía el encargo de hacer la escultura, pero ¿cuáles musas y con qué estilo? Las nueve musas griegas clásicas han sido representadas según la sensibilidad de cada época. Las hay de todo tipo de apariencia física, vestimenta y elementos acompañantes. Había un pequeño margen de libertad. No solo por la ausencia de un modelo previo, sino porque aunque lo hubiera, en una restauración como esta no siempre se trata de calcar al milímetro el modelo previo. A veces el reto es interpretar una época o un estilo y conciliarlos con el presente. En este caso el estilo neoclásico marcaba la pauta. Las figuras finales sugieren a una musas, pero no son un calco exacto.
El proceso comienza con el intercambio de ideas y propuestas con Angelina y los demás responsables del Proyecto San Francisco, que construye el hotel. La idea aprobada fue convertida por Alejandro en un modelo a escala de 1:10, para analizar en la práctica los detalles y retos técnicos y estéticos de la obra. Por ejemplo: la proporción y el grosor del escudo fue un tema de discusión hasta llegar al diseño final.
De ahí en adelante, hasta integrarlas a la fachada del hotel, es un proceso de meses, que explicamos en el gráfico adjunto. Ya son una realidad y esperan en el taller de Alejandro en Bogotá, pero hará falta terminar el resto de obras para poder ubicarlas en su lugar definitivo. El escudo central llevará la fecha de la apertura del Club Cartagena -1925- y la finalización de la restauración -2022-. “Es un orgullo profesional dejar esa huella en un edificio tan importante el legado arquitectónico de Cartagena”, dice Alejandro.
Las ánforas
La escultura irá acompañada en la tercera planta con otros elementos propios del diseño original de Lelarge. El primero es la balaustrada, esa sucesión de lo que en Cartagena llamaríamos “bolillos”, que se replicaron de los que abundaban en el edificio en ruinas. Lo otro son cuatro ánforas, que tienen su propia historia.
El ánfora como remate es otro rasgo neoclásico. Pero a Lelarge le gustaba diseñar sus propios elementos de ornamentación, para darles un giro propio. A falta de las piezas originales, se optó por ir a la casa Lecompte, otra obra de Lelarge en el centro de Cartagena, para tomar esas como modelo.
Quien las está haciendo es Germán Romero. Las está fabricando en el taller que montó en Cartagena para atender los requerimientos de esta obra. Le lleva meses. Ya están hechos los cuerpos centrales de las cuatro ánforas, hechas de cemento y fibras contemporáneas para que resistan el paso del tiempo. Lo que sigue es el delicado trabajo de las orejas y su integración a las ánforas.
El proceso material
Un inmueble patrimonial
La antigua sede del Club Cartagena en Getsemaní es un Bien Inmueble de Interés Cultural del Orden Nacional (BICN). De esta categoría hay poco más de mil en todo el país. Su actual restauración está regulada en detalle por la Resolución 1458 de 2015 del Ministerio de Cultura, institución que acompaña y hace seguimiento de manera cercana de todo el proceso, así como el Instituto Distrital de Patrimonio y Cultura -IPCC-
Imagen fachada y ánfora: Angelina Vélez y equipo.
Fotografías escultura: Alejandro Hernández