¿Cómo se reconstruye en el siglo XXI un edificio neoclásico de comienzos del siglo XX, ubicado en el Caribe, que fue proyectado de manera magnífica por un arquitecto francés, pero que no se terminó de construir de acuerdo al plan? ¿Uno que recoge técnicas de construcción viejas y nuevas en su momento, y que ahora ya están superadas por los avances contemporáneos? Volver a la vida la vieja sede del Club Cartagena, frente al parque Centenario, es un todo un reto arquitectónico, tecnológico, constructivo, estético y patrimonial.
El proyecto se hizo con grandes ideas, pero con recursos limitados. Fue inaugurado en 1925, aunque todavía faltaban sectores por terminar. De hecho, nunca alcanzó a construirse tal cual lo había planteado el arquitecto francés Gastón Lelarge. Otra muestra de esas limitaciones es que se le dio mucho énfasis y recursos a la fachada -que todavía preside ese flanco del parque- pero con unos interiores que no concordaban en calidad y detalles con esa parte delantera del edificio.
Aquella era una época en que Cartagena estaba buscando salir de cierta inmovilidad y había unas generaciones muy interesadas en el progreso de la ciudad, pero la economía local aún no terminaba de despegar. El Club Cartagena fue el remate de unas obras que en pocas décadas le cambiaron la cara al sector: el Camellón de los Mártires (1886); la estación del tren a Calamar (1894); el Mercado Público (1904) y el parque Centenario (1911). Sin saberlo, además, la Gran Depresión de 1929 estaba cerca y afectó a todo el globo, incluida la activa vida comercial de nuestra ciudad. Las obras del Club Cartagena que debían terminarse se fueron quedando en el aire.
Neoclásico en el trópico
El Club Cartagena también se quedó corto frente a la visión de Lelarge, quien buscó darle un nuevo carácter a Cartagena a partir de íconos visuales magníficos como el campanario de la Catedral o la cúpula de la iglesia San Pedro Claver, que él mismo intervino años antes. Pero sobre todo quería que el Club Cartagena hiciera parte de un conjunto de edificios que había proyectado. Imaginaba un espacio amplio que integraría las nuevas estructuras urbanas con una serie de edificaciones que alcanzó a proyectar, presididas por un gran palacio de gobierno departamental. La Matuna, que luego sería urbanizada como la conocemos hoy, haría parte de esa explanada monumental: sería lo primero que verían los viajeros al llegar en barco. Un alarde de modernidad y visión que dejó plasmado en detallados planos y bocetos.
Lelarge quería una nueva Cartagena neoclásica. Es decir, un estilo que recuperaba y actualizaba la estética de los edificios clásicos de Grecia y Roma. Esa era la tendencia arquitectónica predominante y en la que él mismo se había formado, con la Ópera de París como referente para el Club Cartagena, que se le asemeja en su planteo general.
El Club Cartagena había nacido en 1891 y peregrinado por tres sedes arrendadas en el Centro Histórico antes de decidir construir la suya propia, para lo que se compraron dos predios frente al principal y moderno parque de la ciudad. En las más de cuatro décadas largas que funcionó allí, hasta finales de los años cincuenta, combinó la función de ser el club de las familias de la élite cartagenera con la de favorecer los negocios. Su ubicación en el epicentro de la vida económica de la ciudad era estratégica: a un par de calles del mercado público, del puerto, del tren; en la calle de la Media Luna, que era la vía por la que entraban los productos del interior y donde estaban las boticas; las primeras industrias que se gestaron en la ciudad estaban en Getsemaní. Era el lugar donde en las horas laborables la élite podía sentarse en privado a perfeccionar acuerdos y trazar nuevos negocios en un espacio que les resultara amable, en medio de un clima intenso.
La noche y los fines de semana tenían un énfasis más social. Hay registros, fotos y recuerdos de almuerzos, cenas y grandes bailes en aquella época. Ese carácter social y de punto de encuentro -no solo para los huéspedes sino en general para los habitantes de Cartagena- se pretende mantener en el hotel que allí está construyendo el proyecto San Francisco, del que el Club Cartagena será su vestíbulo y entrada principal.
Un rompecabezas infinito
Hay que señalar, para comenzar, que en arquitectura casi nada se construye exactamente como se diseñó o se soñó. La realidad va mostrando caminos, problemas y soluciones. Tanto en lo estructural como en los detalles. De lo primero el Club Cartagena es un ejemplo perfecto: si al final se hubiera construido tal como lo pensó Lelarge, con sus tres pisos, muy posiblemente la estructura no habría soportado el peso y el paso del tiempo. Esto, porque en aquella época los cálculos estructurales se hacían con otras fórmulas y otras ideas. Por ejemplo, hoy nos asombra ver que las columnas del Club solo tienen por dentro ¡una varilla! Ahora se comparte la idea de que adentro de una columna debe haber una estructura tejida con múltiples varillas de acero.
Otro ejemplo: Lelarge imaginó unos interiores que correspondieran al gran aspecto exterior, pero eso se hubiera tenido que concretar en un sinfín de detalles y decisiones, que no quedaron resueltos: ¿Cómo organizo este espacio? ¿Pongo columnas, un arco, una ornamentación de esta u otra característica? Ahora, un siglo después, a un equipo interdisciplinario, encabezado por el arquitecto restaurador Ricardo Sánchez le corresponde ese papel de llevar a la realidad lo que nunca se acabó de construir, conciliando la visión original con las técnicas actuales y los usos y necesidades que tendrá el nuevo hotel.
Puesto con la mano
Los ladrillos, tan simples en apariencia, dicen mucho de cualquier obra arquitectónica. En el Club Cartagena nos habla de innovaciones y de una técnica que es mejor que la de un siglo después.
“Estamos descubriendo una mampostería perfecta y elaborada aunque fue hecha para recubrirla. Es tan bella que dan ganas de dejarla al descubierto. Tiene mucho rigor en su colocación, más del que se hubiera esperado. A nuestros mismos obreros, algunos con veinte o treinta años de experiencia, les asombra de esta mamposteria tan elaborada”, dice Ricardo Sánchez, el arquitecto restaurador.
Al parecer, detrás del tema de la mampostería (que originalmente significaba “puesto con la mano: manpuesto”) no solo estuvo la mano de Lelarge sino de un director de obra de origen belga, que trabajó con él. Es bastante probable que los ladrillos fueran hechos en las ladrilleras que quedaban en las faldas del cerro de la Popa. En todo esto aún hay espacio para nuevas investigaciones y descubrimientos.
Por aquella época apareció el bloque de cemento o concreto compactado, ese que hoy tanto abunda en nuestras construcciones pero que entonces era una novedad técnica estadounidense. Es posible que el formato distintivo de los ladrillos tenga que ver con “casar” los de tradición española con los de concreto compactado, pues en el Club Cartagena se usaron de ambos.
La mampostería original es tan de buena calidad que se mantendrá en su totalidad con pañete reforzado con materiales contemporáneos. Este mejora la protección porque el ambiente salino del Caribe tiende a deshacer los ladrillos, por eso en la Colonia nunca se dejaban a la vista.
La novedad es que los muros se reforzarán con mallas de basalto, recubiertas con un pañete especial a base de cal. Esta técnica, que apenas se está empezando a usar en el país tiene varias y grandes ventajas: es compatible con los muros existentes; el pañete “transpira”, con lo que se evitan esas humedades tan comunes en los viejos muros coloniales de Cartagena a los que el agua se les filtra hacia arriba; se reduce el espesor del muro comparado a si se hiciera con las técnicas tradicionales de reforzamiento y, sin embargo, lo hace más fuerte. Esta técnica desarrollada en Italia no solo protege el ladrillo sino que se convierte también en un refuerzo estructural de las paredes y el edificio mismo.
Columnas y vigas.
El Club Cartagena representa una tendencia arquitectónica de su época: el cambio del modelo español a uno más inspirado en modelos de Inglaterra y Francia. La Independencia no significó que de la noche a la mañana se construyera de otra forma. La tradición colonial se mantuvo en pie por décadas. Al mismo tiempo las naciones que salieron del yugo español empezaron a distanciarse en sus formas, desde el vestir hasta la arquitectura.
Eso también tuvo su expresión en el sistema de columnas y vigas, que son el esqueleto de un edificio moderno, lo que sostiene todo lo demás. Pero no siempre fue así. En el sistema colonial los muros eran tan gruesos porque eran los que soportaban todo el peso del edificio. En cambio, el Club Cartagena se construyó con el sistema de columnas y vigas de concreto reforzado: una mezcla de cemento y piedra con un esqueleto interno de acero. Hoy se le llama “sistema tradicional”, pero en aquella época era relativamente algo nuevo en nuestro ámbito.
Otra novedad: si se miran los edificios coloniales, en general los muros se rematan con gruesas vigas de madera. En el Club Cartagena se usaron vigas de concreto armado o reforzado. Eso hace que los muros puedan ser más esbeltos que en la Colonia. Tenían una función estructural, pero Lelarge también les dio un papel ornamental propio del estilo neoclásico.
Pero la técnica del concreto reforzado, que comenzó a finales del siglo XIX, está mostrando ahora una debilidad que afecta a edificaciones de todo el mundo en sitios cercanos al mar: el ambiente salino es capaz de penetrar el cemento y “comerse” el acero interno. La explicación técnica es esta: la humedad lleva hasta el interior de la columna el dióxido de carbono presente en el aire. Este se combina con el hidróxido de calcio presente en el concreto. El resultado de esa mezcla son los carbonatos de calcio, que se llevan por delante la capa protectora del acero. Este se corroe y destruyen las columnas y vigas de adentro hacia afuera. Esto, en el largo plazo significa que cualquier edificio de este tipo y expuesto a un ambiente salino terminará por colapsar si no se corrige ese problema.
Arriba se dijo que el sistema estructural original era insuficiente para el edificio planeado. Además, las exigencias en torno a la sismoresistencia son mucho más rigurosas ahora. Por todas esas razones la mayor parte del sistema de vigas y columnas del Club Cartagena resulta inservible. En consecuencia, se reconstruirá desde cero toda la estructura de columnas y vigas. Las formas serán exactamente iguales, con sus ornamentos y capiteles. Pero el interior de ese sistema será distinto: el concreto y el acero serán hechos con técnicas y materiales contemporáneos, que han tenido avances espectaculares en las últimas décadas. Así el edificio tendrá la solidez estructural que se puede lograr hoy y la protección contra la salinidad marina que tanto afectó al original.
Para todo esto serán de gran ayuda las rigurosas normas y procesos existentes en Colombia para intervenir en edificios que son Bienes Inmuebles de Interes Cultural del Orden Nacional -BICN-, de los que apenas hay un poco más de mil en todo el país. El Club Cartagena es uno de ellos.
Innovación de un siglo
Los tejados de la tradición colonial española dependen fundamentalmente de tener una buena estructura de madera que los soporte, el llamado “entablado”. Eso era muy costoso. Se le ponía, además, una plantilla de argamasa, que es de lo mejor para aislar térmicamente una edificación.
En el Club Cartagena se innovó poniendo tejas planas de cemento, de forma romboidal, como las usadas en los tejados franceses. Se ponían enganchando una con otra, sin la necesidad del complejo entablado. Eran menos costosas, elaboradas de manera semi-industrial, visualmente eran bonitas y livianas. A cambio tenían un problema: absorbían el calor del sol durante el día y lo liberaban en la noche. Eso implicaba hacer cielorasos planos para crear una zona de amortiguación de ese bochorno.
Las técnicas contemporáneas permiten poner el cielo raso más “pegado” al propio tejado. Es decir, en lugar de ese cieloraso plano que vemos en casi todas las construcciones, que va en paralelo al piso, ahora se puede inclinar y quedar en paralelo y bastante pegado al tejado mismo. Esto permite abrir buhardillas y nuevos espacios, como ocurrirá en el hotel en construcción. Las tejas que se pusieron entonces eran tan de buena calidad que se podrán utilizar otra vez, como un homenaje al edificio original. Fueron debidamente embaladas y guardadas al comienzo de la obra y están a la espera de volver a coronar el club.
La caja de zapatos
La fachada del edificio es muy elaborada no solo en su ornamentación sino en la proporción y los volúmenes que maneja. Por ejemplo, a lado y lado hay unas salientes notables hacia la calle, que hacen a la fachada más ágil y armoniosa. La terraza nunca construida hubiera significado, además, que justo sobre esas salientes habría dos miradores, que se elevarían un poco más que el resto del tercer piso. Una manera de pensarlo es el clásico barco de la Colonia, que tiene una parte plana en el centro y a cada lado se eleva un poco más.
Si el interior del edificio no tuviera la misma riqueza que el exterior hubiera parecido una “caja de zapatos”, como dice de manera gráfica Ricardo Sánchez. Ahora toca completar la tarea, un espacio plano y sin gracia. Es necesario, entonces, enriquecer el interior, en particular de ese gran salón que ocupa todo el segundo piso de cara al parque Centenario. Entre otras decisiones de restauración justo abajo de esos miradores del tercer piso, que a su vez generan un volumen distinto en el salón, se pondrán arcos, soportados cada uno en dos columnas. Se trata, en palabras de Sánchez, de hacer “algo más elaborado, con un juego espacial interno, devolver lo que Lelarge quería hacer”.
Interpretación de un plano original de Gastón Lelarge, por Andrés Bustos, del equipo del arquitecto restaurador Ricardo Sánchez. San Francisco.
Dibujos del conjunto de edificios que Gastón Lelarge había proyectado como parte de su visión de íconos visuales modernos para la ciudad. Crédito: Rafael Lelarge.
La recepción
El espacio del primer piso alrededor de la escalera central seguirá siendo el punto central de acceso, ya no solo del Club Cartagena, sino ahora a todo el nuevo hotel, a manera de recepción. Estará rodeado por una balconada que circunda el segundo piso y más arriba una gran marquesina dejará entrar la luz, de acuerdo al diseño original en el que este espacio era para ver y ser visto en las ocasiones sociales. Los baños y el bar se mantendrán en sus sitios originales. También habrá salones de diferentes tamaños en el resto del edificio.
Escalera central
Era la pieza fundamental del vestíbulo y lo primero que muchos rememoraban cuando hablaban del club. Comenzaba muy amplia en el primer piso, con dos alas que se encontraban a medio camino para convertirse luego en un amplio acceso hacia el segundo piso. La original estaba vencida, con el concreto carbonatado y, en general, en estado ruinoso. Se va reconstruir idéntica a la que se encontró.
Cornisa denticulada
Hace parte de las formas clásicas griegas en arquitectura. Hechas como un relieve en la piedra no tienen función estructural, como sí la tenían los travesaños de madera que se usaban hace miles de años y a los que las “dentículas” intentan imitar.
Capiteles
Lelarge era muy creativo, aún dentro del rigor del neoclasicismo. Para el ojo experto se trata de un capitel neoclásico de orden jónico, pero Lelarge se dio el modo de darle una connotación metálica con esos falsos remaches y la estrella, que no hacía parte de los motivos griegos originales, como las cuatro volutas, que mantuvo.
Arco neoclásico o magistral.
Este tiene una proporción distinta y es más delgado que el colonial, hecho con concreto y el conocimiento actual de estructuras. La piedra clave, que era indispensable en los remates de los arcos clásicos, es solamente decorativa.
Tejas planas de cemento de forma romboidal
Las tejas que se pusieron entonces eran tan de buena calidad que se podrán utilizar otra vez, como un homenaje al edificio original. Fueron debidamente embaladas y guardadas al comienzo de la obra y están a la espera de volver a coronar el club.
Rejas
Lelarge las dibujó muy detalladas porque siempre son parte de este estilo arquitectónico. Eran parte del ropaje de un edificio, más en uno ubicado en el trópico, donde las rejas protegen pero también permiten la ventilación cruzada que refresca las estancias. Las rejas originales -de yunque, soldadura, y artesanía- sobrevivieron el paso del tiempo y podrán utilizarse en el hotel.