Foto: José Caballero

Un mensajero en la pared

El fresco franciscano de la crucifixión
MI PATRIMONIO

Nuestra historia comienza con un anónimo pintor europeo de mano maestra que desembarcó en Cartagena para seguir su viaje hasta Lima. Pero antes de llegar allá iba pintando frescos en las distintas paradas de su extenso viaje. La primera de ellas, en Getsemaní.

Hay muchos indicios para pensar que una historia así esté detrás del tríptico de la crucifixión, en la sacristía del templo de San Francisco y que acaba de pasar por una conservación de fondo. ¿Por qué se sabe que era europeo, de mano maestra, muy posiblemente franciscano y que iba para Lima? El cuadro, que ha pasado las de Caín, da las pistas y nos habla en silencio desde su pared.

Esta es una las primeras muestras de arte sacro en Cartagena. Para ese entonces -1555 en adelante- no había en la ciudad quien manejara la técnica del fresco como se hizo en este tríptico. “Esto no es de un aprendiz, sino de un maestro experimentado. La armonía de todas la figuras, las proporciones, el trabajo de color, pero sobre todo, la técnica del fresco y sus tareas”, nos explica el restaurador Jairo Mora, quien con Margarita Vásquez ejecutó el reciente trabajo de conservación.

Un fresco se hace en vivo, mezclando el pigmento con la cal y pintando directamente sobre la pared. No hay manera de corregir. Por eso se necesita una mano experta y entrenada. Se hace por “tareas”: hoy un sector del cuadro, mañana otro y así sucesivamente. Los colores de cada tarea nunca quedan iguales y de ahí que se precise de mucha maestría para empatar una con otra. Esas habilidades se conseguían tras años o décadas trabajando en un taller, de la mano de un maestro consagrado. En las actuales Italia -donde nació la técnica- y en España había todo ese esquema de aprendizaje. Cartagena estaba apenas naciendo y aquí no había esas capacidades, que no nacen por decreto sino por tradición.

Lima de plata

Por aquellos primeros años la comunidad franciscana de Cartagena estaba bajo la órbita de Lima, en Perú. Allá había mucha riqueza, principalmente por los yacimientos de plata. Por eso podían pagar a grandes maestros que fueran a pintar los cuadros de gran formato que adornan sus iglesias coloniales. La primera parada en América era Cartagena. Más precisamente, el claustro de San Francisco en Getsemaní. 

Aquí permanecían algún tiempo antes de continuar el viaje. Si bien era común que Lima fuera el destino final, en menor medida podía ser Quito o Santafé de Bogotá, donde también había claustros de la orden. Pero antes de marcharse los maestros contribuían dejando su arte en los locales franciscanos que los acogían. Tunja y Bogotá conservan muchas obras de ese período.

En los años 70’s del siglo pasado iban a restaurar los gigantescos cuadros de una iglesia franciscana en Lima,  según nos cuenta Jairo. Cuando los desmontaron encontraron los mismos motivos de los cuadros, pero pintados en la pared con la técnica del fresco. En la Colonia, la pintura mural era un recurso “fácil” para decorar y evangelizar al mismo tiempo. Cuando hubiera dinero se hacía el cuadro. En otras ocasiones se importaron series completas pintadas en talleres de España. En Lima pudieron porque la riqueza estaba a la mano, pero en Cartagena no hubo tanto dinero, así que posiblemente nuestra crucifixión nunca dió el salto para pasar al lienzo. Hoy puede sorprender que los marcos costaban varias veces más que los cuadros mismos, tanto porque podían estar recubiertos de oro o plata, como por el preciosismo en el tallado. 

Sepultado y resucitado

El intelectual cartagenero Jeneroso Jaspe (1851-1942) vio el tríptico de niño, pero ya no estaba cuando él era un adulto. Por otra parte, en 1861 comenzó el proceso por el que  la Nación le vendió a particulares innumerables bienes de la iglesia católica y sus comunidades. Entre ellos, el claustro de San Francisco. Eso implicó adaptar los inmuebles para cambiarlos de uso. Esos dos datos permiten vislumbrar qué pudo haber pasado con el fresco en aquellos años.

El fresco volvió a ver la luz en 1989. Artesanías de Colombia le estaba interviniendo el claustro para adaptarlo como vitrina en una Cartagena que ya veía venir el boom del turismo internacional. Antes de hacer un reforzamiento estructural exploraron bajo las varias capas de cal y de pintura de aceite. Entonces encontraron las primeras pistas de algo al fondo. Pero de un lado del tríptico se había abierto un hueco para algún tipo de maquinaría, quizás aire acondicionado, y arrasado para siempre ese sector del fresco. Del otro lado no había mayores pistas, quizás alguna vez retiraron todo el pañete y sin saberlo se llevaron por delante un gran trozo de arte colonial. Sobre el cuerpo de Cristo -oculto bajo las capas de pintura- habían abierto un regata para pasar la tubería que le llevaba electricidad a una bombilla recostada sobre el hombro izquierdo de Cristo. Un desastre. Al equipo liderado por Héctor Prieto, le correspondió la dispendiosa labor de retirar todas esas capas; encontrar qué había y qué no; consolidar el pañete; restaurar los colores y completar la parte perdida por la tubería y la bombilla. 

Por el contexto las imágenes laterales podrían ser algo de corte franciscano o sobre de la pasión de Cristo, pero no hay certeza alguna. Al final, el plan de Artesanías de Colombia no se concretó y esos espacios se usaron de otras maneras. Jairo recuerda haber venido a mediados de los noventa. “Ahí había una taberna. Y justo debajo de la crucifixión, una mesa para los consumidores. Las personas recargadas sobre la pared, todo a media luz, la gente fumando ahí, en plena parranda”, recuerda. 

A preservar

Aunque el trabajo del 89 estuvo bien realizado, estas obras requieren un mantenimiento constante por manos expertas. Jairo y Margarita encontraron bastante suciedad. El aire salitroso y la polución hacen su tarea todos los días, multiplicada por muchos años. Además de la limpieza técnica, que toma varias jornadas, también reintegraron  colores que habían menguado en distintas partes del fresco. Principalmente la zona sobre la regata, que se había decolorado y formaba una mancha amarillenta. Al fondo de la pared le dieron un color más claro. El fondo de la pintura es de un amarillo rojizo, como el atardecer, que se perdía contra la pared que tenía antes un tono ocre. También prolongaron las líneas originales del tríptico para sugerir la existencia de los dos laterales, pero no los cerraron porque no se sabe hasta dónde iban exactamente.

Quizás la pintura siga hablando. Acaso alguna vez por la pincelada, los pigmentos y quién sabe qué técnicas del futuro se pueda relacionar esta obra con algunas de las existentes en los otros claustros franciscanos y esta historia del maestro desconocido termine por completarse. O contar una mejor.

  • Dimensiones: 2,30 m de ancho, 2,40 m de alto.
  • Sólo sobrevivió la mitad del símbolo INRI (Jesús de Nazaret, rey de los judíos, por sus siglas en latín).
  • Mancha en el costado izquierdo: resto de pintura sin identificar.
  • Se prolongaron las líneas originales del tríptico para sugerir la existencia de los dos laterales.

  • Detalle del rostro y torso de Cristo.
  • El paño que cubre a Cristo en la cintura se llama perisoma. Se pintó de diversos colores según la época. En este caso es blanco, en referencia a la pureza.

  • Izquierda: San Francisco 
  • Derecha: Santo Domingo de Guzmán.
    Santo Domingo de Guzmán y San Francisco se conocieron personalmente. Coincidieron en Roma cuando cada uno iba a pedirle al Papa el permiso para fundar su respectiva orden. Compartían la visión de que los monjes estaban para propagar al mundo el evangelio, no para quedarse orando en los monasterios. Por esas razones ambas órdenes siempre mantuvieron lazos de cercanía.

Al parecer una rama de un árbol, parte de otra parte del tríptico.