Un techo de otra época

MI PATRIMONIO

La cubierta original del templo de San Francisco se cayó hace muchos años, muy posiblemente por la infatigable acción del comején y la falta de mantenimiento. Así estuvo hasta mediados del siglo pasado, cuando se le puso una cubierta contemporánea para crear el Teatro Claver, que luego fue el Colón.

El templo fue la primera construcción del barrio, comenzada tan temprano como 1555, con los ires y venires propios de la época en los que finalizar estos edificios era un asunto de décadas. Dos siglos después, en 1758, la cubierta estaba a punto de caerse, según dijo el padre guardián Mariano de los Dolores en una de las reuniones previas al capítulo provincial celebrado a finales de enero. “Que habiéndose la iglesia por los mejores maestros para su reparo que se está haciendo fueron del parecer que cuando más se mantendrá por un año la cubierta y eso con puntales, para lo que representa se mande derribar y se aproveche la teja”, según un registro de la época.

La reparación no llegó tan pronto como lo aconsejaba el padre Mariano, pero para 1800 la obra avanzaba. El 20 de diciembre de ese año el síndico describió “las urgentes necesidades del convento  que por hallarse obrando en su iglesia destechada del todo”. En ese contexto la palabra “obrando” significa que estaban trabajando en ese momento. La reparación costó “12.156 pesos y tres cuartillos de real” y la concluyeron hacia noviembre de 1801. 

Y así llegaron y pasaron los tiempos de la primera Independencia, la reconquista de Morillo, la Independencia definitiva y un largo y oscuro período del que se tiene poca información sobre el templo. Por una parte, la comunidad franciscana había decaído hasta su casi extinción en una ciudad que también había caído en un letargo y que tenía apenas una fracción de la población antigua. 

Luego vino el período de la República en el que se desmembraron innumerables posesiones de las comunidades religiosas para venderlas a particulares. Muchas de ellas cayeron en el olvido y la desidia. Sin las manos diligentes que aplicaran la brea y los vermífugos, las maderas del templo San Francisco debieron ceder y caer debilitadas al suelo. Los muros eran otra cosa: aguantaron todo tipo de reformas y parches en la Colonia y han llegado hasta nuestros días con una razonable buena salud estructural.


Un nuevo techo

Los de más edad en el barrio recuerdan al templo destechado, como lo muestran algunas aerofotografías de la primera mitad del siglo pasado. Luego se le quiso dar vida, creando primero el teatro Claver, que luego se convirtió en el Colón, en los años 40. Para ello se le cubrió con una nueva cubierta utilitaria, sin mayor especificación técnica que la de cubrir el área y permitir el aislamiento del aire acondicionado. 

Ahora que los inmuebles correspondientes al claustro original están siendo intervenidos de fondo por el Proyecto San Francisco, desde el subsuelo hasta el tejado, se abrió una oportunidad inmejorable para retornar la cubierta a su esencia más original, con las técnicas de madera que han pervivido desde entonces.

Una nota antes de continuar: la cubierta es el conjunto estructural que cubre la parte superior de un edificio; un tejado o techo son maneras de decirle a la parte que se ve desde afuera; la estructura interna que lo soporta es el artesonado. Hay más expresiones específicas, pero aquí utilizaremos principalmente estas tres, de manera genérica.


Cinco y siete pares

Una clave es que el techo del templo San Francisco no se sostiene solo por los gruesos muros, sino también por las columnas de madera, cuya función estructural es precisamente esa. Planos antiguos indican que originalmente eran cinco pares de columnas y que en los trabajos de 1800 pasaron a siete. Su reemplazo era imprescindible, pero quizás ya no se conseguían maderas de la altura y grosor necesario para reemplazar los cinco pares originales. Agregar más pares, así las columnas fueran más delgadas, ayudaba con los costos y a repartir mejor las cargas.

A las columnas se suman las vigas que van sobre los muros -llamadas durmientes- y que reciben también parte de la carga de todo el techo para transmitirla hacia abajo. El arte de encajar vigas, columnas, pares y demás piezas del tejado es un conocimiento de siglos. Cada pieza tiene su función estructural y también su manera de ser trabajada y ensamblada.

El templo, como el resto del convento, hace parte de la lista de algo más de mil inmuebles considerados como patrimonio material de la Nación. Por ello cualquier intervención debe ser revisada, avalada y acompañada por autoridades nacionales, como el Ministerio de Cultura, como del Distrito, como el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena -IPCC-.

Para reconstruirlo se combinan el diseño detallado y la modelación que ofrece la arquitectura contemporánea con el trabajo manual de hombres formados en esta tradición, como lo es el maestro Gabriel Alvarez Díaz.


De Tacaloa a la Trinidad

El maestro Gabriel nació en una pequeña población ribereña a hora y media de Magangué, llamada Tacaloa. Allá empezó a curiosear las herramientas del taller de su padre, quien aceptaba trabajos de carpintería en las pausas de sus correrías comerciales por toda la región. 

Pasados los años y varias vueltas de la vida. Hace más de treinta años Gabriel llegó a Cartagena, donde comenzó como ayudante en su extensa trayectoria en la carpintería colonial. De las muchas obras en que ha trabajado recuerda con mucho cariño la de la iglesia de La Trinidad, su primer proyecto como contratista independiente. Fue a mediados de los años 90 y les tomó dos años. Aún hoy puede ir a la iglesia y repasar pieza a pieza lo que se hizo con el artesonado del techo, el altar principal y los dos laterales.

En su equipo trabajan nueve personas. Calcula que sumando los tiempos, sin contratiempos -que suelen ocurrir a menudo en este tipo de proyectos- y con todos los materiales dispuestos en su sitio, una obra así debería durar unos ocho meses. Pero la pandemia de por medio y otros contratiempos usuales han alargado ese tiempo. Además, han participado en otras labores del claustro, como la instalación de más de cien vigas en espacios que se están restaurando. 

Acerca del techo del templo dice: “No encontramos mayor cosa de la antigua construcción porque el espacio lo habían intervenido antes. Se encontraron muy pocos indicios: unos pedazos de pares y otros de tensores”. Esos indicios son los que permitieron reconstruir y modelar digitalmente todo el conjunto. Este diseño se desagrega luego ṕieza por pieza en diagramas que el maestro Gabriel acumula en un rimero que carga para todos lados y que son la biblia técnica de lo que hay que hacer.



El proceso material

1. Antes de poner las vigas se ha preparado en el suelo un conjunto subterráneo de columnas y vigas de concreto. En donde van las columnas se deja una pieza metálica de cuarenta por cuarenta centímetros, donde deben encajar la madera.

2. Por aparte, fuera del templo, se prepara la madera de las columnas. Se les ‘ochava’ o ‘matan los cantos’. Se labran. Se le inmuniza con químicos contra el comején y los hongos. Se secan.

3. Se ingresa cada viga al templo. Cada una pesa tres toneladas y media.

4. Se izan las columnas mediante un diferencial con capacidad para cinco toneladas y se soportan mediante andamios estructurales, aptos para soportar esos pesos.

5. Se verifican los niveles, la estabilidad y la plomada. La tolerancia al error es apenas de milímetros.

6. Se  montan las zapatas.

7. El interventor revisa los niveles y plomos. 


8. Se montan los
tensores, que en este caso son dobles y evitan que el techo se abra, al estabilizar y amarrar las columnas.

9. Se montan las
vigas soleras, que van de columna a columna, con la mayor parte en el aire. 

10. Se montan todos los
pares, que son las piezas que arman la forma de techo a dos aguas.

11. Se pone la cubierta, compuesta por tablones lisos con gran área, para cerrar el espacio.


12. Sobre la cubierta se instala una serie de elementos para impermeabilizar y una plantilla de cemento y arena que soportará el tejado.


13. En otro proceso, se instala el tejado, que será el tradicional de la Colonia, de arcilla roja cocida.



Modelaje tridimensional por parte del equipo de la arquitecta Angelina Vélez.