¡A trompada limpia!

"Vamos a quitarnos la rasquiñita"
EN MI BARRIO

Eran otros tiempos -hay que decirlo- pero darse trompadas con los amigos era algo común y bastante extendido en el barrio. Incluso alentado por los adultos como una manera de zafarse de la mala onda con alguno. Y también como un modo de marcar el territorio. Además, el boxeo era un deporte tan seguido como el fútbol o el béisbol. Echarse una puñetera no era entonces nada del otro mundo.

Sin embargo, Getsemaní es un barrio de puertas abiertas que desde siempre ha recibido al que llega. Bien lo dijo Lucho Pérez en la letra de su canción El Getsemanisense:  ‘Barrio de bravos leones, sincero de corazones y amables en el tratar’. 

“Somos muy dados con los demás, yo creo que porque tenemos la capacidad de procesar todas las influencias externas, pero seguimos manteniendo nuestras costumbres. Tenemos una coraza y buen corazón, recibimos a todo el mundo”, cuenta Jesús Taborda, getsemanicense y gestor cultural. 

Se dice que en la época de la Colonia al primer barrio que invadían era Getsemaní, porque era la única entrada a tierra firme a la ciudad. “Los habitantes de ese entonces se tenían que organizar para defenderse y así salvaguardarse. Deduzco que por esta razón el getsemanicense no permite abusos en el barrio”, opina.

“En cuanto a enfrentamientos con otros barrios, siempre tuvimos roces con la gente de San Diego, que estaba más poblado que el mismo Centro y era más cercano. La Matuna era entonces un playón y ahí se jugaba mucho béisbol y, por supuesto, nosotros siempre éramos mejores que ellos; ese era el principal motivo de disputa”, cuenta Taborda. 

“Getsemaní se dividía en tres grupos: Los de dentro, de la calle de Guerrero hacia la calle Larga; los del Parque Centenario; y los de la calle de la Magdalena. Había discordia en los partidos de bola e’ trapo, bola de caucho o baloncesto, pero todo normal”, cuenta Nemesio Daza.

Nilda Meléndez nos recordaba alguna vez las disputas con los barrios vecinos. “Había una amistad y una pelea muy bonita con San Diego y Manga. Los de San Diego podían cruzar la Matuna y acercarse a los teatros; pero para llegar hasta ahí los de Manga tenía que cruzar Getsemaní. Los pelaos le decían a los de Manga: -No nos enamoren a nuestras mujeres-. Era ahí cuando se establecían unas reglas de juego, pero ya éramos amigos de cine. Era una complicidad con sus límites. Si alguien se volaba una regla se daban puños”. 

Nemesio cuenta que, “en la época de los enfrentamientos con los pelaos de Manga, San Diego, Chambacú y Getsemaní, el problema es que ellos pretendían ser más que nosotros. Por supuesto que nos causaba malestar. Íbamos a lo que hoy conocemos como la plazoleta Telecom o donde está el edificio Banco del Estado y nos dábamos ‘trompá’ libre; nada de puñal o esas cosas: ¡A mano limpia! Las peleas generalmente se propiciaban en los antiguos teatros cuando por casualidad nos encontrábamos allá y empezaba la cosa”. 

“Yo no lo consideraría una rivalidad, porque en muchas ocasiones hubo sandieganos que hicieron parte de los equipos deportivos de Getsemaní e incluso hasta fueron miembros de los clubes sociales”, opina Taborda. 

“Con los de Manga peleábamos muy poco, pero con los de Chambacú sí peleábamos bastante. Ellos se iban a pescar con dinamita al puente, pero nosotros, los del barrio, nos quedábamos abajo y les robábamos los pescados que salieran. Ahí se formaba la pelea. Teníamos una ventaja y era que el que quería se metía en cualquier casa del barrio y sabía que iba a estar seguro él y ¡asegurada su ensartada de pescado! Sin embargo, al día siguiente, volvían a encontrarse y venía nuevamente la pelea”, dice Nemesio.  

“La plaza era el centro del barrio. Getsemaní tenía dos sectores: la Magdalena y Chambacú. Chambacú era parte de Getsemaní, pero nosotros teníamos una barrera imaginaria, los de acá no podían pasar allá y los de acá no podían pasar allá, fuera por celos o por cuidado pero de todas maneras era el límite. Cuando uno estaba más grandecito sí podía pasar”, cuenta Nilda. 


¡Dense unas trompadas ahí! 

“Darse puño no estaba moralmente reprimido, podíamos vivir en el mismo barrio y estando grande los señores mayores nos decían: -Ustedes dos vengan y se dan una puñera para que se quiten la rasquiña-”, cuenta Nilda. 

Jesús Taborda recuerda cómo funcionaba aquello. “Yo fui uno de los mayores que ponían a pelear a los pelaos en la calle. El hijo de una prima estudió en el colegio de la Santísima Trinidad y él tiraba buen puño, pero era un pelao. Cuando alguien se estaba metiendo con él me iba a buscar a la casa y me decía: ‘Jesu, mira que me están buscando la pelea y yo: -Venga pa’ acá y se quitan la rasquiñita-”, cuenta. 

“Un día me dice que alguien lo está convidando a pelear y lo que encuentro es a un tipo de mi edad. Yo cogí y le di una cachetada duro, para que no se metiera con un niño. A eso le llamamos anchova: cuando alguien de mayor aspecto se quiere aprovechar de otro.  Sin embargo, mi sobrino nunca perdió una pelea, igual que su tío”, dice entre risas Taborda. 

“¡Si tu pierdes, te pego mas duro!, nos decían los abuelos a nosotros cuando peleábamos con cualquier vecino. Con esa amenaza nosotros teníamos que dar todo por el todo.  Había unos que peleaban más que otros, pero tu sabes que el bobo es bobo hasta que se decide. Después nos hablábamos de lo más normal, jugábamos a la latica o cualquier otro juego sano”, dice Nemesio. 

“Creo que esos enfrentamientos no iban más allá de un simple roce. El término que usábamos era: -¿Cuál es la rasquiñita tuya? Vamos a solucionar esto con unas trompadas y se te quita-. Luego seguíamos siendo amigos, porque hasta ahí llegaba la cosa”, dice Jesús. 

Boxeo con betún

“Aquí el boxeo lo practicaban más que todo los emboladores del Parque Centenario, que pasaban gran parte de su tiempo ahí. De ese lugar salieron muchos boxeadores profesionales, porque en el parque hacían unos ring para pelear. Se ganaban unas bolsitas de Milo, que era lo que les pagaban en ese entonces. Incluso, el mismo Pambelé se formó allá. Además, la mayoría de esos emboladores vivían en Getsemaní”, narra Jaime Castro. 

“Yo no viví esa época, pero con los de Chambacú se formaba el problema. Yo estaba muy peleao para eso.  Había personas de Getsemaní y de San Diego que jugaban béisbol, en el campo de la Matuna. El ambiente se acaloraba por las discusiones que generaba el mismo juego”, dice Jaime. 

No podemos dejar de mencionar las peleas en el Rincón Guapo, que iban por un lado distinto de la rasquiñita. “En ese lugar jugaban a la tablita. Algunos lo que hacían era lijar el lado de una moneda y las intercambiaban, es decir: todas iban a caer de ese lado. Cuando el contrincante se daba cuenta se formaba lo que era y se daban ‘trompá’. Cuando había peleas la gente gritaba: ¡Dale, dale!, pero cuando la cosa iba poniendo peor, si se metían en sus casas”, cuenta Nemesio. 

El poeta Pedro Blas Romero Julio, recordaba esas historias en una publicación en Facebook. “El boxeo a mano limpia siempre fue nuestro deleite. Y el público se acomodaba a partir de las siete de la noche hasta en los tejados por ver un combate a mano limpia y sendas apuestas del "Ñarro" con "Joselito Mar", de la Calle San Juan. O del "Miguelito Puello" de la Calle Magdalena con quien saliera ganador del combate entre el Ñarro y Joselito. Que después de aquellos combates salíamos con la ganancia de las apuestas hacia los ovarios de salas cinematográficas con que la vida en sus noches a los getsemanicenses nos arrullaba.... ¡ Gloria eterna al "Ñarro" y a su gancho de izquierda!”. 

“Con el "Ñarro" y "el Curita Meza" hoy eminencia de ingeniero jugábamos a los dados "seven eleven" y al "tablón" y de ahí salía otra vez la trompera. Sí, buena trompada que nos dimos con el Ñarro, el Pinkiboy y el Curita Meza, pero fuimos siempre getsemanicenses, siempre hermanos”, agrega Pedro Blas. 


Solidaridad entre vecinos

“Tengo una anécdota con el famoso Samir Bethar. Yo iba caminando por el Centro con mi hijo menor de brazo y una bolsa con unos zapatos que me habían arreglado. En eso venían unos estudiantes y casi me tumban y yo les reclamo: -Oye, ¿qué es lo qué pasa?- y se devolvieron. Yo puse a mi hijo en una maceta y le pegué un puño a un tipo. La gente empieza aglomerarse y llega Samir Bethar: -Oye, Taborda, ¿qué pasa?-  

En el camino le conté y me decía: -Yo iba pa’ las que sea con esos manes-, me dijo. Aunque no tuviéramos relación con muchos vecinos, la solidaridad entre nosotros los getsemanicenses no faltaba”, recuerda Taborda. 

“A los que nos decían ‘la cremita del barrio’ siempre estábamos en el Parque Centenario, jugando baloncesto, porque esos eran los límites de Getsemaní. Nadie se ponía el barrio de ruana y no era que nos pusiéramos de acuerdo, sino que era el sentir de hacernos respetar”, dice. 

Por un balín

¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaa!!!

Las calles del Pedregal

Lomba y Espíritu Santo

Callejón Angosto y Ancho

que a mí me vieron pelear

No es que me quiera alabar,

pero vencí a los mejores:

al gran Titina Canores

a Fernín y a Forelo

al Turco, a Quintín, a Maqueto


Al bravo de Ripindao

a Pello Malo, a Pecho Quemao.

A Pelota el Cantantín,

a ese le partí la boca

peleando por un balín.


Lucho Pérez 

Fragmento de su canción 

El Getsemanisense