¿Cómo un edificio discreto, dedicado a labores menores, terminó siendo el más complejo de interpretar e intervenir en el claustro franciscano de Getsemaní? En esta historia hay un concilio, una garita, dos huertas y un teatro con pantalla curva.
Hoy llamamos “Anexidades” a un edificio que sale como una especie de cola del claustro franciscano en Getsemaní, que si lo miramos desde el patio central parece un cuadrado. La palabra ‘Anexidad’ apareció en algún documento durante la búsqueda en archivos de la historia de ese inmueble. En realidad, aún no sabemos cómo se referían a él los monjes franciscanos de la Colonia. Así de discreta era su vocación.
¿Que lo hacía tan reservado y ocupar una posición subalterna respecto del magnífico claustro? En principio era el sitio de almacenaje y para realizar las diversas labores manuales que no debían interrumpir las labores espirituales y de estudio de los monjes. Quizás era una zona donde se vería a más laicos o ‘civiles’ que monjes. Así lo disponían las normas de arquitectura sacra que aprobó el Concilio de Trento y que luego codificaría San Carlos Borromeo: una cosa era la vida espiritual y otra, las labores terrenales. Por eso ese tipo de edificios quedaba en la parte trasera de los conventos, comunicados con puertas discretas al claustro de monjes.
El edificio surgió con el claustro mismo, a finales del siglo XVI. Eso se sabe porque aparecen en todos los planos, por más antiguos que sean. Pero su construcción completa no debió haber sido hecha en pocos meses, sino en varios años pues el desarrollo de ese primer conjunto franciscano duró varias décadas. Solamente el templo demoró treinta años en estar terminado. Aquellas anexidades eran de un solo piso y más angostas en la primera versión del claustro, que a su vez era de un tamaño sensiblemente menor que el que vemos hoy. Aproximadamente dos terceras partes del que conocemos. Ese primer y único piso de anexidades era más alto que el actual y con un techo más inclinado, para respetar las proporciones. ¿Cómo se sabe todo esto si ya desaparecieron? Por los vestigios arqueológicos y por las huellas que ese primer piso dejó cuando, un par de siglos más adelante, se le subió a dos pisos.
Una manera de cómo lucía originalmente esa anexidad es pensar en un solo galpón al que los muros le van marcando unas subdivisiones. Se podía recorrer a lo largo todo el aposento sin atravesar una puerta y viendo cómo cada espacio subdividido tenía un uso propio. También se podía atravesar a lo ancho pues tenía grandes puertas de lado y lado. Eran tan altas que a la hora de hacer la planta superior, en el siglo XVIII quedaron recortadas horizontalmente, como si la plancha de ese segundo piso les hubiera rebanado la parte que sobraba. En el muro del segundo piso quedaron enterrados los dinteles de aquellas grandes puertas, que quizás se asemejaban a las de un viejo establo.
Los terrenos del convento se extendían en paralelo de toda la calle Larga y llegaban hasta la calle San Antonio, como vimos en el artículo anterior sobre las huertas externas. Pero tenía un perímetro interno demarcado por una tapia y que se ha mantenido hasta nuestros días. Dentro de ese perímetro quedaban el Claustro y el templo de San Francisco y la capilla de la Veracruz, la iglesia de la Orden Tercera, las huertas internas y el atrio. Es lo que se llamaba el conjunto seráfico. Es decir: el núcleo de la vida de los monjes. Las anexidades iban hasta aquella tapia, por la que había una puerta trasera custodiada por una pequeña garita adosada a las anexidades. Los monjes no podían entrar o salir a su antojo sin pasar por aquella garita. Hay que recordar que los franciscanos eran monjes enclaustrados o recoletos. Por eso su edificio se llama “claustro”, nombre que no le corresponde al de una orden más abierta como la jesuita. Tener bien demarcado el lote con tapia y resguardada la puerta trasera también tenía ese sentido de recogimiento.
Como la anexidad llegaba hasta esa tapia trasera partía en dos las huertas internas. Las que quedaban del lado de la calle Larga podrían haber servido para hierbas aromáticas útiles para la comida y los desarreglos de salud. Del otro lado de la anexidad estaba la otra parte de la huerta en la que posiblemente había frutales y flores que se cultivaban para adornar el templo y el claustro. Hoy se le llama Patio de Lectores, porque muy posiblemente era un sitio de estudio y oración al aire libre, como estipulaban las normas del concilio de Trento.
A crecer
En el siglo XVIII, al convento se le hizo una rectificación muy completa. Una pista es que el lado más antiguo del claustro tiene nueve arcos, pero los tres lados “rectificados” tienen diez. Eso fue resultado de haberlo agrandado a su tamaño actual y de cambiarle la orientación a esos nuevos lados, pues el primer claustro era paralelo a la iglesia de la Orden Tercera. De entonces data la ampliación de las anexidades a lo ancho y tambień el segundo piso con un nuevo techo de pendiente menos pronunciada, para que las proporciones del conjunto fueran armónicas. Es posible que en su primera fase todo el claustro haya sido de un solo piso, pero todavía ese no es un dato seguro. La ampliación ocurrió en un momento en que la ciudad y el convento pasaban por un buen momento económico y se requerían más espacios. La orden franciscana había crecido y una buena parte del claustro funcionaba como una especie de hotel de paso para las hordas de soldados, sacerdotes y nuevos colonos que aquí tomaban aire antes de proseguir camino hacia el interior del continente o en espera del barco que los llevaría a España.
Se ha dicho que la conexión entre anexidades y conventos solía ser discreta. Pero después de la reforma ya no era el caso. En esa esquina del convento quedaba la sacristía del templo de San Francisco, adosado a ese costado del claustro. Fue lo que se conoció en las últimas décadas como el teatro Colón. Pues bien, con la reforma se hizo una gran entrada de doble arco que comunicaba la sacristía con el edificio de anexidades. Ahí se hizo un salón bastante amplio y formal, incluso con un aguamanil especial, que denota que era un espacio noble, quizás para reuniones formales de los monjes. En esa reforma se le agregaron las diez columnas toscanas y los nueve arcos que las caracterizaron tanto tiempo y que hoy se están reviviendo. Ese tipo de columnas en piedra denotaban importancia en la arquitectura colonial. También igualaban visualmente ese espacio con el resto del claustro. La segunda planta se pudo haber dedicado a alojamientos, que buena falta hacían.
En cambio, la comunicación de aquella sala con el resto del primer piso era una puerta sencilla y lateral, indicando que lo que seguía era un espacio modesto. Era lo que quedaba de la vocación inicial de las Anexidades como edificio de labores.
El Frankenstein republicano
La Independencia encontró a la comunidad franciscana de capa caída. Una confluencia de factores políticos, económicos y sociales le habían mermado a la ciudad su influencia, recursos y poder. Pero en el contexto franciscano la cosa era peor: tenían muchos menos monjes que un siglo atrás y sus bienes materiales estaban mal cuidados, algunos, como el templo, amenazaban ruina. Además, en la nueva república se veía con suspicacia que la iglesia católica y sus distintas órdenes tuvieran tantos terrenos e inmuebles. Los franciscanos terminaron por retirarse de la ciudad y en adelante el claustro tuvo tantos usos que casi se pierde la cuenta: cuartel militar, asilo, orfanato beneficencia, refugio de monjas y muchos más. Y en cada nuevo uso requería adaptaciones así que el claustro, con su edificio anexo incluido, terminó lleno de parches y reformas difíciles de entender desde el presente.
El cine
Pero los mayores destrozos ocurrieron en el siglo XX. En 1927 se inauguró el teatro Rialto, que quiso ser el mejor de la época. Todo su frente daba a la calle Larga y su lote ocupaba aproximadamente el espacio de la huerta colonial que mencionamos más arriba. El lienzo donde se proyectaba daba justo contra la anexidad.
Para los años 50 el teatro Rialto estaba siendo superado por la competencia entre los varios teatros que tenía el barrio. Para hacerle frente le apostó a la tecnología Cinemascope, cuya novedad más visible era una enorme pantalla curva, más ancha que las demás, con un formato ensanchado. La nueva tecnología obligaba a que hubiera más distancia entre la pantalla y el proyector. Esto resultó en la demolición de un sector mayoritario de las anexidades para hacer la pared curva que servía como telón y requería de contrafuertes, lo que profundizó más el daño del sector colonial. Quedó como si un tiburón colosal le hubiera arrancado un gran mordisco.
Pero el prometedor Cinemascope no fue la atracción que se esperaba: el formato obligaba a filmar con cámaras y rollos especiales de película. No había, entonces, muchas películas para exhibir y las películas “normales” sufrían una deformación al pasar por esa pantalla curva y desproporcionada. El Rialto terminó por cerrar a mediados de los años sesenta.
Una década después el lote fue partido en dos para erigir dos teatros: una versión recortada del Rialto original y en la otra mitad, el teatro Bucanero. En términos constructivos fue una especie de “a lo que vinimos, vamos”: una caja de bloque común rematada con un techo de cerchas metálicas y teja común de Eternit. Las anexidades sufrieron buena parte de esas reformas. Esos teatros cerraron en los años 90 y después no se les dió mayor uso.
En medio de todo, una pequeña parte de las anexidades había sobrevivido. Los vecinos que pasaron por allí recordarán que había un pasaje que corría por un costado del teatro Cartagena y desembocaba en un corredor del Centro Comercial Getsemaní. A mano derecha había un pequeño patio arbolado y una escalinata que se comunicaba con una especie de salón muy amplio que a comienzo del siglo ocupaba el Colegio del Cuerpo. También hubo, antes, una heladería y una cantina ¡Esas eran las anexidades! O, mejor, lo que quedaba de ellas. Luego se selló ese pasaje de los cines y una sede de la universidad Rafael Nuñez se instaló en el claustro franciscano, con lo que las anexidades quedaron para su uso.
El reto de reconstruir
Ahora ese edificio anexo hace parte del complejo de once edificaciones que componen el nuevo hotel que el proyecto San Francisco está construyendo en lo que fuera el conjunto franciscano y en otros predios aledaños como el Club Cartagena. De todos, ha sido el más complejo de analizar, de entender y de intervenir. Un rompecabezas del que no se tienen todas las fichas. Como parte integral del Claustro es parte de un inmueble declarado como Bien Inmueble de Interés Cultural del Orden Nacional (BICN). Esto implica que su intervención debe cumplir protocolos estrictos que deben ser aprobados por diversas instancias del orden nacional y distrital. En particular debe cumplir en detalle lo estipulado por el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) que le corresponde y que es una norma de normas para asegurar la conservación y puesta en valor de ese tipo de inmuebles.
Con todo ese rigor, igual queda la pregunta de qué se puede hacer con un inmueble del que quedan fragmentos. Aquí la figura que más se asemeja es la de un paleontólogo que deduce un dinosaurio a partir de un diente, el pequeño hueso de una pata y un fragmento de la cadera. Lo poco que quedaba de las anexidades tenía muchas huellas y pistas. Leer esos fragmentos y respaldarse en los documentos y escasas imágenes de la Colonia ayudaban a ir completando el panorama.
También fue de mucha ayuda compararlo con otros claustros franciscanos de la época colonial, como los de Guatemala, México, Rio de Janeiro o Bogotá. Como seguían las normas del Concilio de Trento, pero también las lógicas de la comunidad, tienden a asemejarse bastante, aunque se hayan adaptado al terreno y a los lotes que tenían disponibles. En el caso de Cartagena era un buen lote, plano, sin un accidente geográfico o una calle de por medio. Ventajas de haber sido el primer inmueble en una isla que al parecer estaba deshabitada. Hasta hoy en el catastro distrital se pueden “leer” claramente los linderos del conjunto seráfico, después de cuatro siglos y medio de idas y venidas.
Pero no fue fácil y mucho no se descubrió hasta que se intervino el inmueble y, en particular, se le despojó de todos los pañetes, que es una obligación en este tipo de intervenciones para determinar a ciencia cierta qué hay. Eso ocurrió este mismo año y todavía hay cosas por acabar de interpretar juntando las piezas del rompecabezas. Se sabe que hubo un incendio, posiblemente en la Colonia, por los rastros que dejó, pero no se tiene una mayor pista adicional. Quizás no haya sido muy grande pues no hay huellas similares en otras partes del convento y ninguna memoria o documento habla de algo así.
Uno de los descubrimientos más felices fueron los vestigios de la arcada que daba contra la tapia del fondo del convento. La pantalla del Cinemascope había destruido seis arcos, pero a su vez había quedado sepultada cuando se hizo la división para los teatros Rialtos y Bucanero. Quienes fueron a ese teatro acaso recuerden una pared de ladrillos que parecían colocados en desorden. En realidad era un truco para mejorar el sonido. Cuando se comenzó la obra actual había algo que no “cuadraba” en ese sector, como un trozo perdido, que no se correspondía con las medidas del predio. Al perforar el muro de ladrillos acústicos encontraron la pantalla curva del Cinemascope y penetrando un poco más, la parte superior del arco (llamado extradós o librillo) de la última arcada colonial. Junto a ella los indicios de la caseta o garita original del siglo XVI. Más adelante, avanzando los trabajos, encontraron la columna original en piedra. Luego juntando los hallazgos de arqueología, más las proporciones de las tres columnas que quedaban en pie, al otro extremo, dieron con los elementos para rehacer todo el conjunto.
“Ha sido una fuente de acertijos, pero curiosamente por su misma construcción tan heterogénea, tan reparchada, intervenida y poco valorada que, en términos de restauración, se nos ha convertido en el edificio más complejo de todos. De las diferentes edificaciones del claustro es el que cuenta más historias”, nos dice Ricardo Sánchez, principal fuente de este artículo.