Ángel Pérez Morgan y Francia Martelo Gaviria

SOY GETSEMANÍ

En la sala de su casa, en la calle Lomba, es un día de fiesta. Es el cumpleaños de uno de los hijos. La familia va llegando, mientras Ángel y Francia nos cuentan su vida desde las mecedoras en una noche fresca de agosto.

Comienza Angel: Nací el 14 de noviembre de 1929 en el barrio del Espinal. Con mi familia nos mudamos a Getsemaní cuando tenía once años, porque queríamos un cambio de ambiente. Aunque el Espinal queda a pocas cuadras queríamos vivir aquí, en la parte céntrica de la ciudad. Además, en esa época mi mamá tenía un puesto de  comida frente al entonces extinto teatro Variedades, donde después estuvieron los teatros Cartagena, Calamarí y Colón. Hoy en día hay un proyecto de cinco estrellas que se está construyendo, ahí fue donde se inició el negocio de comida callejera en Cartagena”.

En efecto, en las excavaciones arqueológicas previas al hotel Four Seasons se han encontrado huellas de fogones en el piso y gruesas manchas de grasa alrededor, vestigios de aquellos mesones que luego fueron trasladados al Mercado Público, cuando comenzaron a operar los teatros en la década de 1940.

“En los puestos de comida los fogones eran a carbón y en los calderos se hacían los fritos, bistec de cerdo, gallina; toda clase de carnes. Eran mesones largos de madera con banquetas de casi dos o tres metros de largo, que se ponían en la parte de afuera del teatro. Después de eso nos trasladaron a donde quedaban el mercado de grano y la carnicería. Luego las enviaron por el lado del Arsenal, hasta los años setenta, cuando sale el mercado de Getsemaní. Uno entraba desde la calle Larga a la playa del Arsenal por donde queda el Pasaje Leclerc y ahí al frente estaban los puestos que tenían los nombres de las familias: las Gaviria, las Zuluaga y mi mamá, que se llamaba Teresa Morgan. Ellas tres eran las que tenían la mayoría de negocios de comida en esa época”.

“Mi papá se llamaba Angel Perez, como yo. Era procedente de Turbana. Getsemaní era muy diferente al de hoy en día: tenía bastante esencia y había cordialidad en el roce con los vecinos. Había diferencias, como en todas las épocas; en la Larga y la Media Luna vivía la gente de clase media y en los callejones vivíamos los vecinos y la gente mediana. Muchos vivíamos arrendados. Nos trasladábamos de una calle a otra. Yo viví en la calle Larga, en la calle y la plaza del Pozo, en callejón Ancho y Angosto, en la San Juan, de la de las Palmas y aquí en Lomba, adonde llegué en los años 70 y es la parte donde más he vivido”.

“En el barrio se jugaba a la bola de trapo en la plaza de la Trinidad y la plaza del Pozo. En la parte de atrás del Pedregal se jugaba béisbol. Ese fue mi primer deporte. De joven lo jugué mucho. No tanto para ser deportista de primera categoría, pero siempre fui muy aficionado al béisbol”.

“Estudié en el Instituto Comercial de Cartagena, que quedaba en la plaza de Santo Domingo. Luego laboré en varias empresas como la jabonería de Daniel Lemaitre, en la planta eléctrica de la bajada del puente Román, en Manga, y en el terminal de Cartagena. En la jabonería conocí a Gustavo, el hijo de don Daniel Lemaitre, que era una persona muy agradable, así como todos los Lemaitre, que eran muy tratables. Ahí yo era ayudante de la fabricación del jabón fino. En una caldera se echaban la brea y la soda cáustica para producir el jabón; después se vaciaban en unos moldes hasta que estuvieran duros. Allá duré dos años. También estuve en el Ejército en el año 48, como reservista, cuando tenía diecinueve años”.

Francia es descendiente de Gabina, la matrona de los Gaviria, cuya historia contamos en otro artículo de esta edición. El puesto de comida que tenían las Gaviria en el Mercado era muy conocido y su línea de la familia Gaviria tiene una fama bien ganada de haber heredado la sazón isleña que trajo la abuela.

“Nací en la plaza del Pozo, en una casa frente al actual parqueadero del Dadis y donde antes estaba el Centro Fátima. Mi mamá, Ines Gaviria de Martelo, también era del barrio. Nació en la esquina de la Aguada, en la calle Larga. Mi papá, Enrique Martelo Arroyo, nació en Lorica. En mi infancia vivíamos en dos casas porque mi tía Encarnación Gaviria tenía una tienda en la plaza del Pozo que se llamaba ‘Con el tiempo’. Nosotras pasábamos el día en la casa de mi tía ‘Enca’ y en la noche nos íbamos a la casa donde nací, ahí a unos pasos, donde solo dormíamos. Era arrendada. En esos tiempos era muy barato el alquiler”.

En la sala de los Pérez Martelo hay un gran cuadro en carboncillo donde se ve una pequeña niña frente a una casa típicamente getsemanicense. Era una prima de Francia, retratada justo en la puerta de la casa donde relata que nació. Esa prima, un poco más grande, actuó con una parodia de Chaplin, en el Minarete del Arte, aquel espacio de arte, cultura y humor del teatro Padilla, en la calle Larga, y que Francia aún recuerda, como las películas en aquellos teatros al aire libre.

“En la mañana íbamos a estudiar. Primero estuve en la Escuela Complementaria, de Octavia del Carmen Vives. en el centro. Después me pasaron a la Casa Artes y Oficio, que quedaba donde funcionó el colegio Lacides Segovia y el Ciudad de Montería y donde hoy funciona el Concejo de Cartagena”. 

“Después a mi papá le salió un trabajo como mecánico en la salina de Galerazamba, cuando eso era de los americanos. Después regresamos a la anterior casa y nos quedamos ahí un tiempo. Luego mi madre nos mandó para Barranquilla donde una tía porque nos hicimos novios con Ángel pero ella no quería que tuviera nada que ver con él. Yo todavía era muy pequeña. Ahí estuvimos un año. Cuando regresamos la misma casa estaba desocupada y la volvimos a arrendar”

Angel retoma el cuento. “Pasaron los años y cuando llego ella tenía dieciséis años y yo, veinte. Nos casamos el primero de noviembre de 1950, en la arquidiócesis de la Santísima Trinidad. Ya vamos a cumplir setenta y un años”. Francia agrega: “Al año nació Alma, nuestra primera hija y luego los tres hijos varones. Mientras Ángel trabajaba yo me quedaba en casa criando a los niños”.

“En el año 64 fuimos a una excursión turística a Miami, para la que nos dieron la visa. Nos gustó el ambiente. A los seis años hicimos la solicitud de extender la visa. Me fui el 2 de mayo de 1970 para Nueva York y Francia viajó el 22 de agosto del mismo año. Antes era más rápido pedir a la gente de uno desde allá”, prosigue Ángel.

“Estuve en Cartagena hasta los cuarenta años. Yo fui el pionero de la familia en la migración a Nueva York. Después muchos más se fueron para allá. Pero primero me fui solo. En Cartagena deje a tres varones que tenían dieciséis, diecisiete y dieciocho años. Allá empecé trabajando en un restaurante, a lavar platos y trapear los pisos. Después fui ‘saladman’, como le dicen en inglés al preparador de ensaladas. Pasado el tiempo también se fue mi yerno, mi hija y después mandé a buscar a mis hijos. Dure treinta años trabajando en Nueva York y siempre extrañé mi tierra, mientras estaba allá sentía la nostalgia de Cartagena”.

Lo que cuenta Ángel con humildad en realidad fue una diáspora getsemanicense que se contaba en cientos de personas, que llegaron no solo a Nueva York sino también a New Jersey, donde en muchos casos generaron una red de solidaridad y apoyo en la que la familia de los Pérez Martelo siempre fueron referentes.

“Con los ahorros de los primeros seis años de trabajo compré la casa en Getsemaní, esta donde estamos ahora. Esa era mi meta. Era totalmente antigua y distinta. Ahora tiene dos pisos y mis hijos se vinieron a vivir acá”. 

Dice Francia: “El viaje a Nueva York fue un gran cambio para mí: ¡Imagine: pasar de Getsemaní a Manhattan! Siempre vivimos en el  Lower East Side, hasta hace cinco años que nos pasamos al Midtown. Estando en Nueva York añoraba Getsemaní y más porque acá estaban mis hijos y cuando llegaba del trabajo enseguida pensaba en ellos. Después de tres años Ángel me regrese para verlos unos días y me quedé como tres meses”.

Ángel complementa: “al tener visa de residente nos era más fácil viajar, algo que hacíamos constantemente porque no teníamos la preocupación de que se venciera. Logré la jubilación  a los sesenta y cinco años, que es el estándar de jubilación en los Estados Unidos. Aún así trabajé hasta los años setenta, pero después de la jubilación comencé a estar más tiempo aquí en Colombia”.

Eso fue hace más de veinte años. Desde entonces esta pareja anfibia alterna entre Nueva York y la calle Lomba. Es fácil ver a Ángel por allí, caminando por el callejón Ancho, a la vuelta de su casa, en cualquier otra tarde de agosto.

“En el barrio ahora conozco sólo a los vecinos de hace cuarenta o cincuenta años, pero a nadie más. Me relaciono con la familia de mi esposa que viven en El Bosque, con la familia De Ávila; con Medardo Hernández y su familia: también con otros vecinos antiguos que todavía vienen a visitar. La fisonomía del barrio ha cambiado completamente: ya no es residencial sino comercial. Los vecinos emigraron a otras partes, vendieron por necesidad y otros porque no tenían los medios para sostener las casas. Afortunadamente hemos quedado los mismos catorce o quince familias de esa época”, dice Ángel.