Fue el último flanco que se cerró del barrio. Hace tan poco que muchos getsemanicenses lo recuerdan como el campo de béisbol y fútbol de su infancia.
En efecto, la muralla cerró primero a Getsemaní por el Arsenal y el Pedregal, hacia el año 1633. Es decir: dos de sus tres de sus flancos. El tercero era el caño de San Anastasio o de La Matuna. ¿Por qué nunca se fortificó ese flanco? Por una sólida razón militar. De haber sido tomado por el enemigo se hubiera convertido en el mejor parapeto para atacar la ciudad fundacional. Dejarlo despejado, caño de por medio, dejaba a la vista y a tiro a cualquier rival.
En la Colonia, las orillas de ese caño cambiaban de forma según la temporada de lluvias o de vientos. En los diversos mapas se ve que al comienzo allí había una especie de medias manzanas: regulares y rectas por el lado de las dos calles de La Magdalena, pero con unas zonas muy irregulares que daban hacia el caño.
Los playones de esos caños funcionaban como esponjas de agua para las temporadas de muchas lluvias. En épocas más secas, los fuertes vientos podían mover las arenas de aquí para allá y cambiarles el contorno. Cuando vemos que en los grandes aguaceros el agua se desborda en estos sectores es bueno recordar que son terrenos que se le robaron al agua, que siempre busca su cauce natural.
A las playetas que se formaban allí les decían de Las Tortugas -que también le dió el nombre a la calle- y de Tusculano, al parecer por un vecino con ese apellido. Por ahí podían entrar canoas con algunos alimentos traídos de las islas y el litoral. En algunos de ellos se mantenían vivas y en corrales las cuatro clases de tortugas que se consumían en la ciudad: una carne común y apetecida, como quien consume hoy pollo.
Pero a sus aguas llegaban los desperdicios del matadero -con sus olorosas labores de desolle de animales y curtiembres-, que quedaba aproximadamente donde está las pistas de patinaje y baloncesto del actual parque Centenario. Además, las aguas sucias de las calles del Centro caían hacia ese lado. Con ese propósito estaban trazadas desde la Colonia.
Lo cambiante de la orilla y el estar cerca de un caño con malos olores hizo que este sector fuera mucho más modesto que otros del barrio. No había casas de gran prestancia sino patios que daban hacia las aguas. Para 1780 en la manzana que va de Tripita y Media hasta la avenida Centenario solo estaba la casa alta de don Antonio Valderde con once accesorias y otras diez casas bajas, algunas de las cuales probablemente tenían acceso directo hacia el caño. También estaba ubicado el Cuartel de los Milicianos Pardos. Al parecer, según el rastro seguido por el profesor Sergio Paolo Solano, en esa manzana vivía la familia Romero Porras, uno de cuyos hijos fue nuestro prócer Pedro Romero. Es decir, el niño Pedro creció a pasos del caño y de la actual avenida.
La mitad del tramo sobre La Matuna fue cerrado en 1911, con la inauguración del parque Centenario. Ya la ruta del tren hacia Calamar había marcado unos pocos años atrás una línea recta más o menos por donde hoy va la avenida Daniel Lemaitre, un poco más cargada hacia el lado de la actual Matuna. Su estación central se ubicaba frente al parque Centenario.
Detrás de esa estación, hacía el actual Puerto Duro, había un peladero en el que los días de viento, que eran muchos, el tierrero se metía en los ojos. Era el sitio de juegos, de encuentro y rivalidad entre los muchachos de ambos barrios y algunos de Chambacú. Esa línea del tren marcaba uno de los lados del imaginario diamante de béisbol en el que se disputaban unos partidos intensos. También era el sitio donde se ubicaban los circos y las ciudades de hierro y donde comenzaban algunas rutas de autobuses para el resto de la ciudad.
La creación de La Matuna como una isla de modernidad entre el Centro y Getsemaní acabó de cerrar los flancos, a mediados del siglo pasado. Fueron retirados los rieles del tren. Para algunos urbanistas, con la generación de esas cuadras de edificaciones modernas se perdió la posibilidad de aprovechar La Matuna como un eje visual despejado y espacio público en continuidad con el conjunto del parque Centenario, los Mártires, el muelle de los Pegasos y el mercado.
Fue entonces cuando nació la avenida Urdaneta Arbelaez, que hoy conocemos como Avenida Daniel Lemaitre, en honor al industrial, artista e intelectual que dejó una huella grande en el barrio y la ciudad.
La incorporación de este flanco del barrio al tejido urbano contemporáneo explica que no se registre mayor vida de vecinos sino un uso principalmente comercial, con muchos cambios en los usos de cada predio. Por tanto, es difícil rastrear antiguos habitantes, como tradicionalmente hemos hecho con las demás calles del barrio.