Sobre el origen de su nombre no hay consenso. Sierpe significa “serpiente” en español antiguo y es de las pocas calles que ha mantenido su nombre original desde la Colonia. Eso respaldaría la idea de que su forma curva recordaba a ese animal.
Una leyenda, sobre la que hay variaciones, dice que justo donde la calle hace la curva -en el predio donde hace algunos años funcionó una cartonera- vivió una bruja llamada María Ramírez que en las noches se convertía en serpiente; que un gobernador que venía de Santo Domingo había aprendido allí a luchar contra ese tipo de magia y solo él pudo doblegarla; que fue enjuiciada y condenada por el tribunal de la Inquisición a trescientos azotes y al exilio de la ciudad.
“Es posible que algún sevillano (numerosísimos en Cartagena en la era colonial) aquejado por la nostalgia de su patria chica, llamara a esta vía pública calle Sierpes, como la popularísima y legendaria de la ciudad de Betis, famosa ya en tiempos de Cervantes. Primero sería la calle Sierpes, luego calle Sierpe por la tendencia del cartagenero a comerse la s final, y por último, y atendiendo a cierta concordancia, calle de la Sierpe”, escribió el gran historiador Donaldo Bossa Herazo, quien además vivió en ella: en el segundo piso de la casa esquinera donde hoy queda el hotel Capellán de Getsemaní.
Hasta los años sesenta fue una calle dominada por la presencia de la Jabonería Lemaitre y de la fábrica de zapatos Beetar, así como por los pasajes habitacionales de esta última fábrica y el Franco, también llamado Ciudad Perdida. Luego hubo bares y restaurantes de comida popular. Para los años 80 había decaído al punto de que era infranqueable para el resto de la ciudad. Con el comienzo del siglo XXI vino una recuperación sostenida, hasta convertirse en la calle de ensueño que podemos transitar hoy.
De la mano de las hermanas Shaikh, la familia con más permanencia en la calle, reconstruimos predio a predio quienes los habitaron y tuvieron negocios allí. Fue tanta la información que dividimos en dos las entregas sobre esta calle. La edición anterior (24) publicamos el lado impar, incluyendo un artículo propio para el Pasaje Franco.
Aquí vivía “El Chaquetica”, que alimentaba a las palomas y tenía un montón de gatos. Don Guido Salgado y su familia.
Ahora vive Juanita Ochoa
En esta esquina estaba la tienda del señor ‘Narso’, Don Narciso, que vendía unas chichas deliciosas con ñapa: platanito manzano, panela o un paraguitas de azúcar, según le pidieran los niños. Pero había que tenerle paciencia porque era lento para atender. Luego vivió ahí su hija Sonia, que era maestra. Por último la tomó Mercedes Rizo, de la actual Di Silvio Trattoria.
Di Silvio Trattoria
317 6592329
En la esquina quedaba el sindicato de la fábrica Lemaitre. Antes, una tienda de una muchacha llamada Albiana.
Di Silvio Trattoria, esquina.
Aquí creció el cantante Juan Carlos Coronel. Antes el casino de la fábrica Lemaitre, donde les servían las comidas a los trabajadores.
Restaurante Cháchara
(5) 6686723
Puerta principal de la jabonería Lemaitre, por donde había una rampa. Por estas tapias y árboles se subían los muchachos a ver las películas del teatro Padilla. sin pagar un centavo.
En la casita tapiada vivieron varias pensionadas.
Ingreso al parqueadero del Centro Comercial Getsemaní.
Vivieron los Valdelamar, los Méndez, las Urruchurtu, después familiares del padre Correa y luego la señora Margarita, quien compró la casa.
Aquí estuvo la cartonera de Carlos Narváez y Nelly, su mujer. Luego ellos le agregaron una báscula en la que recibían hierro y chatarra. Antes vivieron los Barrios. Ahora es del arquitecto Salomón Del Río, quien la restauró.
Aquí vivió Walditrudis Sarmiento, tía del Michi Sarmiento. Antes la familia Ríos.
Mama Waldy Hostel
(5) 678 52 25
Aquí también funcionó una cartonera, en una época en que esos negocios le generaron un ambiente descuidado a la calle. Después doña Graciela. Antes vivió una familia de dieciséis personas.
Restaurante La Sierpe. Cocina Caribe.
(5) 6784699
Vivió la familia Mardini. Después quedó una carnicería de Rodolfo Beetar y Laureano Curi y también estuvo el taller de fundición de Ripindao, uno de los Acevedo, mencionado en la canción El Getsemanisense.
Aquí quedaba el taller de la fábrica de Calzado Beetar, que vendía y exportaba calzado masculino de alta calidad.