Son tan cortos que solemos pasarlos sin reparar mucho en ellos. Pero cada uno de sus predios tiene una pequeña historia propia que le suma hilos a la gran historia del barrio.
En esta esquina tenía su casa el prócer independentista Pedro Romero, quien hasta los hechos de 1811 era un importante contratista en las obras que requería el gobierno de la ciudad. Su taller quedaba a unos pocos metros en la misma calle Larga.
Durante muchos años funcionó allí La Colombiana: una tienda mayorista de abarrotes que desde la tarde ponía unas mesas hacia la calle para servir comida de la región del Gran Bolívar.: guartinaja, tortuga y todas las carnes que se comían entonces.
Sede Universidad Rafael Nuñez
La Caponera. Justo en los meses previos a la pandemia por Covid abrió con mucho éxito sus puertas esta nueva versión de la original, que quedaba abajo de Quiebracanto.
En los últimos años funcionó Davivienda. En la época del Mercado Público, pequeños locales comerciales.
Callejón Vargas
Aquí quedaba un pozo del que se surtían los habitantes del barrio. Su existencia convirtió un trocha irregular dentro de las huertas franciscanas en lo que hoy es la calle San Juan. Por esa trocha llegaban los vecinos de la Media Luna y la plaza del matadero (hoy Parque Centenario) pasando por la calle de la Sierpe.
Callejón Vargas
Este predio iba de calle a calle. Fue la casa de la familia Vargas, de origen chocoano y que empezó vendiendo maderas que traían del Atrato. Su patriarca, don Francisco de Paula Vargas Gaviria fue el primer gobernador negro de Bolívar, entre cuyos descendientes se cuentan destacados médicos, abogados y políticos.
Restaurante Oh la lá.
Callejón Vargas
Este predio iba de calle a calle. Fue la casa de la familia Vargas, de origen chocoano y que empezó vendiendo maderas que traían del Atrato. Su patriarca, don Francisco de Paula Vargas Gaviria fue el primer gobernador negro de Bolívar, entre cuyos descendientes se cuentan destacados médicos, abogados y políticos.
Aquí funcionó por varios años la oficina en Cartagena del diario El Tiempo.
Restaurante Pepina.
Callejón Vargas
En la Colonia de este lado quedaba una poterna (pequeña puerta) para salir de la muralla. Allí, por autorización del Cabildo, se podía echar basura que fue rellenando el sector, justo debajo de donde hoy corre la calzada vehicular. Luego de botar la basura los vecinos podían recoger agua en el pozo de regreso a su casa.
La familia Vargas tuvo aquí el acopio de maderas y posiblemente un aserradero, en lo que correspondía a la parte trasera del predio.
Callejón Vargas
Antes de la Independencia fue llamada calle Santa Isabel, porque daba al frente del baluarte del mismo nombre, derribado para dar paso al Mercado Público.
A mediados del siglo XIX el Concejo Municipal le dio el nombre de Piñeres, en honor a la familia Gutierrez de Piñeres, importante en las gestas de Independencia.
Edificio Royal & Sunalliance
Callejón Walter
El callejón tomó su nombre actual de la pionera Fábrica Walter, de hielo en 1892, ubicada al frente, por la calle Larga. Aquella era una gran novedad para la ciudad, pues la tecnología para hacerlo era muy reciente.
“La libra de hielo Walters costaba cinco centavos y su consumo se extendió a lo que era la ciudad en ese entonces: El Centro, San Diego, Getsemaní, Pie del Cerro, Pie de la Popa, Manga, Torices y el Cabrero”. Después vendrían otras fábricas, pero la del inglés R.C.Walters fue la que abrió el camino y permitió la creación de negocios alrededor de los helados y las gaseosas.
Antes, al finalizar la Colonia, se le conocía como el Callejón del Cancelito. Una puerta cancel es una reja o verja que resguarda un lugar. Señal de que quizás habría un elemento así cuando hubo muralla.
Para finales del siglo XIX se le conocía como el callejón de la Maestra Simona, por una reconocida docente del barrio que tenía su colegio allí. Luego tuvo el nombre oficial de Villapol, por un capitán venezolano de ese apellido, fusilado por las tropas de Pablo Morillo en 1815. También se le conoció hace un siglo como el callejón Bayter, por una familia libanesa que vivía cerca de allí.
Callejón Walter
Un recuerdo de Pluto Meléndez
"El Callejón Walter o "Callejoncito de los Meaos" les causaba terror a los niños de los años 60's y 70's al ser tomados de la mano por las madres, al tiempo que escuchaban la lapidaria sentencia "Vamos a motilarte”. Ya en el pabellón de la muerte, sentado el niño en improvisadas sillas de barbería, al tiempo que sentía la fría máquina transportándose por su cabeza, arrebatando el cabello desde su raíz y al verlo caer, llorar lágrimas de impotencia, Pero lo bueno estaba por llegar, cuando el barbero mostraba la filosa navaja y sentía el asqueroso gel de saliva para suavizar la zona del cerquillo, Todo esto bajo la atemorizante mirada de las gitanas que compraban metales".
Callejón Walter
Este predio aún va de calle a calle, como eran originalmente todos los que iban de la calle Larga al Arsenal.
En los tiempos del Mercado Público, pero puede ser que fuera desde antes, aquí quedaba un acopio para venta al menudeo de carbón, cuando era un artículo de primera necesidad, antes del gas y la energía eléctrica. El carbón llegaba a esta parte del puerto para su almacenaje.
Hasta hace unos años funcionó allí La Carbonera, una memorable discoteca del Arsenal.
Callejón peatonal
Este callejoncito peatonal aparece perfectamente reseñado, sin nombre, en el plano de Manuel de Anguiano en 1808.
Callejon peatonal
El edificio Monroy, de propiedad de Eduardo Monroy
Hoy:
En el primer piso, Tienda de Mascotas Naturalia.
Horario: Lunes a sábado de 8:00am a 5:00pm.
Teléfono: 664 10 93.
Callejón de La Marina
Antes : Colegio Lácides Segovia y primera sede de la Confederación de Trabajadores de Colombia -CTC-.
Hoy: Concejo Distrital de Cartagena de Indias.
Callejón de La Marina
Aquí funcionó el colegio Lácides Segovia, uno de los fundadores de los Almacenes Magaly París.
Edificio del Concejo Distrital