Casa 1876

MI PATRIMONIO

Trazar la historia de este predio —vecino del viejo teatro Rialto, sobre la calle Larga— es como resumir la extensa historia de todo el sector. En su nueva vida integrará varias de esas facetas; cambiar de estancia será como cambiar de época en unos pocos pasos.

Sus comienzos fueron humildes. Hacía parte de las huertas internas de la comunidad franciscana, donde se cultivaban las hierbas y las plantas más especiales, cerca del tendal donde se cocinaba. En su entorno había un aljibe, cuya agua era muy útil para esas labores cotidianas.

Hay mapas antiguos que muestran alguna construcción allí, pero en otros no aparece ninguna, como el de Manuel de Anguiano, de 1804. Sin embargo, un muro que quedó en pie delata un origen colonial, aunque no haya un rastro preciso de cuándo se construyó la casa de dos pisos. Si bien su plan arquitectónico es netamente colonial, hay que tener en cuenta que después de la Independencia se siguió construyendo -por mucho tiempo- con la estética y las técnicas que nos legó el período español.

En la segunda mitad del siglo XIX muchos bienes de las comunidades religiosas fueron fraccionados y vendidos a ciudadanos particulares porque los gobiernos republicanos necesitaban recursos. Fue entonces cuando el convento franciscano que marcó el origen de Getsemaní quedó fraccionado de manera dispar. El predio de esta casa quedó convertido en una especie de L cuyo ‘palo’ corto quedó frente a la calle Larga y el más largo se incrustó en la manzana, colindando con la parte trasera del claustro de monjes.

Así que el número 1876 tallado en piedra en su fachada podría corresponder a la fecha de su construcción en la forma en que la conocemos hoy o bien a una reforma de fondo de un predio anterior.  

La tipología es la de una casa alta de dos dos pisos, lo que delataba un bienestar económico de sus dueños. Usualmente, como en otras de este tipo en la calle Larga, el primer piso se dedicaba al comercio o como bodega de los productos que llegaban por el puerto.

Se sabe que allí funcionó la cárcel de mujeres. Era usual entonces que inmuebles privados o viejas construcciones coloniales se destinaran para propósitos como hospitales, asilos, orfelinatos, cuarteles, etc. Ahora diseñamos edificios con las especificaciones del uso que se les va a dar, pero aquellos eran otros tiempos.

Una característica particular era un patio muy alargado que comenzaba en esta casa, atravesaba un predio vecino, llegaba hasta el costado de la iglesia de la Tercera Orden y daba la vuelta hasta el actual pasaje Porto. Con las diversas divisiones e intervenciones ese patio se fue cegando y le restó luz y aire a todos esos predios, como era su función original.

En la parte trasera, el patio de esta casa daba hacia el claustro de San Francisco, pero en algún momento se cegaron las ventanas y la puerta que daban desde el convento. Esta última sólo fue redescubierta en la intervención actual del Proyecto San Francisco. En ese patio funcionaba un depósito de madera y aserrío. Luego tuvo una época de abandono, en el que había un matorral con plátanos que tapaban un poco la vista de los viejos arcos coloniales y donde se guarecían lechuzas y otros pájaros.

Pero aunque la conexión por el patio fuera cegada, resulta curioso que por algunos años hubo una comunicación entre los segundos pisos del claustro franciscano y de la Casa 1876. En los años 50 funcionó allí el Apostolado de la Máquina, una iniciativa social para darles mejores herramientas y conocimientos a las mujeres que entraban al mundo del trabajo.

Por muchos años tuvo un vecino -muy prestigioso primero y muy popular después-: el teatro Rialto. Fue inaugurado en 1927 y reformado luego dos veces. Los linderos del teatro se ceñían escrupulosamente a los contornos de la Casa 1876, como aprovechando hasta el último resquicio de espacio posible. Entonces era posible ver cine a la luz de la luna desde el techo de la casa.

En los años 40 del siglo la compró Vicente Gallo, de origen italiano, quien tenía otras propiedades en la ciudad. Hacia 1963 fue comprada por una familia con negocios en el puerto. Desde entonces sus locales tuvieron muy diversos usos. La casa fue habitada por la familia por unas tres décadas y luego sirvió como bodega de productos comerciales.


Viejas y nuevas épocas

Entonces llegamos a los años recientes, cuando la Casa 1876 se integra al Proyecto San Francisco, en el conjunto de predios que una vez constituyeron el convento franciscano y luego fueron separados en el siglo XIX. 

¿Funcionaría como una unidad independiente? ¿Como parte del vecino hotel Four Seasons, que hace parte del conjunto que gestiona el Proyecto San Francisco? ¿O sería integrada al edificio residencial que se construye en el predio del antiguo teatro Rialto? 

La elegida fue la tercera opción. La casa 1876 estará integrada a las Rialto Four Seasons Residences Cartagena. Una vez tomada la decisión había que buscar una mano arquitectónica maestra que la diseñara en su nuevo destino residencial. Para ello fue escogido el prestigioso arquitecto colombiano José María Rodríguez Valencia, reconocido internacionalmente por el diseño de este tipo de viviendas.

“Esta es una casa de tipología colonial clásica con dos patios, balcones y arcos, muy de Getsemaní. Se va a restaurar en su integridad con la misma tipología y recuperando muchos elementos que se habían ido perdiendo”, explica José María. 

“La casa se unirá a través de esos dos patios con un apartamento del primer piso de las residencias. Va a ser una experiencia muy interesante porque se pasará de una parte contemporánea a una colonial apenas cruzando un vano. La cocina, el comedor y las habitaciones principales quedarán del lado colonial”.

“El muro medianero que hay entre la casa y la residencia contemporánea se va a recuperar como estaba en la época colonial, incluyendo los vanos originales. Vamos a convertirlo en una especie de escultura entre los dos ámbitos de la residencia”.

La fachada mantendrá su presencia actual, con las tres grandes puertas del primer piso, incluyendo el portón  en piedra, así como el gran balcón y sus respectivas tres puertas de acceso. Salvo que al retirar los pañetes se descubra alguna importante huella colonial que deba ser evaluada para hacer que la casa se acerque aún más a su presencia original.

Con el diseño de José María, la casa recupera el patio trasero, donde estuvo el aserrío y que bloqueaba la luz que llegaba al refectorio, que era un espacio principal del claustro. Se podrá acceder a ella desde la calle Larga, como si fuera un inmueble independiente, o también desde el interior del conjunto del hotel Four Seasons.

El contraste entre lo colonial y lo contemporáneo se verá reforzada por la vista desde la terraza del edificio de residencias, donde se apreciará la Cartagena contemporánea, con sus edificios imponentes en Bocagrande, al otro lado de la bahía, pero también el perfil clásico de de la Cartagena colonial y del castillo de San Felipe. Dos épocas en una.


Agradecimientos al arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara por el contexto e historia del predio y su entorno.