Todas las mañanas desde hace un par de meses Suleyma García comienza su labor en un templo silencioso. A pesar de que apenas son las ocho de la mañana, el calor en ese espacio cerrado va haciendo de las suyas y en poco tiempo se trabaja como si fuera un sauna. Ninguno de sus movimientos es brusco. Cada toque de herramienta tiene una intención precisa. No hay margen para equivocarse.
Como parte del Grupo Conservar, Suleyma está interviniendo el retablo de la Virgen del Carmen en el templo de La Trinidad. Este es uno de los cuatro situados en las paredes laterales de la iglesia más icónica de Getsemaní. Por eso hace varias semanas al frente de este retablo hay andamios y un cerramiento.
Cuando comenzó el trabajo, una de las cornisas superiores estaba a punto de desprenderse por el deterioro en el cemento. Esa fue la primera y más urgente misión: desmontar lo que quedaba sin desbaratarlo. Luego, reconstruirlo siguiendo las líneas del original. Ahora está de nuevo en su lugar, esta vez con todas las garantías técnicas de que permanecerá en su lugar por décadas y hasta siglos, si se le hacen los mantenimientos correspondientes. Es una labor que se hace con paciencia de relojero día tras día, pero pensando en la posteridad.
Suleyma fue de la segunda promoción de la Escuela Taller -que aún no quedaba en la calle de Guerrero- y casi sin darse cuenta ha sumado veinticinco años de experiencia, casi toda con el Grupo Conservar. “Cuando llego en la mañana, ya tengo una tarea definida desde el día anterior. Ayer, fue limpiar el polvo que levantamos antes. La tarea de hoy es hacer resanes y echar pasta donde vamos a empezar a hacer intervenciones”. Se dice fácil, pero cada tarea tiene su nivel de detalle y su propia técnica. Hasta limpiar el polvo. Para lograrlo no ha estado sola, sino que hay labor de equipo. Noe Castellar contribuyó con las tareas iniciales. Ahora, en la fase final, está trabajando con Franklyn Díaz en la restitución de los colores del retablo.
Debieron haber sido construidos en la primera mitad del siglo pasado. Quizás en los años 20, por sus características, pero no es un dato comprobado. Posiblemente, como es tradición, cada uno de ellos fue donado por una familia distinta. En aquella época había mucho comercio en el barrio y familias con suficiente holgura económica como para financiar un retablo, una costumbre de siglos atrás.
Los cuatro comparten la época pero no son iguales. Sus formas básicas están hechas con varillas de hierro y posiblemente la arena con la que se mezcló el cemento sea de mar, una técnica de aquella época que no sobrevive bien al paso de los años. Menos, si el hierro interno se oxida y al “hincharse” va dañando las estructuras de adentro hacia afuera.
“Escogimos el de la Virgen del Carmen porque era el más afectado, con problemas estructurales por todos lados. Probablemente era el más costoso de intervenir, así que decidimos empezar por ese para facilitar la consecución de recursos para restaurar los demás”, explica Salim Osta Lefran, getsemanicense y director del Grupo Conservar, uno de los talleres con mayor trayectoria en la región Caribe.
Templos viejos y retos nuevos
En la intervención o restauración de los bienes en iglesias de mucha antigüedad hay varios problemas que tienen que ver con el uso cotidiano y las costumbres. Cada vez que se baja un santo o virgen para una procesión o un rito -algo que puede pasar varias veces al año- puede venir un golpe accidental que daña una parte de la hornacina o el retablo. Cada vez que se repinta la iglesia o el propio retablo, los andamios pueden dañar algo. Luego, está la fe popular, que en su devoción ayuda con el deterioro. Por ejemplo, con las velas sobre el banco, que van escurriendo y dejando marcas aceitosas difíciles de borrar.
Y, para completar, Salim lamenta que aún hoy en la formación de sacerdotes no se dedique un espacio para valorar y saber gestionar así sea de manera básica el patrimonio de tantas capillas e iglesias que hay en el país. Sin esa formación los curas de antes iban decidiendo reformas y adiciones o botando a la basura tesoros que con una buena intervención se hubieran podido restaurar. Después del Concilio Vaticano II, en los años 60 se hicieron cambios sobre la celebración en los altares laterales, lo que algunos curas interpretaron como que debían eliminarse físicamente. Y ahí se perdieron retablos de un inmenso valor.
En el caso de La Trinidad hay mucho por preservar. Se han hecho acciones diversas. La más notable ha sido la restauración hace ya unos veinticinco años del Retablo del Purgatorio, pintado por Pedro Tiburcio Ortíz en 1868. Pero aún falta mucho por revisar e intervenir. Además, el mantenimiento y el ojo avizor deben ser permanentes para que no haya daños a lo que está bien. Solamente en el proceso de intervenir la Virgen del Carmen, por ejemplo, se descubrió una gotera grande desde el techo, que requiere una acción urgente.
Una feligresa supo de la iniciativa y se acercó a la parroquia para contribuir con la restauración del retablo de San José. La idea de Salim es que con este impulso inicial por cuenta propia del Grupo Conservar otros vecinos e instituciones se motiven para completar este trabajo.
Los detalles de un retablo
La tradición del retablo es extraordinaria. Abundan ejemplos donde quiera que el catolicismo haya tenido alguna relevancia en el mundo, principalmente en Europa y América. Además del contenido de fe y doctrina, su gran atractivo resulta de la combinación de arquitectura, pintura y escultura a una escala un poco más humana que los grandes edificios.
Un retablo se asemeja a una portada arquitectónica. Se compone de manera similar, guardando las proporciones verticales y horizontales, insertando columnas, cornisas y otros elementos de la “gramática” arquitectónica. De hecho, sus clasificaciones suelen ser equivalentes: hay retablos románicos, neoclásicos, góticos, renacentistas, etc. Y en materiales los hay de maderas, piedra, mármol, incluso de lapislázuli o malaquita. Era muy frecuente el uso de “pan de oro”: unas finísimas laminillas de ese metal que dan un espectacular acabado dorado.
Remate: Va encima de la cornisa y es de unas proporciones mucho menores al resto del conjunto.
Cornisa: El remate del entablamento. En nuestras casas coloniales componen esa línea visual que separa el último piso de la edificación del comienzo del tejado.
Columnas: A semejanza de sus “primas” arquitectónicas corresponden a los órdenes clásicos: jónicas, corintias, dóricas, toscano y compuesto.
Hornacina: Es el nicho donde se instala la estatua del santo o virgen al que está dedicado el retablo. Es el centro visual de todo el conjunto.
Molduras: Piezas que usualmente se hacen por aparte, en moldes, y enriquecen el relieve del retablo.
Predelas: Para algunos autores la predela es lo mismo que el banco. Para otros, señala una serie de figuras cuadradas que se superponen en serie y cada una puede tener pequeñas pinturas o decoraciones muy complejas. En otras, como este caso, adornos sencillos y repetidos.
Calles: Las secciones verticales separadas por las columnas. Este retablo tiene dos.
Guardapolvo: Pieza o saledizo que enmarca el retablo para protegerlo del polvo.
Banco: Es la parte inferior o basamento de un retablo. Si está dividido en dos partes, como en este retablo, la más próxima al piso recibe el nombre de sotabanco. El banco tiene una saliente donde el sacerdote puede poner los elementos litúrgicos. Era normal que se celebraran misas de cara al altar o retablo y de espalda a los fieles. En nuestra tradición es el sitio donde los creyentes ponían las velas.
Mazonería: Toda la obra de “cal y canto” o arquitectónica del retablo. Viene del francés maçon, que también está en el origen de “masonería”, la orden mística originada en el gremio de albañiles en la Edad Media.