Foto: Maxxi Pro

Di Silvio Trattoria: así nace una tradición

SABOR A MI

En los planes de Mercedes Rizo no estaba la idea de asumir el manejo de un restaurante que funcionaba en una calle complicada de un Getsemaní aún se recuperaba de una época difícil. Pero se asoció con su amiga Ana María Isaza y juntas contribuyeron a darle un nuevo sabor al barrio.

En su favor tenía el hecho de haber vivido diecisiete años en Roma. Allí su suegra, Nonna Clara, y su tía Amelia -que residió en la Ciudad Eterna más de cuarenta años- le habían compartido los secretos de sus cocinas. “Cuando llegamos introduje recetas clásicas italianas que aprendí con ellas y lo integramos con la experiencia de los dos cocineros que se quedaron del negocio anterior. Revisamos la receta de la pizza y la viramos hacia el estilo romano, que no tiene un leudado muy largo, por lo que queda una pizza muy tostada que le fue dando carácter a la fórmula de Di Silvio”. 

“Arrancamos las dos en 2011, sin saber nada de restaurantes ni de administrar un negocio, en la casita de la calle de la Sierpe con la calle San Juan. El barrio todavía no estaba muy abierto al resto de la ciudad. En ese momento Getsemaní todavía estaba muy lleno de sí mismo, de su gente maravillosa que es su alma, y de uno que otro mochilero que venía al barrio”.

En los primeros tiempos ambas metieron el hombro en lo que tocara. Mercedes hizo de mesera y lavó platos mientras que Ana María era la cajera. También se dedicaron a llamar a sus amigos y conocidos para que vinieran a su emprendimiento. Les llamaba la atención que muchos de ellos nunca habían puesto un pie en el barrio, al que apenas bordeaban, cuando les tocaba. Pero Mercedes seguía trabajando en el PNUD, una entidad de Naciones Unidas en Cartagena, como lo hacía desde el año 2000. Varias veces tuvo la graciosa experiencia de atender como hostess en la noche a funcionarios internacionales y del gobierno con los que había estado reunida en la mañana. Esa doble vida terminó en 2014. 

“Después del Café de la Trinidad, que era el único que llevaba aquí muchos años, Di Silvio Trattoria fue el segundo restaurante que abrió en Getsemaní para la gente de afuera. Al mismo tiempo empezó una relación muy bonita con los vecinos. Hemos tenido vecinos del barrio empleados con nosotras. Algunas se mudaron, pero siguen trabajando aquí. Siempre tuvimos una preocupación de que no hubiera ese desequilibrio entre la actividad de barrio y todo lo que se generó después con la demanda inmobiliaria que básicamente ha producido un proceso de gentrificación”. 

“Con Ana María nos conocemos hace veinticinco años. Yo soy administradora de empresas turísticas y ella, de empresas. ‘Ani’ es muy tranquila y pacífica; yo soy más acelerada y un poco más fuerte de temperamento. En eso nos compensamos. Yo estoy más enfocada a la gerencia, a los temas estratégicos, las proyecciones y el crecimiento. Por mi experiencia previa tengo una inclinación muy fuerte a hacer alianzas y relacionarme con todos, con los gremios, con la Cámara de Comercio, Fenalco y demás. ‘Ani’ tiene a cargo más la parte operativa y los temas del dia a dia como el personal, las compras, el mantenimiento y las rutinas para que todo marche correctamente. Aún así las decisiones grandes las tomamos juntas, como en una asamblea permanente a la que se unió mi hija Diana desde 2016 como socia. Es la sociedad más hermosa que se pueda imaginar. Somos amigas y socias, que aparte de alguna discusión tonta hemos llevado una sociedad ejemplar que estos años nos ha permitido crecer en Getsemaní y luego crear sedes en Bocagrande (2015) y Ronda Real (2017), con la expectativa de seguir creciendo”.


La ONU de las pizzas

“Di Silvio se volvió la casa para mucha gente. Era impresionante cómo se encontraban y compartían cartageneros de todo lado y de toda índole. Se convirtió en una fiesta permanente. La gente se hablaba de una mesa a otra. Fue una época muy cartagenera, que duró los primeros cinco o seis años. Todas las noches era la misma tertulia. Llegaban los famosos, pero también el grupo de muchachos de barrio y se sentaban uno al lado, conviviendo tranquilamente.  Eso rompió un poquito la costumbre de “elitizar” el acto social de comer; ayudó a romper ese esquema de que “aquí entran estas personas y allá, esas otras”. Se convirtió en unas Naciones Unidas: todo tipo de personas en una conversación alrededor de la mesa. De hecho, nuestra propuesta de valor es recuperar esos momentos de felicidad alrededor de una mesa, como se hace en Italia todos los actos sociales y los encuentros de familia”.

Pronto las mesas de la casa original no daban abasto. Al frente, en la otra esquina, tenían como vecino un lote con unas paredes descaradas y un interior devastado por el paso del tiempo. Era el sitio donde funcionó hace mucho el sindicato de obreros de la Jabonería Lemaitre, cuyo inmenso predio llegaba casi hasta la calle Larga y cuya barda bordea a la calle San Juan. 

“Nos dimos a la tarea de saber de quién era eso. Lo encontramos y le propusimos que nos los alquilara para poner una bodega. Cuando entramos por primera vez vimos que había unos dos metros de acumulacion de toda clase de cosas. Pero también que era bellísimo, aunque no tenía nada: ni techo, ni puertas, ni ventanas. Era un cascarón que llevaba treinta o cuarenta años de abandono. Entonces decidimos hacer lo básico y de hecho todavía tiene sus muros pelados, otros a piedra viva. Hicimos el jardín de atrás,  conservamos el piso original y le hicimos techo, puertas y ventanas. Se convirtió en el sitio más bonito y más apetecido por todo el mundo”. Era 2012, apenas un año después de abrir sus puertas.

Entre tanto, la casa original también les mostraba que tenía su magia, pero de otro tipo. “Tuvimos varios episodios que nos impresionaron, aunque en lo particular nunca sentí miedo. A Ana María una vez le jalaron hasta abajo la falda y no había nadie más. Otro día mi hija Diana estaba limpiando los cubiertos en un cuartito donde ahora están los baños y le cayó una cosa en el ojo que le pegó durísimo y nunca supimos qué fue. En el baño había una ducha que para abrirla había que darle un giro realmente fuerte a la perilla y, sin embargo, empapó a dos clientes que habían ido a lavarse las manos. La gente del barrio decía que allí vivía el espíritu de una señora a la que le habían matado al nieto. Entonces lleve a una amiga que sabe de cosas espirituales y le hicimos sus rituales. Le pedimos perdón por haber invadido su propiedad pero le dijimos que ya no lo era y que buscara la luz”.


Innovación permanente

¨En el predio al lado del antiguo sindicato de la jabonería ocupado por Di Silvio, en  2015 Mercedes con sus hermanos abrieron Cháchara, un concepto de comida rápida gourmet como hamburguesas, perros calientes y parrilla de muy buena calidad en un espacio con encanto. Se dice que allí funcionaba el casino de alimentación de los obreros. Hasta pensaron en un nombre relacionado con don Daniel Lemaitre, el fundador de la fábrica y de grato recuerdo en el barrio. Nombres como el del jabón Mano Blanca o el de Pepa Simancas, un personaje ficticio que le hacía propaganda por todo el mundo. Funcionó cinco años, pero las dificultades de la pandemia obligaron a cerrar. Ahora Di Silvio ocupa también esa vieja casa con ese acogedor aspecto de reliquia vuelta a la vida. El célebre cantante Juan Carlos Coronel creció en ese predio, cedido como vivienda a su madre, quien fuera secretaria de mucha confianza de don Daniel.¨

En las noches más ajetreadas los comensales pueden pedir hasta  trescientas cincuenta pizzas. Sería fácil quedarse en lo seguro, pero justo esa exigencia las mueve a seguir innovando. “Estamos pensando en una alternativa de pizza de masa madre que  puede gustar mucho. Muy a mi pesar, la favorita es la hawaiana, aunque no le lleva mucha distancia a las otras más solicitadas. Una de esas es La Cartagenera, una fusión de carne guisada que salo en mi casa y que también lleva plátano maduro. Al que le gusta no vuelve a pedir otra. En nuestra casa nos la pasamos salando carne para poder hacer esa pizza”. 

¿Y la casa esquinera original donde nació Di Silvio? La estamos adecuando para abrir un sitio donde la gente que no va a comer pueda sentarse a tomar un helado italiano, un café o algo ligero como un sándwich. Se llamará Di Silvio Café”, explica Mercedes.



Inventar para sobrevivir

La pandemia por Covid 19 impactó de lleno a Di Silvio, con tres restaurantes abiertos y un centro de producción que empleaban a casi noventa personas. Los meses de cierre obligaron a buscar salidas para sobrevivir en un escenario muy incierto. Muchos otros restaurantes no lo lograron. 

Bocagrande mostró una primera señal positiva: atender domicilios. En el Centro había muchas restricciones de movilidad y las motos de los domiciliarios tenían complicado entrar o salir. Desde Bocagrande terminaron surtiendo de pizzas a muchos otros barrios de la ciudad. Era un alivio.

Aún así, los domicilios eran una fracción de lo que Di Silvio producía. Para junio surgió una idea. Una amiga de Cocó, un restaurante del Centro, le hablaba de lo mal que la estaban pasando, de los despidos de empleados que salían a sumarse a las filas del hambre que ya había en la ciudad. “Ella se preguntaba cómo era posible que hubiera restaurantes con infraestructura, con cocineros y personal preparado, al tiempo que había gente pasando hambre”. Remató con una sola pregunta  “—¿Qué hacemos?—”, recuerda Mercedes.

Armaron un plan con otros restaurantes como Don Juan, Guatila, La Olla Cartagenera, Crepexpress, Da Pietro, el Kiosko El Bony, entre otros. El principio era básico: ofrecer una comida completa y equilibrada, incluyendo proteína animal y vegetales, lista para consumir y llevarle a quienes no podían o no tenían cómo cocinar. Optimizando costos armaron menús estandarizados de 450 gramos que costaban 4.000 pesos incluyendo ingredientes, mano de obra, transporte y todos los costos asociados. En paralelo calcularon cuánto necesitaban cubrir para aguantar con sus equipos de trabajo y sus restaurantes funcionando. Luego, cuántas cajas debían producir y vender para conseguir esa meta.

Bautizaron su iniciativa ‘SOS Cartagena Alimentación Solidaria’ y tocaron puertas. El Banco de Alimentos de Cartagena fue el primero en atender el llamado. Luego siguieron fundaciones y entidades privadas. “Llegamos a barrios como El Pozón, Cerros de Albornoz, Isla León, Chambacú y a los comedores comunitarios de Olaya Herrera y San Francisco, entre otros. Hasta Tierrabomba y Caño del Oro. En Punta Arena, con la Fundación Bahía, fue muy lindo porque entregamos comida a cambio de limpieza. La comunidad recogió diecisiete toneladas de residuos sólidos; las familias se levantaban a las seis de la mañana y eso quedó como tacita de plata”. 

“Repartimos 120.000 comidas en esa alianza. La llamábamos “la caja mágica” porque salvó a gente del hambre, pero también muchos empleos. Nosotros usamos la cocina de Getsemaní desde junio hasta noviembre para producir lo que mandábamos a las poblaciones vulnerables”.

La sede de Getsemaní abrió de nuevo sus puertas al público en noviembre pasado. Ronda Real sigue cerrada. En balance, se perdieron, por ahora, unos veinte empleos. A los empleados se les pagó un salario hasta septiembre, aunque estuvieran en casa. Y esperar que vengan buenos vientos para abrir de nuevo esa sede.