La calle de la Media Luna llegó a tener tres boticas pegadas la una a la otra; varios consultorios a apenas unos pasos; un centro de diagnóstico en el parque Centenario. Y había un centro de salud donde hoy es el Dadis. También parteras y enfermeras pioneras en la ciudad, así como una larga lista de eminencias médicas.
¿Cómo pasó todo esto? ¿Cómo es que Getsemaní fue un poderoso “cluster” médico que hoy sería la envidia de cualquier barrio? Hoy, paradójicamente, es de lo poco que le falta para ser un barrio “de quince minutos”, uno que lo tiene todo a apenas unas cuadras de distancia.
Los factores que explican esa vitalidad en medicina confluyeron durante la primera mitad del siglo pasado. El primero era la ubicación de la calle de la Media Luna como la única salida y entrada por tierra desde los pueblos de la región en toda la época colonial. Eso se transformó luego en que era uno de los puntos obligados para tomar los autobuses a los nuevos barrios de la ciudad, que creció imparable el siglo pasado. El motor económico que significaba el Mercado Público ayudaba aún más. Aquí se hacían todas las compras antes de regresar al pueblo o al barrio. Si había un lugar para ubicar un comercio de medicinas para humanos y animales eran la Media Luna y la calle Larga.
Algunos autores opinan que en el barrio había una comunidad médica de más larga data. “La medicina costeña tiene sus arraigos y fuerza en el arrabal de Getsemaní. La llegada de los barcos procedentes del Viejo Mundo traían médicos o protomédicos. La mayoría se alojaba en las casonas del Arsenal de Getsemaní. A finales de 1700 fue creándose un conglomerado médico que con el tiempo fortalecería un núcleo de criollos como simientes de la futura medicina de la Costa”, escribió el médico Horacio Zabaleta Jaspe, quien unos párrafos ḿás adelante cita cómo de nuestras calles “ha salido el mayor número de médicos” de la ciudad y que “del barrio de Getsemaní nacieron o vivieron toda su vida los primates (sic) de la medicina costeña”.
Los médicos
Para fines del siglo XIX la medicina y sus disciplinas asociadas se convirtieron en un mecanismo de ascenso social. Empezaron a despuntar los médicos surgidos de familias negras y mestizas. Ahí estaba el doctor Bartolomé Escandón, el doctor Eduardo Miranda Fuentes, el doctor Lascario Barbosa de la Rosa, que adeḿás fue profesor de la Universidad de Cartagena y presidente de la Academia de Medicina. Unos pocos años más tarde destacaron los Vargas Vélez -Daniel, Eusebio y Raúl- en la calle Larga, fundadores de la clínica Vargas. El patriarca, don Eusebio, era constructor de canoas y negociante de maderas del Atrato. También Luis Rafael Caraballo Pérez, de la calle de Guerrero y Apolinar Hoyos Fortich, graduado con honores en 1949 y quien tuvo muchos años su consultorio en el edificio San Felipe, en una de las esquina del parque Centenario.
El doctor Escandón era de los más queridos y con fama de atender a la población más necesitada. "Fiebre que no cura el doctor Escandón, que le busquen el cajón", se volvió una frase popular. Se le recordaba con su eterno traje blanco, su caminar cansino y su llegada en coche tirado por caballos y luego en un carro mecánico, ambos conducidos por don Víctor Esquivia. Fue muy respetado en los círculos académicos y profesionales. Ya tenía alguna fortuna venida de su familia, que supo acrecentar con su trabajo. Le donó al municipio una casa que quedaba frente a la iglesia de San Pedro Claver y que permitió generar ese espacio despejado que disfrutamos hasta nuestros días. También, otras accesorias para ampliar la avenida frente al cerro San Felipe. Vivió en la esquina de la Trinidad donde hoy funciona el bar Demente, aunque su casa de matrimonio, en la que vivió décadas, quedaba en la calle de Las Palmas. El consultorio lo tenía en la Media Luna. Murió en 1962 y su entierro fue multitudinario.
También hubo más médicos getsemanicenses prestigiosos, independiente de cualquier consideración sobre el color de piel. Estaba el famoso Manuel F. Obregón, cuya casa era el actual hotel Monterrey: o el doctor Manuel Pájaro Herrera, primer presidente de la Academia de Medicina de Cartagena, cuya nieta, Rosario Román, vive en la Media Luna, diagonal a la iglesia de San Roque, en la misma casa donde nació el prestigioso médico. En su recuerdo, la biblioteca médica del abuelo era la más completa de la ciudad. Fue decano de la facultad de medicina de la Universidad de Cartagena y director del hospital de Santa Clara, donde funciona hoy el hotel del mismo nombre.
El doctor José Angel Caballero Leclerc (1882-1951) combinó el ejercicio de la medicina con el empuje de iniciativas como la Casa Cuna, el Asilo de Dementes o el leprocomio de Caño del Oro, así como el ejercicio de cargos públicos, incluso como alcalde de Cartagena, en 1933. Su hijo, Alejandro Caballero Herrera, nació en la plaza del Pozo y continuó su legado médico. Atendió por muchos años en la calle Larga, con consulta gratuita los viernes para los más necesitados. Apadrinó a unos 1.300 ahijados, casi todos getsemanicenses. Cuando llegó al número mil la parroquia de La Trinidad lo eximió de cualquier pago en adelante por ese concepto. Nieto e hijo de ellos es el doctor Alejandro Caballero Portacio, que hizo parte de The Happy Boys, que hace más de cincuenta años ha permanecido unido, salvo la muerte de algunos de sus integrantes.
Y un capítulo especial tiene las primeras generaciones nativas de origen sirio-libanés o palestino -casi siempre, en Getsemaní-: la estirpe de los Ambrad, fundada por don Salomón, que llega hasta nuestros días, con al menos cuatro generaciones de médicos; la de los Haydar, de la que se recuerda a Francisco “Pacho” Haydar, forense de la ciudad por más de veinticinco años, a su hermana Beatriz o a Marco, el segundo químico farmacéutico graduado de la Universidad de Cartagena; Los Bajaire, entre cuyos hijos estuvieron los médicos Yamil y Tufi, quien hoy vive en Ibagué. O los Nassar, con William y Teófilo entre sus médicos eminentes. También se puede contar a los químicos farmacéuticos Yidio Sedan y Julio Yerati, quien se especializó en bacteriología en México.
Las enfermeras y parteras
El oficio de partera era muy común y apreciado en la ciudad. Muchos actuales vecinos gentsemanicenses nacieron en su propia casa, atendidos por enfermeras formadas académicamente. También se ocupaban de enfermedades o lesiones de los órganos femeninos y del acompañamiento antes y después del parto.
La primera, orgullo del barrio, fue Carmen de Arco y de la Torre, (1876 - 1948), nacida y vecina toda la vida en la plaza de la Trinidad y familiar de Jorge Artel (cuyo nombre oficial era Agapito de Arco). Se le tiene referenciada como la primera colombiana graduada de enfermera, además de haberse especializado en Kingston y París. Las cuentas le daban para haber recibido ¡25 mil bebés!
Doña Manuela Abad de Guzmán, vecina de la Media Luna, se graduó de la Universidad de Cartagena y se especializó en el hospital San Luis, de París. Llevaba de su propia mano la relación: 7.245 bebés cartageneros nacieron bajo su cuidado. Con ella vivió otra recordada enfermera, doña Margarita del Valle, formada en el Hospital Santo Tomás de Panamá.
Doña Santos Pájaro era otra célebre partera, hermana del doctor Manuel Pájaro. Por el lado de don Bartolomé Escandón había dos parteras muy reconocidas. Una era su esposa, Cástula Acosta, muy hábil también con las plantas medicinales. La otra es su yerna, Dominga Pérez, esposa de su hijo Fortunato Escandón, que vive en Torices y vio nacer a muchos de los actuales vecinos del barrio. Y con ellas, las inolvidables Josefa Bonfante Vargas, quien murió en 1985 después de haber atendido más de mil partos hasta avanzada edad, y Libia Caraballo Barboza, a quien buscaban a cualquier hora del día o de la noche en su casa de las Chancletas para atender un parto o poner una inyección.
Antiguos consultorios
Las farmacias de la Media Luna
Farmacias en la calle Larga