El Camellón cobró vida

(segunda parte)
LA HISTORIA

En la pasada edición vimos cómo el Camellón de los Mártires no surgió de la nada sino que tras conseguir la Independencia una manera de construir la identidad de la nueva nación era honrar a quienes habían ofrendado su vida por esa causa. Se necesitaba reforzar el papel de los héroes criollos y con ellos la idea de una nueva patria.

También se mostró que en los tiempos tempranos de la Colonia lo primero fue un puente que unía al Centro Amurallado con la isla de Getsemaní. A su alrededor se fue rellenando el caño de San Anastasio que las dividía, hasta que quedó una explanada de tierra que juntaba lo que hoy son el Camellón de los Mártires, el parque de la Independencia, el patio de banderas del Centro de Convenciones, al atrio del templo de San Francisco y la zona de los Pegasos. 

A la llegada Pablo Morillo en 1815 por la reconquista española, en esa explanada, justo donde está el actual Camellón había comercios, viviendas e instalaciones, casi como si fuera otra calle de la ciudad. Por razones militares, el español ordenó arrasar con todo aquello. A pocos metros sus hombres fusilaron el 24 de febrero de 1816 a los nueve maŕtires que luego se honrarían con el Camellón. Quiso ser un escarmiento para la ciudad derrotada, que perdió hasta la tercera parte de su población en el feroz sitio español.

El arquitecto René Julio lo resume así: “Primero esto tuvo una condición de caño y el  puente que lo atraviesa; en un segundo paso se convierte en caño-terraplén; en el tercero en terraplén-humilladero; y finalmente, en una cuarta fase, terminó siendo un camellón retreta, es decir un sitio de esparcimiento”. Un humilladero es, según el diccionario de la lengua de 1826, un “lugar devoto que suele haber a las entradas o salidas de los pueblos con alguna cruz o imagen”.

Y llegamos hacia la década de 1870 cuando ya estaban establecidas las fiestas del 11 de Noviembre, con un sentido patriótico pero con una connotación particular para Cartagena, por todo lo que había vivido la ciudad y que aún estaba en la memoria de los más viejos. 

Para ese entonces la zona ampliada del Camellón, a la que se le había dado el nombre de Plaza de la Independencia  era una especie de paseo público al que se la habían hecho algunas modestas mejoras. Así que cuando se decidió construir el Camellón propiamente dicho se tuvo que combinar el propósito conmemorativo con el recreativo, que pocos años después tendría también el Parque Centenario. “El Camellón en sus inicios fue el espacio de recreación y reunión de los cartageneros, sobre todo en las noches de verano cuando en el Parque Bolívar no soplaba la brisa, que hacía que la tertulia se desplazara al Camellón”, dice una fuente especializada.

Y había algo más. La ciudad comenzaba a despertar del letargo colonial y de las primeras y tumultuosas décadas de la Independencia. Una nueva generación a la que se llamó Centenarista, empezaba a vislumbrar el nacimiento de una ciudad más moderna -es decir, lo que eso significaba entonces-. Empezaba a hablarse de grandes obras urbanas y, por otro lado, hubo un gran empuje a los negocios y comenzaban a nacer pequeñas industrias. 

Pero hizo falta un extranjero para que el Camellón se convirtiera en un realidad. Se trató de Francisco Javier Balmaseda, un prestante vecino de Cartagena entre 1870 y 1898, a quien Donaldo Bossa Herazo calificó como filántropo, escritor, comerciante y patriota cubano. A él se le atribuye la idea concreta de hacer un paseo o camellón en honor de los mártires de 1816. Para impulsarla incluso publicó un pequeño periódico que llamó El Paseo


Bustos a la moda

En 1882 la Asamblea de Bolívar autorizó el contrato para realizar los bustos de los nueve mártires fusilados en 1816 y otro de Manuel Rodríguez Torices. También decidió que el paseo público se llamaría desde ese momento Plaza de la Independencia.

Los diez bustos de los mártires fueron realizados por el español Felipe Moratilla, quien trabajaba en Madrid. Le fueron encargados en mármol de Carrara y basados en los bocetos de Luis Felipe Jaspe, quien ya había pintado a los próceres en una de sus obras más notables “El fusilamiento de los mártires de Cartagena”. 

A partir de descripciones escritas, grabados y pinturas previas, Jaspe hizo los bocetos de los bustos “siguiendo el modelo del busto clásico francés neoclásico, los viste con trajes de la época que los distinguían en los cargos que ocupaban o el oficio al que se dedicaban. De ellos cuatro eran militares pues llevaban charreteras. Los seis restantes tienen diferentes atuendos: casacas de cuello alto, solapas delgadas y anchas, chalecos, camisas de cuello alto con chorreras o gorgueras y corbatas de lazo”, según Bossa Herazo. También llevaban largas patillas, como se usaba después de la Independencia, siguiendo las modas inglesa y francesa que sucesivamente reemplazaron a la española heredada de la Colonia.

Una “vaca” notable 

Para 1886 los bustos ya estaban listos para ser estrenados, pero los 300 pesos autorizados para las fiestas novembrinas, incluidos los “gastos para la inauguración de las estatuas de mármol que deben colocarse en la Plaza de los Maŕtires de la Independencia”, no eran suficientes. También, entre otros gastos, había que pagar los fuegos artificiales que ya se habían encargado. La Asamblea autorizó entonces un crédito de hasta 1.000 pesos adicionales para cubrirlos.

Pero con ese crédito tampoco alcanzaba, así que casi treinta familias se metieron la mano al bolsillo para juntar 427 pesos, que eran la mitad de los “poco más o menos ochocientos pesos” que mencionó José Manuel Goenaga en la carta en la que les pedia contribuir con una “cuota que dicte a ustedes su patriotismo”. Tanto esfuerzo y aporte de autoridades y familias habla de la importancia que ese proyecto tenía para la sociedad. 

La lista con los montos (cinco pesos el que menos y cincuenta pesos el que más) y las familias que aportaron -algunas de ellas descendientes directas de los mártires- revela apellidos conocidos hasta hoy en la ciudad: Araújo, Vélez, Bossio, Román, de la Espriella, Mogollón, Zubiría, Pombo, del Castillo, Merlano, Amador, Lemaitre, entre otros.

Al final, se pudo. En las fiestas novembrinas de ese año el Camellón era una realidad. En una foto antigua se ve bastante modesto y despejado, con sus bancas y bustos a los flancos. Las bancas parecen ser de madera o hierro colado, pero definitivamente no las bancas de mármol que luego le fueron añadidas y que aún se conservan. Atrás suyo se mantiene el resto de la explanada, como de tierra, amplia y sin ninguna construcción. Un solo peladero desde el actual Camellón hasta las casas del otro lado del actual Parque Centenario.

“A pesar de ser tan pobre y humilde, como le permitían los recursos de la época, era muy concurrido, sobre todo por las tardes y las primeras horas de la noche, en que se congregaban allí los que después del arduo trabajo del día, querían gozar del fresco que brindaba aquel lugar y disfrutar de la grata compañía y amena charla de los amigos”, según lo describió Eduardo Gutiérrez de Piñeres Lemaitre.

Los cambios acelerados 

En las tres décadas que siguieron todo aquella explanada, presidida por el Camellón se fue segmentando para dar espacio en su orden a: la estación del tren a Calamar donde hoy queda el Banco Popular (1894), el Mercado Público (1904) y el parque del Centenario (1911). La visión de la generación centenarista se había concretado hasta cierto punto.

“Una vez llegó el repunte económico a finales del siglo XIX y principios del XX hubo transformación para dar paso a la expansión. Entre esos cambios está el relleno del caño de San Anastasio para dar espacio a las vías del ferrocarril que más tarde dio paso a la urbanización de La Matuna y se derrumbaron tramos de muralla interconectando la ciudad con el centro amurallado que se consolidó como su centro administrativo, económico, social, político y cultural”, explican Milton Cabrera Fernández y Alicia Beatriz Castellar Herrera, en su documento: La preservación de centros históricos: Análisis situacional de Cartagena de Indias. 

A los nueve bustos se le sumaron en 1911 la estatua Noli me tangere, una figura femenina donada por mujeres de Cartagena como aporte a la celebración, ese año, del primer centenario de la Independencia. También se añadieron las dos fuentes que todavía están allí: una de un niño pescando y otra con dos niños tocando una caracola. También, en una fecha sin determinar, se instalaron las bancas de mármol que existen hoy y que fueron donadas por la Sociedad de Mejoras Públicas. 

Tanto los bustos, como la estatua, las fuentes y las bancas fueron restauradas en 2007 por la Fundación Grupo Conservar, en cabeza de Salim Osta Lefranc, quien amablemente contribuyó con información para esta serie de artículos.

Con el paso de los años, también se hizo necesario abrir las vías vehiculares alrededor del parque Centenario y como conexiones con la calle Larga y la Media Luna, las dos vías arterias del barrio. René Julio piensa que desde el comienzo ya había una idea de que por allí circularan vehículos, aunque en aquella época fueran de tracción animal. “El Camellón se enmarca como una idea de rectángulo quiere decir que ya hay una idea de recorrido vial. Si tu miras fotografías antiguas tenía esa forma”, explica.

 

Los bustos trastocados

En 1911 ocurrió uno de los entuertos más llamativos en los espacios públicos de Cartagena. María Victoria García Azuero, quien lo verificó décadas después, relata de manera muy simpática lo sucedido.

“Cuenta la leyenda que preparándose la ciudad para la celebración del centenario de la Independencia el once de noviembre de 1911, los bustos se mandaron a bajar de sus pedestales, con la intención de retocarlos, limpiarlos y tenerlos bien presentados para este magno evento en donde la ciudad entera era un hervidero de emociones, correndillas, alborotos; embelleciendo, construyendo un magnífico telón en todos los alrededores de lo que sería la “sala” de Cartagena: El Parque del Centenario, el Mercado Público, el Muelle de la Bodeguita, el Monumento a la Bandera, la Puerta Balmaseda, el Teatro Heredia y el Paseo de los Mártires o “Camellón”. Y resulta que en esos momentos de tanta efervescencia y calor, a ciertos personajes cartageneros les encomendaron la tarea más importante de todas: la limpieza de los bustos de los Mártires; y tal era su dedicación a estos próceres y tanto su entusiasmo, que al colocarlos nuevamente, varios de estos bustos no fueron puestos en sus respectivos pedestales”. 

En 2008 la historiadora García Azuero, con la ayuda de algunos miembros del grupo de Facebook “Biografías de personajes cartageneros a través de la Historia”, se dispusieron a verificar qué tan cierta era la leyenda. Para su sorpresa descubrieron que sí, según los convincentes argumentos hechos a partir de la comparación con retratos de los mártires en otras fuentes, así como de algunos datos de contexto, deducciones y descartes. Según su investigación aún hoy cuatro bustos están puestos en el pedestal que no es.


Busto correcto  / Pedestal actual
Manuel Rodríguez Torices y Quiroz  / Antonio José de Ayos
Miguel Díaz Granados y Núñez Dávila / Manuel Rodríguez Torices y Quiroz
Juan de Dios Amador y Rodríguez Funes / Miguel Díaz Granados
Antonio José de Ayos y Necolalde  / Martín Amador Rodríguez y Funes