El Claustro de San Francisco, parte del conjunto hotelero que se está construyendo en Getsemaní, ha vivido en sus más de cuatro siglos una incesante evolución. En su edificación se combinaron tradiciones arquitectónicas europeas, católicas, franciscanas y criollas, como vimos en la edición pasada.
Con el paso del tiempo tuvo un sinnúmero de modificaciones que lo fueron alterando hasta como lo conocemos hoy. Como tantos otros en América Latina, este claustro se usó para muy diversos propósitos religiosos, civiles, comerciales, educativos y otros más. Cada uno respondía a su momento y habitualmente no tenía mayor conexión con el uso anterior. Además, no había entonces mayor conciencia del valor patrimonial ni normas que obligaran a protegerlo. De hecho, por bastante tiempo la idea del “progreso” daba carta blanca para tumbar los vestigios del pasado. Así, hubo inmuebles que se perdieron para siempre. Para no ir más lejos, la capilla de la Veracruz, al lado del templo de San Francisco, que fue demolida para dar paso al teatro Cartagena.
En aquella edición empezamos a recorrer la historia constructiva del claustro desde su orígen, en el siglo XVI y de abajo hacia arriba, comenzando con sus cimientos y el primer piso. Vimos que hubo primero un claustro más pequeño, del que ahora apenas nos quedan vestigios de sus cimientos. También hablamos de algunos avances constructivos como el reforzamiento del suelo mismo, de las mallas de basalto alrededor de los muros y de los fiocos, que se parecen a garras de fibra de carbono que llegan hasta lo más profundo de las antiguas fisuras y grietas para mantener los muros en su lugar.
Patio y brocal
En el centro del claustro estaba el patio, que es una herencia de la arquitectura árabe a través de Andalucía. Allí usualmente se sembraban las yerbas más preciadas. También era más soleado que ahora pues no se usaba tener árboles, sembrados en eṕocas más recientes. De hecho, hay una fotografía que lo muestra con palmeras. Era también un espacio de contemplación: basta imaginarse a los monjes caminando a través suyo y de las arcadas que lo rodeaban. La novedad técnica es que se cambiará la tableta de gres que lo cubre hoy por un piso adoquinado que permita “respirar” al suelo, dejando que el agua se evapore. Cubrir con cemento, como se suele hacer, hace que el agua busque otro camino y suba por las paredes. Un error del que ya se ha aprendido en otros claustros de América Latina.
En el centro del claustro había un brocal de agua artesiana, que debió servir para usos generales como lavar pisos y caballos. Al comenzar la obra actual estaba recubierto por un falsa pila de concreto, que se retiró. Debajo encontraron las bases del brocal colonial con forma de hexágono, poco común en la época. A partir de ese indicio se reconstruirá con el estilo original.
Primer piso
En la parte trasera estaba el refectorio, el lugar más noble y decorado de todo el claustro. Allí los monjes tomaban sus alimentos a horas fijas y con unos rituales que se seguían paso a paso. Uno de ellos era escuchar siempre las lecturas sagradas. Tenía unas ventanas altas hacia el oriente que permitían una ventilación cruzada para que hubiera una temperatura agradable. Se le encontró dividido en aulas y con las ventanas tapiadas. El espacio volverá a ser uno solo, como en su origen, y las ventanas serán despejadas, para que por allí vuelva a entrar el aire y la luz.
Como el refectorio era tan ancho, que para cubrirlo se valieron de un elemento muy propio de la arquitectura colonial: las ménsulas. Son los remates de las vigas transversales que van más allá del muro que las soporta y que pueden servir para sostener un balcón, achicar la distancia entre muros o para formar un adorno.
Esas ménsulas ayudaron a que las vigas de madera sobre el muro no fueran tan largas, que eran las más difíciles de conseguir porque tenían que ser muy rectas y, por supuesto, extremadamente resistentes. El remate de la ménsula podía ser simple o la oportunidad para una gran expresión artística o artesanal. Las que se usaron en el refectorio fueron las llamadas boca de tigre. Con los siglos, las maderas dentro de los muros se deterioraron pero, por fortuna, muchas ménsulas boca de tigre sobrevivieron. Están siendo unidas a nuevas vigas de maderas recias -como las originales- mediante la técnica que en carpintería llaman ‘rayo de Júpiter’ o ‘cola de milano’. Serán ubicadas en la misma posición donde estaban.
Entrepisos
La resistencia y durabilidad de las vigas y placas que dividen un piso de otro debía ser más que suficiente para soportar encima un enchape de gres, los pesados muebles de la época y el paso de los siglos. Durante la Colonia había disponibles en nuestra región maderas recias de bosques secos tropicales cuyos árboles deben resistir cada año una sequía de cuatro meses. Eso las hacía particularmente resistentes.
Sin embargo, por buenas que fueran muchas de ellas, resultaron afectadas tras siglos de bajo o nulo mantenimiento. En ocasiones los entrepisos originales fueron cambiados por unos de concreto. Eso ocurrió a comienzos del siglo XX con el mal resultado de que en los climas tropicales y costeros -como el nuestro- el hierro se corroe aceleradamente. Más si la mezcla del concreto tuvo arena de mar, como era la práctica de entonces. ¿El resultado? Vigas, columnas y entrepisos que ahora se están viniendo a pedazos de adentro hacia afuera por un proceso llamado “carbonatación”.
La solución escogida ha sido reemplazar todas las vigas que sean necesarias con madera reforestada que se siembra en La Gloria, al sur de Bolívar. Se trata de eucalipto de clima cálido, que se adapta perfectamente a las necesidades, tiene baja huella de carbono y usa material de la región.
La escalera
La escalera del claustro es una de las más antiguas de Cartagena. Que su estructura de madera siga en pie es casi un milagro. Sus entrepaños de piedra coralina -casi todos originales- están pandeados por el desgaste de siglos, como un cojín que está soportando mucho peso.
Este tipo de escalera era un espacio en sí mismo, no solo un sitio de paso, como ahora. Se le consideraba un ámbito tan noble que tenía su propia composición y simetría desde el suelo hasta la cumbrera. En el descanso tenía una ventana que iba hasta el piso. Arriba, en el segundo piso, la “caja” espacial de la escalera estaba coronada por dos arcos y una pilastra, que es un tipo específico de columna. Tanto los arcos como la pilastra fueron tapados en el siglo XVIII cuando se hicieron las arcadas del segundo piso y el volumen original de la escalera no ‘encajaba’ o se aparejaba con la nueva altura. En la intervención actual se liberarán de nuevo para que se vean como en sus orígenes coloniales.
Segundo piso
En parte del segundo piso quedaban las “acomodaciones” de los monjes: espacios colectivos con hamacas, a juzgar por los numerosos ganchos para colgarlas que se han encontrado. Los que podían gozar de algo similar a una habitación -en realidad una separación con tabiques ligeros- eran los monjes de mayor rango. Estaba ubicadas posiblemente en el primer piso, colindando con un patio que el claustro compartía con la iglesia de la Orden Tercera y que actualmente se está recuperando para volver a darle aire y luz a ambos inmuebles.
No solo los monjes dormían allí. El claustro hospedaba a viajeros que llegaban o partían de la bahía de las Ánimas, en estadías de semanas o meses, al vaivén de los itinerarios de los barcos. Los hermanos franciscanos podían seguir al detalle esa vida de puerto desde la solana, una especie de terraza ancha, muy ventilada, sin mobiliario, demarcada por columnas y arcos y cuyo borde frente a la bahía estaba apenas resguardado por un barandal de madera, no un balcón como abundaban en el resto de la ciudad.
La planta del segundo piso era un calco del primero: de un lado arcadas y corredores alrededor del patio y del otro, puertas y arcos que daban hacia unos largos espacios internos. Esos espacios nacían con una vocación multipropósito. Según se necesitara se les ponían tabiques o divisiones para separar algún espacio, o bien se les dejaba en toda su amplitud.
La fachada
En su diseño original la fachada exterior del claustro tenía puertas en el primer piso que daban a un camposanto -los cementerios no existían entonces- y en segundo piso se veían los arcos y columnas que enmarcaban la solana. Sin embargo, las diversas reformas terminaron ocultando esa fachada, en particular la construcción, hacia 1930, del volúmen que ahora ocupa la parte delantera y del que hace parte el Pasaje Porto.
Ese volumen de los años 30 ocupó buena parte del espacio del camposanto, que originalmente estaba cercado con una barda de la que hay evidencia histórica y fotográfica. Aún así, se dejó entonces un pequeño patio interno en el que la fachada original del primer piso aún era visible. Sin embargo, en los años 70 se construyó una placa que tapó casi toda esa fachada. Se liberara todo cuanto sea posible para que la fachada recupere su espacio propio.
Tercer piso
En la década del 30 también surgió el tercer piso del claustro, hacia 1935. Para hacerlo quitaron el artesonado de madera del segundo piso y el tejado colonial que debieron ser muy bellos. Al entrepiso de madera lo reemplazaron con la típica placa de concreto de esa época, que se ve en edificios del Centro Histórico, de las que tienen nervaduras o viguetas. Fue una manera básica de sumar metros cuadrados, pero sin mayor cuidado arquitectónico. Mucho bloque y teja de enganche, lo más básico de aquel tiempo. En la fachada dispusieron de unas ventanas rectagulares, que no seguían el estilo del segundo piso. En la parte interna sí hicieron unos arcada que continuaba el ritmo arquitectónico existente. No hubo ningún refuerzo estructural, que se está haciendo ahora para que el inmueble cumpla con normas de sismorresistencia.
Entre una y otra cosa aquel tercer piso terminó “absorbiendo” o adosándose el campanario o espadaña colonial del templo, deteriorándola y quitándole su espacio natural. Ahora se está haciendo un trabajo para separarla del tercer piso, devolviéndole su aire natural y reforzándola estructuralmente.
Cubierta
El artesonado era un elemento clave en la construcción colonial. Era el soporte del tejado y hacia adentro del edificio, un elemento decorativo que muchas veces alcanzaba niveles artesanales excepcionales. Era usual que tuviera influencia árabe a través del estilo mudéjar de la península ibérica, cuando árabes y cristianos la cohabitaron y se influenciaron mutuamente. Cuando los españoles conquistaron América trajeron esa influencia y maestros de obra capaces de reproducirla en los nuevos territorios.
Hay que recordar que en la religión musulmana prohíbe las representaciones de Dios. Por otra parte, la cultura árabe valoraba mucho las matemáticas y la geometría. Aunque parezca inconexo, los artesonados de los templos representan ambas cosas: la geometría era un don divino al que se homenajeaba mediante intrincados diseños y patrones. Una ornamentación con sentido sagrado. Eso llevó a una tradición de la llamada “carpintería de lo blanco” que aún se mantiene y con la que se reconstruirán al mayor detalle posible los artesonados del claustro.
El tejado o cubierta, como la llaman los arquitectos, será devuelto a su estilo original de teja de cañón, la clásica teja curva de arcilla roja que heredamos directamente de Babilonia y los primeros asentamientos humanos de la historia. Aunque el tejado que tenía en la última época era de Eternit y similares, la ventaja es que ese cambio fue gradual, por lo que se respetó siempre la pendiente original. A partir de elementos originales como los tensores y tirantes que sobrevivieron se puede volver a levantar toda la cubierta y el artesonado conforme a su diseño original.
Cambios reversibles e irreversibles
Esta es la primera vez en su existencia que al claustro de San Francisco se le hace una intervención integral desde sus cimientos hasta la última de sus tejas. Pero esta no puede responder a un simple criterio pragmático, como ocurrió en el pasado. Se trata de preservar lo patrimonial hasta el máximo posible y, al mismo tiempo, que el nuevo uso del edificio permita que el inmueble perdure para las siguientes generaciones.
En su nueva época el claustro hará parte, junto con otros inmuebles aledaños, del hotel de estándar mundial que está construyendo el Proyecto San Francisco, cuya apertura está prevista para el año 2021. La intervención para recuperar al máximo posible del valor patrimonial de este inmueble se realiza no solo por la convicción empresarial de que ese es el camino correcto sino también en cumplimiento de un sistema muy regulado de protocolos, normas, licencias y permisos para intervenir, recuperar, conservar y poner en valor un edificio que como este, es un Bien Inmueble de Interés Cultural del orden Nacional (BICN).
Uno de los criterios en ese sistema de normas es que todo lo que se realice para acondicionar al inmueble para su nuevo uso, en este caso hotelero, debe ser reversible. Es decir: hay que separar toda la recuperación del patrimonio -en general, lo correspondiente a la eṕoca colonial- de todo lo nuevo. Al final, aunque todo se vea integrado y como un conjunto, será posible volver el claustro a su condición arquitectónica más cercana a lo que fue su origen como lugar religioso.
Fuente principal: arquitecto restaurador Ricardo Sánchez, del Proyecto San Francisco.
In memoriam
El Getsemanicense y el Proyecto San Francisco lamentan la repentina muerte del experto restaurador Rodolfo Vallín Magaña. Rodolfo colaboró con estas páginas a propósito de su trabajo en curso con la cúpula y fresco del Purgatorio en el templo de San Francisco.
Brocal hexagonal: en el centro del claustro había un brocal de agua artesiana, que debió servir para usos generales como lavar pisos y caballos. Al comenzar la obra actual estaba recubierto por un falsa pila de concreto, que se retiró.
Refectorio y su entrepiso: en la parte trasera estaba el refectorio, el lugar más noble y decorado de todo el claustro. Allí los monjes tomaban sus alimentos a horas fijas y con unos rituales que se seguían paso a paso. Uno de ellos era escuchar siempre las lecturas sagradas. Tenía unas ventanas altas hacia el oriente que permitían una ventilación cruzada para que hubiera una temperatura agradable.
Fotografía de Laura Acevedo.
Ménsulas (boca de tigre): son los remates de las vigas transversales que van más allá del muro que las soporta y que pueden servir para sostener un balcón, achicar la distancia entre muros o para formar un adorno.
La Escalera: es una de las más antiguas de Cartagena. Este tipo de escalera era un espacio en sí mismo, no solo un sitio de paso, como ahora. Se le consideraba un ámbito tan noble que tenía su propia composición y simetría desde el suelo hasta la cumbrera. En el descanso tenía una ventana que iba hasta el piso. Arriba, en el segundo piso, la “caja” espacial de la escalera estaba coronada por dos arcos y una pilastra, que es un tipo específico de columna.
Solana tapiada: una especie de terraza ancha, muy ventilada, sin mobiliario, demarcada por columnas y arcos y cuyo borde frente a la bahía estaba apenas resguardado por un barandal de madera.
Vista interior de la fachada principal del Claustro en el segundo piso, mostrando las solanas tapiadas.
Imagen realizada por Andrés Bustos.
Puertas y arcos en la fachada interna en el segundo piso.
La planta del segundo piso era un calco del primero: de un lado arcadas y corredores alrededor del patio y del otro, puertas y arcos que daban hacia unos largos espacios internos.
Imagen realizada por Andrés Bustos.
Comparación del Claustro entre 1900 y 1930-50. Cambio del espacio del Pasaje Porto y aparición del tercer piso.