Para quienes crecieron con el teatro Cartagena como vecino, su fachada era parte del paisaje. Pero un ojo curioso revelaría que tenía algo distinto a los demás inmuebles. Parecía integrada al resto del paisaje urbano, pero al mismo tiempo no. Destacaba a su manera, pero sin pelear con los demás. Ese efecto fue intencional y sus líneas arquitectónicas hicieron un sorprendente y largo viaje desde el barroco mexicano hasta llegar al Caribe colombiano.
El arquitecto cubano Manuel Carrerá ya había empezado a sembrar prestigio en nuestra región cuando recibió el encargo de hacer el teatro Cartagena, inaugurado en 1941 y uno de los más importantes que se hicieron por aquellos años. Carrerá había llegado a Barranquilla en 1934 y al siguiente año inauguraba el teatro Rex, su primera obra. En 1938 el turno fue para el mítico edificio García, el primer edificio de apartamentos de Barranquilla, cumbre del estilo art déco en Colombia, todavía en uso y declarado Bien de Interés Cultural del Orden Nacional. Luego vendrían otros muchos otros inmuebles que bien merecen un recorrido por la Arenosa, solo para disfrutarlos.
Pero Cartagena y Getsemaní eran otra cosa. Mientras la parte de Barranquilla donde hizo la mayor parte de su obra respondía a un trazado urbano hecho desde ceros y considerado uno de los mejor planificados del país, aquí se enfrentaba a un entorno colonial envejecido, a su vecino el Mercado Público, de carácter republicano, y a la intensa vida comercial y de transeúntes que este generaba.
Pero no era solo eso. El cine era una industria en auge. Aún no había televisión en Colombia ni en buena parte de latinoamérica. Esos galpones cerrados con una inmensa pantalla adentro eran una caja de sueños y al mismo tiempo el monopolio de las imágenes en movimiento. Y el Teatro Cartagena estaba pensado para ser el escenario de prestigio de la ciudad: el de mejores acabados, butacas, pantalla, sonido, máquina de proyección, cortinas y muy en particular, el más potente aire acondicionado, que entonces hacía toda la diferencia con los demás teatros de la ciudad. Todo tenía que ser sobresaliente para lo que había en la Cartagena de entonces. Y estaba, por supuesto, al art déco, que era el estilo estético predominante de aquellos años y que Carrerá manejaba particularmente bien.
Carrerá tenía, pues, varios caminos arquitectónicos para decidirse. Optó por una vía distinta, que en ese contexto, al frente del camellón de los Mártires, terminaba dialogando con los estilos que había allí: el clásico teatro californiano del cine de los años 20.
Y aquí se empiezan a enlazar varios hilos. Hollywood, la meca del cine, está en Los Ángeles, ubicada a su vez en California. En ese estado de USA se desarrolló muy pronto una nutrida red de teatros que se desparramaba por todo el territorio. Cada condado tenía el suyo, así como ocurrió en Cartagena una década después, cuando cada barrio tuvo uno propio. El teatro del sector era como una nueva iglesia, en el sentido de que allí se congregaban personas en un edificio hecho para acoger multitudes y que al mismo tiempo era un escenario para socializar con los vecinos y amigos.
En California fue muy predominante un estilo propio de teatro cuyas fachadas traían elementos del barroco mexicano, en particular las variantes llamadas plateresco y churrigueresco, de origen español ¿Por qué México? California había sido colonia española y luego parte de México hasta 1848. Es decir, para cuando nació el cine mudo California “apenas” llevaba medio siglo en la unión americana. Por supuesto, siglos de herencia española no se borraron en tan pocos años.
El arquitecto restaurador Ricardo Sánchez se dio a la tarea de rastrear para este artículo aquellos teatros californianos de los años 20, e incluso boceteó a mano algunos para desentrañar cómo sus líneas se expresan en las de la fachada del teatro Cartagena. Presume que la principal influencia pudo ser el Castro Theatre, de San Francisco, hoy convertido en monumento histórico de esa ciudad. También hay elementos similares en el Vista Theatre, en el Sunset Boulevard, de Los Ángeles, y algunos rasgos menores en el Balboa, de San Diego y en el Rialto, de Pasadena. Haciendo la tarea, Sánchez se preguntó de dónde podía tener Carrerá tal conocimiento detallado de ese estilo y si acaso no habría viajado a California buscando inspiración.
Simplificando un poco se podría decir que ese estilo de teatro californiano de los años 20 consiste en una fachada de fondo blanco y liso —como las de cal de nuestra arquitectura colonial—, relativamente alta, a la que se le incorporan los ornamentos platerescos o churriguerescos usualmente concentrados en el cuerpo central, que es bastante prominente. La simetría aparente o perfecta era parte de la fórmula estética, así como las cornisas sobredimensionadas. Usualmente tenían, como el Teatro Cartagena, una balcón amplio o terraza en cuyo frente se ubicaba una marquesina a todo lo ancho del edificio, en la que se ponían en letras móviles los nombres de las películas que estaban pasando. Bajo ella, respondiendo a su naturaleza, unas entradas amplias casi como una extensión de la acera. Los detalles podían incluir tejadillos con la clásica teja roja y curva de barro cocido. También una propensión al equilibrio visual de las distintas partes.
Si se escudriña un poco, se encuentran relaciones entre nuestra arquitectura colonial y el barroco mexicano. Carrerá seguro tuvo esas conexiones en mente. Ese estilo de teatro californiano encajaba muy bien en el entorno y respondía a la naturaleza esencial del edificio. Aunque en aquella época hubo mucho fachadismo —cuando en la fachada se ponía todo el énfasis y un buen presupuesto, pero adentro los terminados eran bastante normales— en el Teatro Cartagena no era así. Adentro tenía también sus rasgos arquitectónicos interesantes, que exploraremos en otro artículo.
Para el nuevo hotel —que el proyecto San Francisco está construyendo en los predios del convento colonial y otros aledaños— se decidió mantener esa fachada y hacerle un homenaje al viejo teatro, que aunque no era un inmueble de conservación sí que guardaba un fragmento memorable de los mejores años del cine en el barrio. La fachada se intervendrá por completo para llevarla al punto más cercano a su diseño original. Así quedó consignado en el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) aprobado por el Ministerio de Cultura, que es la norma a cumplir en ese conjunto de edificios.
En el trayecto de restaurarla, el equipo de trabajo se ha llevado una sorpresa con lo poco robustos que son los ornamentos. Es como si los hubieran puesto allí solamente para hacer presencia, sin concentrarse en hacerlos muy resistentes. Pero por suerte sobrevivieron setenta años para dar testimonio de cómo era el teatro original. Deberán ser reconstruidos, ahora sí con materiales contemporáneos que hagan que la fachada perdure indefinidamente en su lugar.
El enfoque es poner en valor esa fachada tan importante para la ciudad y que al mismo uso se integre con el nuevo uso hotelero. Para lograrlo se trabajó en varios frentes. Para comenzar, la fachada se sostendrá sola, casi como un elemento escultórico con vida propia. El edificio hotelero, construido desde cero, está retirado algunos metros hacia adentro del predio. Eso permitirá que en la parte interna de la fachada interna se haga un calco de la exterior. Es otras palabras: será una fachada de doble faz. En el edificio hotelero se hicieron unos ajustes precisos para que las respectivas ventanas quedarán alineadas con los vanos abiertos de fachada. Así, quien mire desde adentro podrá contemplar la fachada casi como la vería desde afuera y, a través suyo, el Centro Histórico. Los huéspedes de una de las habitaciones especiales tendrán un privilegio particular: su balcón ocupará toda la terraza frontal del antiguo teatro, así que tendrán una vista de ensueño al atardecer.