Bajo la cancha de baloncesto y la pista de patinaje del parque Centenario reposan los vestigios de la segunda construcción que tuvo Getsemaní y que fue un engranaje clave de la economía de la ciudad: el matadero de ganado.
Era tan importante que por un par de siglos le dió nombre a la plaza arenosa que ocupaba el lugar del actual parque Centenario. Era la plaza del Matadero. En su momento, durante la Colonia temprana, había la plaza de la Mar, que hoy llamamos de la Aduana; la de la Yerba, que se movió de sitio varias veces y donde se vendían el mercado vegetal; y la de la Carnicería, que algunos aún llaman así a la zona de parqueos detrás del edificio de Telecom, en el centro.
Mientras que esas tres quedaban dentro del casco fundacional, la del matadero quedaba por fuera. Eso tenía su razón de ser. Y ayudó a que Getsemaní fuera el barrio que ha sido a lo largo de la historia. Vamos a verlo.
Cabeza de vaca
Alrededor del sacrificio de ganado había toda una industria que aprovechaba cada parte de una res. De ella salía no solo la carne para consumo humano, sino la piel para hacer cuero; los cuernos para elaborar desde cucharas hasta peinillas; los huesos grandes, a los que también se les daba forma y utilidad. Hasta la gelatina, que se usaba para recetas. Una res era como una pequeña fábrica en una época en que no había plásticos, papeles de uso doméstico o muchos de los materiales que hoy abundan en nuestras casas. Por eso, también, se diferenciaba la labor de sacrificar el ganado de la venta de carne al menudeo.
Pero era una labor sucia y maloliente. Por eso desde el medioevo se dispuso que quedara por fuera de las zonas amuralladas. Era, además, una de las pocas actividades económicas que se podía gravar con impuestos y hacerle un seguimiento más estricto. Una vaca viva no es fácil de esconder.
El matadero de Cartagena fue ubicado en Getsemaní porque era el arrabal, el nombre que se le daba a esas zonas de extramuros. El tema del ganado era una preocupación constante. Por ello se establecieron ordenanzas muy específicas, según los registros de la época. Para 1552, apenas veinte años después de la fundación, “se prohibía bajo pena de diez pesos que las vacas transitan por la ciudad debiendo permanecer en el barrio de Getsemaní, en dónde sus dueños construirían los establos necesarios”, una señal temprana de la relación del barrio con esta ocupación.
“En septiembre de 1582 ordenó el cabildo, que para la costa que ha de hacer en aderezar y hacer el matadero, que se ha de hacer de cal y canto, de aquí en adelante todos los que mataren ganado vacuno, para pesar en la carnicería, sean obligados a dar a la ciudad para esta obra pública las cabezas sin lengua de las reses que allí se mataren y que el mayordomo de cobrar las dichas cabezas”.
Lo de “cal y canto” tiene su detalle: la primera ciudad se hizo con materiales más perecederos e inflamables, como la madera, vulnerables a los incendios y a los ataques de piratas y corsarios. Hacer algo de “cal y canto” era construirlo en materiales más durables, y por tanto, más costosos. Las cabezas como forma de financiación también tenían sentido: los cuernos y los huesos eran aprovechables económicamente.
“En siete de junio del año de mil quinientos ochenta y tres se ordenó en cabildo, que ninguna persona venda puercos en pie, ni nadie los compre para venderlos por menudo, sino que todo vaya a la carnicería, so pena de cada diez pesos aplicados por tercias para cámara, juez, denunciador, y se ejecute”.
Lo de los cerdos se había convertido en un dolor de cabeza para las autoridades: en cualquier casa se destazaban, generando malos olores. Además, a veces en la informalidad de la calle se vendía carne en mal estado, con los respectivos problemas de salubridad.
“En cuatro de noviembre del año mil quinientos ochenta y tres se ordenó que ninguna persona mate ganado, si no fuere en el matadero, so pena de de veinte pesos aplicados por tercias partes, cámara, juez y denunciador”.
Y aquí aparece, entonces, la referencia de que el matadero está puesto en pie y operando. Pocas décadas más tarde la multa sería para quien tuviera ganado pastando en el barrio. En ese momento se necesitaba espacio para los nuevos pobladores pues Cartagena estaba creciendo a pasos agigantados. Desde entonces el ganado para el sacrificio venía de los hatos de la región.
Para entonces ya estaba construida la entrada de la Media Luna, el único ingreso por tierra firme. Las reses podían entrar vivas por esa puerta, frente a la cual se armaban filas de madrugada para ingresar a la ciudad por el estrecho paso. Aún así, tener el matadero a la vista desde la ciudad fundacional podía ayudar en el control de esa valiosa actividad.
Tintes militares
El matadero fue la segunda construcción del barrio, luego del claustro de San Francisco. La misma que vio Drake cuando se tomó la ciudad en 1586 y pidió un rescate para no terminar de destruirla. Para hacerlo, sus hombres hicieron un plano de la ciudad, en el que se registraban las casas y bienes que podían generarles provecho económico. En Getsemaní dibujaron únicamente el claustro y el matadero, en uno de los primeros registros visuales que se tienen del mismo: aparecen dos volúmenes, uno un poco más grande que el otro (ver imagen). Un dibujo simple que hoy puede parecer un poco infantil, pero que en ese contexto tenía una gran importancia. Para ser más precisos, una importancia de 110.000 ducados de plata, la cifra que finalmente se pactó con Drake.
En los archivos de Indias, en Sevilla, hay una relación de en cuanto se tasaron los bienes de la ciudad para la negociación con Drake. En la primera página -la que tenemos disponible- aparecen la “carnicería y matadero”, con el mayor valor de todos: 15.876 pesos. Los que le siguen son los bienes de Domingo Felix, con 10.747 pesos y la significativa presencia de “las de su Majestad”, por 9.000 pesos. Los bienes de esa página con menores valores eran las casas de Isabel de Porras (800 pesos) y Gil López (600). Seguramente en las páginas siguientes habrá valores mayores, como los de los claustros, pero es llamativo el alto valor que se le daba a ese edificio.
La toma de Drake fue el aliciente para concretar el amurallamiento de la ciudad fundacional en el que ya se venía pensando. Pero no se incluyó a Getsemaní en el primer trazado de finales del siglo XVI. Se le seguía viendo como el barrio de extramuros, aunque cada vez se iba poblando más y se notaba con preocupación que podía ser usado militarmente contra de la ciudad. En el informe de 1620 de García Girón de Loayza se pedía que por razones de seguridad no se permitiera edificar casas alrededor del matadero.
La razón era simple: un matadero y casas de buen material podían ser utilizadas como parapeto para los enemigos que lograran tomarse Getsemaní y desde ahí atacar la zona amurallada. Por eso era mejor dejar despejada esa zona y todo el flanco del caño de San Anastasio, como se hizo cuando pocos años después se amurallaron los flancos del Arsenal y el Pedregal, pero se dejó abierta toda la zona de la Matuna.
Razones similares llevaron a que en 1815, durante la reconquista española, Pablo Morillo ordenara la destrucción inmediata de unas edificaciones que se habían ido construyendo aproximadamente donde hoy queda el camellón de los Mártires y que funcionaban como una especie de galería comercial al lado del puerto y entre el Centro y Getsemaní. Hay alguna referencia en que con ellas también se ordenó la destrucción del matadero, pero también hay constancia de su uso casi hasta el final del siglo XIX.
Una nota de pie de página en un documento especializado hace el siguiente resumen:
El matadero de Cartagena funcionó en la zona norte del actual Plaza de la independencia antes llamada del Matadero, desde los primeros años de existencia de la ciudad hasta el año 1888 en que fue trasladado a Manga; de Manga fue trasladado al barrio del Prado, al oriente de la ciudad en el año 1925; y del Prado fue trasladado al barrio del Bosque el año de 1954.
Fábrica de fábricas
No es difícil imaginar la intensa actividad productiva que se generaba alrededor del matadero desde su comienzo colonial. La tenería, o curtiembre de los cueros, requiere de mucha agua, por lo que era providencial tener el caño de San Anastasio al lado. Con el cuero basto y bastidores de madera se elaboraban muebles como butacos o elementos como puertas. Con los huesos y los cuernos, utensilios domésticos.
Esas actividades se ubicaban en las manzanas de al lado, en lo que hoy conocemos como calles Tripita y Media y de las Tortugas. Un incipiente núcleo de pequeñas empresas que se mantuvo y le dió un uso urbano característico hasta entrado el siglo XX. Ayudó también a configurar al barrio como incubador de empresas y fuente de empleo, lo que a su vez lo hacía un primer lugar de destino para quienes venían de la región buscando un nuevo futuro en la gran capital regional que era Cartagena. Es decir: le ayudó a Getsemaní a ser lo que hoy conocemos.
Pero un matadero en pleno núcleo urbano no era compatible con las ansias de modernidad que empezaron a mover a la dirigencia de la ciudad a finales del siglo XX. El sitio despejado que componían el caño de La Matuna y toda la zona que va hoy desde el parque Centenario hasta el Centro de Convenciones prometía ser el mejor emplazamiento para esos nuevos hitos urbanos que apenas comenzaban a soñarse.
A un barrio nuevo
Manga era entonces una zona alejada. El nuevo matadero (1888) quedaba en la bajada del actual Puente Román, que aún no había sido construido. Donde hoy están ubicados los predios de la electrificadora. Al parecer, en medio de la crecida vegetación, se pueden encontrar rastros de ese matadero -cuya imagen acompaña este artículo en una foto colorizada en nuestros días-.
Pocos años después, en 1905, se abrió el Mercado Público, que a su vez abrió el nuevo sector de carnes en 1920. El oficio volvía de otra manera al barrio, ahora en forma de comercialización, que dio un modo de vida a muchos vecinos de Getsemaní.
Cuando ahora se camina por el parque Centenario no resulta fácil imaginar la intensa vida económica que hubo donde hoy están los equipamientos deportivos. Se supone que debajo de la cancha de baloncesto y sus alrededores debería haber restos del antiguo matadero. Sobre la superficie hay tres grandes bloques de argamasa -ver foto- cuya composición podría ser colonial, pero haría falta algún estudio apropiado. Puede ser que hubieran sobrado de los trabajos en el parque y por su tamaño no se hubieran podido retirar. Si es así, serían los últimos vestigios, escondidos a la vista de todos, de un mundo desaparecido.
Agradecimientos
Al arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara por la información, principalmente de los tiempos coloniales. Las citas textuales de fuentes especializadas fueron escogidas por él.
Al historiador Hernán Reales Vega por el seguimiento a las imágenes del matadero de Manga, que algunas fuentes ubican como el original bajo el parque Centenario. Su análisis detallado, con seguimiento de imágenes de época y fechas de origen, lleva a concluir que es el de Manga.
No se han podido conseguir imágenes fotográficas o referencias visuales del original durante el siglo XIX, época de la que flaquean las fuentes bibliográficas o documentales acerca de este inmueble, cuya historia completa aún está por escribirse.