“Había varios vecinos contrabandistas en el barrio. De hecho, mi papá era uno de ellos. Se llamaba Manuel Solano Hoyos Tapia. Él viajaba por tierra a Maicao, que era la ruta principal, y también a Panamá, a donde se iba en lancha como lo hacen actualmente con las lanchas cocoteras. Aruba era otro sitio para traer productos. En ese tiempo Maicao era un punto fuerte por la gran cantidad de turcos y libaneses que había en ese perímetro”.
Quien cuenta esta historia es Darío Antonio Hoyos Racero, sentado en una banca en la calle del Pozo, escuchando música en un pequeño equipo de sonido, explicándose siempre con las manos.
“Yo estaba muy pelao, pero todavía me acuerdo. Antes de llegar con la mercancía, mi papá hacía unos acuerdos para enviar una “mosca”, la persona que inspeccionaba la zona. La mosca miraba cómo estaba el panorama para que el resto del grupo entrara con el producto en las horas de la noche, casi siempre de las doce en adelante. Mi papá llegaba con una volqueta repleta de productos de contrabando y una persona arriba. Claro, todo esto cuando la mosca les daba luz verde”.
“Lo que más se contrabandeaban eran los cigarrillos y whisky. Ellos traían otros productos por encargo para la gente que estaba bien económicamente, como aceite de oliva o champagne, que era difícil de encontrar por acá”.
“Después que llegaba el camión, mi papá guardaba todo en la casa. Había casas donde encaletaban las cosas. No recuerdo en específico cuáles eran todas, pero por supuesto la mía era una de ellas. Había otra familia en la calle San Juan y una más en el callejón Ancho. Al día siguiente buscaba a sus clientes y les mostraba los productos. Luego él recogía el dinero, compraba dólares y se iba a las dos o tres semanas por más mercancía”.
“Recuerdo mucho a un señor vecino del barrio que trabajaba con el Frente del Resguardo, que era la autoridad departamental que vigilaba las embarcaciones y los artículos que entraban a los puertos. Él sabía que mi papá traía contrabando, pero no se atrevía a encararlo directamente. Lo que hacía era que le envíaba a otros miembros del resguardo para que requisaran la casa”.
Vajillas, alcohol y mentol
Augusto de Aguas nos cuenta su parte de la historia mientras alimenta a sus pájaros en las jaulas que tiene en la terraza de su casa, por la calle San Juan. Está vestido con bermudas, camisa rosada y sandalias. Sus canas avisan que los recuerdos vienen de hace mucho tiempo.
“El contrabando siempre ha sido ilegal, lo que pasa es que en una época era menos controlado. Antes no había muchas empresas donde la gente pudiera trabajar, por eso muchos se dedicaron a contrabandear. Tengo claro que el contrabando siempre entró por Cartagena y se distribuía al interior del país. Por supuesto, en esa época las carreteras estaban destapadas y muchos de los grandes contrabandistas tenían control de esas vías”.
“Esta actividad se realizaba por medio de embarcaciones que viajaban a la zona libre de Colón, en Panamá. Esas embarcaciones eran de madera y también traían madera. Otro de los sitios estratégicos era la isla de San Blas. Los botes llegaban ahí de ida y de venida. El negocio funcionaba de la siguiente forma: de aquí llevaban comida, puesto que teníamos el Mercado Público. En San Blas hacían trueques con los indígenas de la isla. De allá traían licores, cigarrillos, vajillas, alcohol y mentol”.
“Para hablar de contrabando en Getsemaní, tenemos que mencionar toda la costa Atlántica: desde Cabo de la Vela, hasta el Golfo de Urabá. Porque también llegaba contrabando de La Guajira y del golfo de Morrosquillo. Cuando la mercancía venía por vía marítima anclaban en el Muelle de los Pegasos. Las autoridades veían eso normal, no molestaban ni hacían controles. Sin embargo, eso empezó a cambiar cuando se generó una alianza entre guajiros y cartageneros. Ahí la DIAN y Aduana empezaron a controlar”.
“Si bien Cartagena fue un epicentro, Getsemaní lo fue más. Los getsemanisense sabían todo lo que provenía de contrabando: whisky, perfume, ropa, víveres, almendras, pistachos, ciruelas pasas. Hubo mucho contrabandista de aquí. Había un contrabando que venía de España que traían unos turrones que eran los mejores de los años 60. Recuerdo unos huevos de Navidad que eran duros, con relleno de chocolate”.
“En el mercado había secciones dedicadas solo a productos de contrabando. Los comerciantes hacían una mezcla de mercancía nacional y la de contrabando. Es más, acá nos gustaban más los productos extranjeros que los nacionales, porque eran de mejor calidad. Por ejemplo el jamón, la jamoneta y el salchichón cervecero, que venían de Estados Unidos e Inglaterra. La mayoría de ricos de esa época compraban esas carnes. Pero a pesar de que en el barrio vivía gente humilde, tenían cierto poder adquisitivo. Porque controlaban el mercado y se movía un comercio dentro de Getsemaní. Era normal ver como una persona pobre se llevaba a la mesa lo mismo que un tipo adinerado”.
“El contrabando en el barrio era dominado por familias, es decir, cada una tenía cierta clase de mercancía. Era normal que un getsemanicense fuera a la casa de un contrabandista a comprarle algo y que se lo diera a un precio cómodo. El vecino se sentía en agrado porque el vendedor, que también era getsemanicense, le hacía más descuento. En algunas ocasiones los contrabandistas del barrio les regalaban a los vecinos más allegados trago extranjero para fechas especiales, como los festivos de diciembre. Aquí el vecino del barrio compraba mucha ropa. Nos sentíamos complacidos por lucir una prenda que venía de afuera”.
“Llegó fulanita”
“El grupo de mujeres era más grande que el de hombres. Porque muchas viajaban a San Andrés, Panamá y mandaban su mercancía por lancha. Hubo vecinas que eran grandes contrabandistas. Se sabían el manejo del mercado, los puntos estratégicos, qué cantidad debían traer y la clase de productos que le dieran rentabilidad. A diferencia de los hombres, ella sí eran buenas administradoras, porque ellos se dedicaban a la vida bohemia y chévere, bien vestidos y tomando”.
“Cuando ellas llegaban de afuera, ya tenían un grupo selecto que les compraba su mercancía sin reparo, porque sabían que lo que traían era de buena calidad. La mejor estrategia de ventas era el voz a voz: ‘mira, llegó fulanita con mercancía’ y todos iban donde ella”.
“Las contrabandistas eran miradas con respeto, porque tenían conocimiento y poder económico. Las cosas no se guardaban solo en su propia casa sino que se repartía entre las casa de amigos y familiares, para que en caso de una requisa no encontraran suficiente evidencia”.
El viejo contrabando en Cartagena
La relación de Cartagena -y en particular de Getsemaní- con el contrabando era casi tan vieja como la ciudad misma. La raíz de todo estaba en el orden colonial español, que tenía el monopolio del comercio como una de las claves de su dominio. Se suponía que todos los bienes tenían que entrar a sus ciudades de manera regulada, había cosas que tenías prohibido comprar, y por todos los productos importados legales se pagaban tributos. La plaza de la Aduana, en el Centro, es una huella de ese orden de cosas. En teoría los barcos debían descargar y declarar allí toda cuanto trajeran en sus bodegas.
La cuestión es que España casi no producía artículos manufacturados, pero otros reinos sí, como Inglaterra, y Holanda: tejidos, artículos para el hogar y el trabajo, herramientas. Y luego estaban otros productos apetecidos aquí como licores y aceites, provenientes de otros países. Lo que hacía la corona española era comprar allá y traer para estos lados, con impuestos altos de por medio.
Pero en la región Caribe había territorios ingleses, franceses y holandeses, como las Antillas, a la vuelta de la esquina, como puntas de lanza desde donde podían distribuir sus productos directamente, sin impuestos. Hay referencias de que aquí también merodeaban contrabandistas de los que ahora son países como Suecia, Dinamarca, Italia, Escocia, Estados Unidos, Alemania, Rusia y Turquía. El mar Caribe era uno de los escenarios clave del comercio mundial.
Entonces si para la Corona el territorio a controlar era inmenso, también lo eran las posibilidades de generar ganancias ilegales haciéndole el quite a la Aduana. Expertos han llegado a calcular que para finales del siglo XVII dos terceras partes de lo que entraba a las Indias era contrabando. Solo una tercera parte restante entraba legalmente.
Y ahí estaba Getsemaní con su playón del Arsenal y su profusión de embarcaciones listas prestas a deslizarse furtivamente a donde fuera necesario para entrar mercancías sin arancel o prohibidas. De hecho la cortina de muralla que existió allí parece haber sido impuesta más para frenar el contrabando que para fines estrictamente defensivos, a juzgar por sus características.
Y si eso era por agua, por la tierra también había descontrol. La calle de la Media Luna era la conexión terrestre de Cartagena con el interior. El revellín o puerta de la Media Luna fue erigido por razones y con estructura militar, pero también para ejercer mayor control sobre el paso de mercancías.