El parque que se nos fue

MI PATRIMONIO

Uno cruza el Parque Centenario y asume que siempre estuvo ahí. Es como un espacio atemporal que debió existir desde la Colonia, ¿verdad? Pero no. Tiene poco más de un siglo de historia como escenario de la vida de la ciudad y del barrio. Sus usos y muy distintas reformas hablan mucho de la relación de tira y afloje de Cartagena con Getsemaní. 

Comencemos por un hecho simple. Al principio todo eso era agua. Ximaní -su nombre indígena- era una isla en forma de tortuga separada del actual Centro histórico por el caño San Anastasio. Era tan ancho que ocupaba lo que hoy es La Matuna y la Avenida Venezuela. Del lado del actual parque había agua y unos playones que podían cambiar de forma según lo dictaran los vientos y las corrientes.

La ciudad, fundada en 1533, necesitaba abrir un paso firme por tierra. Esto se hacía pasando por la isla. El camino, si se hiciera hoy era este: salir por la torre del Reloj, cruzar por el camellón de los Mártires, doblar por la calle de la Media Luna y hasta llegar al puente Heredia. “La construcción de dicho puente sobre el caño de la Matuna, o de San Anastasio, frente a la puerta de entrada a la ciudad se inició en 1539 por iniciativa del licenciado Santa Cruz, gobernador y juez de residencia, y fue terminada por el regidor Alonso de Montalbán un poco antes de 1554, tomando el nombre de Puente de San Francisco, por el de la isla y el convento que en ella se construía”, explica Rafael Ballestas en un texto especializado. Para hacer el puente se requería rellenar el punto frente a la actual torre del Reloj, donde el caño se angostaba. Aquel relleno habrá sido el primero de los muchos que no han parado y que en cinco siglos han recortado los cuerpos de agua de Cartagena a una fracción de lo que originalmente fueron.

El matadero

Muy pronto, con ese paso en firme, hubo una segunda construcción en la isla: el matadero. Se hizo por donde está el patinódromo, en el parque Centenario. Por disposiciones de la Corona, que databan del medioevo, los mataderos debían quedar fuera de la zona amurallada de las ciudades, en el  “arrabal”. Señal de que la isla de Ximaní no era considerada una parte integral de la ciudad, algo que solo sucedería hasta el siglo siguiente. El matadero era el sitio del sacrificio de los animales, en contraste con la carnicería, donde se vendían los cortes para consumo humano. Esta quedaba aproximadamente donde hace unas semanas se cayó el palo de caucho, en la avenida Venezuela. A ese sector se le conocía antes como la Plaza de la Carnicería.

Pasaron los años. Los diversos mapas muestran que hasta la Independencia aquellos playones fueron agrandados y rellenados sin cesar. Lo hicieron hasta integrar una sola explanada que cubría espacios que ahora vemos como unidades separadas: el patio de Banderas del Centro de Convenciones; todo el frente del claustro y el templo, al que se le llamaba Plazuela de San Francisco; el muelle de los Pegasos; el Camellón de los Mártires, el Parque Centenario y su respectivo sector de la calle de la Media Luna. Fue uno de los espacios abiertos más grandes que hubiera en cualquier población de la Nueva Granada.

Al llegar Pablo Morillo en 1815, durante la feroz reconquista española, se encontró con 37 tendales o revendones alineados sobre el eje de lo que hoy es el camellón de los Mártires. Algunos construidos en ladrillo y materiales permanentes. Toda una calle comercial nacida espontáneamente en lo que fuera el paso obligado para salir de la ciudad. Por razones militares, Morillo ordenó demolerlos por completo. 

A la explanada le llamaban entonces Plaza del Matadero, que había cumplido su labor por más de dos siglos. Un matadero no es solo un sitio donde se sacrifica el ganado. De ahí también salen pieles. Y con ellas surge la necesidad de tratarlas y convertirlas en cuero útil, es decir: las curtiembres. Y con ese cuero se hacían sillas, aperos para la caballería, puertas y otros muebles sencillos, por lo que también se necesitaban madera y ebanistas. Así que en las calles aledañas -por donde hoy están Tripita y Media y Las Tortugas- hubo talleres que hacían una cadena productiva a partir de lo que salía del matadero.

Sueños sí, dinero no

Para el comienzo de la república, la naciente ciudad de Cartagena tenía en aquel peladero inmenso el único gran lote despejado para soñar con nuevos espacios sin salir a extramuros. Era una promesa para los tiempos venideros. Lo que no había era dinero. Por buena parte del siglo XIX Colombia fue una república que tenía que organizarse como territorio, consolidar un modelo político y generar los recursos para echar hacia adelante. Esos ires y venires implicaron violencias y bandazos como nación, que tomaron varias décadas. Solo hasta el final de ese siglo, con un panorama un poco más despejado y una economía en despegue, la ciudad pudo empezar a pensar en serio en obras que la sacaran de la modorra colonial y la convirtieran en una urbe moderna, según se entendía entonces.

La generación conocida como centenarista veía en los cien años de Independencia el aliciente para darle un vuelco a la ciudad. Las primeras grandes obras fueron el ferrocarril a Calamar (1894) -que tenía estación cerca de la torre del Reloj- y el Mercado Público, (1904). Era un magnífico edificio republicano que todavía algunos lamentan que haya sido demolido cuando se trasladó a Bazurto en 1978. El mercado solucionaba muchas necesidades comerciales y de higiene. El siguiente paso era un parque público donde salir a pasear y hacer vida social. Por la vieja ciudad amurallada no soplaban los vientos en los días de calor, como sí lo hacían en aquel despoblado desde el que se veían las mansas embarcaciones en el puerto. Un peladero con una vista de postal.

¿Y qué había pasado con el matadero? Después de la Independencia se siguió usando para ese fin. Los vertidos y restos, tanto del sacrificio de los animales como de las curtiembres, eran arrojadas el caño San Anastasio ensuciándolo y contaminándolo. La ciudad había pasado por varias epidemias. En particular la de cólera de 1849 mató a una porción importante de la población. Eso era parte del contexto por el que luego se creó el Mercado Público. A falta de corroborar e investigar más, es posible que la apertura de ese mercado y de su sector de carnes, en 1920, haya marcado el fin del matadero. 

En 1886 había sido inaugurado el camellón de los Mártires, pero en una versión bastante más simple de lo que conocemos hoy. Eran apenas unas bancas y los bustos actuales dispuestos en un par de líneas imaginarias, sin una delimitación u obra adicional que las separara de la explanada de tierra. El conjunto del camellón y el actual parque Centenario había sido denominado oficialmente como Plaza de la Independencia desde 1882. Así que para celebrar el centenario de la Independencia, en 1911, se decidió separar los espacios: el camellón sería renovado y mantendría su carácter patriótico y el parque sería un nuevo espacio moderno y familiar, inspirado en los jardines ingleses o franceses.

Un poco de Inglaterra y Francia

El invento de los parques públicos -construidos y mantenidos por los gobiernos para el uso de sus ciudadanos- era relativamente reciente. En Francia aquellos enormes y cuidados parques de las élites y la monarquía, como Versalles, eran un símbolo de exclusión y pasaron a ser bienes urbanos después de la Revolución. Tendían a ser geométricos y plantados de manera muy organizada. Inglaterra también innovó desde el siglo XVII y creó el parque neoclásico, que intentaba ser más “natural”. Los árboles se dejaban sin podar, la vegetación en donde hubiera nacido y se mantenían las irregularidades e imperfecciones del terreno, por ejemplo. Pretendían ser pedazos de la naturaleza transplantados a la ciudad. Solían tener algún estanque o lago con puente y cerca suyo, un pabellón hexagonal. El Parque Centenario, como se verá, tiene un poco de ambos.

En la Cartagena de entonces ese nuevo parque significaba mucho más que tener dónde pasear en las tardes. Era un signo de modernidad, desarrollo, buenas costumbres e higiene. Se convirtió en una iniciativa ciudadana, no solo gubernamental. En 1909 se nombró una junta directiva para su desarrollo: Camilo S. Delgado, Lácides Segovia y Constantino Pareja G. fueron los designados. Ellos abrieron el concurso Parque del Centenario, con un premio de veinte pesos para el que consideraran el mejor plano. Este resultó ser el del reputado arquitecto Pedro Malabet, que ganó entre las cinco propuestas presentadas. Malabet y Luis Felipe Jaspe Franco fueron las cabezas del proceso constructivo, que comenzó en abril y tomaría el par de años hasta llegar al centenario.

Como resulta evidente todavía, el punto focal del parque es el obelisco, al que convergen los ocho caminos desde las esquinas y las puertas intermedias. Las entradas de cada uno de esos ocho caminos fue diseñada como pequeños arcos del triunfo. Lo que ya no es tan evidente es que la fachada principal estaba sobre el camellón de los Mártires. Las tres puertas de esa fachada fueron adornadas con grandes estatuas -todavía en su lugar original- que aluden a la libertad, el trabajo y la juventud, lo que resulta revelador de la mentalidad de la época, pues los íconos religiosos de la Colonia eran reemplazados por virtudes más “modernas”. El área del estanque de agua y su vegetación ocupaban casi una cuarta parte de la plaza. “En un tiempo su fuente central de aguas cristalinas fue el lugar de esparcimiento de grandes y chicos. Tortugas, peces, garzas, gansos y patos eran admirados por todos. Poco a poco fueron desapareciendo por causa del abandono y, hoy, apenas sobreviven algunos peces”, rememoraba Raúl Porto Cabrales en 2007.

El obelisco de mármol fue donado por el gobierno de Italia, cuando Juan Bautista Mainero y Truco era el cónsul. Fue elaborado en Génova, bajo diseño de Jaspe y está coronado por un muy andino cóndor de bronce. Recogía el sentido patriótico del centenario, honrando a los dignatarios que firmaron el acta en la que la provincia de Cartagena se declaraba independiente del poder español. En la esquina más cercana a la torre del Reloj se instaló un templete octogonal destinado principalmente a las retretas y presentaciones musicales. Esa costumbre se extendió por décadas, al punto que todavía algunos getsemanicenses las recuerdan como una nota muy propia de su infancia. En particular, está documentado que el maestro Ramón Epifanio Puello (1879-1962) animó desde ahí muchas tardes cartageneras tocando música clásica con la banda departamental.

El parque original también tenía una plazoleta de recreo para los niños, una escalinata de surtidores de agua y las áreas de jardines que han pervivido hasta hoy. Aunque la falta de recursos hizo abrirlo sin que estuvieran terminadas las obras, igual la romería fue grande el día de la inauguración. Hay una foto en la que se ve la multitud llenando el espacio hasta donde alcanza el ojo, los señores ensombrerados y las pocas mujeres en trajes formales.  Hay quienes sostienen que la idea original era tener jardines floridos, no los árboles que hoy dominan la parte vegetal, pero una foto de 1915 -apenas cuatro años después de inaugurado- deja ver al parque con pequeños arbustos sembrados en toda su extensión. A su costado, la estación y las carrileras del tren a Calamar, junto con unas bodegas. Algunos vecinos recuerdan que hacia los años 40’s al parque se le veía muchísimo más despejado que ahora, con el obelisco visible desde afuera. 

Para su inauguración la próspera comunidad sirio-libanesa, con muchísimo arraigo en Getsemaní, que era el epicentro de su actividad comercial, donó una elaborada fuente cuyo rastro se perdió. En 1925 el frente suyo se abrió la sede del Club Cartagena, que congregaba a la élite comercial y social de Cartagena. Otra señal de la importancia que tenía ese parque para la ciudad.

El parque de Getsemaní

Si bien se le construyó como un parque de la ciudad, para Getsemaní se convirtió en un espacio vital, que hizo suyo desde los primeros años. Salvo la Trinidad y el Pozo, no había más espacios  amplios y de esparcimiento en el barrio, denso entonces de comercio, casas, pasajes residenciales y pequeñas industrias. 

Por algunos años -quizás entre los años 20’s y 30’s- hubo en el parque un pequeño escenario para boxeo, con su ring y espacio para los espectadores. Ese deporte era muy popular entonces en la ciudad. Ya desde 1898 había gimnasio donde se podía guantear en la Universidad de Cartagena. El Cabrero, San Diego y el desaparecido Boquetillo tuvieron locales donde se practicaba. “La voz se regó como pólvora y hasta de Getsemaní venían a conocer y admirar la obra, lo que provocaba los roces con los de San Diego, barriadas enfrentadas por cuestiones étnicas y culturales”, escribió Raúl Porto Cabrales, quien en otro lado dice que los jóvenes de clases medias y altas de San Diego “hacían topes ante los carretilleros del mercado y los tira bultos del muelle, quienes servían como conejillos de Indias”. Incluso se programaban veladas de combate en el Circo Teatro o el Variedades. De ahí que cuando se abrió el espacio para el boxeo en el parque Centenario el barrio lo acogió como propio. Allí se hicieron campeonatos interbarrios  y pelearon los nombres más famosos de la época.

Ese apropiación del parque por parte de la comunidad se reforzó muchísimo más desde 1940, cuando se construyó la cancha de baloncesto, en el mismo sitio donde estuvo el escenario para el boxeo. Aquella cancha pionera se convirtió en un espacio en que los muchachos del barrio podían jugar hasta tarde, reunirse y pasar el rato. El baloncesto se unió al béisbol y al boxeo como los deportes insignia del barrio. Ahí se hicieron campeonatos de todo lo que se podía: interbarrial, de bachillerato, universitarios, entre instituciones, etc. Con el paso de los años de esa cancha surgieron jugadores como los hermanos Nieto, Boris Campillo, Random Teherán o Guido Palomino, que llegaron a los equipos departamentales y fueron pre-seleccionados para nacionales. Álvaro Teherán, que no era del barrio pero jugó muchísimo en esa cancha  incluso fue parte del “draft” de 1991 para la NBA, la liga mayor del baloncesto en Estados Unidos.

Por esas décadas y hasta entrados los 70’s, el parque era un sitio de paso para quienes iban a los cines como el Padilla o el Rialto viniendo desde San Diego o El Cabrero. Aún algún sandiegano que recuerda que de muchacho tenía que decidirse entre darle un largo rodeo al parque o pasar por la mitad plantandole cara a los muchachos de Getsemaní, a quienes no les gustaba ver pasar por su parque a chicos de otros barrios. En los diciembres el parque se llenaba como en ninguna otra época del año porque en sus cuatro costados se permitía la venta libre de juguetes de Navidad a precios accesibles. ¡Cuántos getsemanicenses tiene ese como uno de sus recuerdos favoritos de infancia! Había padres que se daban la vuelta por el parque con sus hijos de la mano, espiando los gustos que ellos mostraban y las reacciones ante ciertos juguetes. La destapada de regalos, el 25 en la mañana,  era un asombro para esos niños: Papá Noel o el Niño Dios habían acertado exactamente con el juguete que deseaban.

El golito y la biblioteca

Hacia finales de los 70’s comenzó el golito o microfútbol, que fue una fiebre en el barrio y tuvo mucho significado para un par de generaciones. Boris Campillo lo recuerda bien. “Cuando cerraron el mercado público, liderados por Delimiro Gaviria limpiamos un pedazo de la demolición en diagonal a la antigua escuela Lácides Segovia. Formamos como un playoncito y colocamos dos porterías pequeñas. El campeonato tomó fuerza y como el escenario no era el mejor, lo trasladaron al parque Centenario”. 

“El barrio entonces era muy disperso. El sentimiento era por calles o sectores y así se presentaban: calle Lomba; Getsemaní A y Getsemaní B, que eran las calles de las Chancletas y del Pozo juntas, la plaza de la Trinidad y así. Eso se disipó con el golito y todos fuimos parte un solo barrio”.

Luego vino la época del baloncesto competitivo, en el que brillaron muchos jugadores que todavía se recuerdan. “En todas las canchas de Cartagena se sentía con intensidad, pero jugar en la del parque Centenario era una vivencia diferente. No todo el mundo tenía el temple. A los jugadores de Getsemaní en selección nos identificaban por tener una enjundia, un coraje diferente. Había otros que de pronto eran mejor dotados técnicamente. Pero los de Getsemaní teníamos un valor agregado, que nos daba una presencia importante en las selecciones”, recuerda Boris.

Pero la cancha era mucho más que golito y baloncesto. “Era el escenario donde todos confluíamos en las tardes, las noches y los fines de semana. Era una cita obligatoria, no solo por el deporte sino que allá se socializaba. Recuerdo mucho ver una generación mayor que la mía jugando  bolita de caucho y armando unas discusiones tremendas. Incluso se intentó formar en voleibol y patinaje”, dice Boris.

Por unos años en el parque funcionó la biblioteca Juan de Dios Amador, creada en 1972 y que tuvo una filosofía ambulante, que comenzó en Getsemaní, se trasladó al Centenario, y de ahí a la plaza de la Aduana. Pero el libro se convirtió en una seña de identidad, con los vendedores de segunda mano que se han convertido en tradición. También allí se alquilaban las historietas de la época como Batman, Archie o La pequeña Lulú. Para los años 80’s y hasta mediados de los 90’s, en la cancha de baloncesto se realizaba el festival ostrero y gastronómico de mariscos, en donde participaban los ostreros de la ciudad, aprovechando las temporadas altas de turismo en diciembres, Semana Santa y mitad de año.

Reformas van y vienen

Entre 1982 y 1983, con motivo de los 450 años de fundación de Cartagena, al parque se le hizo una intervención de fondo que -vista a la distancia- fue bastante desafortunada. En ella se le recortaron los costados norte y oriental para hacer zonas de parqueo. Ese mismo año la llamada Marcha Campesina del Sur de Bolívar se lo tomó como campamento durante varias semanas. Eso implicaba dormir, cocinar y hacer las necesidades corporales. Tras marcharse se le sometió a “un profundo proceso de limpieza y desinfección. Muchos de sus visitantes asiduos juraron no volver más a pisar sus predios por miedo a contraer una enfermedad”, según describió Raúl Porto Cabrales. 

Aunque hay una discrepancia de fechas, un artículo señala que por la marcha campesina se decidió elevar las rejas y poner las puertas en las ocho entradas, para evitar una nueva toma. Otros recuerdan que la justificación era evitar que en las noches pernoctaran allí mendigos o se quedara gente haciendo corrillo hasta altas horas de la noche. Posiblemente de esa reforma hay sido la decisión de angostar un poco los corredores peatonales del parque y rodear con pequeños muros los sectores arbolados. Hay fotos de los años sesenta en que el parque se ve despejado, con toda su superficie al mismo nivel y sin rejas. 

En conjunto, las decisiones de ponerle puertas -aún hoy se cierran algunas, incluso de día-, el enrejado, el angostamiento de los senderos, el confinamiento de la zona vegetal y el crecimiento de los árboles parecen haber despojado al parque de su vocación de amplitud, convirtiéndolo en una especie de burbuja urbana a la que cada vez entraban menos los ciudadanos y que no tenía el carácter acogedor y de paseo fresco que tuvo en su comienzo. 

¿Patines o patrimonio?

La siguiente gran novedad ocurrió en 1990, cuando se inauguró el patinódromo, que fue el único de la ciudad por varios años. Debajo suyo quedaron los vestigios del antiguo matadero. Para abrirle espacio se cercenó uno de los camellones que eran sitio de encuentro de vecinos y transeúntes. Algunas fuentes datan esta obra en la remodelación de 1983. Y con el patinódromo se repitió la historia de la cancha de baloncesto: de esa pista salieron campeones de talla nacional e internacional. Pero ya no eran de Getsemaní, sino muchachos y muchachas venidos de otros barrios. 

Para el Bicentenario (2011) se planearon obras cuyo cronograma de ejecución pasó de largo y llegó hasta diciembre de 2013 y aún así quedaron pendientes el patinódromo, la cancha múltiple, evolución de la cancha original de baloncesto, y la restauración del obelisco. En esa reforma se le reintegraron al parque el espacio de las bahías de estacionamiento de 1983, se rehabilitó el templete de las retretas y se crearon unos baños, una cocina y una terraza comedor que nunca funcionaron del todo. Los libreros  -que había llegado a un margen del parque en 2002, en un proceso de reubicación de vendedores ambulantes que impulsó el distrito- fueron absorbidos en el perímetro interno del parque donde permanecen vendiendo libros escolares y de segunda mano. Hubo inauguración con todas las autoridades, los respectivos discursos, pero de la comunidad del barrio, poco. “Somos habitantes de Getsemaní, pero no nos invitaron a la inauguración del parque” le dijo Jorge Ruíz González a El Universal.

En cambio, la comunidad si tomó cartas en el tema del patinódromo. Por ese tiempo hubo una discusión de fondo entre el Ministerio de Cultura y el Distrito. Por cuenta del  decreto 1911 del 2 de noviembre de 1995 el parque había declarado como un Bien de Interés Cultural del Ámbito Nacional, lista que ahora tiene algo más de mil bienes en todo el país. Eso implica una gran filigrana administrativa y política porque si bien la Nación es la que decide sobre el bien, en la práctica hace parte del tejido urbano de Cartagena y el distrito debe ocuparse de él. La discordia estalló porque el patinódromo está sobre los restos del viejo matadero -donde comenzó esta historia-. 

El Ministerio de Cultura era partidario de demolerlo para recuperar esos restos y ponerlos en valor, como una especie de zona arqueológica. Esto, teniendo en cuenta que por los XX Juegos Centroamericanos y del Caribe (2006) a la ciudad le había quedado un patinódromo de muchas mejores condiciones en el barrio El Campestre. La comunidad se quejaba de que el patinódromo en la práctica había quedado en manos de las escuelas, con lo que al final quien quisiera patinar le tocaba pagar. Por eso eran partidarios “de demoler y que esa zona se convirtiera en patrimonio arqueológico” y ya puestos en esas, “recuperar la biblioteca que existía en el parque y el regreso de la retreta”, según rememora Florencio Ferrer. Entre una y otra cosa, las obras del patinódromo siguieron y se dejaron intactos los vestigios visibles del matadero. Pero las cosas no quedaron tan bien hechas, según recogía El Universal en una nota de 2015.

Después de 1983 y de 2013 fue notorio un descenso en el uso del parque como espacio comunitario. Han sido 109 años de historia, en los que han pasado muchas cosas. El parque ha sido sinónimo de progreso, vecindad, deporte y comunidad, pero también de abandono y aislamiento. En particular, de reformas que abrían y cerraban espacios, que reemplazaban unos, pero perdían otros para siempre, como si fuera una metáfora de la relación de la ciudad con el barrio. En una reciente encuesta le preguntaban a habitantes del barrio sobre los espacios sociales más importantes de Getsemaní. Para el período anterior a 1978, cuando se trasladó el mercado, el parque Centenario apareció en el segundo lugar (22%), apenas superado por la plaza de la Trinidad (36%). Para el período posterior y hasta nuestros días el parque Centenario no figuraba ¡ni siquiera entre los primeros siete primeros puestos! Había desaparecido como escenario de vida para el barrio. Ya se nos había ido.

Para saber más

Para la reapertura del parque en 2013 los arquitectos Ricardo Zabaleta Puello y Jorge Sandoval Duque escribieron una documentada memoria de siete páginas que contribuyó mucho con datos de este artículo y que nos hizo llegar la Fundación Cartagena al 100%, a la que agradecemos ese aporte investigativo.

Florencio Ferrer contribuyó en distintos aspectos y corroboró información. Boris Campillo fue clave para el tema deportivo. También hay aportes de los arquitectos restauradores Rodolfo Ulloa y Ricardo Sánchez. Gladys Ambrad, el historiador René Julio y otros vecinos del barrio han conversado en diversas ocasiones con El Getsemanicense acerca de temas conexos con el parque.

  • Investigación Histórica Antigua Iglesia San Francisco
    Ricardo Zabaleta. Universidad San Buenaventura, sede Cartagena.
  • Cartagena de Indias en la palma de la mano.
    Raúl Porto Cabrales. Ingeniería y Diseños. Cartagena, 2007.
  • La infraestructura cultural de Cartagena.
    María Beatriz García. Banco de la República, Cartagena de Indias, 1993.
  • Nomenclátor Cartagenero
    Donaldo Bossa Herazo. Editorial Planeta. 2007
  • Aproximaciones a una historia sobre el boxeo colombiano
    Raúl Porto Cabrales
    http://portal-box.com/historia-de-nuestro-boxeo/
  • Un parque para restaurar: El Centenario
    El Universal. 12 de junio de 2011
  • Cartagena recuperó el Centenario
    Estefany Gómez Solórzano
    El Universal. 19 de diciembre de 2013