¿Qué es ser getsemanicense? Es una pregunta casi filosófica, pero también muy práctica. Contestarla ahora puede tener un impacto enorme para mantener vivo el legado social y humano del barrio: el resultado de las generaciones que han poblado estas 24 manzanas por casi cinco siglos.
Un grupo amplio de vecinos e instituciones del barrio se han puesto en la tarea de contestarla. Pero no como un asunto de teoría y abstracciones sino como algo muchos más tangible: que el Estado colombiano considere esa forma de ser getsemanicense como algo tan único y particular que ponga en marcha todos los mecanismos institucionales para preservarla y mantenerla viva.
Como suele ocurrir, para lograrlo hay que pasar por una serie de formalidades y procesos complejos, pero que al final habrán valido la pena. El objetivo inmediato es que nuestra vida de barrio sea incluida en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (LRPCI) de la Nación. Estar incluida implica, de manera necesaria, que se ponga en marcha un Plan Especial de Salvaguardia (PES) para protegerla.
Las listas representativas del patrimonio cultural no son un asunto solo de Colombia. La UNESCO es la responsable de la lista mundial. Es el resultado de una conciencia cada vez mayor sobre un punto sencillo: los bienes culturales intangibles -como los idiomas, las fiestas propias, la gastronomía, los modos de vida etc- son tan o más importantes que los bienes materiales. Ahora se expresa fácil, pero costó mucho tiempo llegar a un acuerdo común. Imaginemos un planeta con el Partenón, las pirámides de Egipto, la muralla china o las fortificaciones de Cartagena, pero habitado por gente que piensa igual; se viste igual; habla el mismo y simple idioma; y se alimenta de lo mismo, como si el mundo fuera una cosa nueva y lo hubieran estrenado ayer. Ese ejemplo de pesadilla sirve para ilustrar que la protección de los bienes materiales sirve de muy poco si al mismo tiempo no se estimula y se protege la diversidad humana y cultural.
Tener unas características históricas sociales y culturales tan propias hacen de Getsemaní un barrio a la altura de muy pocos otros en el mundo. Para igualarlo hay que pensar, por ejemplo, en barrios de Estambul, de la vieja China que no ha barrido el progreso galopante, de la India o de la Europa medieval. No es que nos parezcamos a muchos otros barrios de antes y seamos el único que sobrevivió. Tampoco somos un pueblito pintoresco congelado en el tiempo. Es algo diferente: somos y hemos sido distintos, muy particulares y muy nosotros, aún en medio de los incesantes cambios que ha enfrentado Getsemaní. No todos los barrios viejos pueden presumir de haber sido puerto, muralla, mercado público, arrabal, entrada estratégica de su ciudad, estación de tren, crisol cultural y humano, o tan cosmopolita como lo ha sido Getsemaní. Puede que haya muchos cascos históricos y barrios viejos, pero son muy escasos los que tienen a la comunidad viva y originaria encarnando diariamente esa personalidad única labrada generación tras generación, con siglos. Si va la gente, ese bien de la humanidad se pierde para siempre. El tesoro más importante aquí es esta comunidad que mantiene vivo un legado. Un Getsemaní sin su gente no es Getsemaní.
Un getsemanicense de hace dos siglos podría aparecer de la nada en la plaza del Pozo y seguramente reconocería no solo los sitios, sino -más importante aún- ciertos rasgos y hábitos de la gente raizal. Se sentiría entre hermanos de otro tiempo, compartiendo una manera de ser vecinos y seres sociales. Algo así sería imposible en la mayoría de barrios antiguos. Muchos han conservado sus inmuebles, pero estos han sido adaptados a los tiempos modernos y habitados por personas y familias sin mayor nexo histórico con ese territorio. Incluso nuestro vecino, el Centro Histórico, ya no puede aspirar a algo así porque fue despoblado de su gente originaria. Mirarse en ese espejo ayuda a entender la importancia de esta iniciativa.
Llegados a este punto es hora de ir al Ministerio de Cultura y empezar el proceso. Es entonces cuando -con todas las formalidades de por medio- el Estado pregunta: ¿qué tiene de especial esa vida de barrio de Getsemaní que la hace tan invaluable y que nos obliga a poner en marcha el mecanismo de salvaguardia? ¿Qué tiene de especial o distintivo para que deba ser destacada y protegida? ¿Por qué tenemos que ponerla al lado del Carnaval de Barranquilla, de los palabreros Wayuú, del Carnaval del Diablo de Riosucio y de las otras dieciocho manifestaciones inmateriales que tenemos en nuestra lista nacional?
En otras palabras, para contestarle al Ministerio hay que responder a fondo la pregunta del comienzo: ¿qué es ser getsemanicense?
Y es ahí donde un grupo de vecinos e instituciones, de la mano de la socióloga getsemanicense Rosita Díaz y Raúl Paniagua, han tomado la metodología que propone el Ministerio de Cultura para elaborar la postulación formal. Esa metodología ha implicado casi dos años de un proceso comunitario, consultas con la gente, sus colectivos e instituciones y un levantamiento enorme de información. Todo ello se concreta en la postulación, un documento técnico de 220 páginas que se le presentó al Ministerio de Cultura y que compendia el resultado de 57 reuniones y talleres, la aplicación de encuestas, una profunda búsqueda en libros y archivos y la capacidad intelectual de decenas de profesionales y académicos ligados al barrio. Esas 220 páginas son el documento más juicioso y completo que se haya escrito hasta ahora sobre las características sociales y culturales de Getsemaní. Llegar a ellas ha sido por sí mismo un logro enorme y se constituye como un aporte que en adelante será una fuente indispensable para entender el barrio.
Dice la postulación: “Los próximos años serán decisivos para enfrentar de la mejor forma los distintos fenómenos a los que se enfrenta la comunidad, desde la gentrificación, la patrimonialización, la turistificación, la degradación y pérdida de sus habitantes tradicionales, pues con ellos desaparecerá lo que para muchos representa Getsemaní. Esto es, la forma de ser, la identidad y expresión del cartagenero, de la forma como se apropió aquí el ser caribeño”.
Hay preocupación, claro, pero también una visión de esperanza y futuro. “Todo eso ha hecho resurgir el ser getsemanicense, que se siente amenazado con tantos cambios al tiempo. Los viejos lazos de amistad, vecindario, compañerismo y solidaridad están de regreso para mostrar un barrio fortalecido en medio de la avalancha turística e inmobiliaria que suele ser implacable cuando se topa con comunidades cultural y socialmente débiles. La cultura que ha caracterizado a Getsemaní, con sus expresiones y manifestaciones llenas de historia, simbolismos y orgullo, no son cosa del pasado. Están ahí, en el ADN de una comunidad que ha parido poetas, escritores, pintores, profesores, músicos, docentes universitarios, beisbolistas, basquetbolistas, boxeadores, comerciantes, empresarios, carpinteros, herreros, orgullosos de su terruño y defensores de sus ancestros”, afirma Eduardo García Martínez en un escrito que hace parte de la postulación.
Así somos
Lo que sigue es un intento de responder a la pregunta sobre lo que hace tan particular a Getsemaní, acudiendo a la profusa investigación hecha para la postulación ante el Ministerio de Cultura, de donde salen todas las citas con comillas.
Excluirnos nos hizo fuertes
“Una de las constantes de los getsemanicenses, en casi toda su historia, es la percepción de la exclusión, de la discriminación por parte de la administración pública y de los demás cartageneros. Condición que a su vez fortaleció los lazos de identidad y auto reconocimiento del getsemanicense, como categoría socio-cultural barrial y urbana”.
“Esas formas de exclusión social, de discriminación por distintos mecanismos, en especial por el color, la fragmentación espacial de la ciudad, desde el primer poblamiento establece un espacio para los españoles, que por lo tanto tenían todos los privilegios. Y otro donde se asentaron viajeros, artesanos, comerciantes menores y descendientes de españoles sin abolengo, con reconocimiento laboral y servil pero sin poder (barrio de Los Jagüeyes, hoy San Diego), y el espacio para Getsemaní como arrabal o sitio de expansión. Esto le permite a los habitantes de este barrio, reconocerse y considerarse diferentes, distintos a todos los demás y en el proceso de expansión de la Cartagena a lo largo del siglo XIX y XX estas características se perpetuaron y moldearon eso que hoy se reconoce fácilmente como una población atípica, diferente, dentro de la ciudad”.
Autogestión y organización
Si el barrio nace con un sentimiento de exclusión frente a la ciudad amurallada, la respuesta de los vecinos ha sido organizarse y crear una comunidad con valores propios. Buena parte de las murallas y los inmuebles de uso social como las iglesias o la Obra Pía recibieron aportes de la comunidad. Saber organizarse ha sido un factor clave: los artesanos y las milicias de 1811 respondían a organizaciones con mucha antigüedad; la herencia de los cuagros o generaciones de la comunidad negra; las cofradías, y hermandades; los sindicatos -como los choferes y loteros, con sedes en el barrio-; los clubes de baile y deporte; organizaciones culturales y cívicas o la Acción Comunal.
Resistencia en la sangre
“El habitante de Getsemaní no es pasivo. Es reconocida por muchos actores la tendencia del getsemanicense a la resistencia, al rechazo de lo que consideran injusto o ilegal y su disposición -en estos casos- a la protesta no solo ante lo que se estima es una forma de exclusión, de dominación y ante el sometimiento. Y esa resistencia tiene una faceta creadora, en cantos, bailes, juegos, devociones, asimiladas a voluntad en cultos a divinidades católicas”.
Cosmopolitas
Un rasgo de Getsemaní es que ha recibido migraciones desde sus orígenes más tempranos. En 1630 se realizó una relación detallada de todos los extranjeros que había en Cartagena, muchos en Getsemaní. Había 154 portugueses, 13 italianos, 7 franceses, 2 flamencos, 1 polaco, 1 escocés, 1 judío y un, “tajerino”. En la época más comercial del siglo XX hay quien recuerda que se podían escuchar tres o cuatro idiomas distintos en la misma cuadra.
Las mismas calles
“Por algo más de 400 años el barrio ha vivido con la misma configuración de plazas, calles y viviendas actual. Esta condición permite que sus habitantes no solo se identifiquen, sino que también se reconozcan en sus calles, en especial en aquellas que han tenido más vitalidad por las relaciones entre sus habitantes y sus vivencias. Si bien han cambiado algunas funciones iniciales, siguen siendo un punto de encuentro, de referencia, de relacionamiento corporal y espiritual. Es el caso de la plaza de la Trinidad, del Pozo, los callejones Angosto y Ancho, la calle Lomba, las calles San Juan, San Antonio, del Espíritu Santo, del Guerrero y la Sierpe, para mencionar aquellas que han sido determinantes en la trama espacial y en el ‘alma’ del barrio”.
Trabajadores y artesanos, a mucho honor
El barrio siempre tuvo amor por el trabajo material, una tradición que se mantuvo muy activa hasta hace pocos años. Una relación hecha por el historiador Sergio Paolo Solano y recogida en la postulación señala que en el siglo XVIII había:
“Alarifes, herreros, canteros, tejeros, ladrilleros, carpinteros, torneros, ebanistas, carpinteros de ribera, calafates, armeros, cerrajeros, aserradores de maderas, fundidores, faroleros, hojalateros, marineros, jornaleros, remeros, patronos de botes, y muchos otros trabajadores”. Agrega luego: “Y con el comercio internacional que tenía en los muelles de la calle del Arsenal, así como en un conjunto de labores artesanales y de abastecimiento logístico asociadas a la mar. Fue igualmente el núcleo de una serie de funciones artesanales relacionadas con la vivienda, la construcción y con el comercio local y regional”.
Lo público y lo privado
“Para la comunidad y por muchas décadas no había mayor diferencia en el uso de espacios privados como públicos, como ocurría en los pasajes, en las asesorias, en los pretiles y puertas; así como en el uso de espacios públicos como si fueran privados, como los atrios de las iglesias, las aceras y las calles, pues estos cumplían diferentes funciones, tanto colectivas como familiares. Esos usos de los espacios posibilitaron las integraciones comunitarias, la conversión en entornos familiares protectores, de respeto por los adultos y de realización de condiciones para la convivencia”.
Entre iguales
Las relaciones entre los getsemanicenses han sido tradicionalmente de mayor igualdad que en muchos otros lugares y bastante más que el trato entre las distintas clases sociales en Cartagena. En la época del Mercado Público podían coincidir en el mismo espacio el hijo del comerciante próspero con el de quien tenía una colmena o trabajaba para otros. Había familias más pudientes que otras, pero igual se compartían los espacios y tradiciones, sin ninguna diferenciación.
Es la gente, no las casas
La arquitectura getsemanicense tiene historia, un sabor y encanto particulares, pero no se puede caer en el error de pensar que Getsemaní son sus casas, calles y murallas. Ellas son el escenario, pero lo que importa es la comunidad y los valores construidos. Sin sus vecinos, el barrio sería apenas un decorado.
“Getsemaní como barrio no es la sumatoria de una infraestructura o de una sucesión de viviendas. Aquí se ha construido un tejido social, fundamentado en la historia y en sólidas relaciones primarias, de protección, ayuda y cooperación solidaria y hospitalaria en la vida cotidiana, a lo largo de numerosas generaciones, que perpetúan la memoria y consolidan esas percepciones de ser diferentes frente a los demás contextos y ciudadanos”.
Hambre no había
Entre la cercanía al Mercado Público y el puerto, la pesca desde el Puente Román, el reparto entre los vecinos de la pesca abundante en el mar y la simple solidaridad barrial, hubo décadas en que siempre había cómo solventar la comida. Todos estaban pendientes de si alguien no prendía el fogón. Y no tener física hambre ni angustia por el pan de mañana te hace crecer distinto.
“Aquí nadie pasaba hambre. Podía haber pobreza material, pero no indigencia ni hambre. Siempre había la certeza de que en el vecindario, se fuera familiares o no, se resolvía el problema de la alimentación. Estas formas de protección comunitaria respecto de la alimentación tienden a consolidar unas relaciones de vecindad y familiaridad más fuertes que cualquier otro mecanismo societario, pues no solo opera sobre la confianza mutua sino también sobre la certeza de la seguridad antes los complejos problemas que deben resolver las familias para poder garantizar su subsistencia y su reproducción”.
Entre generaciones
La postulación recoge como una nota clave del barrio que el espíritu se ha transmitido a través de generaciones y que un orgullo de getsemanicense es saber que su familia en el barrio se remonta a ancestros muy remotos.
“En la vida de barrio uno de esos determinantes es el conjunto de relaciones sociales, familiares, culturales, establecidas entre los residentes a lo largo de varias generaciones, que les ha permitido construir unas formas de reconocimiento, identidad, pertenencia”.
Nos criamos entre todos
“Existían unos fuertes lazos de amistad entre las familias y los vecinos. Estos estaban pendiente de los niños, niñas y adolescentes y podían regañarlos e incluso corregirlos. Igualmente la figura del padrino era muy importante, y pasaba a ser un padre más para ellos. Con el paso del tiempo todo esto se ha ido perdiendo. A las familias les cuesta dificultad corregir a los hijos y se molestan cuando otra persona los corrige”.
“El compartir relaciones de vecindad por varias generaciones, los fuertes lazos familiares entre una población que se mantenía en sus viviendas, la institución del compadre y de la comadre, con la influencia que tenían sobre los ahijados, la injerencia de los vecinos en la crianza y cuidado de los niños, el mutuo reconocimiento y el compartir unas pautas y valores sociales reconocidos y un espacio colectivo generarían una organización social específica y diferente del resto de la ciudad”.
Nuestro temperamento
“Un elemento destacado por los habitantes es que no hay espacio para el odio, la venganza y la agresión. Puede haber una tendencia a discutir alzando la voz, vociferando y manoteando, pero rara vez se pasa a otras formas. Mucho menos a conservar odios o actitudes de venganza. Es una fortaleza cultural el que sus habitantes ríen con facilidad, poseen buen sentido del humor, son creativos, expresivos y optimistas. Creen en la alegría de vivir, en el disfrute del día a día, en el goce como característica cultural”.
El aguaje
“Todos estos procesos socioculturales imprimieron un sello característico en la personalidad de los getsemanicenses. Son autosuficientes, altivos, irreverentes y aguajeros -muestran la ropa con elegancia y altivez, usan la palabra con soltura, amantes del juego, la dramaturgia y el baile-. Es este el ser getsemanicense que se expresa en la vida cotidiana, en los espacios públicos, las plazas, las aceras, en los zaguanes, los patios y los atrios”.
Nuestras celebraciones
La Vida de Barrio de Getsemaní es también la manera como celebramos: el Cabildo, Ángeles Somos, la Semana Santa son ritos sociales que aquí se viven de una manera distintiva. Y lo lúdico también es parte de nuestro ser: los juegos de mesa, la bola de trapo o los deportes.
Nuestros sabores
“El barrio ha construido una producción gastronómica que responde a diversos procesos de asentamiento poblacional, que parte de las comunidades negras que fueron asentándose en el barrio a partir de 1851, desde la expedición de la ley de libertad de los esclavos en Colombia. Dentro de los aportes, aún no suficientemente explorados y documentados, no solo cabe todo lo relacionado con las frituras como con los dulces, en su innumerables formas, tipos y procesos de cocción. También podemos destacar el aporte de la pesca, tanto de río como de mar, las distintas formas de preparación, conservación e inclusión en la dieta familiar. Así como algunos tubérculos y frutos como el ñame, el coco, los plátanos, una amplia variedad de frutas tropicales y en especial el uso de condimentos. Posteriormente y desde finales del siglo XIX, pero en especial a partir de las dos primeras décadas del siglo XX Getsemaní fue la sede de la migración árabe Getsemaní, supo apropiarse e integrar a su dieta cotidiana diversos aportes de esa cocina, en especial productos como las berenjenas, los envueltos con base en verduras y hojas, la almendra, algunos dulces y tortillas y el sabor dulce en las comidas. Se debe destacar también el aporte que a lo largo del siglo XX hicieron inmigrantes, viajeros y comerciantes que desde Panamá, el golfo de Urabá y todas las antiguas sabanas de Bolívar, con sus alimentos, formas de preparación y adaptación de diversos insumos a la cocina criolla. Otro aporte viene desde la cultura tradicional de los zenúes, con los alimentos asociados con la yuca, la leche y sus derivados, como el suero y el queso, sino también con las distintas formas de tratamiento y conservación de la carne de res”.
Afuera pero adentro
“Hoy hay más getsemanicenses por fuera del barrio que en su territorio debido a un proceso de desplazamiento interurbano -algunos lo llaman gentrificación-, lo que constituye una debilidad que contrasta con la presencia diaria de muchos de ellos en la plaza de la Trinidad, los pretiles de la iglesia, las calles y los callejones, en un peregrinaje de pertenencia y nostalgia solo visto en esta barriada. Ellos siguen arraigados a su territorio ancestral y hacen parte de las voces, los cuerpos, las manifestaciones de la cultura barrial que se niega a morir a pesar de todos los ataques de la postmodernidad”.
El proceso formal
La postulación fue presentada el 24 de marzo al Ministerio de Cultura, que ha estado muy atento al proceso. Justo entonces comenzó la cuarentena por la pandemia del coronavirus, así que habrá que esperar cómo se reacomodan las cosas tras la crisis. De lograrse, sería el primer Plan Especial de Salvaguardia (PES) urbano del país.
El PES aprobado compromete a todas las partes, según las normas, a “generar un acuerdo social entre los portadores, las entidades públicas de los ámbitos local, regional y nacional y otras instituciones relacionadas con la manifestación, para garantizar su salvaguardia. Por tanto, este objetivo implica la adquisición de responsabilidades conjuntas para unos y otros, con diferente grado de compromiso”. Es decir, le pone deberes a todos para que se preserve la manifestación. Esto le dará a la comunidad una carta fuerte para trabajar con los distintos niveles de gobierno y actores implicados
Este es el proceso que sigue:
Cuando el ministerio apruebe la postulación es importante que la comunidad lea el documento final pues de nuevo se requiere de la participación de todos para preparar el PES.
Necesidad y oportunidad
La inclusión de la Vida de Barrio de Getsemaní en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (LRPCI) de la Nación y su Plan Especial de Salvaguardia (PES) son al mismo tiempo una necesidad y una oportunidad. Una necesidad porque contribuiría con los esfuerzos que la comunidad y sus instituciones cercanas están haciendo para mantener viva esa cultura barrial, pero con unas obligaciones que implican al Estado colombiano, desde la Nación hasta el Distrito, así como a todos los actores que tienen que ver con el barrio. Es también una oportunidad para lograr que la comunidad no siga sosteniendo sola esta lucha. En adelante, esta carta de navegación en la que todos ponen -como en el juego de la perinola-, ayudaría a una colaboración más armónica entre las autoridades, quienes tienen negocios en el barrio, las instituciones y la comunidad, todos tirando el coche en la misma dirección.