El ‘Pluto’ Meléndez: el barrio a la distancia

SOY GETSEMANÍ

Plutarco Meléndez -‘Pluto’ para sus vecinos de toda la vida- nos propone dar la misma vuelta que cada tarde daba con los amigos de la niñez: empezar por su casa de la calle Lomba, callejón Ancho, calle del Pozo, callejón Angosto y retorno. Con casi sesenta años, que no se le notan, camina con la energía de un muchacho. Saluda y lo saludan. No ha dejado que los casi 30 años viviendo fuera del país lo despeguen del barrio, al que siente en la piel.

“Nací en la calle Lomba el 9 de octubre de 1960. Soy privilegiado porque mi familia es raizal y mi abuelo paterno era de apellido León. El procuró por el barrio en el sentido de que proponía una segunda fundación. Por eso en la canción 'El Getsemanisense' se habla de “barrio de bravos leones” haciendo alusión a la familia León, que luego se trasladó al barrio Torices y fue pionera fundadora del sector San Pedro y Libertad”. 

“Esta ventana de la casa donde nací fue fundamental en mi vida porque a través de ella podía ver el mundo exterior”, nos explica señalándola y dando inicio al recorrido. “Por ejemplo, en la casa del frente vivía la familia Pombo. Entre semana era una casa familiar pero los fines de semana se convertía en un club social, Los Cucas Boys. Era un pequeño baile con picó y se entraba por el zaguán. Yo siempre quise saber qué sucedía allá dentro, pero por ser un niño no me permitían entrar. Los domingos en la mañana veía amanecer a la gente en esta calle de tierra, porque entonces no tenía pavimento y esto se convertía en un gran bailadero. A través de mi ventana, la ventana del recuerdo, podía ver a esta gente bailando mambo, cha cha chá y otros ritmos por allá en los años 60, cuando yo tenía seis o siete años”. 

De la calle Lomba recuerda a las familias Solano, a los Pájaro y a la familia Ruiz, que todavía vive allí. De muy niño adoptó algo bastante inusual: un hidrante al frente de la casa. “Ese que tu ves ahí ya no es el mismo, pero el original yo lo tengo en una pintura que le hice. De niño pensaba que eso era mío. Yo peleé con mucha gente a puño defendiendo mi hidrante porque se le sentaban encima”. 


La muchachada da la vuelta

"Cuando ya me dejaban salir nos congregábamos en el pretil de mi casa para iniciar la ‘vuelta a la manzana’. Comenzábamos aquí, en el callejón Ancho. Aquí sigue viviendo la familia Barbosa. También vivió la familia Villarreal y un carpintero muy famoso, Alfonso Lugo, al que le decían ‘Pan Aguao’. La familia Villarreal Aparicio tenía varias casas. En una casa de allá había un palo de guinda. Nos montábamos en el techo de la casa de al lado y nos las robábamos con una vara larga y una latica. ¡Era toda la bonchada!”, cuenta. Plutarco nunca entendió porqué vivían arrendados en la calle Lomba, si tenían una casa propia en el callejón Ancho, a la que terminaron por mudarse a comienzos de los años 70”.

“También recuerdo las casas de la familia Julio y de la familia Acevedo. Por un pasaje se comunicaba con la casa donde hacían los bailes. Como por la edad no nos dejaban entrar, con la muchachera nos metíamos con cuidado, hasta que se daban cuentan y nos sacaban. Lo que también hacíamos era recoger las botellas y las cosas para ver si nos dejaban entrar”. 

“En la casa de la señora Modesta había una particularidad y era que jugaban lotería todo el año. Lo curioso era la manera de cantar los números. Por ejemplo: el once eran las canillas de Nakamura, que era un muchacho que tenía unas piernas largas y era flaco. Parecían un once. Era difícil escuchar que allá dijeran la numeración tradicional”. 

Plutarco va desgranando sus recuerdos señalando una a una cada casa, como si en cada una viviera una memoria suya. “En esta casa la paredilla daba con el tradicional Quinto Patio. Aquí vivía el señor Nemesio Daza Julio, que hacía barriletes. Aquí, la señora Minga, quien introdujo el aliser para el cabello de las mujeres que lo tenían duro. La hija todavía preserva la receta de ese tratamiento”. 

“Cuando éramos niños teníamos prohibido llegar a la plaza de la Trinidad. En ese tiempo todavía se respetaba. Cuando por algún motivo llegábamos siempre había alguien que nos preguntaba si teníamos permiso de nuestra mamá. Si decíamos que no, nos devolvían”. 


El callejón de los amores

“En este callejón nacieron los primeros amores. Mi novia vivía aquí. También, otras muchachas bonitas, lo que quiere decir que los muchachos de las demás calles pasaban por acá. En esta pared y pretil era donde nos sentábamos los enamorados. Le llamábamos la ventana del amor. Yo era bastante tímido y casi nunca me atrevía a socializar. Andaba siempre acompañado de un palo de escoba con el que jugábamos bate de tapita. Yo era incapaz de pasar por donde hubiesen dos niñas sin el palo: ¡esa vaina me daba la fortaleza para afrontar las cosas!”.

“Pero aquí también inició la tragedia de Getsemaní”, dice Plutarco al entrar al callejón Angosto, donde tiene su casa desde hace dieciocho años. “Hasta hoy, que gracias a Dios se respira un poco de tranquilidad. En una casa de aquí se instauró la primera venta de sustancias alucinógenas, básicamente marihuana y todo lo que acarrea ese comercio: crimen, robo y demás. De todas maneras la amistad sobrepasaba el factor social. Independientemente de otra cosa, éramos amigos de los hijos de quienes producían ese problema. Los afectos siempre estaban ahí”.

“El famoso Quinto Patio quedaba detrás. Ahí había muchas casas accesorias y un patio que comunicaba con la otra calle. Cuando nos metíamos en problemas y venía la policía nos metíamos allá y nos perdíamos. Después averigüé el porqué de ese nombre. Resulta que en Getsemaní gustaba mucho el cine mexicano y así se llamaba una película en la que había una vecindad similar. De ahí le pusieron Quinto Patio”.

“Había tres casas que pertenecían a la señora Lora. A eso de las siete de la noche siempre llegaba una de sus hijas con un desparpajo. Se entraba, pero dejaba abierta  la ventana del cuarto. Venía, se quitaba la blusa, el sostén y luego se acercaba en toples y cerraba la ventana. ¡Ya te puedes imaginar el estruendo que dejaba esa imagen a diario!”.

“Recuerdo mucho a la seño Silvia. Si le preguntas a la gente de mi generación prácticamente vinieron aprender las primeras letras con ella. Su casa era el aula de clase. Recuerdo mucho las guerras de pepita de mamón aquí. Eso era cuando tenía unos diez años”. 


Nostalgia de Getsemaní

A Plutarco le tocó lucharla para salir adelante cuando se fueron a vivir a Estados Unidos con su esposa y Wendy, su primera hija, a comienzos de los años noventa. Allá le nacieron otra hija y un varón. “Como casi todos los emigrantes que llegan a este país me tocó partir de cero, desarrollando variedad de oficios hasta hace aproximadamente doce años que logré una posición con el departamento de educación de Nueva York”, nos responde por teléfono ya de vuelta al Bronx, el condado donde vive y donde la salsa es reina, como en Getsemaní. 

“Cuando pienso en Getsemaní, pienso en mi vida. Getsemaní ha significado todo para mí y me ha dado la fortaleza con la que he enfrentado la vida y me dio algo a qué aferrarme, por lo cual luchar. A pesar de que no vivo en Colombia trato de mantener la historia viva de este barrio a través de mis 'Crónicas de aquí y de allá', que publico en Facebook. Originalmente fueron unas crónicas que mi papá, que era periodista deportivo, tenía en el Diario de la Costa, en los años 50”. 

"Ser getsemanicense es más que un gentilicio. Es un estilo de vida. Sin demeritar a las otras comunidades, Getsemaní ha marcado la pauta en la historia de esta ciudad desde varios puntos de vista. Pero también ha sido el barrio de todos, porque hemos acogido con aprecio a mucha gente de otras comunidades. Quizá muchos barrios se han visto influenciados por nuestras costumbres porque hemos migrado. Llegamos allá con nuestro estilo de vida y se tiene una manera característica de mostrarse. No entiendo a esa gente que se va de Getsemaní y no regresa nunca más”. 

 “Estar en la zona histórica hizo posible cosas que en un barrio de la periferia no se darían con la misma facilidad. Por ejemplo, tuvimos la suerte de tener los cines en aquella época y de ver películas de los grandes maestros. Todas esas cosas permitían que tuviéramos acceso a la cultura mundial a través del cine, la música, el puerto. Era un tipo de vida diferente al resto de cartageneros”. 

Gestor cultural

Una de las facetas que más se recuerda de Plutarco fue su labor, junto con otros jóvenes de aquella época, incluida su hermana Nilda, a finales de los años 80, para sacar adelante iniciativas que hoy son señas de identidad del barrio.

  • “El primer cabildo fue en el año 89. Soy miembro fundador de Gimaní Cultural y me gradué en Artes Plásticas. Entonces me dijeron: -Plutarco, pinta el afiche-. Fue algo muy sencillo. Me di cuenta de que los carnavales de barranquilla habían salido de Cartagena a través de los cabildos de negros, que se daban en conmemoración de la virgen de la Candelaria todos los febreros. Me dije: -Vamos a pintar un congo grande, pero a ponerle un elemento muy africano- y sustituí el sombrero tradicional por un tambor como un elemento que marca la africanidad. Utilicé colores muy vivos”.
  • “Los campeonatos de bola de trapo nacieron una noche en la plaza de la Trinidad. Estábamos reunidos Fabio Burgos, Antonio de Aguas y mi persona. Ellos eran miembros del comité de Deporte y del comité Cultural. Aunque eso ya se jugaba, era para pasar el rato. Lo que hicimos fue organizarlo formalmente. Se jugaba con bola de media: se hacía la bola con un pedacito de caucho adentro, trapo y se forraba con medias. Pero como se jugaba en pavimento la bola se deterioraba fácilmente. No sé a quién se le ocurrió copiar la forma de las bolas de béisbol tradicional. El año pasado, con permiso de Gimaní Cultural, organizamos una copa navideña de bola de trapo”. 
  • “Elevar barrilete es un tradición de hace más de treinta años. Gimaní Cultural la preservó como muchas cosas después de un tiempo quedó en el olvido. Hace cuatro años la retomamos y ya vamos por el tercer festival”.