Al final de la calle del Arsenal y al comienzo del puente Román hay una construcción defensiva que ahora se ve apacible y muy apropiada para fotos al atardecer. Pero en la Colonia fue una respetable estructura militar y el bastión para defender a la ciudad por la entrada de la bahía interior.
Tuvo al menos tres nombres: baluarte de San Pablo o de San Lorenzo y al final le quedó la denominación de El Reducto, que le dio Francisco de Murga, bajo cuyo gobierno y dirección se hicieron las obras, a cargo de Cristóbal de Roda y que se dieron al servicio en 1631.
La denominación que tuvo como baluarte es imprecisa. “Un reducto es la más sencilla de las fortificaciones cerradas, una de las primeras en defender y de las últimas en abandonar. Por eso, resultaba estratégicamente clave a pesar de tener una escala más pequeña”, define el arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara.
La isla de San Francisco, como se le llamaba en aquel entonces a Getsemaní, fue poblada muy rápido. Estaba por fuera de la ciudad fundacional. Incluso en algún momento se pensó en despoblarla y dejarla en descampado para hacer una mejor defensa, pero ya había mucha gente y economía funcionando allí. Además por uno de sus extremos pasaba el único camino que conectaba a la ciudad por tierra firme. Si caía Getsemaní, caía Cartagena. Si caía Cartagena se ponía el riesgo esta parte del imperio español. Resultaba imprescindible fortificar el arrabal e integrarlo al sistema amurallado. La primera pieza fue la puerta de la Media Luna y muy poco tiempo después surgió El Reducto.
“Era la piedra angular de la defensa de Getsemaní”, explica Ulloa: un vértice o punta del sistema defensivo del barrio y, por ende, de la ciudad. De un lado quedaba el Pedregal y del otro, el Arsenal. Al comienzo estuvo solo, pero para 1633 tenía adosado un lienzo de muralla que lo conectaba con el baluarte de Santa Isabel, cuyos cimientos están enterrados entre el Centro de Convenciones y el Reducto. Había otro tramo de muralla entre Santa Isabel y el baluarte de Barahona, sobre el que tres siglos después se edificaría el antiguo Mercado Público y, posteriormente, el Centro de Convenciones.
En pocas décadas se conectó al Reducto con el baluarte de San José, por el costado del Pedregal, mediante lienzos de muralla de unos siete metros de altura, a los que se les empezó a hacer un terraplén: esa superficie elevada por la que podían circular los soldados, como aún se ve hoy en el baluarte de San José. Para 1669 esa esquina de Getsemaní quedó totalmente cerrada y presta para combatir cuando fuera el caso.
Pero al Reducto no se le erigió solamente con el propósito militar de hacer par con San Felipe de Boquerón, la estructura militar previa al fuerte de San Sebastián del Pastelillo, en la isla de Manga. Con el baluarte de San José, por su parte, debía defender el otro lado, vulnerable desde San Felipe. El segundo propósito era intentar algún control sobre el contrabando, que era una parte significativa de la vida económica de toda la ciudad.
El Reducto tenía una rampa que subía por el flanco de la muralla del Arsenal y servía para subir cañones y pertrechos pesados. Al llegar a la parte superior se encontraba con una casa maciza en cal y canto, que funcionó como alojamiento de la tropa y a la que con el tiempo se le hicieron diversas reformas, hasta convertirlo en un tendal. Frente a esta, la explanada donde estaban montados los cañones de defensa, en sus respectivas troneras. Abajo se construyó una bóveda a prueba de bombas. Luego, al lado, se le anexó una edificación, hoy desaparecida, como depósito de municiones o Santa Bárbara, como le llamaban entonces. Era similar a una que se ve hoy en el Pastelillo de Manga, a las afueras del Club de Pesca y que es un sitio predilecto para ver la bahía al atardecer.
En la esquina que forman el Baluarte y el puente Román se formaba un ángulo, que todavía existe, protegido e invisible desde una embarcación enemiga que surcara la bahía. Ahí se organizó una puerta que servía de comunicación con el Pastelillo, pues hay que recordar que Manga era entonces una isla deshabitada provista de una exuberante vegetación. Por esa puerta se le enviaba alimentación y en caso de ataque podía ser evacuados los heridos. Si caía el Pastelillo los últimos defensores podían remar hasta el Reducto, desembarcar en un minúsculo muelle y entrar por esa puerta escondida de los ojos enemigos.
En 1697, como en varias otras ocasiones, fue necesario entrar en batalla. Desde el 28 de abril y por dos días, la flota comandada por el barón de Pointis, bombardeó la ciudad. Desde el Reducto fue hundido uno de los buques lanzabombas de la flota atacante.
Entre ataques, deterioro y falta de mantenimiento el Reducto tenía constantes necesidades. Como todo el sistema amurallado, tuvo un sinfín de intervenciones y cambios a lo largo de dos siglos. Para 1716 el ingeniero Juan de Herrera y Sotomayor le reportaba al virrey que:
“El Baluarte de San Lorenso (vulgarmente llamado El Reduto) se halla con parte de sus parapetos arruinados y demolidos sus alojamientos de forma que no ai a donde alojarse la guardia y su terraplén algo descompuesto (...) están todos los parapetos defectuosos, tanto por su forma (curva) como por su materia, ésta por ser de piedra que ayuda más presto a la ruina que a la defensa pues los pedazos que saltan hacen más daños que las mismas balas”.
En 1735 se consignó que la disciplina estaba tan mal que un mismo guardia podía pasar dos o tres meses en una misma garita, que de noche usaba como sitio para dormir. En 1741 se vivió uno de los eventos en los que el Reducto mostró para qué estaba hecho. Las tropas del almirante Edward Vernón habían capturado al Galicia, una de las seis embarcaciones de defensa que tenía la ciudad. El bombardeo desde el Reducto y el Pastelillo fue tan feroz que la potencia de fuego arrinconó al Galicia contra la otra orilla, en la actual Bocagrande.
En 1805, pocos años antes de la Independencia Manuel de Anguiano describió que el Reducto tenía “5 cañones de 24 (libras) de los cuales uno es de bronce, 2 de 16 (libras) y 2 de 12 (libras) todos de fierro”. En 1815 el patriota Manuel Marcelino Nuñez, como comandante a cargo del Reducto, Santa Isabel y San José, aguantó el embate de las tropas españolas de Pablo Morillo hasta cuando, con la plaza caída, ayudó a que la Junta de Gobierno huyera por la puerta del Reducto mencionada antes.
Los vientos soplaron a favor de los patriotas seis años después, en la Noche de San Juan (1821) cuando la toma heroica de José Prudencio Padilla y sus hombres comenzó por el frente del Arsenal, aprovechando los cambios de guardia y la oscuridad de la noche. De manera furtiva se tomaron el Reducto y los baluartes de Santa Isabel y Barahona. Eso implicó capturarle a los españoles los bongos y las embarcaciones rápidas que tenían en los bajos de esas murallas, dejándolos sin capacidad de huir.
Durante la reconquista los españoles reforzaron el Baluarte, previendo una embestida patriota. Tanto que en un plano hecho en 1823 por el general Luis Perú de Lacroix, cercano a Simón Bolívar, precisó la ubicación de 15 cañones, el doble de los que había en 1805,
Para comienzos del siglo XX, el Reducto volvió a su origen, aislado como estuvo al comienzo y como lo vemos ahora. La modernización de la ciudad se imponía por encima del patrimonio histórico. Las murallas se veían como algo que favorecía la suciedad y las enfermedades. En 1902 fueron demolidos los tramos del lado del Arsenal, para edificar el Mercado Público y luego, el actual Centro de Convenciones. También, en 1905, se demolió un tramo de muralla para construir el primer puente Román, que comunicaba con la isla de Manga.
En la primera mitad del siglo XX se le adosó una construcción nueva: la Gota de Leche. Era una iniciativa surgida en Francia y luego seguida por España, en la que se le daba buena alimentación a niños de escasos recursos para combatir las altas tasas de desnutrición y mortalidad infantil. Esa edificación le fue retirada al Baluarte cuando se empezó a liberar las murallas de todos los inmuebles e incluso barrios, que se le habían ido recostando con los años.
El baluarte quedó a su aire hasta cuando le instalaron la estatua de la Virgen del Carmen en 1958. Retirada en 1983, habrá quien recuerde que por algún tiempo funcionó allí un barcito bohemio al que se llegaba por una escalera que se zarandeaba con cualquier viento. A comienzos de este siglo se le hizo una intervención de fondo para adecuarlo a nuevos usos, que tiene hasta hoy, como bar y restaurante al aire libre. A esa intervención le fue otorgada una mención de honor en la XX Bienal de Arquitectura de 2006. Los autores fueron el propio Ulloa, cuya investigación sobre el Reducto ha sido la fuente fundamental para este artículo, y los arquitectos Andres Hennessy y Miguel A. Bayona.
La Virgen en el Reducto
Algo que no se tiene muy presente ahora es que la Virgen del Carmen que ahora está en la Bahía primero estuvo emplazada por muchos años en el Reducto. Fue inaugurada el 16 de julio de 1958 por una procesión que salió desde la Catedral hasta el último rincón del Arsenal. La historia había comenzado mucho antes, en 1946, por iniciativa del célebre padre Rafael García Herreros, creador de El Minuto de Dios, quien imaginó una colosal como la Estatua de la Libertad, en Nueva York, emergiendo de la bruma marina.
Se instituyó una junta pro-monumento para volver realidad la visión del padre García Herreros, que con frecuencia la mencionaba en sus espacios de prédica, escuchados en todo el país. “Para avivar la solidaridad de los cartageneros en el proyecto, se emprendió la publicación del periodiquito El Faro del Carmen y se distribuyeron alcancías en el mercado de Getsemaní y en muchos almacenes de la ciudad. Eran cajoncitos de madera y urnas de vidrio en las que se depositaban las ofrendas que debían contabilizarse semana tras semana”, describe una memoria de la arquidiócesis de Cartagena. La sola estatua, hecha en Italia, terminó costando veintidós mil dólares de la época, sin contar los trabajos de la base.
Esta virgen tutelar quedó mirando hacia el barrio, no hacia la bahía. Permaneció en el Reducto por 25 años, hasta el 16 de julio de 1983, cuando fue emplazada en su ubicación actual en medio de la bahía, previas tareas de pilotaje y el pedestal para soportar sus treinta toneladas de peso y quince metros de altura.