El Cartagena fue, en muchos sentidos, el teatro de toda la ciudad. Aunque nació en 1941 con la vocación de ser la más moderna y lujosa sala de cine, terminó siendo un eje de nuestra vida social. Allí se hacían los grados y las asambleas; muchos noviazgos nacieron en uno de sus matinés o vespertinas; en su recinto se celebraba el Festival de Cine y se coronaba a la Señorita Colombia.
Para comienzos de los años 40 había una gran competencia de teatros en la ciudad.Al menos había doce salas grandes. En esa manzana de Getsemaní ya operaban el Rialto, desde 1927 y se estaba construyendo el Padilla, inaugurado en 1942. El teatro Claver se les uniría en 1947. En el centro, el Teatro Municipal -luego llamado Teatro Heredia y hoy, Adolfo Mejía- había puesto aire acondicionado en 1939. Eso no amilanó a los hermanos Lequerica y a Enrique Mathieu, quienes vieron la oportunidad para establecer un teatro que tuviera todo lo mejor que se podía en el Caribe colombiano, desde la pantalla de proyección, hasta la cortinería pasando por el mobiliario, el sonido, el aire acondicionado y la arquitectura.
Su capacidad era para 1.400 asistentes, uno de los aforos más grandes del país, pero que todavía quedaba por debajo de los 3.000 del Rialto, aunque éste era al aire libre. Tenía un balcón, equivalente a la sección preferencial de los cines de ahora, pero que entonces era un cuerpo separado de los teatros, a la manera de un mezzanine. Su vestíbulo era amplio y la taquilla era un cubículo movible de madera, que funcionó así, como en los viejos tiempos, hasta los últimos años, casi hasta el fin del siglo XX.
Fue inaugurado el 8 de marzo de aquel año. “Diseñado por el arquitecto cubano Manuel Carrerá y construido por éste y el ingeniero austriaco, Enrique Zeisel en el lote que fue de la capilla de la Veracruz”, según escribió Rafael Ballestas. El cielo y tú, con Charles Boyer y Bette Davis fue la primera de las miles de películas que se exhibieron allí. Comenzó proyectando solo funciones nocturnas y luego se fue extendiendo a vespertinas, como se les decía a las funciones de la tarde, y los fines de semana, matinés, es decir: en las mañanas. Nombres que les dicen poco a las nuevas generaciones, pero mucho a las que crecieron con esos horarios.
Aunque su fuerte era el cine, también nació para presentar espectáculos muy diversos como recitales de pianistas o cuartetos de cuerdas; óperas, operetas y zarzuelas; cantantes, tenores y sopranos; declamadores y magos. Incluso, danza. Para Ricardo Chica, experto en estos temas, “quizás la figura más importante que jamás haya llegado a presentarse en Cartagena durante el siglo XX, en marzo de 1955, fue la bailarina más grande de todos los tiempos: Josephine Baker”.
Raúl Porto Cabrales recogió de la programación de octubre de ese primer año la presentación de la entonces afamada Bertha Singerman, los días 2, 3 y 7 octubre; de Salvador Muñoz, la Orquesta Caribe y la película Bodas de Oro del Club Cartagena, el viernes 24; y del mago Richardine, el martes 28. Y en los años siguientes se presentaron artistas entonces de primerísima línea como Cantinflas, Libertad Lamarque, Sarita Montiel, Celia Cruz, Olga Guillot, María Dolores Pradera, Lola Flórez y Fernando Valadés.
Más que un cine
Desde 1959 y por un par de décadas, el Festival Internacional de Cine de Cartagena (FICCI) tuvo a este teatro como su epicentro. Lorena Puerta Vergara, ex funcionaria del festival nos recuerda que “para la inauguración, los invitados llegaban caminando de la Torre del Reloj hacia Getsemaní” y que una buena parte de los que iban a las películas eran vecinos del barrio “por la proximidad y porque ya conocían a los porteros y administradores”. Por ahí circularon estrellas como Jack Nicholson, María Felix, Kirk Douglas, Catherine Deneuve o Rita Hayworth
Y, por supuesto, estaba la noche de coronación de la señorita Colombia, que en aquella época era un rito nacional que casi todos veían por televisión, pero que algunos getsemanicenses disfrutaban viendo a las reinas en vivo a su ingreso al teatro”. Carmen Pombo, del callejón Angosto recuerda que “Cuando era la época de las reinas yo salía a los desfiles y en el festival de cine uno se iba para el camellón y veía los artistas muy bien. sin necesidad de empuje de nada, ni de pagar plata”.
Pero aunque buena parte del barrio se volcara a esos grandes eventos, lo cierto es que por lo común no entraban a este teatro. Se le consideraba demasiado lujoso, que era para la gente pudiente y que incluso que no te dejaban entrar si no estabas adecuadamente vestido. Nada que ver con el desparpajo y la vida vecinal en el Rialto y el Padilla, al aire libre, con sus largas bancas de madera y la comida comprada en el Mercado Público e ingresada de contrabando.
Pero para el resto de cartageneros en aquellos años 60 y 70 el teatro era un sitio al que se iba para recibir los grados de bachillerato o de la universidad. Y también a enamorar. “Muchos hogares nacieron en esa sala de cine. La mejor forma de demostrarle a una dama de entonces, si había una seria atracción amorosa era invitarla a matiné o a vespertina con su respectivo helado”, describió un asistente asiduo.
Polvo de vaqueros
De entre los personajes que marcaron su paso por el teatro Cartagena, el más recordado fue Floro Sánchez Villa, un caleño que tomó las riendas de este teatro luego de haber administrado otras salas en Girardot, Cali, Santa Marta y Popayán. Llegó de la mano de Cine Colombia que le había comprado el teatro a sus fundadores a cambio de acciones en la empresa. Se le recuerda como un hombre exigente, correcto y cordial al mismo tiempo. Sus empleados recuerdan una particularidad que los hacía reír: era muy impresionable respecto de su nariz. Si alguien tenía gripa se alejaba a metros y si tenía que hablarle lo hacía cubriéndose muy visiblemente con un pañuelo. Algo relativamente normal en estas épocas de pandemia. Pero es que ¡se tapaba la nariz en las películas de vaqueros, por el polvo de los caminos!
También era muy conocido por ser un buen anfitrión. Todos los viernes, sin falta, tenía tertulia de tragos y amigos. Estas se hacían en el apartamento que hacía parte integral del teatro, en el segundo piso. Cuando había noche de coronación de la señorita Colombia, o conciertos y eventos especiales, sus invitados podían ver el espectáculo desde allí. Don Floro duró más de cincuenta años en Cine Colombia, la mayor parte en el teatro Cartagena. Después de retirarse se quedó en la ciudad, viviendo en Manga con su esposa y su familia.
Otros de sus personajes fue don Perfecto Pedroza, un portero siempre vestido íntegramente de blanco y muy firme en el manejo de la entrada, así como Anais Palencia Herrera, ‘La Mona’’, férrea también con el manejo de la taquilla y del que ḿás de uno recuerda haber recibido un manotazo en el dorso de su mano para “ajuiciarlo” cuando era muchacho y quería hacerse el vivo con la compra de los tiquetes. Es que aquella taquilla móvil se prestaba para el desorden en los días de gentío, que eran bastantes.
Taquillazos
Desde su comienzo, el teatro Cartagena se caracterizó por proyectar las películas más llamativas de la cartelera. De hecho, hubo una época en que fue el teatro de Cine Colombia que más recaudaba en el país. Por ejemplo, La Novicia Rebelde (1965) tuvo más de un mes de lleno total. Ese rasgo se acentuó en los años 70. Poco a poco empezó a ser menos el teatro de postín de la ciudad, para convertirse en un teatro taquillero. A eso ayudó el cambio del sistema de sonido, pero sobre todo los cambios en la industria mundial.
“El sonido del teatro Cartagena era muy bueno, envolvente, diferente al resto. También el formato del rollo de película. La película Tiburón fue la única que alcancé a ver con cinta de 70mm”, recuerda Armando Ramos Argel, quien trabajó para Cine Colombia. “Con la película Terremoto (1974) las sillas se movían por la vibración del sonido, que fue un elemento que marcó por mucho una diferencia para la atracción de la gente por este cine”, señala Armando. Para esa película, según un testimonio recogido por Juan Diego Perdomo, “instalaron unos parlantes grandísimos para provocar la sensación de temblor y ruido. En la primera función se empezó a caer el cielo raso con el teatro lleno. Fue una locura.”
Tiburón (1975) es reconocida como la pionera de los taquillazos de verano, esas superproducciones que se estrenan en los meses vacacionales y que cambiaron las reglas del juego en el cine mundial. Después de esa película, que acá también barrió en taquilla, cada año llegaban nuevos estrenos que reventaban el aforo: La guerra de las galaxias, Fiebre de sábado por la noche, Terminator, El Rey León, Titanic, etc. A esas alturas ya el asunto no era de categoría social o buenas maneras en el vestir, sino de puro entretenimiento. Lo que para algunos había sido la época dorada del cine como arte y como evento social había quedado atrás.
La televisión fue la primera en morderle un pedazo al monopolio que el cine tenía sobre las imágenes en movimiento. En los años 80 el turno fue para los reproductores de video. Para los años 90 el formato de los Multiplex y la comodidad de los centros comerciales fueron desplazando a los cines masivos como el Cartagena. Llenarlos era cada vez más difícil, hasta que fue esencialmente imposible. Mantener andando esos mastodontes envejecidos se hacía cada vez más y más dispendioso. En el teatro Cartagena los aires acondicionados se dañaban con frecuencia o las sillas, que fueron tan exclusivas en su momento, tenían unos mecanismos complejos y no había repuestos para sus partes.
Había que buscar alternativas para que la operación del teatro fuera rentable. Una de ellas fue transmitir en directo partidos de la selección Colombia de fútbol. No salió bien. En uno de esos partidos se llenó el aforo y la gente desde afuera abrió las puertas a los empujones; adentro no había aire acondicionado y muchos hombres empezaron a quitarse la camisa; a la entrada se regalaba una cerveza y adentro vendían más. No hay que ser adivino para imaginar lo que sale de una situación así. Lo peor: alguno de esos días perdió la selección. Hubo daños en puertas y otros mobiliarios.
Ese episodio, aunque puntual es sin embargo, la muestra de cómo el teatro fue entrando en una espiral de decadencia, que al final del siglo ya era imparable. Con el cierre de sus puertas quedaría casi veinte años en un limbo sin uso ni mantenimiento. Ahora se está recuperando su fachada como memoria de aquel tiempo en que tanta vida social y cultural de la ciudad se vivió entre sus muros.
Dos ilustres abuelos
Antes del teatro Cartagena, en el mismo predio estuvo el teatro Variedades, creado en 1905 como un espacio para muy distintos espectáculos, no solo cine. El recinto propiamente dicho quedaba al fondo del lote. Tenía dos entradas: la principal, que daba al camellón de los Mártires, tenía las mejores locaciones. A la sección más popular se entraba por un costado del lote que ocupó el teatro Rialto en la calle Larga. La boleta costaba la mitad, pero se veía la pantalla de revés, por lo que había que leer a contramano los subtítulos de las películas.
Pero antes del Variedades, en la Colonia estuvo la capilla de la Veracruz, adjunta al templo de San Francisco, con el que se comunicaba por dos amplios arcos. Su cascarón de muros sobrevivió hasta 1938, cuando comenzó su demolición para levantar el teatro Cartagena. Casi no quedaron huellas, apenas los rastros del presbiterio donde la capilla se unía con los muros del templo.
Fotografía: Harrison Forman. Cartagena de Indias. 1969. Harrison Forman Collection American Geographical Society Library, University of Wisconsin-Milwaukee Libraries American Geographical Society Library Digital Photo Archive - South America.