¿Qué nombre viene a la mente al hablar de alguien que fue arquitecto, ingeniero, urbanista, pintor, instructor militar, aficionado a las matemáticas, la geometría y a la astronomía, escritor, expedicionario, botánico y entomólogo? No es Leonardo Da Vinci. Su nombre era Gastón Lelarge y vivió los catorce años finales de su vida en Cartagena, a la que ayudó a cambiarle el perfil arquitectónico para siempre.
No sabemos cuando llegó a Colombia, ni de su eventual formación como arquitecto o ingeniero. No era extraño. Los títulos formales y obligatorios para trabajar fueron un invento más bien reciente. De hecho la primera facultad de arquitectura en Colombia se fundó en 1936 y hombres como Lelarge y Pietro Cantini hicieron escuela con sus trabajos prácticos en edificios como el Capitolio Nacional o el Palacio Echeverri, la actual Alcaldía de Bogotá.
Sí sabemos que nació en Ruan, en la Normandía francesa, el 10 de enero de 1861, hijo de una familia de profesionales y que su padre fue un pintor reconocido, ganador de varios premios. También que el joven Gastón tuvo la amplia educación científica y humanística que entonces recibían las clases más privilegiadas de Francia, que practicó esgrima y quizás tuvo alguna formación militar. Hay indicios de que pudo haber viajado a Irán, pero no -como dice la leyenda- de haber recibido un botón de diamante que el Sha de Persia se arrancó de su chaqueta para agradecerle su diseño de un edificio que en realidad se construyó cuando Lelarge ya había muerto.
No sabemos por qué viajó a Colombia, pero sí que el 19 de febrero de 1890 hay una noticia oficial de que fue contratado como instructor de armas por el gobierno nacional. Se esperaba que contribuyera a la reforma de la policía para asemejarse a la gendarmería francesa. También fue profesor privado de esgrima. Luego, hay indicios de que estuvo en Argelia en 1896 donde obtuvo una medalla como brigadier de regimiento. Esa experiencia sería motivo de recuerdos en su vejez y en su novela inédita.
A su regreso empezó a figurar en su faceta de arquitecto de una manera tan portentosa que por el resto de su vida se lo valoró casi exclusivamente desde ese ángulo. Sus demás facetas quedaron en una discreta penumbra. Su primera obra reconocida fue la capilla de las Hermanas de la Caridad, cuya primera piedra se bendijo en 1894. También, en los años siguientes dirigió las obras del colegio -hoy colegio de La Presentación, Sans Façon- y el noviciado. Tan importante como eso: allí conoció a su esposa, Orsina Quintero, con quien tuvo a su único hijo, Rafael.
De ahí en adelante, obras y más obras. Aparte de las ya mencionadas, entre muchas otras más: el diseño preliminar de la Gobernación de Cundinamarca; del edificio de la Librería Colombiana; del mausoleo para el general Rafael Uribe Uribe en el Cementerio Central de Bogotá; de los gabinetes emplazados en el Palacio de San Carlos -hoy la Cancillería-; de la residencia de la familia Vargas, en el costado oriental de la plaza Santander; del Hotel Atlántico, consumido por las llamas del 9 de abril de 1948, y la Plaza de Mercado de Tunja, una de sus últimas obras grandes antes de emigrar a Cartagena.
Tenía una mano prodigiosa tanto como diseñador o artista. Sus bocetos y planos son una mezcla de precisión, creatividad y una gran habilidad manual, que también se notaba en las acuarelas artísticas, que eran como apuntes de la vida cotidiana.
Pronto destacó no sólo como un gran diseñador arquitectónico sino por los delicados acabados en madera y ornamentación que contrastaban notoriamente con los que se hacían hasta entonces en la ciudad. Su labor contribuyó de manera fundamental en la evolución de la arquitectura hacia lo que entonces se consideraba moderno en Bogotá, una ciudad que apenas iba saliendo de los moldes heredados de la Colonia. El país estaba cambiando y era palpable el progreso material y una nueva mentalidad. Lelarge interpretó muy bien ese momento.
Aún con tantos encargos y responsabilidades pudo sacar tiempo para otra de sus pasiones. Hizo diferentes excursiones al piedemonte llanero, especialmente entre 1904 y 1905 en las que completó colecciones entomológicas y botánicas, pero que no fueron las únicas que realizó en la vida.
“Recuerdo que cuando yo era un niño vinieron con un gran trasteo del que sacamos con mi papá unos pescados inmensos, peces raya. Eran colecciones del abuelo, que también hizo una de mariposas lindísimas que envió a Francia”, rememora su nieto Rafael. De 1918 datan unos interesantes registros astronómicos.
En 1906 viajó con su familia a Francia, donde permaneció por unos tres años y la Academia de Bellas Artes le otorgó el título formal de “Oficial”. A su regreso a Colombia obtuvo en 1911 el importante cargo de ingeniero jefe del Ministerio de Obras Públicas, que ostentó hasta 1919. De aquellos años quedan indicios de grandes ideas como crear una empresa de construcción que juntara talento francés y capital colombiano; la construcción de varias líneas de ferrocarril y distintos faros en los puertos colombianos; o la explotación de sulfuro de antimonio y cobre en diversas locaciones del país.
En sus últimos años en Bogotá fue notoria una evidente libertad en sus diseños, como si hubiera soltado amarras y fuera consciente de haberse ganado un prestigio que le permitía expresarse de otras maneras en su arquitectura. Cartagena se beneficiaría en adelante de esa circunstancia.
¿El otoño de un hombre?
Lelarge llegó en 1920 a Cartagena por varias razones. Unos quebrantos de salud que arrastraba desde 1912 terminaron con una orden médica para trasladarse al nivel del mar; su suegro, el general Guillermo Calderon, un importante político y fugaz presidente de la República, murió repentinamente en febrero de 1919 y con ello perdió uno de sus grandes apoyos; se había desvinculado del Ministerio de Obras Públicas entre diferencias de criterio y cierta competencia desleal; y finalmente, desde 1918 había comenzado a cruzar correspondencia y conversaciones con amigos y futuros socios en Cartagena, bosquejando posibilidades, al tiempo que se abrieron convocatorias para desarrollar aquí varios proyectos de carácter privado.
¿El que llegó aquí fue un hombre menguante? Es cierto que estaba desencantado de la vida bogotana, según su propia correspondencia, pero aquí fue feliz y pleno.
“Él llega a Cartagena y siente esa dicha, esa felicidad de poder ir a los manglares. Comienza a tener una vida distintísima. Por ejemplo, gozaba muchísimo de caminar con su violín por Bocagrande que entonces era un potrero muy grande, lleno de plantas y animales. Además se encuentra con una cantidad de personas amables y queridas que le tienden la mano. Por fortuna para él, seguramente uno de los sitios más felices de su vida”, explica Rafael.
Aquel violín al parecer era un Stradivarius que se negó a vender a pesar de ofertas cuantiosas Aquí vivió en el edificio Mainero que quedaba en la Plaza de la Aduana, en cuya primera planta funciona hoy el banco BBVA. Allí tenía dos apartamentos contiguos: uno para vivir y otro para almacenar sus planos, proyectos y colecciones, mucho de lo cual se perdió en un incendio. Allí convivía con dos boas, a las que les encontraba ventajas. La primera de ellas, no dejar ratón en pie.
Dos de sus primeras obras hoy son una parte intocable del horizonte siempre fotografiado del Centro Histórico: la cúpula de la iglesia San Pedro Claver y la torre de la Catedral, a la que le cambió el perfil cuadrado y algo militar que tenía antes. Como ocurrió años antes con la Torre del Reloj, de Luis Felipe Jaspe, corrieron ríos de tinta en contra, pero ambas terminaron por convertirse en símbolos visibles de una ciudad patrimonial. Fueron polémicas en su momento, pero marcaron un sello.
Una obra icónica más es el Club Cartagena, que hace parte del hotel que está construyendo el Proyecto San Francisco en Getsemaní, frente al parque Centenario. Sobre el delicado y brillante trabajo de Lelarge hemos escrito en artículos previos. También hemos escrito sobre su sueño, al que le dedicó mucho trabajo de diseño, para convertir La Matuna, desde los Pegasos hasta Puerto Duro en un bulevar republicano que hubiera sido un espectacular eje de circulación peatonal en el corazón de Cartagena.
Otras de las obras que realizó en la ciudad y que fueron muy influyentes son las imágenes que ilustran este artículo. En todos los casos, adaptó su arquitectura al trópico y, aún manteniendo su trabajo preciosista en la yesería y ornamentación, simplificó algunas de sus líneas y motivos. Junto con arquitectos como Luis Felipe Jaspe, el belga Joseph Martens o el cubano Manuel Carrerá contribuyó a cambiarle la cara a Cartagena en la primera parte del siglo pasado.
En Cartagena acrecentó su trabajo en la acuarela, en las que se ocupó de la dinámica de las personas del común, de las playas, los pescadores, las velas y los barcos. Y el tiempo le dio también para la caricatura política, de la que se había ocupado entre 1903 y 1905 en Bogotá. Aquí se puso el sobrenombre de Enemil y publicó en dos periódicos locales caricaturas críticas frente a la política del momento en la ciudad y también sobre la política nacional frente a la influencia de los Estados Unidos en nuestro país. También tuvo tiempo de escribir un libro sobre las murallas y otro sobre la catedral, su novela inédita Parole Donnée y varios cuentos cortos.
Parece que en los últimos años se fue encerrando en sí mismo, tenía muy pocos amigos y se enfurruñaba con frecuencia. “Era cultísimo, pero de temperamento terco y caprichoso”, lo describió Donaldo Bossa Herazo, quien lo conoció de primera mano. Lelarge murió el 9 de agosto de 1934
¿Lelarge hubiera sido tan feliz hoy como lo fue en la Cartagena de hace un siglo? Posiblemente sí. Tras décadas de una cuasi dictadura de la planeación urbana basada en el automóvil, el mundo se encamina ahora hacia un urbanismo más pensado en el ciudadano de a pie. La arquitectura va tomando un giro orgánico y más consciente de su entorno, algo que se anticipa en la obra de Lelarge. Hay nuevos materiales y un progreso económico que le permitiría plasmar mejor sus ideas a visionarios como él. Nos hacen falta más hombres como este francés universal y renacentista, pero nos queda su legado.
Para saber más:
Este artículo está basado casi en su totalidad en el conversatorio que sostuvieron Rafael Lelarge, nieto de Gastón; junto con tres autores del libro de referencia sobre Lelarge: Alberto Escovar Wilson-White, Director de Patrimonio del Ministerio de Cultura; el historiador Hugo Delgadillo y el arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara. Se complementó muy puntualmente con un estudio biográfico de Silvia Arango de Jaramillo en versión facsimilar.
Conversatorio sobre Gastón Lelarge: https://bit.ly/3cMrDbh
Libro Gaston Lelarge. Itinerario de su obra en Colombia: https://bit.ly/2OK50Mw