Getsemaní, 1620

LA HISTORIA

¡Qué año tan particular aquel! El barrio había nacido hacía muy poco. Aún no era todo lo que llegaría a ser, pero empezaba a mostrarlo. Sus murallas no existían, pero quince años después estarían en pie. 

Era el extramuro o el arrabal, según se decía entonces, pero pronto quedaría cobijado por el resto de la ciudad formal. Y sin embargo, ya era tan distinto. Sus gentes empezaban a mostrar ese variopinto mestizaje al que por esos años contribuyeron los portugueses, entonces parte del reino de España y dominadores del comercio mundial de esclavos africanos, cuyas culturas hacen parte del acervo inmemorial del barrio.

Había casas de mucha prestancia, que poco tenían que envidiarle a las del Centro, y muchos predios para las clases más populares. Así ha sido desde entonces: un barrio que ha movido mucha economía y ha generado riqueza, con una cultura popular muy fuerte, sin distingo de ingresos o bienes materiales.

¿Cómo podemos saber todo esto? Por un conteo ordenado por el rey Felipe III y ejecutado en el barrio por el ingeniero militar Cristóbal de Roda, figura de primera línea en la construcción del sistema defensivo de Cartagena. No era un censo, pero se le parecía: su objetivo era contar los predios y las rentas asociadas a cada uno. El tema de fondo eran, pues, los tributos. La ciudad estaba creciendo bajo el amparo de un creciente comercio, había sido asediada por piratas y se estaba amurallando en su sector fundacional. ¿Se incluiría al arrabal en ese cerco defensivo? Uno de los elementos de juicio para decidirlo fueron los datos arrojados por ese conteo.

Pasó a la historia como Relación del sitio de asiento de Getsemaní, firmado el 24 de julio de 1620. Es decir, este mes cumplió cuatro siglos y un año de haber sido finalizado. El original está en el Archivo General de Indias, en Sevilla (España), donde se almacenaba mucha documentación administrativa del imperio respecto de sus colonias.

Ha sido analizado por diversos estudiosos en las últimas décadas, pero aún tiene mucho que ofrecer. Un esfuerzo así lo están haciendo los arquitectos restauradores Rodolfo Ulloa Vergara y Marta González, quienes están cotejando predios y ubicaciones para llegar a una visión aproximada de dónde estaba cada uno de ellos, entre otras informaciones relevantes que verán la luz un poco más adelante. Rodolfo nos ha acompañado en una primera interpretación del documento, que permite ver algunos detalles de aquel Getsemaní naciente.

La relación tiene 168 numerales. Algunos aluden a la actual puerta del Reloj, al puente que la comunicaba con Getsemaní, al matadero y a la antigua Puerta de la Media Luna. Otro numeral engloba cinco solares. Muchísimos predios tenían más de una vivienda. En general, sería razonable hablar de unos 165 predios como número redondo para los efectos de divulgación de este artículo.

Una isla en construcción

Al menos dos veces en las décadas previas el cabildo les había dado ultimatums a los dueños de baldíos: o los ponían en uso o se los expropiaban. La ciudad necesitaba darle techo a la nueva población. En ese mismo 1620 el gobernador González Girón mencionó en una carta que: “Hace treinta años empezaron a hacerse casas en Getsemaní, pero es de doce (años) a esta parte que se empezaron  a hacer de consideración”.

Era un barrio joven, pero unos 16 predios -es decir, cerca del diez por ciento- ya tenían construidas casas altas, predominantemente de mampostería (ladrillo o de calicanto) y quizás alguna que otra de madera. Había 105 solares con casas bajas y 44 predios sin desarrollar. En varios casos se dice que al momento del conteo se estaba construyendo o edificando. También se habla de los materiales, muchos de ellos modestos: bahareque, tablas, cubiertas de palma, de paja, de madera o tejas. Estas últimas eran señal de una mejor economía. Había muchos techos a un agua, es decir, lo más sencillo que se puede hacer.

Para hacernos una idea comparativa: 272 años después, en un conteo de 1892, en Getsemaní había 68 casas altas -dos de ellas en ruinas-; 343 casas bajas buenas y 213 casas bajas arruinadas, para un total de 624 predios residenciales. Casi cuatro veces los de 1620.

Los vecinos del claustro

El claustro franciscano, que dio origen al poblamiento del barrio, había sido terminado pocos años atrás. Sus terrenos iban, al parecer, hasta la actual calle del Pozo o como mínimo, hasta la calle San Antonio. 

Como fue la primera construcción del barrio y la más grande, ser vecino suyo era una marca de identidad. De hecho, el primer predio residencial reseñado fue la “casa del Capitán Juan de la Rada, regidor de esta ciudad. Es alta con muy grandes corrales pegada con la cerca de San Francisco y tiene de frente a la calle 56 pies con una pulpería. Será su hacienda hasta 30.000 pesos. Y vive en estas casas”. Que uno de los funcionarios principales de la ciudad viviera en Getsemaní y no en el sector fundacional es, al menos, llamativo. Al parecer ese predio quedaba donde hoy está el hotel Monterrey, frente a la Puerta del Reloj, cuya predecesora ya existía con el nombre de Boca del Puente, porque por ahí se salía a Getsemaní y al único camino por tierra con el resto de la región.

Más predios que casas

La noción actual de un predio = una casa = una familia es insuficiente para comprender aquella singular mezcla entre casas altas y bajas, accesorias, casas con corrales, solares, bodegas, casas construidas para el comercio, centros de manzana donde se apiñaban pequeñas casas de madera una al lado de la otra para alquilarle a viajeros y gente recién llegada. Una casa con buenos acabados podía tener abajo bodegas y atrás viviendas de madera para arrendar o tener esclavos. Al menos 26 predios estaban destinados a la hospedería o el alquiler y muchas otras tenían pulperías, algo parecido a lo que hoy llamaríamos tiendas o misceláneas.

La medida de los predios no parece tener una regularidad: desde doce hasta más de mil cien pies de frente, pasando por todo tipo de medidas intermedias. Resulta un rompecabezas determinar el criterio de reparto o subdivisión de lotes y, más aún, donde quedaba cada uno.

Rentas y defensa

En esta relación se buscaba establecer cuánto “caudal” o dinero contante y sonante podía tener cada propietario. Por eso el “caudal” se calculaba de manera muy general y siempre en cifras gruesas: los que menos, quinientos o mil pesos de caudal; varios de diez mil y algunos hasta de cincuenta mil pesos al año, con muchas cifras intermedias.

Buena parte de la discusión de aquellos días era si se debía amurallar el arrabal o demoler lo que ya había y concentrar las defensas en el sector fundacional. De hecho, la falta de murallas era una razón para no construir, bajo el razonamiento de “para qué hago la inversión en una buena casa si en cualquier ataque de piratas la pueden incendiar”. Fue lo que pasó con el ataque de Francis Drake, en 1586, cuando arrasó con Getsemaní para presionar a los habitantes del Centro. La discusión llegó al punto de si los habitantes del barrio debían pagar por esas murallas. La fórmula que prevaleció fue la de los “tercios”: uno a cargo del Cabildo; otro a cargo de las rentas del Rey; y otro bajo responsabilidad de los vecinos del barrio. Las obras comenzaron en 1631 y se prolongaron hasta 1636.

Trabajo en casa

En el mismo predio la gente tenía casa y taller, casa y tienda, casa y barbería etc. Eso muestra una característica de Getsemaní que se mantuvo hasta hace muy poco: el uso mixto de las propiedades.

Las pulperías y otros sitios de comercio solían quedar en las esquinas o en las calles más concurridas. En la relación se mencionan a barberos, que eran mucho ḿás que lo que ahora sugiere su nombre: una especie de enfermeros que podían hacer procedimientos como sangrías. También a calafates, carpinteros diestros en la reparación de embarcaciones; pescadores y gente de mar; se menciona a un tratante de madera, un par de arrieros, un sastre y algunos mercaderes; también a soldados y guardias del presidio; hasta un hortelano y un preceptor de gramática.

Como un interés prioritario eran las rentas y saber en cabeza de quién estaban, mucha gente no quedó registrada: particularmente esclavos, artesanos o afrodescendientes libres que no pagaban impuestos porque no tenían caudal. Ser vecino era toda una categoría social -es decir, un sujeto de derechos y deberes, entre ellos los impuestos-. 

Negras libres

La esclavitud significó el sufrimiento de cientos de miles de personas que llegaron a nuestra ciudad. Sin embargo, no fue un fenómeno uniforme a lo largo de la Colonia. Desde muy temprano hubo también negros y negras libres que fueron parte integral de esa amalgama humana que ha sido Getsemaní. 

Esto lo muestra esta Relación de Asiento: varios predios estaban en manos de mujeres negras, morenas o mulatas -que de estas distintas maneras se les mencionaba y significaba una u otra cosa según el contexto de la época-. Por ejemplo, el predio 38 se describió así: “Solar de Juana Uganda, morena libre, tiene de frente a la calle 100 pies y en el dicho solar unas casitas cubiertas de teja donde vive la susodicha, bate en ella la mar por la espalda. No tiene otro caudal”.

Varias de ellas son mencionadas como “horras”: una manera de referirse a negros libres.  Algunos de sus apellidos, como Biáfara o Guinea, revelan la nación africana de donde provenían ellas o sus ancestros y que tomaban como apellidos oficiales. Alguna era propietaria de dos casas y quizás otra era administradora de un predio de algún tercero. Hay referencias externas de que las “casas de mulatas” funcionaban como sitios de alojamiento temporal para viajeros.

También se mencionan varias “casas de negros”, donde vivían ex esclavos o esclavos que sabían de oficios valiosos: carpinteros, albañiles, arrieros, porqueros. Eran como obreros especializados que sus dueños mantenían para disponer de ellos según las demandas del mercado, no solo cartagenero. De aquí podían viajar esclavos que requerían para alguna mina de Antioquia o Chocó, por ejemplo. O para alguna hacienda de la extensa sabana de aquí a Montería.

También había casas de negros en otros barrios, como en San Diego. En la relación se menciona, por ejemplo, el solar del capitán Julio Evangelista con “cuatro buhíos cubiertos y cercados de palos donde viven morenos que los alquila

Matute

El personaje con más casas y solares, incluso con una curtiembre o tenería, y casas para esclavos era el capitán Diego de Matute, que tenía al menos siete predios a su nombre y quizás otros a nombres de terceros, lo que era una práctica común. Uno de esos predios era el de mayor frente del barrio: 267 pies de frente por 80 de fondo, frente a la plaza del Espíritu Santo, es decir, la Trinidad. Era originario de Ibiza, isla que hoy es española. 

Báteles el mar las espaldas

Una de las expresiones más repetidas y hasta poéticas era la de “bátele el mar por las espaldas” y otras variaciones de esa frase. Se refería a los predios en cuyo patio llegaba el agua de la bahía, como aún se ve en nuestros pequeños pueblos pesqueros del litoral Caribe. Podían ser los del frente del Arsenal, los del Pedregal y los que daban frente la actual Matuna, que entonces era un caño ancho alimentado por aguas de la bahía.

Las playas eran del Cabildo, pero igual los predios aledaños se aprovechaban de la cercanía al agua. La del Arsenal, en particular, era el puerto y el sitio de reparación de embarcaciones, con bastante afluencia de artesanos y hombres de mar.

Jesuítas

El tercer predio más grande del barrio era el de los jesuitas, llegados a Cartagena apenas diecisiete años atrás (1603). Sus medidas eran de 200 por 446 pies y aún está por ubicarse de manera precisa. La orden jesuítica solía ser más eficiente para administrar sus bienes. Los franciscanos eran una orden mendicante, con voto de pobreza, y lo material parecía traerles con menor cuidado, así que tuvieron administradores con balances muy desiguales. A la hora de su expulsión del reino español, en 1767, la comunidad jesuita poseía más bienes en el barrio que la franciscana, la primera en llegar.