Getsemaní afro

CULTURA VIVA

Una de las obsesiones vitales de Manuel Zapata Olivella fue la reivindicación de lo afro en el tejido de nuestras sociedades. Influido por el orgullo racial de su padre y por una temprana autopercepción como mestizo y mulato dedicó buena parte de su vida a pensar, escribir y ser activista de lo negro y la africanía. Celebrarlo a él es una buena oportunidad para repasar algunas ideas sobre lo afro en Getsemaní, el barrio que lo vió crecer. 

Para comenzar habría que decir que la idea persistente de que Getsemaní fue esencialmente “un arrabal de esclavos” no ha ayudado a ver mejor los contornos de todo lo que significó para el barrio su ancestro venido de África, que es muchísimo ḿás complejo, denso, rico y variado de lo que usualmente se piensa. 

Lo afro es y fue muy diverso. Todavía muchos piensan en África como una unidad, cuando en verdad agrupa hoy más de cincuenta países con realidades muy distintas. La cosa se multiplica si pensamos en etnias. A nuestro puerto llegaron esclavos provenientes de “culturas fanti-ashanti, berberisca, mandinga, ewefon, carabalí, bantú, xosa-zulú y otras en las costas occidental y oriental de África y en los valles de los grandes ríos Níger, Congo, Senegal, Zambeze, etc.”, según enumeró Zapata Olivella, quien agregó en otro recuento a yolofos, angolas, lucumíes, araráes, biafras, yorubas e ibos. 

Dependiendo de la época y de quienes dominaban ese comercio variaban las proporciones. Así, por ejemplo, hay registro de que entre 1533 y 1588 en la llegada a nuestro puerto predominaron los yolofos; entre 1580 y 1640, angolas y congos; que en la segunda mitad de los años 1600 el turno fue para ararás y minas, mientras que en la primera mitad de los 1700 las etnias más numerosas en llegar fueron ararás y carabalíes. En la costa Caribe, como un todo, tendieron a quedarse esclavos de origen bantú, congo y angola. 

Entonces, los esclavos no provenían de una cultura homogénea, ni llegaron de todas las naciones ni en la misma proporción o época. Según Zapata, en algún momento se llegaron a hablar hasta sesenta dialectos distintos en la ciudad. Igual ocurría con fisonomías y tonos de piel. Se trataba de decenas de cosmovisiones y maneras de pensar que, por supuesto, no coincidían en todo. Toda esa riqueza se heredó en el barrio que -en efecto- si fue denominado como arrabal en sus primeras épocas: por definición, lo que quedaba en la periferia de la ciudad blanca e hispánica; un sitio donde había un poco más de permisividad y vivían las clases más populares. La génesis de la barriada en Cartagena hay que buscarla, pues, en Getsemaní.

Negro y esclavo no fueron siempre lo mismo. Europa conocía la esclavitud antes de la conquista de América. En las primeras expediciones de conquista tanto Hernán Cortés como Pedro de Heredia -entre varios otros- embarcaron negros que tenían una condición más de siervos que de esclavos. Estaban los negros ‘ladinos’ “que estaban familiarizados con la lengua, religión y cultura en general de Castilla o Portugal, sea por haber nacido o crecido en esos territorios o por un largo contacto con esas culturas”.  También los negros ‘horros’, que eran hombres libres desembarcados. Hubo mano de obra negra esclava especializada y también, mano de obra negra libre especializada.

La primera mitad de la Colonia fue la época de mayor tráfico de seres humanos traídos de África, pero con el mestizaje y el cambio de las condiciones económicas la esclavitud cedió desde bastante temprano. Los negros libertos, los mulatos, mestizos, pardos aparecían cada vez más en el escenario, ganando presencia y posiciones en la sociedad. De hecho, a la salida de la Independencia, las élites cartageneras temían que la “pardocracia” -mucha de ella con arraigo en Getsemaní- se tomara el poder

“La idea de Getsemaní como arrabal de esclavos es demasiado reduccionista. Lo es quizás por una visión demasiado miope de lo que significa la presencia de lo negro en Cartagena de Indias. La gente asume lo negro solo como esclavitud. Creo que hay que ‘desesclavizar’ los estudios sobre la población afrodescendiente”, nos dice el reconocido  historiador cartagenero Javier Ortiz Cassiani, quien acaba de publicar la segunda edición de su libro El incómodo color de la memoria. Columnas y crónicas de la historia negra.

El mestizaje fue muy temprano. Si no fuera suficiente con la dispersión de orígenes y su llegada en oleadas diversas, la fusión de razas ocurrió desde el comienzo en Cartagena, pero en particular en Getsemaní por su condición de barrio popular y puerto.

“En Cartagena, donde confluyeron indios, hispanos y negros, la sociedad colonial se convirtió en connubio de razas. A falta de mujeres españolas, los amos se disputaban a las jóvenes africanas en el mismo instante del desembarco. Por otra parte, las correrías de los soldados por los pueblos indígenas aledaños siempre terminaban en amancebamientos con indias adquiridas a la fuerza. De esta suerte, el núcleo de las familias criollas interesadas en preservar la pureza de sangre siempre colindaba con el mulataje o el mestizaje, originados en las cocinas, las barriadas y aún en las sacristías”, describió Manuel Zapata Olivella, quien hablaba del “mulataje” y se reconocía él mismo como tal.

“En Getsemaní hubo mucha población negra y una población mestiza básicamente desde una raíz negra: mucho mulato, mucho pardo, mucho cuarterón. Getsemaní en realidad representa una cierta e interesante movilidad social que se fue generando dentro de la población negra”, agrega Ortiz Cassiani. 

“Entre 1595 y 1640 los portugueses introdujeron entre 250.000 y 300.000 esclavos africanos, de los cuales alrededor de la mitad ingresaron por Cartagena”, según una fuente especializada. La mayoría iban para otras regiones, pero con seguridad en la ciudad se quedaron miles durante aquellos años, aunque hacer un cálculo exacto de cuántos sea muy difícil. Esa cifra pasó a “apenas” 202 esclavos de un total de 4.072 habitantes en el censo de 1777. La compleja historia social, económica y racial entre una época y otra y lo que significó para el barrio aún está por escribirse.

No fue un “aporte”. El mestizaje fue tan temprano, tan amplio y diverso en el barrio que a estas alturas ya no se puede hacer una distinción de quién puso qué. “Así no funciona”, advierte Ortiz Cassiani. “Suena como una disección. Es que no existiría la nación colombiana sin el hecho básico de la diáspora africana, que es la que determina muchos de los espacios de nuestra sociedad. Hablar de los “aportes negros” es hablar de que estos pusieron esto y los blancos y los indios, aquello otro. Se trata de entender lo negro en la complejidad que eso encierra y en la complejidad del barrio Getsemaní como un espacio donde se dieron muchas dinamicas de cruces culturales, de intercambios. No se puede entender la complejidad de esta ciudad si no se la entiende como una integralidad en donde la presencia de lo negro es insoslayable”.

Las contribuciones fueron en todos los campos. Otro reduccionismo es circunscribir el “aporte” negro a la música y el baile. En las naves de esclavos venían seres humanos con grandes conocimientos en botánica, agricultura, pesca fluvial y marítima, minería, metalurgia, orfebrería, artesanías y construcción, para citar algunos campos y dejándolos aparte de la culinaria y el lenguaje, omnipresentes en nuestra vida de todos los días. En no pocos casos provenían de imperios y culturas complejas. Todos esos conocimientos se fundieron muy temprano en la vida productiva y social del barrio al punto de hacerlos indistinguibles. 

Ser negro no siempre fue igual a ser pobre. Es indudable que, en general, a los negros les iba peor en el reparto de la torta económica y social. Pero  no siempre era el destino inevitable. En el barrio hubo negros con propiedades y algún capital. En el censo de 1630 aparece, por ejemplo, esto:

Solar de Cathalina Cano morena libre tiene de frente 200 pies tiene en el unas cassas de bahareque cubiertas de palma y teja que tiene alquiladas a unos morenos y tambien bive la susod(ic)ha en ella tiene de cola por esta otra calle 96 pies.

Doña Cathalina era propietaria de un terreno bastante amplio, vecina y empadronada y los  ‘morenos’ a los que les alquilaba seguramente no eran esclavos sino trabajadores o artesanos, que abundaron en Getsemaní hasta entrado el siglo XX.  Los esclavos, por ley, tenían que vivir en las casas de sus amos, es decir principalmente en el Centro o en las haciendas. Pero esta Cathalina no fue un caso excepcional. “El Caribe está lleno de esos ejemplos de mujeres  negras con poder adquisitivo y propiedades. Y los archivos están llenos de quejas porque las negras usaban prendas que se supone solo era para blancas”, explica Ortiz Cassiani.

Aquel creciente poder adquisitivo y social del mulato raizal del barrio alcanzó un hito con el prócer Pedro Romero quien a comienzos de los años 1800, justo antes de la Independencia, tenía importantes contratos en el puerto y con el cabildo; varios tendales en el actual camellón de los Mártires e incluso ¡esclavos! Tenía tal ascendente que pudo escribirle al rey de España para solicitar que uno de sus hijos pudiera estudiar jurisprudencia en Santafé de Bogotá, lo cual le fue concedido. No fue el único, pero sí el caso más conocido.

Y luego vino el blanqueamiento. En cierta medida los mulatos y mestizos que iban avanzando en la escala social se iban asimilando a las formas e instituciones coloniales. Al mismo tiempo, esa estructura colonial, como señala Ortíz Cassiani, hizo que hasta la Cartagena de nuestros días “se haya construido una relación muy fuerte entre raza y clase social”. Agrega que “muchos miembros de nuestras elites que ahora se asumen como blancos son parte de ese mundo negro en su mezclas y todo ese crisol que se fue formando y en el que quizás haya algún abuelo negro o mulato que hacía embarcaciones o comerciaba en la región”. 

El tema no es nuevo. A Zapata Olivella le preocupaba mucho. “En una comunidad erosionada por los prejuicios raciales, el afán por alisarse el cabello y despigmentarse constituye una obsesión de negros y mulatos deseosos de escaparse de su etnia” escribió, para anotar luego que “La mayoría de los descendientes africanos, ansiosos de acomodarse en una sociedad discriminadora, arrastraban en Cartagena esta falta de identidad como un escudo”.

Lo negro y mestizo evolucionaron aquí a su manera. Quinientos años no pasan en vano y mucha agua fue pasando bajo el puente. En Cartagena se armaron los cabildos por naciones, que rivalizaban en muchos aspectos y coincidían en otros. Algunas nociones religiosas, sociales y culturales prevalecieron sobre otras. Y mucho de lo que se fue, regresó luego con sus propios y nuevos matices: el Palenque de San Basilio, el Cabildo Negro de Bocachica, la fuerte influencia chocoana en su momento. Incluso el gran Caribe regresó en otras formas como la música y el pensamiento. Aún hasta hace pocas décadas había ritos religiosos de raíz negra en el barrio y la noción de cuagros se sentía en las generaciones que se criaban juntas. Y la parte más reconociblemente africana de  la salsa -esa música mestiza como pocas- nos trajo de vuelta sonidos, deidades y ritmos que volvían a diálogar con las músicas que aquí tambien evolucionaron desde lo negro como el porro o el mapalé.


Son muchos más

Un artículo como este no pretende agotar -no podría- los matices de lo afro y lo negro en nuestro barrio. La portada de esta edición ha sido para Manuel Zapata Olivella, luchador de primera línea por el reconocimiento de estos temas en el país. Junto a él, Delia Zapata Olivella, quien desde la danza le aportó tanto a esa comprensión y a quien también le dedicamos portada y un extenso artículo en nuestra edición de marzo pasado. Con ellos viene aparejada su sobrina e hija, respectivamente, Edelmira Massa Zapata y el aporte de Calenda y Gimaní Cultural para recuperar los bailes del Cabildo de Negros. Habría que hablar también del inmenso poeta Jorge Artel, nacido y crecido frente a la plaza de la Trinidad, identificado como otro gran impulsor del reconocimiento de lo negro en un país que le daba la espalda. Está la familia Vargas, venida de Chocó, que puso el primer gobernador negro que tuvo Bolívar y que le legó a la ciudad médicos y abogados de renombre. Y hay que seguirle el rastro a San Pedro Claver en Getsemaní. Todos ellos tendrán su espacio y artículos propios en ediciones venideras de El Getsemanicense


Para saber más:


Levántate Mulato. Manuel Zapata Olivella. PDF de acceso libre en: http://zapataolivella.univalle.edu.co/obra/


El incómodo color de la memoria. Columnas y crónicas de la historia negra
. Javier Ortiz Cassiani. Ediciones El Malpensante.

Presencia histórica y cultural de África en Cartagena de Indias y su entorno. Oscar Castillo Castro. https://www.persee.fr/doc/vilpa_0242-2794_2013_num_47_1_1640


Cargazones de negros en Cartagena de Indias en el siglo xvii: nutrición, salud y mortalidad
. Linda A. Newson y Susie Minchin https://bit.ly/2KGGSIw