¿Qué se puede encontrar en un claustro de monjes con más de cuatrocientos años de historia? Eso nadie lo sabe hasta excavar, despejar los muros y retirar todo lo que se le ha añadido con el paso del tiempo. Por lo escrito en textos antiguos y por la comparación con otros conventos franciscanos se pueden sospechar cosas, pero solo al poner manos a la obra se descubren los secretos únicos de cada construcción.
Hace un par de años vimos cómo las excavaciones bajo el claustro y el templo de San Francisco habían resultado en el hallazgo de los restos de más de seiscientos individuos. Era la época en que la gente enterraba sus fallecidos en las iglesias. Hoy se sabe que son más de novecientos, uno de los hallazgos más grandes de este tipo en toda la América Hispana y que dará para décadas de estudios académicos.
En esta edición nos ocuparemos de otros hallazgos muy interesantes, que nos hablan de la vida colonial y, en particular, de cómo vivía una comunidad de monjes franciscanos intentando evangelizar al que llamaban el Nuevo Mundo. Se han ido revelando durante las obras que se están llevando a cabo para integrar el claustro y el templo al hotel que está construyendo el Proyecto San Francisco junto a otros predios vecinos.
La cripta
Aquí hubo, hasta no hace mucho tiempo, un salón de clases de universidad. Los estudiantes no tenían por qué imaginar que debajo de esa tarima había una cripta subterránea. En el barrio algunos decían que por allí había un pasadizo conectado con la iglesia de la Tercera Orden.
En los años 90 la cripta se restauró en un intento para que el claustro franciscano fuera la sede cartagenera de Artesanías de Colombia. En algún punto le pusieron la tarima encima y de ella no se volvió a saber hasta hace unos tres años, cuando comenzaron las obras del nuevo hotel. Lo que se encontró dentro, al levantar la tarima, fueron cosas bastante terrenales: seis cajas con botellas de gaseosa, unos diez directorios telefónicos de Cartagena, una botella vacía de whisky y alguna basura dispersa.
Lo interesante vendría después, con el avance de las obras para el hotel y la respectiva intervención de restauradores y arqueólogos. La pregunta inicial era qué hacía una pequeña cripta en un ala -o crujía, por su nombre más específico- de un convento colonial. Las excavaciones arqueológicas empezaron a dar pistas; enterrados en un sector adyacente fueron encontrados los restos de unos treinta y cinco individuos. Y en los muros se encontraron un par de nichos. Además al retirarle el muro a los pañetes regresaron a la vida los arcos coloniales que originalmente daban del convento hacia la bahía. El Pasaje Porto y el edificio del mismo nombre son una construcción de hace un siglo, que tapó la fachada original. En el sitio donde se erigieron se enterraba a feligreses en el siglo XVII .
La cripta tiene proporciones similares a otras usadas en la colonia y el medioevo para guardar temporalmente los cuerpos de los monjes fallecidos antes de su entierro definitivo. La escalera es de tiempos bastante más recientes. Aún así, se desciende de manera incómoda y adentro no cabe alguien de pie. Quizás solo alguien de baja estatura ubicado justo bajo la cúspide de la cúpula de ladrillos. A los lados hay unos espacios que no son para sentarse pues hay que arquear mucho la espalda para seguir la curva de la cúpula. En cambio, son lo suficientemente anchos para acomodar a alguien acostado. El piso original es de baldosas de arcilla roja y se ven trazas de unas figuras geométricas que el ojo experto del restaurador Rodolfo Vallín, fallecido a principios del año pasado, ubicó de manera preliminar como posteriores a la Colonia, pero no alcanzó a profundizar.
¿Sería posible que allí hubiera una capilla asociada al tema de los entierros y que la cripta tuviera que ver con esa función? La hipótesis es probable dados los indicios materiales y el contexto histórico y espacial, pero hacen falta más estudios y quizás en el futuro se confirme esa idea o sea reemplazada por una mejor.
Para el inmediato futuro le espera una restauración que la devuelva a su condición original, incluyendo la bóveda, que sobresaldrá del suelo unos cincuenta centímetros y tendrá la altura original. Se podrá acceder a ella, pues hará parte de un Centro de Interpretación de diversos hallazgos coloniales en el claustro franciscano, abierto al público.
El aljibe
Cartagena no tenía un río, una laguna o una fuente de agua potable cercana. Aún así, la bahía era tan propicia para los intereses españoles que se omitió ese crucial requisito que casi le cuesta el nacimiento. Por eso en la Colonia eran tan importante los aljibes, unas construcciones para recoger el agua lluvia en las épocas de invierno y preservarla para su consumo posterior.
El claustro, por supuesto tenía el suyo, que ha sobrevivido hasta hoy. Cuando comenzaron las obras, un tema que puso a pensar a los ingenieros era cómo defender el interior del aljibe del nivel freático. El tema es este: en la zona del Centro de la ciudad el nivel freático (agua subterránea) es muy alto. Basta excavar medio metro en algunos sectores para que el agua emane. Hay que recordar que Getsemaní era una isla, que un buen pedazo de su contorno es relleno y que, obviamente, lo rodea una bahía.
Para buena fortuna de los ingenieros, unos monjes franciscanos y sus maestros de obra habían solucionado el problema de raíz hace cuatro siglos. Mientras en la parte externa el aljibe está rodeado por agua de nivel freático hasta casi medio metro, adentro todo está prácticamente seco. Hay algo de humedad en el ambiente, que no impide su nuevo uso. En libros antiguos hay fórmulas magistrales para lograr ese efecto inpermeable, pero hay mucha distancia entre las palabras allí escritas y el ponerlas en práctica. Es un saber sin continuidad. Pero que daba resultados, los daba.
Cuando se comenzaron las obras, el aljibe no tenía mucha altura: no era tan incómodo como la cripta pero sí que resultaba un poco estrecho. En una larga franja superior todavía es visible la huella negra del humo del carbón usado de manera continuada, por lo que se sospecha que allí funcionó en algún momento una cocina de carbón.
Como se notaba que el suelo era de relleno, se decidió excavar hasta encontrar el piso, que creían no estaba muy profundo. Les esperaban largas jornadas porque el suelo resultó estar casi un metro y medio abajo. Al fondo estaban las baldosas originales de arcilla roja. Ahora tenían ante sí un espacio similar al de un cuarto espacioso con un techo alto. La claraboya por la que se sacaba el agua ya no quedaba al alcance de la mano sino que era como una lejana fuente de luz. En la excavación se descubrió la base de una pilastra que sostenía dos arcos internos que hacían mucho más fuerte la estructura colonial. El concreto de las columnas y vigas de refuerzos que reemplazaron esa viga delataban que correspondían a algún momento del siglo pasado.
Eso cambiaba los planes para esa parte del hotel. Y un cambio así te traduce en nuevos diseños y ajustes en todos los planos, no solo los arquitectónicos sino los eléctricos, de agua y deḿás servicios. Era hora de sacar papel, lápiz, imaginación y computadores. Se decidió hacer un pequeño bar de carácter más reservado que otros sitios del hotel, un lugar discreto y acogedor que será una sorpresa para quien lo encuentre.
Los dos brocales
El brocal era la otra forma común de proveerse de agua en la Cartagena colonial. En sentido estricto es la parte que se construye encima de un pozo, donde la gente recoge el agua. El pozo es la excavación para llegar hasta el agua del subsuelo. Al fondo se ponía una tubería de la que manaba el agua, sin necesidad de hacer nada más. Aquí las llamaban “aguas gordas” porque no eran aptas para consumo humano sino para labores domésticas como asear los caballos, lavar los pisos o regar las plantas.
En el convento había dos pozos con sus brocales: uno en el centro del patio del claustro y otro en las huertas. El del patio era de forma hexagonal, según revelaron las excavaciones. El pozo estaba cegado. Sobre este había una fuente de concreto hecha en el siglo pasado que no revestía un valor estético particular, que fue retirada y donada a otra institución de la ciudad. Ahora se construirá un nuevo brocal que seguirá las líneas del hexágono colonial y se aproxime al original, a partir de los brocales que subsisten en Cartagena y la región.
El brocal de las huertas sí se encontró. Tenía el deterioro natural de siglos de uso y abandono, pero con su estructura de ladrillos y argamasa intacta. Estaba ubicado en una zona donde se haría una excavación grande, así que se desmontó pieza por pieza para reconstruirlo después en ese mismo emplazamiento. Esa técnica se llama “anastilosis” y se usa en arqueología y arquitectura, incluso para monumentos masivos y célebres, como el Palacio de Knossos, en Creta; el Obelisco de Luxor, en París; o la Capilla Roja de Karnak, en Egipto. Se rediseñó esa área del hotel para generar una circulación de personas a su alrededor, como una manera de ponerlo en valor.
El torno
En un convento colonial o del medioevo el refectorio era mucho más que el lugar donde los monjes tomaban sus alimentos. Al tiempo que comían, podían escuchar lecturas sagradas, un sermón o las reflexiones de algún hermano. En ocasiones podían durar allí jornadas enteras a puerta cerrada, en actitud de recogimiento, reflexión y oración. Nada del mundo exterior podía interrumpirlos, como los ayudantes trasegando platos o el ruido de afuera. Para evitar eso había un pequeño espacio que atravesaba el muro y sobre el cual estaba dispuesto un torno de madera con un mecanismo de engranajes metálicos. Alguien desde afuera ponía el recipiente con comida y desde adentro se le giraba para recibirla, sin que hubiera contacto entre las dos personas. Se hará un nuevo torno a partir de los vestigios que pudieron ser recuperados y se lo pondrá en su sitio original (en la imagen).
El nicho de la Virgen
Estos hombres de oración le tenían un lugar muy especial a la Virgen María. La advocación de la Virgen de Loreto presidía al claustro, por su cercanía al entorno franciscano. En un nicho, al final de una de las crujías, se descubrieron los restos de pintura colonial que parecen haber sido el fondo para acompañar una pequeña estatua de una virgen. Aún no se sabe exactamente a cual advocación de la Virgen corresponden, pero los trazos que la rodean se asemejan a los que tradicionalmente acompañaban a las imágenes de la Virgen de Chiquinquirá. Es como un resplandor luminoso que brota detrás de ella.
Es muy temprano para determinar si esa hipótesis es correcta y acaso nunca lo sepamos. Pero es plausible. Su primera manifestación fue en 1586 y de allí se extendió al punto que fue nombrada también la patrona del estado Zulia, Venezuela, por un milagro similar en 1709. En el cuadro que dio origen a la advocación está San Antonio de Padua situado a un lado de la virgen. Este era un santo considerado uno de los estandartes de la comunidad, pues el propio San Francisco le hizo encargos misionales. Ese contexto haría razonable que hubiera una imagen de la Virgen de Chiquinquirá en un convento franciscano en Cartagena. Se hizo una primera intervención para recuperar los colores e imágenes originales y se hará una segunda, más cerca del cierre de obras del hotel, para restituir sus colores con las técnicas apropiadas de restauración.
Fuente de agua ceremonial
Cerca de la sacristía hay los restos de lo que en otros templos funciona como un sitio donde el sacerdote se bendice antes de comenzar las ceremonias. Por un pequeño tubo posiblemente manaba o se recogía el agua que se solía depositar en un aguamanil. Tiene unos pequeños restos de pintura colonial.
Fuente de cocina
En una esquina de la cocina también quedaron huellas de algo que pudo haber sido un conjunto para proveer de agua limpia para los oficios alimenticios: una especie de recipiente arriba, un aguamanil y quizás un desagüe.
Poza séptica
Entre la sacristía y el claustro se encontró una poza séptica, pero no es seguro que sea de la época colonial. Getsemaní no tuvo acueducto hasta bien entrado el siglo XX, así que pudo haber sido de utilidad en algunas de los incontables cambios que se le hicieron al claustro en el siglo XIX para ajustarlos a los muy distintos propósitos con que se le usó.
Inmueble BICN
El Claustro de San Francisco figura en el listado de poco más de 1.000 inmuebles catalogados oficialmente como Bienes de Interés Cultural del Ámbito Nacional (BICN). Esto implica que toda intervención que se le haga está regulada con detalle y con seguimiento de entidades como el Ministerio de Cultura y, para este caso, del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC).