Uno le pregunta a Jesús, el fundidor de la avenida El Pedregal que cuántas generaciones de su familia recuerda que sean raizales de Getsemaní. Se detiene y mira al piso de tierra, por el que asoman algunas colillas de cigarrillo. Cuenta sus generaciones en el barrio marcando cada número con los labios: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y… ¡siete!
Es cerca del mediodía en su taller. Aquí y allá, desvencijadas herramientas y trastos de su oficio. Uno no sabe si el taller está medio destapado o medio cubierto, con esas tejas aquí y allá, como quien se va quedando calvo a parches. No hay dónde sentarse y Jesús arrima un balde al que le da la vuelta. Ya tenemos un asiento. Él mismo toma un pequeño banco y comenzamos a conversar. Enciende un cigarrillo más.
Es delgado. Tiene la piel curtida, las manos gruesas de tanto trabajar los metales. Hoy está pulcramente vestido y lo estará también otra tarde en que vendremos a hacerle unas tomas a su taller: una herencia de otros tiempos, cuando Getsemaní bullía de artesanos especializados. El suyo parece ser el último taller de fundición en el barrio.
La familia
“Mi papá empezó con un amigo en este arte. Después lo cogimos mi hermano Guillermo y yo. Comencé a los once años, mientras estudiaba y después que dejé el colegio seguí trabajando en esto”.
“El taller familiar tiene más de cincuenta años; primero estaba en el patio de la casa, en la Calle Lomba; de ahí nos trasladamos a la calle Primera de la Magdalena; de ahí otra vez a la calle Lomba; y ahora aquí en el Pedregal, donde llevo 18 años arrendado, quien sabe hasta cuándo. Mi papá murió y nosotros seguimos. Él sólo llegó hasta la calle Lomba, aquí no llegó. Unos primos míos tienen su taller en el Espinal, por los lados del Castillo de San Felipe”.
“Tengos dos hijas que son graduadas y profesionales. Si hubiera tenido un hijo varón no aceptaba que trabajara en esta vaina, porque esto maltrata mucho. Vas a derretir el material, a acercarte a él y te pega la llama en la cara. Yo tengo que operarme los ojos. Además, este trabajo se vuelve una vaina rutinaria”.
El trabajo
“Yo trabajo sobre bronce, aluminio, y otros materiales. Cuando empiezo a fundir los otros metales ya te digo, eso bota unas chispa que nojoda, me he quemado los pies, solo los pies más ná, afortunadamente”.
“A cualquiera que yo le haga un trabajo a la fija regresa. He recibido venezolanos, canadienses, gringos, españoles. Llegan directo del Centro para acá… preguntando. Cualquier trabajo de los que he entregado me gusta. Es la misma vaina. No te puedo especificar nada, porque se hace cómo se hace. Me quedo con la satisfacción del dueño. Nunca me han devuelto un trabajo gracias a Dios”.
“Hubo una restauración en el Centro y me pagaron el trabajo adelantado. Tuve que trabajar completico el mes de noviembre. A las Fiestas no les paré bolas y trabajé. Hice cosas de puertas, cerrojos, tocadores y partes internas en bronce”.
“Cerca de la Escuela Taller hay un tocador que es un pescado mitológico realizado por mi. Ese no lo quisieron en bronce sino en aluminio, pero ahí va el gusto del cliente. A unos veinte metros de aquí hay unas casas que restauraron con tocadores hechos por mi: un pez mitológico, una iguana, una cabeza de león y los botones. También frente a la iglesia de la Trinidad hay otra con unos tocadores que hice yo”.
“Al Museo Naval le hice unos cañoncitos pequeños. Ellos trajeron el molde y les hice como cincuenta que tienen exhibidos allá. También me llegan trabajos para hoteles a cada rato”.
Plata sí, pero no tanta
“Mi hermano le hizo un trabajo a un gringo y al momento de cobrarle le pidió la cifra total. La persona pensó que ese era el valor de cada pieza y comenzó a pagar ese precio por unidad. Mi hermano le dijo: ¡No, no, no. Todo eso no! El tipo insistió, pero mi hermano le dijo que no”.
“Otro día le dieron un cheque. Él tenía que recibir unos dos millones, pero se lo hicieron por más de tres. Ahí mismo lo devolvió y dijo: esto vale esto y no esto, usted me está dando de más”.
La escultura: un vicio secreto
“También le jalo a la escultura, esta mano la esculpí yo. Tengo que soldarla en algunas partes y colocarle una base, una cadena y una bola. Esto es prácticamente un símbolo de la esclavitud. Si tu miras esa mano ahí está implorando, pidiendo algo. Se me metió en la mente hacerla así. Me la han querido comprar pero después de que la arregle pienso dejarla como un legado para mi hija. Está destinada para ella”.
Getsemaní, mi barrio
“Yo soy nativo de Getsemaní, pero ahora estoy viviendo en el barrio El Socorro con mi hija mayor. Me mudé hace 13 años. En Getsemaní vive solo una hermana en la calle del Pozo. Estuve viviendo en la calle Lomba. Pero mi hija se mudó y yo decidí irme con ella. Sin embargo, vengo todos los días. Cojo mi bus y llego. Al comienzo era un problema. Yo no estaba acostumbrado andar en transporte público y me bajaba antes de la parada o después. Tenía que estar pendiente, si me pasaba ¡me tiraba, nojoda! ¡Como no era costumbre andar en bus!”.
“Aquí en Getsemaní teníamos todo a la mano: mercado, hospital, teatro. Todo. Hasta el trago: una señora conocida mía, vendía licor. Una madrugada le toqué la puerta, le pedí dos botellas de ron y me las entregó. Se las pagué después”.
“La mayoría de los vecinos les están vendiendo las casas a los turistas y se están yendo. Ellos llegan, se enamoran de esas casas y las compran; el dueño la vende cara y compra su casa por otro lado y así les queda plata”.
“Si yo tuviera la oportunidad de regresar al barrio, aquí estuviera. Me gustaría comprar una casa y quedarme aquí en Getsemaní, el barrio que me vio nacer”.
Los aldabones o tocadores
“Nosotros hacemos el diseño de los moldes, que luego se hacen en tierra; se funde el material que sale líquido. Según tu pongas el molde así sale la pieza”.
“La figura más extraña que he hecho es un delfín. Primero lo hice en cera y después en bronce, pero usualmente piden es iguanas, cabezas de león y caballitos de mar. No tienen un significado en particular. Eso va al gusto del cliente”.
“Cuando voy por la calle reconozco mi trabajo y sé si lo hice yo, o no. O si tomaron el molde mío. Por ejemplo, aquí hay un escultor que está haciendo una iguana como del tamaño del brazo. Yo nunca las he hecho así”.
Los oficios de Getsemaní
Citado de la entrevista realizada por Alberto Abello Vives a Sergio Paolo Solano de las Aguas. Publicado en Cuadernos de Noviembre. Volumen I. 2016
“Aquí, allá, acá y acullá la ciudad estuvo tachonada por talleres de artesanos, sin que pueda afirmarse que el barrio de los talleres era este o aquel. Los censos de artesanos de 1780 (...) tienen la fortuna de especificar las manzanas y las casas en que estuvieron situados”
“En Getsemaní la presencia de sastres, carpinteros y zapateros también era muy significativa, pero sin alcanzar la representatividad de los demás barrios. De 172 artesanos distribuidos en los 32 oficios registrados en el censo de Getsemaní (...) representaban el 38,4%. Sin embargo, la peculiaridad laboral de este barrio era la presencia de los carpinteros de ribera, calafates y herreros, con el 27,3%, lo que estaba en concordancia con la presencia de oficios ligados al Arsenal-Apostadero de la Marina”.
“Atando cabos con base en los indicios de archivos es factible conjeturar tres influencias en la dedicación de Pedro Romero a los oficios de herrería, fundición, cerrajería y armería. (...) A la temprana edad de los 9 años los niños se iniciaban en el aprendizaje, usualmente de la mano de familiares mayores”.
Jesús Acevedo.
Avenida El Pedregal.
Elaboración de aldabones, figuras, letreros y cualquier pieza a base de fundición.
Celular: 321 770 89 05.
Lunes a sábados de 7:00am a 6:00pm.