Agapito De Arco Coneo -ese era su nombre civil- nació en 1909 en el núcleo del barrio, frente a la Plaza de La Trinidad. De allí surgieron muchos motivos de su obra, que lo encumbraron como uno de los exponentes mayores de la poesía negra en América.
Era hijo de Miguel De Arco Orozco y la sinuana Aurora Coneo, pero las figuras clave de su formación fueron sus tías Carmen de Arco y Severina, que tenía una escuela por los lados de la plaza de la Trinidad.
Carmen de Arco y De la Torre fue la primera enfermera profesional que tuvo la ciudad y suele nombrarse como la primera de todo el país, con estudios en Francia y Jamaica. Era muy respetada en los círculos médicos. Fue directora de la Clínica de Maternidad Municipal, que funcionaba en la calle Tripita y Media, y por esa vía fue la partera de miles de cartageneros
Pero no solo eso: en su casa la tía Carmen organizaba tertulias a las que asistían profesionales e intelectuales del barrio y del resto de la ciudad. Ese ambiente rico en ideas fueron determinantes para formar su carácter crítico y contestatario, una marca de Getsemaní y en particular de aquellos efervescentes años.
La casa de las tías y del pequeño Agapito era la segunda de la calle del Pozo, frente a la plaza de la Trinidad, la misma que lo dirigía en línea recta al puerto, al que solía acudir desde niño. Entonces era de un solo piso y hoy, de dos. Una pequeña placa recuerda que Artel nació allí. “A los nueve años me aislaba, me encerraba a soñar las cosas que veía de día; el mar que me llenaba de olas; veía una especie de claridad que percibía en el clima de La Popa cuando era noche de luna llena”, contaría el poeta en una entrevista.
Su hijo, Jorge Artel Alcazar, escribiría muchos años después que: “Mi padre acostumbraba desde los 13 años salir a los muelles a altas horas de la noche o en la madrugada, acompañado de su tío Joselito, y contemplando la bahía gestaba sus poemas”. Por aquellos años, el joven Agapito estudiaba su bachillerato en la sección respectiva de la Universidad de Cartagena, que luego sería también su alma mater.
El fervor social
Hacia sus veinte años escribió la mayoría de los poemas de Tambores en la noche, su obra cumbre, pero no los publicó en forma de libro, impreso en 1940, cuando tenía treinta y un años. Por entonces era más bien un joven intelectual con ideas de avanzada social. Álvaro Suescún lo describió así:
“Ese atenuado izquierdismo socialista se le conocía a Jorge Artel desde los días de su temprana amistad con Luis Vidales y José Mar, miembros del Partido Comunista. También es probable que la fiebre viniera dentro de las cobijas: algunos de los miembros de su familia ejercían la política como su actividad principal. Su padre, Miguel del Arco, fue jefe político y militar de la plaza de San Antero, Cordoba, durante la guerra de los Mil Días, y se habla que algunos de sus cercanos antepasados estuvieron en la revuelta de Getsemaní que lideró, en los días de la Independencia de Cartagena, el procer negro Pedro Romero”.
Esas ideas lo llevaron a apoyar a María Cano, la pionera de la lucha laboral en Colombia y una mujer con mucho arraigo popular. Si ella estaba en tribuna era bastante seguro que se llenaría el auditorio o la plaza. En una sonada gira nacional, en 1927, estaba prevista una concentración en Cartagena. A Jorge Artel se le encargó antecederla con un discurso: una especie de telonero de la oradora principal. Lo que los organizadores no calcularon bien fue el fervor que despertaba Cano y la impaciencia por tener que escuchar a un muchacho de dieciocho años que casi nadie conocía aún. El día del evento, el caudal de gente era tal que hubo casos de asfixia.
“Mi discurso no alcanzó a ser pronunciado. No sé qué pasó. Nunca averigüé de dónde salió la idea de raptar a María Cano para llevarla a casa de Nemesio Barros, un cantinero que no tenía nada que ver con ella ni con la política. Ahí permaneció durante el tiempo que Ignacio Torres Giraldo requirió para recuperarse de una influenza. Así me quedé yo con mis pantalones cortos y mi discurso en el bolsillo. Apenas el líder se recuperó, trabajamos en la fundación del primer comité obrero de Cartagena, en el barrio de Getsemaní, del cual María Cano me nombró primer secretario”.
En adelante continuó su actividad como activista político y creciendo su figura intelectual. Es llamativo que un periódico de Honda, en Cundinamarca, fechado en diciembre de 1933, dedicara un artículo a la visita de Artel a la ciudad. Aquella ciudad de Cundinamarca era entonces un paso usual para quien bajaba por el río Magdalena desde el Caribe para tomar allí la vía terrestre hacia Bogotá. Allí se le presenta como conferencista sobre temas de sexualidad y sobre literatura moderna, pero sobre todo como poeta: “uno de los mayores valores de la literatura moderna en Colombia”. Y eso que aún no había publicado Tambores en la noche.
Gaitán y el exilio
Se graduó de abogado en la Universidad de Cartagena en 1945, cerca de los 34 años, pero no ejercería la profesión en adelante. Salvo, eso sí, cuando defendió a Pedro Canchile Cardona, por la muerte de un policía en Chimá, Córdoba.
Su vida política siguió en el Partido Liberal, que entonces tenía un ala que encarnaba los ideales más de izquierda, de la mano de Jorge Eliecer Gaitán. En 1946 lo nombraron Secretario de Gobierno de Bolívar. En 1948 el asesinato de Gaitán le cambió la vida para siempre, como a muchos otros colombianos. A Artel terminó por exiliarlo. Lo habían apresado junto con otros dirigentes políticos acusándolos de conspiración y asonada, tras las protestas por el magnicidio en Bogotá. En alguna emisora Artel había estado arengando a la población en un tono lírico de protesta social.
“Cuando murió mi tía Carmen yo estaba preso en la Base Naval de Cartagena por los acontecimientos del 9 de Abril. Salí con permiso del comandante y, acompañado de un par de grumetes, pude asistir a las honras fúnebres en compañía de mi madre Aurora, ya que la tía Severina y mi papá habían muerto hacía muchos años. No recuerdo las fechas de esas defunciones. Es como si el subconsciente se negara a remover esos recuerdos”.
Y así como El Bogotazo terminó exiliándolo de Cartagena, hizo lo propio con Gabriel García Márquez, que llegó a Cartagena expulsado de Bogotá por la violencia en las calles y el incendio de la pensión donde vivía. Sus destinos se cruzaron por poco. No se sabe si se conocieron entonces, lo que es bastante probable, al menos por unas pocas semanas, pues Artel estuvo preso tres meses. Pero sí es seguro que compartían muchos de esos amigos a los que Artel les decía adiós y que Gabo recién empezaba a conocer. Su columna Punto y Aparte del 15 de septiembre de 1948, comenzó así: Jorge Artel se ha llevado nuestra tierra a Bogotá. En la pieza de un hotel capitalino abrió el poeta sus maletas vagabundas… El texto terminaba así:
“El bisturí de la crítica capitalina descubrirá, sin duda, lo que Cartagena no ha querido reconocer —al menos públicamente— y es que Jorge Artel tiene en las arterias un temblor continental. Él conoce los instrumentos que descuajan la corteza decorativa de nuestra biología popular, y ha penetrado con ellos a los centros vitales del sentimiento terrígeno, donde reside su verdadera razón de ser; su razón de ser poeta.
“En manos de Jorge Artel, la Costa Atlántica tiene nombre propio”.
De Nueva York a Barranquilla
Lo del “temblor continental” resultó profético. El asilo que comenzó por Venezuela y Panamá fue el comienzo de un periplo de más de dos décadas por muy distintos países como Puerto Rico, Cuba, El Salvador, Guatemala y Honduras, con diversos desempeños profesionales, principalmente la docencia universitaria en México, donde se residenció unos años.
Luego, en Nueva York trabajó en el Reader's Digest, una revista de circulación mundial en catorce idiomas, decenas de millones de ejemplares vendidos cada mes y que en América Latina se conocía popularmente como Selecciones. En aquella ciudad también trabajó por diez años como traductor en las Naciones Unidas. Se casó con la poeta panameña María Ligia Alcázar, con quien tuvo dos hijos: Jorge y Miguel.
Regresó a Colombia a comienzos de los años 70. Al llegar a Barranquilla, que sería su espacio laboral para el resto de su vida, lo primero que hizo fue llamar a otro getsemanicense ilustre, Manuel Zapata Olivella, todavía más trotamundos que Artel y quien viajó esa misma noche para verse con su viejo amigo. ¡Qué se habrán contado estos dos titanes de nuestras calles y cuánto habrán recordado a la calle del Pozo y a la del Espíritu Santo, en las que ambos crecieron!
Primero dictó clases en la Universidad del Atlántico, cuya biblioteca dirigió. Luego, con otros intelectuales, fundó la Corporación Educativa Mayor del Desarrollo Simón Bolívar, donde fue decano de la facultad de Derecho y rector. Casi todos esos años escribió la columna Señales de Humo, que publicaba en El Colombiano, de Medellín. Con la familia se establecieron en una finca en Malambo (Atlántico), donde murió a los 85 años, en 1994.Más que poesía negra
Tambores en la noche se ganó muy pronto un lugar como referente en la poesía afroamericana, estudiado en la academia y difundido ampliamente en reediciones que llegan hasta nuestros días. Usualmente a Artel se le empareja con el momposino Candelario Obeso (1849-1884) como hitos de la poesía negra en Colombia. Al punto que el Ministerio de Cultura declaró a 2009 como el año Obeso/Artel para homenajear la obra de estos dos bolivarenses. En 1985 se le había concedido el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia y en 1986 fue consagrado como poeta nacional de Colombia.
Pero no hay que simplificar su poesía parcelándola únicamente como poesía negra. Es mucho más compleja y amplia, empezando por la constante reivindicación de temas sociales. Sobre esto se ha escrito bastante en la academía y sería injusto intentar resumir en este espacio dicha complejidad. El mejor homenaje es leerlo y profundizar en su obra y su contexto. Además de Tambores en la noche y dejando de lado su obra jurídica y académica, escribió:
Para saber más
Este perfil de Jorge Artel con enfoque en su faceta getsemanicense fue construido juntando muchas pequeñas piezas de información dispersa en prensa y academia. Varias de las citas extensas fueron recogidas por Jorge Valdelamar Meza y Juan V. Gutiérrez en Getsemaní oralidad en atrios y pretiles.
El getsemanicense Jesús Taborda Puello realizó el corto documental Jorge Artel: El Icono que trascendió Fronteras. En este recibió la ayuda testimonial y actoral de decenas de vecinos del barrio. Se puede conseguir bajo ese nombre en Youtube.