José Prudencio Padilla: un almirante en la calle Larga

SOY GETSEMANÍ

Este 24 de junio se cumplen doscientos años de la Noche de San Juan, la gesta que selló la Independencia de la Nueva Granada respecto de España. Una noche que comenzó en nuestro Arsenal, de la mano de un hijo que el barrio adoptó como suyo.

¿Por qué un zambo -hijo de una indígena wayúu y de un negro constructor de canoas, nacido en una remota provincia- pudo ser admitido en la fuerza naval española y luego ser contraalmirante patriota? ¿Qué representaba Padilla en la Nueva Granada de entonces? ¿Qué nos dice a los getsemanicenses acerca de nuestra historia y nuestras raíces? Es imposible condensar su vida y su significado en pocas páginas. Por eso este artículo busca iluminar solo su faceta getsemanicense, sabiendo que el lector interesado tendrá muchas más fuentes para mirar con nuevas luces su compleja figura. 


De Trafalgar a Getsemaní 

Jose Prudencio Padilla López nació en Riohacha en 1784, como el mayor de cinco hermanos. Se formó como militar en España, en cuya marina se enroló y bajo cuyo servicio combatió en la célebre batalla de Trafalgar (1805), en la fue capturado. Los tres años de presidio en Portsmouth, Inglaterra, los pasó en trabajos forzados como la construcción de naves y fabricación y reparación de armas. 

Esa dura experiencia le vendría muy bien en los años siguientes pues en 1809 llegó a Cartagena nombrado como contramaestre del Arsenal del Apostadero de la Marina, en Getsemaní. Eso implicaba ser el jefe de talleres, lo que lo relacionó de cerca con los gremios de artesanos vinculados con las labores de defensa de la ciudad, es decir la base de las milicias de lanceros de Getsemaní.

La Cartagena de antes de la Independencia era la metrópoli de nuestro Caribe, adonde llegaban muchos de la región, Eso incluía, por supuesto, a guajiros cuya descendencia se puede trazar hasta nuestros días. Getsemaní era el barrio donde un zambo riohachero podía sentirse más a gusto. Claro, el grado militar podría haberlo hecho vecino del Centro, pero el asunto tenía sus grandes matices. A esas alturas no era extraordinario que un mestizo fuera oficial de la armada española. El empuje de los criollos tras tres siglos de dominio español era cada vez más fuerte. Pero no era lo mismo criollo que mestizo o mulato. Y los zambos estaban bastante abajo en ese complejo etiquetado racial y social. Padilla sufriría las consecuencias de esa discriminación, pero al mismo tiempo haría de ella una bandera personal: los pardos tenían derecho a su lugar en la nueva nación 


Un rostro en penumbras

Sabemos que Padilla tenía el don de la palabra, carisma personal y un liderazgo más allá de lo militar. También una estatura imponente y complexión gruesa; que le gustaba vestirse bien y mantener una presencia muy pulcra. “Sería un hombre de aspecto más agradable si llevara un ojo tapado, pues por haber recibido una herida profunda en la mejilla que le interesa el ojo derecho, parece como si se le fuera a saltar de la órbita”, lo describió un viajero que le conoció. 

Esa profunda herida, su color de piel  y sus facciones zambas quedaron suavizadas en varios de sus retratos. En otros, aparecía como un mulato de facciones negras muy marcadas. Al vicealmirante Carlos Ospina Cubillos le parecía contradictorias las imágenes que había de Padilla y se puso a investigar. Encontró que el primer retrato conocido era ¡cincuenta y dos años posterior a su muerte! Resolvió apoyarse en las técnicas contemporáneas de reconstrucción forense para llegar a una versión un poco más aproximada. Ese trabajo dio como resultado una imagen de Padilla avalada por el Consejo de Historia Naval y adoptada como oficial por la Armada Nacional de Colombia. En ella basamos la portada de esta edición de El Getsemanicense.


El encuentro de dos héroes

Parece curioso que no tengamos un rostro certero de este héroe, como tampoco de Pedro Romero, nuestro prócer y padre de Anita, la mujer getsemanicense que Padilla amó profundamente y por la que se llevó por delante las convenciones sociales de una ciudad conservadora como la Cartagena de entonces. 

Padilla debió conocer en 1809 a Pedro Romero, pues este era un contratista principal para la ciudad en los incesantes trabajos de defensa. Romero era entonces un hombre con recursos, contratos, predios e incluso esclavos. En 1811 los lanceros bajo su mando forzaron la declaración de Independencia de Cartagena. Padilla fue uno de los militares que respaldó esas aspiraciones.

Si la nueva república nació escasa de recursos, menos los tenía Cartagena, acostumbrada a los envíos desde la Corona y desde los territorios de esta esquina de Sudamérica. Había que defender la ciudad y su región, pues se sabía que sería el botín estratégico para una eventual reconquista española. Hacia 1812, según relata el historiador Jorge Conde Calderón, de la Universidad del Atlántico:

“El comandante Eslava encargó a José Padilla, todavía jefe del Arsenal de Cartagena, la construcción de buques y la preparación de hombres para tripularlos. Entonces Padilla reclutó personal de pescadores entre sus amigos del arrabal, los adiestró en las labores marineras, armó una goleta y un pailebote que bautizó Ejecutivo. También construyó otros barcos en improvisados astilleros de ribera y organizó las fuerzas sutiles que operaron en el bajo Magdalena contra las fuerzas de Santa Marta. Entre las embarcaciones construidas ante las inminentes batallas, sobresalieron las goletas Constitución y Valerosa, el falucho Fogoso, la lancha Nicomicona y la bombardera Concepción”.

Aún a cargo de esas tareas defensivas estuvo muy al tanto de las movidas políticas, del lado de la facción “piñerista”, una de las dos que luchaban por el poder local. En 1815 vino la arremetida realista de Pablo Morillo y su ejército de sesenta mil soldados. El sitio de Cartagena cobró la vida de un tercio de la población y obligó a unos dos mil patriotas a intentar el riesgoso camino del mar. Padilla, al comando de la goleta Presidente, rompió el cerco naval y le abrió paso en Bocachica a la improvisada flota de refugiados.

Muchos llegaron a Haití, como Pedro Romero, quien moriría allí a comienzos del año siguiente. Fueron acogidos por una nación de afrodescendientes, la primera en declarar independencia; una inspiración para las otras naciones, aunque Simón Bolívar -a quien admiró toda la vida- vería con suspicacia ese gobierno de gente de color. 

En Haití organizaron la armada patriota, bajo el mando de Luis Brión, con Padilla como uno de los oficiales de mayor ascendencia. A partir de marzo de 1816 y hasta la batalla de Maracaibo, el 24 de julio de 1823, protagonizó una serie de acciones navales clave en la independencia de la Nueva Granada y de Venezuela, en las que brilló una y otra vez por su arrojo y su ingenio militar. Al mismo tiempo iba ascendiendo en grados militares desde teniente de navío hasta general de división.


La noche definitiva

Noche del 24 de junio de 1821. De la que en este 2021 celebramos el bicentenario. Cartagena era la última gran ciudad del territorio neogranadino en poder de los españoles. Si estos la mantenían bajo su control siempre cabía la posibilidad de que se reorganizaran desde allí y hubiera una segunda reconquista. Las fuerzas patriotas habían venido copando el territorio Caribe con Padilla, entonces capitán de navío, como protagonista de primera línea. La batalla de Laguna Salada, en la Guajira, la toma de Sabanilla o el asedio a Santa Marta, donde los realistas tenían muchos simpatizantes, eran los últimos eslabones de una cadena de éxitos militares bajo su mando.

La flota española estaba recostada sobre el Arsenal, donde se sentía a resguardo. Habían rehuido un primer combate con las fuerzas de Padilla, que organizó su puesto en Cospique, cerca del actual Mamonal. Entonces había una muralla entre la esquina de los actuales Centro de Convenciones y Puente Román. Era más una pared alta que otra cosa, pero estaba resguardada por tres poderosos baluartes: el de Barahona, en la esquina que miraba hacia el Centro; el Santa Isabel, en la mitad y cerca del Apostadero que Padilla conocía al dedillo, pues fue durante años su centro de trabajo: y el Reducto, que todavía subsiste y que hacía juego militar con el Pastelillo, en Manga.

Padilla conocía perfectamente el territorio. Los enemigos estaban pisando las calles de su barrio. Formado militarmente por ellos, conocía bien sus ritos y protocolos. Había algo más: Padilla era masón, como muchos oficiales de ambos bandos. Sabía que en esa fecha celebraban el día de la Masonería, con festejos diurnos y nocturnos. Hacia las ocho de la noche ubicó frente al fuerte de Manzanillo sus fuerzas sutiles, como se llamaban a embarcaciones menores sigilosas, apropiadas para navegar por caños y aguas poco profundas.  

Empezaba la operación para tomarse de manera furtiva once navíos fondeados en el Arsenal, el núcleo de lo que quedaba de la fuerza naval realista. Sin ellos, todo estaba perdido. A la medianoche, justo en el relevo de tropa se tomaron las naves: a unas las hundieron perforándolas y otras les soltaron las amarras y las remolcaron de su lugar. Luego, con el mismo sigilo, se tomaron los baluartes sin disparar una sola munición, para no atraer al resto de las fuerzas españolas. Fue una sangrienta noche de cuchillos y armas largas.

La desmoralización de la tropa española fue total y lo que siguió fue apenas el pulso para negociar una salida digna, que se concretó el diez de octubre, cuando los españoles se marcharon para no volver jamás como gobernantes de estas tierras ni de esta ciudad.


La temida “pardocracia”

Una vez lograda la Independencia el asunto no fue de una sociedad nueva sin clases ni distingo de razas (entonces se pensaba que las había). Muy pronto hubo una lucha de varios frentes en la que los criollos se las arreglaron para ocupar el lugar en la cúspide social que antes les correspondían a los españoles.

La rivalidad entre el caraqueño Mariano Montilla y el zambo Padilla es un perfecto ejemplo. Montilla, como Bolívar y tantos otros próceres de entonces, era un criollo con privilegios de aristócratas: tierras, beneficios y bienes de fortuna y comercio. Por lo común, se veían a sí mismos por encima de mulatos, negros, zambos e indios. A pesar de una rivalidad previa Bolívar le tenía un gran afecto a Montilla, a quien veía como un igual, por sus orígenes compartidos, y como un posible sucesor.

Montilla, por su parte, veía a Padilla solo como “un negro vestido de general”. Habían compartido campañas, con el riohachero como subordinado del caraqueño y habían estado en orillas políticas contrarias, resultado de lo cual en 1815 Montilla apresó a Padilla por un enfrentamiento por el poder local. Desde ahí su rivalidad fue de dominio público y no cesó hasta el fusilamiento de Padilla en 1828.

Tras la Independencia el mayor temor de los criollos no era un improbable regreso del ejército español sino un estallido social y el ascenso de los “pardos”, las clases inferiores a costa suya y de sus beneficios. En la memoria reciente estaba Haití, donde las mayorías negras se levantaron de manera sangrienta sobre la minoría blanca para erigir una nueva nación en 1803. La élite cartagenera veía con temor a la mayoría mestiza de la región y cuyo barrio insignia en la ciudad era Getsemaní. Quien sobresalía como líder político era Padilla. No era él único, pero sí el más visible. “Conformó un grupo amplio de seguidores entre los que se contaban no sólo miembros de las clases populares, sino también pequeños contratistas, comerciantes, empleados y funcionarios, entre otros”, describe un artículo académico.

Por ello abundaron los chismes, las acusaciones por debajo de cuerda y el juego político para intentar mantenerlo al margen. En alguna carta a Santander, Montilla le dice que “algunos zambos de Getsemaní” habían comenzado a decir que los soldados pedían “por jefe al coronel Padilla”.

El héroe naval no se quedaba atrás y un texto público escribió: “Los enemigos de mi clase [de los pardos], que han tratado de desconceptuarme delante del gobierno, delante de mis conciudadanos, delante del mundo entero; ya se ve, yo no pertenezco a las antiguas familias, ni traigo mi origen de los Corteses, de los Pizarros, ni de los feroces españoles que por sus atrocidades contra los desgraciados indios”.


Casa y mujer en Getsemaní

Padilla se había casado en 1809 con Pabla Pérez, pero según algunos autores ella le había sido infiel y él terminó de amores públicos y conviviendo con Anita Romero. Según recoge la profesora Aline Heig: “en febrero de 1823, Montilla alegaba de nuevo que había un resurgimiento de “los bochinches de colores. Padilla que se empeñó en ir allí a ver la moza por ocho días, decretó en ‘La Popa’ muerte a los nobles, etc., no sé por qué desaire que quisieron hacerle a su moza que es una pardita hermana de [Mauricio] Romero y que vive con él públicamente”. Algún autor afirma que Montilla estuvo interesado en ella, pero su rival fue quien ganó sus amores. 

El desaire sí fue bien conocido, aunque Montilla pretendiera minimizarlo. “Padilla estaba particularmente ofendido por el hecho de que los aristócratas cartageneros no habían invitado a su “virtuosa compañera” a un baile privado en la residencia del acaudalado comerciante español Juan De Francisco, con el argumento de que su unión no había sido santificada por la Iglesia Católica”, describe la profesora Heig. Lo que había por debajo de la mesa, sospechaba Padilla, era que no la habían invitado por mulata, porque las relaciones extra maritales estaban a la orden del día. “Todo el mundo sabe la clase a que ella pertenece, y el deseo de vejar y degradar a esta clase han sido las únicas intenciones del padre de familia”, escribió en referencia al autor de un panfleto en contra suya.

Vivían con Anita en la casa en cuyo predio se construyó luego el teatro Padilla, como lo contamos en el siguiente artículo. En los años después de la Independencia Padilla ayudó a organizar las fuerzas navales con los escasos recursos que había, consiguió la victoria en el lago de Maracaibo (1823) y fue elegido senador con votos de las mayorías pardas de la región en 1825. 


Un héroe incómodo

Las cosas habían cambiado mucho respecto de ese 1809, cuando Padilla había llegado como contramaestre. Una ciudad en franco despoblamiento y abatida por años de guerra. Y la geopolítica había cambiado: Cartagena ya no era un puerto militar estratégico, aunque lo pudo haber sido comercialmente, pero tampoco se avanzó mucho en ese camino.

Tras algunos años de Independencia los efectivos de la marina eran campesinos y conscriptos a la fuerza. La población afrodescendiente rehuía las filas militares y habían crecido las rochelas. Aunque se había declarado la igualdad de todos los hombres, los legisladores no habían movido un dedo para retirar en la práctica los obstáculos que impedían el ascenso de las clases pardas. Bloquear el ascenso social y político de Padilla era solo una muestra de lo que ocurría en el resto de la ciudad y del país en la lucha por el poder, que en general quedó en manos de aquellos criollos que ya eran pudientes antes de la Independencia.

El comienzo del fin ocurrió en ese 1828 cuando Montilla ordenó apresarlo y enviarlo a Santafé de Bogotá en medio de disputas por el poder local en cuyo fondo -por supuesto- latían rivalidades de clase y color de piel. En septiembre, recién llegado a Bogotá, fue acusado de promover el célebre atentado contra Bolívar. El 29 de septiembre un tribunal militar lo condenó a muerte en un juicio sumario. Fue fusilado y ahorcado tres días después en donde hoy queda la plaza de Bolívar, en Bogotá. Luego quedó claro que no había participado en aquel atentado. A las pocas semanas Bolívar se mostraba arrepentido de esa injusticia. Apenas tres años después, en 1831, le fueron rehabilitados sus honores y restablecida la pensión a su viuda oficial, Pabla Pérez. 



Para saber más

Sobre el almirante Padilla se ha escrito mucho. Aún así, hace falta recuperar y presentarle a un público amplio su rol y significado en los asuntos de la ciudad, más allá de sus victorias militares, donde se suele poner el énfasis. Para ahondar en estas facetas, recomendamos:

Corto de RCTV enmarcado en su perfil afrodescendiente:
https://www.rtvcplay.co/series-documentales/invisibles/almirante-padilla

Dos ensayos panorámicos, El primero sigue más el hilo militar y el segundo, ahonda en las rivalidades políticas, el conflicto racial y el contexto cartagenero de entonces.
https://www.yumpu.com/es/document/read/16253088/cuadernillo-expedicion-padilla-no-1

Los intelectuales cartageneros María Victoria García y Pedro Covo han organizado un grupo de Facebook llamado Capitulación Española 1821, que ha organizado una serie de conferencias web con expertos invitados. En particular recomendamos las que se centran en la noche de San Juan y el papel de las milicias pardas y antiguos esclavos en la Independencia
https://www.facebook.com/groups/847033752503560

Esta breve nota cuenta el proceso para llegar una imagen más certera del rostro de Padilla:
https://www.kienyke.com/historias/el-verdadero-rostro-del-almirante-padilla