La mañana del 18 de agosto de 2018 el restaurador mexicano Rodolfo Vallín y su equipo vieron por primera vez y desde dentro la vetusta cúpula del templo de San Francisco, en Getsemaní. Oculta tras el telón del teatro Colón, cerrado veinte años atrás, la cúpula llevaba al menos un siglo sin mantenimiento adecuado. Aunque entre la densa capa de suciedad se adivinaban algunas líneas y símbolos, ellos no podían anticipar las sorpresas que saldrían a la luz cuando se pusieran manos a la obra.
Pero hoy, año y medio después, Rodolfo ya no está para verlas. Murió de manera fulminante en México a comienzo de este año. Jairo Mora, quien trabajó con él por treinta y tres años todavía levanta la mirada mientras trabaja, para compartirle un hallazgo o una duda. Solo que ya no tiene a su lado al amigo y jefe medio regañón, pero también de una humanidad y una vitalidad apabullantes. Trabajaron lado a lado en todo tipo de climas y regiones de Colombia, donde los llamaban para recuperar viejas capillas, murales, pinturas, muebles e inmuebles. Su muerte no detuvo el trabajo en la cúpula: su equipo siguió adelante de la mano de la arquitecta restauradora Margarita Vásquez, registrada ante el Ministerio de Cultura, como es la obligación. Y ahora pueden estar orgullosos de regresar a la vida unas imágenes de hace más de cuatro siglos y que resultan una clase magistral para quien sabe leerlas.
De la cal a la biblioteca
La parte más evidente del trabajo es una labor de cirujanos que van levantando a mano capa por capa de pintura. Imagine lo que podría ser dejar en limpio las paredes de su casa, levantando con un bisturí centímetro a centímetro cada lechada de cal y pintura hasta llegar a la primera capa; sabiendo que una desconcentración puede destruir para siempre el trabajo de artesanos de hace tres o cuatro siglos. La labor de estos restauradores es de una paciencia inagotable, trabajando muchas veces en posiciones y espacios incómodos, en largas jornadas que pronto se convierten en semanas, meses y, como en este caso, año y medio. Y el resultado diario parece poco pero se va acumulando y al final la recompensa es grande.
Pero otra parte del trabajo es interpretar los símbolos, saber qué significa cada cosa, qué sentido tiene esto o aquello. Y eso implica jornadas de bibliotecas, archivos e internet, más el conocimiento especializado de distintos profesionales. Por ellos sabemos que en esta cúpula se pueden encontrar huellas griegas, árabes, masónicas, romanas, medievales, franciscanas y católicas.
La cúpula, que representa el cielo y lo sagrado está asentada sobre una especie de cubo. Las medidas no son gratuitas. Para los pitagóricos, en Grecia, y para la temprana cultura árabe, las matemáticas, la geometría y las proporciones eran evidencia de lo divino. Para nosotros son referencias lejanas, pero ahí están, muy evidentes en la cúpula. Las medidas del cuadrante que soporta la cúpula, de unos ocho metros pueden ser un buen ejemplo. Un razonamiento en aquel contexto era este: ocho por ocho metros da 64; 64 está compuesto por el seis y el cuatro, que sumados dan diez; diez está formado por 1 y 0; el cero es igual a Alá y el número uno, a su profeta. Ahora nos puede parecer complicado, pero en la mentalidad de la época y de la cultura de aquellos maestros de obra no lo era en modo alguno. Estaba en su sistema profundo de creencias y de las prácticas a la hora de construir.
¿Y cómo llegó lo árabe a estas tierras tan lejanas? Hay que recordar que por siglos los árabes dominaron la península ibérica y allí se formó una cultura particular. En arte y construcción eso se reflejó en el estilo mudéjar. Un rasgo de la religión musulmana es que no se pueden representar ni adorar imágenes de Dios ni sus profetas. Eso resultó en que las mezquitas y templos expresaban su admiración -aún hoy- mediante exquisitas figuras y filigranas, cada una con su simbolismo y tradición. Pues bien, los maestros de obra en la España árabe de antes de la Conquista se llamaban alarifes. Por la misma época que los Reyes de España impulsaron el “descubrimiento” de América, también estaban en la tarea de expulsar a los árabes de sus reinos. El resultado es que a América llegaron muchos de esos alarifes y fueron clave en buena parte de las construcciones que se hicieron entonces. Y en ellas fueron dejando sus huella.
Hay que recordar que lo que veía el equipo de Vallín en aquella mañana de agosto era poco de lo que aquí se describe. Bajo la capa de suciedad veían huellas de una especie de cinta con símbolos y letras sueltas en la base de la cúpula, denominada tambor. Un tambor tiene una función estructural porque transmite el peso entre la cúpula redonda y la base cuadrada. También notaban unas líneas oscuras que semejaban unos sillares. En arquitectura un sillar es un enorme bloque de piedra tallada, normalmente de forma cúbica o similar, que sirve de soporte para columnas o grandes construcciones. Es posible que ante el deterioro de las imágenes originales se haya acordado poner cal nueva y pintar estos falsos sillares para darle un nuevo aire y prestancia a la cúpula. Los sillares habían sido descubiertos unos pocos años atrás por el grupo Conservar en un intento de salvar lo que quedaba en la cúpula. Conservar es liderado por el restaurador Salim Osta, vecino del barrio y quien de joven había aprendido de Rodolfo Vallín.
Entre las inscripciones del tambor hay símbolos masónicos. De nuevo esto implica unas conexiones muy interesantes. Hay una estrecha relación entre la masonería y el arte de la construcción. Existe, por ejemplo, un hilo conductor entre su orígen y los constructores de las catedrales medievales en sí mismas un prodigio de simbología-. Muchos símbolos y metáforas masónicos están basados en instrumentos y procedimientos de construcción y Dios es concebido como el “gran arquitecto”. En resumen: la masonería era una práctica muy extendida entre los alarifes o maestros de obra que llegaron a nuestro territorio y a su vez ellos transmitían sus creencias entre el gremio local y dejaron huellas en sus edificaciones.
Por otra parte, la comunidad franciscana también tenía sus propios símbolos e imágenes. Eran menos esotéricos que los masones o los mudéjares. Están los triglifos: tres signos espaciados regularmente que significaban los votos de pobreza, castidad y obediencia que juraban los monjes. Los triglifos se usaron en la arquitectura griega, de un modo bastante más estilizado que el de la cúpula. También son franciscanos los cinco estigmas del escudo que, según su tradición, sufrió el fundador de la orden, a semejanza de las heridas de Jesucristo después de la crucifixión.
La iglesia católica tenía como reto evangelizar a poblaciones que tenían otras lenguas y para los que la tradición escrita no era importante. Por eso intentaban transmitir su mensaje a través de imágenes o de la misma arquitectura. Los templos debían mostrarse como espacios sagrados, de reflexión, recogimiento y asombro ante lo divino. Pero en ocasiones no había tantos recursos y artistas como sí los hubo en México o en Perú. Es el caso del templo San Francisco. En ese contexto, las figuras pintadas sobre la misma pared eran una primera forma de evangelizar. Y al ser este un templo franciscano, las figuras que cumplían ese propósito eran, por supuesto, las de esa comunidad religiosa.
Las pinturas datan de finales de los años 1600 o comienzos de los 1700. En ese tiempo la contrarreforma estaba en todo su vigor. El surgimiento de las iglesias protestantes a partir de la figura de Martín Lutero, puso en guardia a la jerarquía católica, que organizó el Concilio de Trento (1545-1563). Tenían el reto de impedir que se les creciera más el protestantismo en Europa, pero al mismo tiempo el de evangelizar los territorios del Nuevo Mundo. Ese concilio reorganizó la iglesia y reglamentó hasta los detalles mínimos toda la vida religiosa: cómo se debía hacer la misa, cómo construir templos y conventos o qué se debía transmitir en cuestión de fe, entre una infinidad de asuntos.
Las disposiciones de ese concilio se aplicaron en la América colonial de muchísimas maneras. En la cúpula son notorias al menos dos: la importancia de la virgen María, que tenía mayor visibilidad porque desde el concilio se fortalecieron las advocaciones a la virgen. También la exaltación de la piedad popular. Un ejemplo es la imagen de San Francisco en su lecho de muerte y otro, la estigmatización, con el hermano León asomando a un lado. Son imágenes que cuentan una historia y que el pueblo asimilaba más fácilmente.
Restaurar y poner en valor la cúpula es un trabajo propio de un proyecto de esta magnitud, pero también es necesario porque el templo San Francisco es un Bien de Interés Cultural del ámbito Nacional (BICN). La gestión de los BICN -que son poco más de mil en todo el país- está estrictamente regulada por el Ministerio de Cultura, que revisa y autoriza todas las intervenciones que se les hacen. Para la cúpula, por ejemplo, pidió que las intervenciones del exterior y el interior se hicieran al tiempo. El equipo de Vallín había sido llamado por el Proyecto San Francisco -responsable del hotel que se construye en lo que fueran predios del convento franciscano y otros adyacentes- únicamente para restaurar los sillares. Con el paso de las semanas de trabajo se dieron cuenta de que debajo de los sillares había algo. Nadie anticipaba la riqueza de imágenes, que terminó por prolongar la estancia del equipo de restauradores.
Temple, óculos y deformidades
La técnica con que están pintadas las figuras es al temple. Esto es: se aplicaba la cal, se le dejaba secar y entonces sí se pintaban las figuras. Es diferente de la técnica del fresco, muchísimo más durable, en la que se mezclan directamente los pigmentos con la cal y se pinta al momento: lo que quedó, quedó. Por esa razón, las pinturas al temple pierden viveza y colorido con el paso de los años, mientras que las pinturas al fresco duran mucho más.
Cuando empezaron a aparecer las figuras, los restauradores notaban ciertas deformidades: los labios inferiores eran muy gruesos o muy pegados al mentón, por ejemplo. Pero eso era lo que se veía encaramado en un andamio y mirando las figuras de frente. Hay que recordar que una cúpula es curva y que además se va estrechando desde la parte inferior hasta la cúspide. Los pintores usaron trucos de perspectiva para que el mirarla desde abajo todo mantuviera sus proporciones.
Jairo recuerda que esa mañana se miraron con Rodolfo y estuvieron de acuerdo en algo que no debería estar ahí, pero que estaban viendo desde abajo: tres óculos distribuidos alrededor de la cúpula. En arquitectura, un óculo es una pequeña ventana circular. Los trabajos paralelos en el exterior descubrieron que en efecto, habían sido horadados mucho después de la construcción original. Quizás sirvieron para iluminar o para que se escaparan el humo de las velas y la humedad provocada por las personas en un ambiente tropical.
Los óculos podrían ser de la primera mitad del siglo XIX, pero no hay evidencia absoluta de ello. En algún momento posterior fueron tapiados sin mayor criterio. Desde adentro los restauradores tuvieron otro indicio incontestable de que fueron abiertos mucho después de la construcción original: en donde fueron puestos destruyeron tanto las pinturas en la pared como los sillares correspondientes. En la actual intervención se retiró el relleno que tenían y se reemplazó por materiales más adecuados que garanticen una estabilidad en los siglos venideros, según explica al arquitecto Rafael Tono, gerente del proyecto hotelero, quien junto con los restauradores contribuyó en investigar y dilucidar el significado de tanto simbolismo y huellas históricas que se cuentan en este artículo.
La composición de la imágen tiene seis motivos. El primer grupo es el de los tres monjes franciscanos de mayor relevancia para la comunidad después de su fundador: San Buenaventura, San Bernardino de Siena y, muy probablemente, San Antonio de Padua. En la tradición de la comunidad solían representarse juntos. Los tres están en lados equidistantes de la cúpula. Los dos primeros comparten una mesa. Es decir, cada uno esta a su lado de la cúpula, pero la mesa tiene las mismas proporciones y colores. La imagen que se supone es San Antonio terminó destruida porque en ese rincón de la estructura se acumulaba la humedad, así que apenas quedó el manchón difuminado de lo que alguna vez fue.
Otros dos motivos son la imagen de San Francisco en su lecho de muerte y cuando recibió los estigmas. asomándose a su lado Fray León. La última imágen -que por efectos de composición pictórica debería estar en la cúpula- probablemente era la virgen de Loreto, a la que estaba dedicado el templo. Tanto doña Beatriz de Cogollos, quien donó los terrenos para el convento, como San Francisco eran muy devotos suyos. Lamentablemente quizás nunca podremos ratificar esa hipótesis pues se perdió todo rastro de esa figura.
Esquema gráfico compuesto por diversas fotos de una porción de la cúpula y la pintura mural hallada.
San Francisco de Asís en su lecho de muerte
(1181 o 1182-1226). Es una de las figuras más importantes de la cristiandad. Gozó de una popularidad extraordinaria en su tiempo. La orden que fundó fue de las primeras llamada “mendicantes”, con una vocación de pobreza y servicio que se oponían a la opulencia que vivía entonces la iglesia. Murió antes de los cuarenta años. Fue canonizado en 1228.
Fotografía de Jairo Mora
Los estigmas
En la tradición católica San Francisco fue el primer caso conocido de estigmatizaciones: las huellas visibles de la crucifixión de Jesús en manos, pies y un costado del torso. Su gran amigo de juventud, confesor y compañeros de viajes fue el Hermano León (de menor tamaño en el mural), testigo de ese y otros milagros. León era muy conocido en la piedad popular como su acompañante e interlocutor en relatos que se contaban a manera de parábolas o historias de fe.
San Buenaventura
(1217-1274) Destacó como teólogo y filósofo. La pluma en su mano significa que es Doctor de la Iglesia. Fue nombrado superior general de los franciscanos en un momento de gran división pocos años después de la muerte de San Francisco. No solo logró reconducir a su comunidad sino que se le reconoce un gran papel en fortalecerla y darle su carácter definitivo. Escribió la biografía de San Francisco, basado en testimonios directos y que fue una gran referencia para su comunidad y la iglesia católica. Su rostro se perdió. Por costumbre en restauración se señala el contorno de la figura, pero no se le reemplaza.
Fotografía de Jairo Mora
San Antonio de Padua -probablemente-
(Entre 1191 y 1195-1231). De origen portugués, brilló desde muy temprano por su elocuencia y conocimiento bíblico en sus prédicas, que solían ser escuchadas por multitudes. El propio San Francisco le hizo importantes encargos misionales. Se le atribuyen innumerables milagros, al punto que la suya fue la segunda canonización más rápida en el catolicismo: antes de cumplirse un año de su muerte fue elevado a los altares. Es uno de los santos católicos más populares.
Fotografía de Jairo Mora
San Bernardino de Siena
(1380-1444) Fue un predicador particularmente carismático que ayudó a reavivar la llama franciscana y católica en una época que esta venía de capa caída en la bota itálica. Las tres mitras en el piso con las que habitualmente se le dibujaba representan las tres ocasiones en que se negó al obispado para seguir como misionero. La tradición dice que fundó o reformó al menos 300 conventos y que los frailes franciscanos pasaron de poco más de cien y unos cuatro mil a la hora de su muerte. Fue canonizado tan pronto como 1450.
EL SIGNUM MAGNUM APPARUIT IN CAELO: MULIER AMICTA SOLE, ET LUNA SUB PEDIBUS EJUS, ET IN CAPITE EJUS CORONA STELLARUM DUODECIM.
"Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del sol y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas".
Esta frase corresponde Apocalipsis del Apóstol San Juan, en el Nuevo Testamento, Capítulo XII, versículo 1
CHRISTUS DEUS NOSTER QUI SOLVENS MALEDICTIONE
"Cristo Dios nuestro que nos salvas del mal".
En el Misal Romano, el libro que contiene las oraciones, ceremonias y fórmulas de la misa católica, esta frase corresponde a la antífona del cántico evangélico del 8 septiembre, día en que se celebra la Natividad de la Virgen María.
Estrella tartésica o de Andalucía.
Mudéjar. Se forma por la superposición de dos cuadrados, uno de los cuales se ha girado en 45 grados. Su significado original era religioso y político, pero en el Reino de Granada se convirtió en un constante motivo decorativo de edificios grabados y joyería.
Ojo de Dios.
Símbolo masónico. Aparece en versiones del escudo anterior y, con el mismo sentido, en el billete de un dólar.
Escudo masónico.
Compás, escuadra y en sus, intersecciones, cinco atributos: libertad, igualdad, fraternidad, tolerancia y humanidad.
Por establecer
Muy posiblemente una huella mudéjar, pues símbolos de este tipo aparecen frecuentemente en ese contexto.
Triglifos
Representan los tres votos franciscanos: pobreza, castidad y obediencia. La raya horizontal puede representar el cordón que usa esa comunidad religiosa. Símbolos parecidos, agrupados de tres en tres también, aparecen en el Partenón griego.