A Nicolás ‘Chilo’ Miranda no le bastó con ser uno de los grandes impulsores del béisbol en Getsemaní; le legó al barrio una familia para la que la pelota caliente ha sido el pan de todos los días. Con sus hijos se podría llenar un diamante, posición por posición, incluyendo las mujeres, que jugaban de tú a tú.
De muchacho ‘Chilo’ jugó, como tanto getsemanicense, en los campos de la Matuna, cerca de donde hoy está la India Catalina, cuando eso era un relleno del caño que pasaba por ahí. La vía del tren marcaba uno de los lados del diamante. Luego jugó en La Cabaña, el antiguo estadio en Manga, de antes de que construyeran el 11 de Noviembre.
Para esos años 40 había un puñado de equipos fuertes. Entre esos estaban El Águila, de San Diego; el Sarrapia, de la fábrica Lemaitre; y el Deportivo Mogollón, que era el del barrio, con el patrocinio de los Almacenes Mogollón. La rivalidad mayor era con los de San Diego. Al punto en que por una época nadie de un barrio podía firmar contrato para jugar con el equipo del otro lado. O si lo hacía tenía que mudarse.
Para 1944, una alineación estándar del Deportivo Mogollón podía ser con ‘Chachán’ Ortiz; ‘Pañuelito’ Escobar; el ‘Curvo’, de la calle de las Palmas; el ‘Cañon’ Baldiris; Galvis, el de Manga; ‘Pañuelito’ Herrera; el ‘Champeta’ Martínez; ‘Chimbri’ Meléndez, y el ‘Chato’ Magallanes. En ese equipo y hasta 1948, jugaron el Chilo y un hermano suyo.
¡Y qué años aquellos! ¡Qué gente buena jugaba en Cartagena y en Getsemaní! Muchos fueron jugadores de la selección Bolívar o Colombia y con esa camiseta disputaron varias series mundiales, entre ellas la de 1947, ganada por nuestro país. La relación de esos jugadores abarcaría más que estas páginas, pero basta recordar a Ramon ‘Varita’ Herazo o Nestor ‘Jiqui’ Redondo.
La afición por el béisbol era enorme. Ir a La Cabaña, en Manga, y luego al 11 de noviembre, inaugurado en 1947, era todo un plan. El día más emocionante era el de la apertura del campeonato, con el desfile de todos los equipos y al que la gente del barrio iba muy bien vestida pues era toda una ocasión social. En esas, por ejemplo, fue que se enamoraron Yadira Acosta y Mario Vitola, de la calle de Guerrero. Luego, si durante el campeonato ganaba el equipo de Getsemaní había fiesta en La Trinidad y el ‘Negro’ San Pablo, el marido de Tatía, hacia el sancocho comunitario.
De Pekín a Getsemaní
Pero hay que echar unos años atrás para recordar el origen de todo. Nicolás y Primitiva de Ávila habían nacido en Pekín, uno de los barrios que quedaban pegados a la muralla por donde hoy discurre la avenida Santander. Ya se habían visto, pero fue en Getsemaní donde comenzaron sus amores.
Primitiva era hermosa, con una cabellera larga. Hacía parte de una banda de baile del colegio. Luego, un poco más señorita, empezó a venir a los bailes que se hacían en el barrio. Aquello era algo muy formal. Las mujeres tenían que ir bien peinadas y de vestido entero. Los muchachos de traje y zapatos elegantes. Y no se bailaba con cualquiera ni de cualquier manera. Ahí fue el flechazo con Nicolás, que la había visto con la banda de baile del colegio.
Todo esto nos lo cuenta Primitiva, quien heredó el nombre de su mamá y es la penúltima hija de esa pareja. Nos atiende en la casa de la calle San Juan de Dios, frente a los viejos muros de la Jabonería Lemaitre, a la que alcanzó a ver funcionando y cuyo olor a potasa le invadía la casa en muchas jornadas al caer la tarde.
Primitiva, la hija, llegó a esa casa de la abuela Inés cuando era adolescente. A los dieciséis ya se podía salir y como ella estudiaba en el colegio, aprovechaba para pasar tiempo donde la abuela. A esa altura todos los hermanos mayores se habían casado. Solo quedaban ella y Pepe, el menor. En esa casa pasarían el resto de sus días Chilo y su esposa.
Hasta entonces, la familia Miranda había permanecido muchos años en Monteverde, al final de la calle del Carretero: unas accesorias en las que vivía mucha gente y donde también vivía gente del béisbol, como Roberto Barbosa, un tercera base y bateador muy bueno, o los Santamaría, o los De la Rosa. Y en la San Juan los vecinos beisbolistas no eran menos, como los Solano, los De Agua o los Mar
Coser y dirigir
Como jugador, ‘Chilo’ fue bueno, pero le tocó una época entre gigantes de la pelota caliente cartagenera. La memoria imborrable de su nombre está ligada principalmente a su papel como promotor, manager y ángel del béisbol en el barrio.
El equipo del barrio lo manejó primero con Jorge ‘Coreto’ Díaz, su compañero de muchísimos años. Luego llamaron a Clemon Haydar, quien les conseguía patrocinios. Getsemaní tenía entonces una buena economía y había empresarios como los Schuster, de la Panadería Imperial; Daniel Lemaitre, el de la Jabonería; los Mogollón o los Barakat, que patrocinaban equipos.
Pero no era fácil. El de ‘Chilo’ y ‘Coreto’ no era el único equipo y había que rebuscarse. Cuando los almacenes le negaban el crédito para las uniformes él propio ‘Chilo’ se ponía a hacerlos con viejos moldes. Se volvió un experto no solo en el vestuario, sino también en las manillas -que era un arte muy difícil-, las mochilas y la propia bola de béisbol. Todos los hijos y Primitiva, su esposa, le ayudaban en todo. Ella era particularmente buena para hacer las gorras.
Y luego estaba lo de armar el equipo, entrenarlo y dirigirlo en la cancha. Y en eso tenía su temperamento. Un día le metió un regaño de padre y señor mío al ‘Mayor’ Gallina y este se desmayó en pleno ‘dogout’. El Chilo se sentó empezó a lamentarse -lo maté, lo maté, Dios mío-, decía. Pero en realidad al Mayor Gallina le había dado una lipotimia que le pasó al rato, más rápido que el susto al ‘Chilo’.
El ángel del béisbol
Quienes recuerdan al ‘Chilo’ lo relacionan siempre con el béisbol, pero también tuvo una vida de trabajo formal. El principal, durante muchos años, fue el de reseñador en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS): el encargado de tomar huellas dactilares y datos a quienes acusaban de haber cometido una infracción o un delito. En esas funciones lo llevaron a trabajar a Medellín. Allá le propusieron hacer algún tipo de ilegalidad, pero él prefirió renunciar al puesto y regresar a Cartagena, según nos cuenta Primitiva.
Y aquí continuó con su labor de formador, mucho más concentrado en niños y adolescentes. De mañana se dedicaban a la confección de uniformes y al pasar el calor, tipo cuatro de la tarde, se los llevaba a “la pista”, que quedaba donde hoy está el parqueadero de la Marina, a la salida del Centro hacia Bocagrande. Los organizaba por categorías de edad y ¡a entrenar! “Además de todo lo bueno que trae el deporte, les ayudaba a alejarse de las malas horas que se vivían entonces en el barrio. Un niño formado en el deporte trata de ser serio, de ser cumplido para llegar a entrenar. Eso complementa la formación de una persona. Formó muchos beisbolistas de renombre en Cartagena, como Joselito Mar, criado en esta misma calle de San Juan. ”, dice Primitiva. Así hasta que las fuerzas lo acompañaron.
Hasta el penúltimo día de su vida ‘Chilo’ estuvo pendiente de la pelota. Disfrutaba mucho de ir a animar a su equipo en el campeonato de ‘bolita de trapo’. Murió en 1996, un domingo después de una jornada feliz en El Pedregal, acompañado por Pepe, el menor. Tenía 85 años bien vividos y bien jugados.
La saga de la pelota caliente
Once hijos, casi todos vinculados de una u otra manera con el béisbol y el softbol; cincuenta y nueve nietos, varios de los cuales resultaron peloteros; diecisiete bisnietos y contando. El ‘Chilo’ no predicó en el desierto.
José ‘Pepe’: Pitcher. El undécimo hijo, vive en Sincelejo, donde creó una escuela de béisbol, a semejanza del ‘Chilo’, dirigida a los niños. Le puso el nombre de su barrio natal: Getsemaní. Todavía hace gorras y uniformes.
Una pasión compartida
El romance con la bola cosida no era solo de Getsemaní. El cronista Rafael Ballestas habla de una época de oro del béisbol:
“Cartagena fue durante trece años (1945-1958) un hervidero de béisbol, que marcó a varias generaciones con el juego en sus distintas variantes: con bola "Spalding", de mochila, de esparadrapo, de caucho, hasta de maretira y tapita de gaseosas. Los bates podían ser de madera, cañabrava o de palo de escoba. Y las manillas de cuero o de lona. Era la creatividad de los cartageneros al servicio de su gran pasión: el béisbol”.
El éxtasis llegó con la Serie Mundial ganada en 1947 en el estadio 11 de Noviembre aún sin terminar.
“Esto fue la locura. Cartagena entró en estado de júbilo colectivo. En la ciudad no se hablaba de cosa distinta que de béisbol, y los protagonistas de tal hazaña adquirieron entre nosotros una dimensión casi mítica. (...) En las diferentes tertulias callejeras, especialmente las que se armaban en el Camellón de los Mártires, en el Parque del Centenario, en el Portal de los Dulces, en el Palito de Caucho, en el restaurante Polo Norte, en las cafeterías y heladerías, no se hablaba de cosa distinta a las hazañas de ‘Petaca’ Rodríguez, ‘Chita’ Miranda, el ‘Flaco’ Herrera y los demás peloteros victoriosos.
Al siguiente año, 1948, se jugó el primer torneo profesional, con dos equipos de Cartagena y dos de Barranquilla. Aquella edad de oro terminaría en 1958, cuando una crisis cambiaria encareció la traída a Colombia de jugadores extranjeros.