La ermita de San Roque: hospital, pestes y oración

LA HISTORIA

Lo primero que se construyó en la esquina de la Media Luna y la actual calle del Espíritu Santo fue un hospital de convalecientes, en 1603. Pero hicieron falta muchos giros en su historia para llegar a ser la pequeña iglesia que conocemos hoy.

Según se mire la ermita fue el segundo templo que se construyó en Getsemaní, después del convento de San Francisco. Pero hay que tener en cuenta que la de 1603 era apenas una capillita de tablas anexa al hospital. La ermita que conocemos hoy fue terminada quizás hacia 1670, como fecha aproximada. Como referencia, La Trinidad fue comenzada en 1643, con muchas demoras, y una imagen de 1688 en la que se le ve terminada. La iglesia de la Orden Tercera es de tiempo después: 1757.

Aquel hospital de convalecientes fue fundado por los Hermanos de San Juan bajo la advocación del Espíritu Santo, que terminó dándole el nombre que hasta hoy tiene la calle. Lo sostenían con las limosnas de los vecinos. 

Unos pocos años después los Hermanos de San Juan aceptaron hacerse cargo del hospital de San Sebastián, creado por el fundador Pedro de Heredia en los predios que hoy ocupa la catedral, en el Centro. El asunto tuvo mucha negociación, disposiciones y compromisos, hasta que el 29 de noviembre de 1612 el hermano mayor, Juanes de Segura, firmó con testigos y ante el escribano el documento que explicaba todo lo acordado. Fue una especie de fusión en la que los bienes del hospital de Getsemaní pasaban a manos del San Sebastián. 

En la Relación del  asiento de Getsemaní, realizada en 1620, se describe al conjunto como: casas y hospital de convalecientes con su iglesia y enfermería. Son de tablas cubiertas con tejas y cimientos de mampostería tienen de frente 72 pies y de cola 142 pies. Sirve de hospital. Lo de las casas es interesante porque el destino de éstas era ser alquiladas para ayudar al sostenimiento del hospital. Al parecer son las mismas que existen hoy y acaso algunas aledañas.

El barrio seguía admitiendo más y más vecinos, al amparo del creciente comercio hispano-portugués de aquellas décadas. El Cabildo Eclasiástico juzgó necesario fundar una parroquia. En 1623  le rogó a los hermanos que le permitieran entronizar el Santísimo Sacramento en la capilla y poner un cura, a lo que estos accedieron, nueva negociación de detalles de por medio.

En 1652 el gobernador Pedro Zapata de Mendoza aportó un trozo de oro avaluado en 500 pesos para erigir una ermita dedicada a San Roque. Quería agradecer por haberse salvado de la peste que asolaba la región. Otros vecinos contribuyeron con cien, cincuenta y hasta diez pesos, que no era poco dinero. Los hermanos de San Juan de Dios donaron el espacio donde hoy está emplazada. 

La leyenda sobre San Roque dice que esta santo francés decidió vender a los veinte años las posesiones heredadas de sus padres, repartir el dinero entre los pobres y peregrinar a Roma. Una epidemia de peste asolaba esos territorios y terminó por enfermarse. Lleno de pústulas se refugió en un bosque para morir solo y no molestar a nadie. Un perro le llevaba pan, que le robaba cada día a su amo, hasta que este se dio cuenta de lo que pasaba y terminó por cuidar al peregrino, que sobrevivió. Por esa razón San Roque era un santo invocado ante plagas y pestes. También a eso se debe su imagen clásica levantándose un poco el hábito para mostrar una llaga en su pierna.

Las obras iniciaron a buena marcha aquel 1652 y dos años después estaban erigidos el cuerpo de la iglesia, la capilla mayor y “el arco toral y la sacristía y formado el coro con sus buecos de puertas, bentanas y todo está… labrado de cantería arrasado y en estado de proseguirse la bóveda que lo a de cubrir”, dice una fuente de la época, con la ortografía de entonces.

Sin embargo, las obras fueron suspendidas en 1654 porque el Cabildo Eclesiástico le informó al Rey que se ejecutaban “solo con el fin de irse a divertir algunos religiosos”. Chismes parecidos eran pan cotidiano en la ciudad, en la que las diversas órdenes y el clero secular competían por recursos, donaciones, testamentos y hasta los restos de los difuntos más prestantes para enterrarlos en sus iglesias y asegurar así ingresos futuros por parte de las familias dolientes. 

Cuna del teatro y oradores

Rodolfo Ulloa Vergara conoce el templo de toda la vida, pero como funcionario de Colcultura, el antecesor del Ministerio de Cultura, ayudó a atender algunas urgencias que tenía a finales de los años 80, junto con el templo de La Trinidad. Ambas iglesias llevaban mucho tiempo sin un buen mantenimiento y sus bienes de interés también estaban en peligro. 

Entre sus búsquedas bibliogŕaficas de entonces le sorprendió un artículo de Rubén Sierra Mejía, ex director de la Biblioteca Nacional, según el cual en los predios del hospital pudo haber nacido el teatro como espectáculo pagado en Colombia. La cosa es así: a finales de la colonia se presentaba allí una compañía con actores fijos, que cobraba la entrada para sus espectáculos. Algunos miembros principales de la administración local se creían con derecho a unas boletas gratuitas, que alguna vez les fueron negadas, lo que generó un pleito del que quedó registro escrito.

Más adelante, en la época republicana, al altozano de San Roque y la zona circundante se le conoció como la Plazoleta de los Oradores. Allí  se le rendía un último homenaje a los personajes ilustres antes de enterrarlos en el cementerio de Manga. “¡Miradle! Miradle en el lecho funerario; y allí veréis, exánime y yerto, a uno de los patriarcas de la Independencia”, exclamó don Juan Antonio Calvo en ese altozano, ante el féretro del prócer Rafael Tono. Esa costumbre duró hasta 1933.

A nivel estructural la ermita luce como un templo sólido, de buenos muros coloniales, según ha podido observar Rodolfo, que como arquitecto restaurador tiene un ojo entrenado. Igual, siempre hará falta un estudio idóneo para confirmarlo. Le preocupa, como en tantos templos coloniales, la capacidad del comején para afectar casi cualquier madera si le dan el tiempo suficiente. 

De parroquia a monumento

Salim Osta Lefranc creció en la calle de la Media Luna creció con San Roque como un referente constante de su vida de barrio, pues por ese lado vivían muy buenos amigos. Recuerda que había una intensa vida de parroquia, con su propio sacerdote a cargo y una comunidad muy activa de feligresas.

“El San Roque que yo conocí era tremendamente familiar. La calle del Espíritu Santo era como otra calle Larga, pero mucho más familiar. Era un San Roque vivo, de domingos de misa y la parroquia como parte de la vida comunitaria”, recuerda.

“Siempre ha sido una iglesia muy austera. Es tan bonita que no necesita nada más. Solamente que las cosas estén en su lugar, sin cables por ahí, bien pintada. Es una capilla sencilla, de recogimiento, donde en aquellos tiempos tú te podías sentar un rato a solas a reflexionar”. 

Al comienzo de su carrera Salim hizo una catalogación de los elementos de valor patrimonial dentro de la ermita, de lo que quedaron las fichas técnicas que hicieron para Concultura. Años después el Grupo Conservar, su organización, donó la restauración de la fachada de piedra coralina. El deterioro evidenciaba que hacía muchos años que no se le intervenía de fondo. “Es de las fachadas de las que más estamos orgullosos. El trabajo de conservación sigue en perfectas condiciones”, dice Salim. Luego restauraron el Cristo Crucificado y otras piezas patrimoniales. 

Salim ha estado en contacto con los distintos sacerdotes para saber cómo va evolucionando la ermita. “Ahora es una iglesia de pocos feligreses, que no llama ni invita. Que permanece mucho tiempo cerrada. Con un solo párroco para tres iglesias del barrio, por mucho que quiera hacer el sacerdote a cargo no va a poder tener la  dedicación necesaria para cada una de las tres iglesias. Es que la falta de cariño y atención de los feligreses se nota. Antes eran ellos quienes la cuidaban, la barrían, le ponían flores y mantenían a los santos bajo buenos cuidados”, se lamenta. 


“20 -Item, que se saque cada un año carta de pago de excomunión contra quien debiere o supiere que debe al hospital alguna hacienda, por virtud de cláusulas de testamento, donación a mandas particulares, o alguna teja, palos, madera, o tablazón u otros cualquier bienes que al dicho hospital pertenezca en cualquier manera”.