En Getsemaní se sabía que iniciaba el salsero cuando en el barrio se escuchaba aquella canción que decía ‘Estamos aquí desde las dos’ o cuando ponían a sonar a todo timbal ‘Mi querida bomba’, de Johnny Colón. El gusto getsemanicense por la salsa y los ritmos antillanos tiene mucha historia detrás suyo y unas conexiones que no son tan evidentes.
Para entender en furor por la salsa en nuestro barrio hay que retroceder varias décadas. Quizás el más importante hito previo haya sido la creación de la en Cartagena de la Emisora Fuentes (1932) y de Discos Fuentes (1934), la primera gran industria discográfica en Colombia. Don Antonio, su fundador y quien les dió su apellido quiso recuperar la música de la región, en un gesto arriesgado pues la radio se usaba entonces para músicas más “cultas”.
Discos Fuentes ‒que en 1960 se mudaría a Medellín‒ tenía su estudio en Manga y allá grabó hasta Daniel Santos. Toda esa música se escuchaba, por supuesto, en Getsemaní. Hacer una lista de quienes grabaron allí es hacer una historia casi interminable de la música tropical en Colombia en todas sus vertientes. Solo por mencionar algunos: Lucho Bermúdez, Guillermo Buitrago, Bovea y sus Vallenatos, Esther Forero, José Barros, Alejo Durán, Calixto Ochoa, La Sonora Dinamita, Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez, Colacho Mendoza, Gustavo Quintero y Los Graduados, Juancho Polo Valencia, Fruko y sus tesos o Los Corraleros de Majagual. Por supuesto, mucho talento cartagenero como Joe Arroyo o los getsemanicenses Lucho Argaín y Juan Carlos Coronel.
“Esta industria atraviesa por un dilema y es que no se trataba de prensar discos por prensarlos, sino de hacerlo con un criterio y es ahí donde aparece el negocio de la música tropical, que de hecho ya estaba consolidado en otras partes, porque la rumba cubana ya era algo internacional, que incidió en la cultura popular y del consumo en los Estados Unidos, el Caribe y América Latina. Estamos hablando del chachachá y del mambo, por ejemplo. Todo esto se da en un eje musical entre la Habana y México”, explica Ricardo Chica, experto en la comunicación popular y profesor de la Universidad de Cartagena,
Por su parte, Roberto Salgado, getsemanicense y salsero coincide con el profesor Chica en que por el muelle entró la música tropical. “Yo creo que por todos los antepasados que llegaron aquí y que este amor del barrio por la salsa se dio por los grupos cubanos que llegaron en ese entonces”, explica Salgado.
Y hay aparece otra conexión: el eje Cartagena-La Habana, que era muy fuerte en la música. Aquí en el barrio se presentaron artistas como Celia Cruz, Benny Moré o el mencionado Daniel Santos, entre muchísimos otros que venían de Cuba. Es que, además, el barrio fue el núcleo del entretenimiento de la ciudad, por sus clubes y sus teatros de cine y variedades.
La radio de todos
Pero no sólo el muelle aportó para que los getsemanicenses ‘tiraran pase’. El Mercado Público fue fundamental para la difusión de los primeros éxitos de la época. “La gente tiene memoria de que allá colocaban parlantes ubicados estratégicamente para que escucharan la música que ahí se programaba”, dice Chica.
Por las décadas de los años 30 o los 40 era demasiado costoso comprar una radio, así que escucharla era todavía un asunto público. “Te encuentras con que la Philips tenía almacenes en Cartagena, pero era carísimo comprar un aparato radial. En los anuncios para venderlas el aparato de radio ocupaba un lugar central y alrededor suyo gente vestida de trajes largos y los hombres con esmoquin. Imaginate el estatus social de quien tenía una radio”. Por eso “se usaban mucho los altavoces en ciertos lugares públicos. Incluso, en la prensa, hay periodistas quejándose de la bulla. Eso ya era un elemento sonoro de la nueva realidad moderna en Cartagena”, cuenta Chica.
Más adelante aparecen a nivel local las orquestas de gran formato, que a su vez se derivan de las Big Band. “Son orquestas de gran formato estadounidense que estaban dedicadas al jazz en los años XX. Aquí en Cartagena aparecieron esas orquestas y en eso había un eje Cartagena - Panamá”.
De hecho, en Getsemaní se popularizaron los ‘clubes y salones de baile’, donde se amenizaban grandes fiestas. Por ejemplo, en la calle del Carretero existió La Estrella Roja, uno de los primeros salones de baile en la ciudad y donde muchas veces el maestro Lucho Bermúdez puso a bailar a más de uno.
“Los Condes Galantes organizábamos las fiestas en los salones. Ese club lo fundamos en la plaza del Pozo, pero hacíamos los bailes en La Estrella Roja, muy famosa en los años 30, 40 y 50. Todavía existe esa casa, aunque hoy está remodelada. Los bailes eran de nueve de la noche a cuatro de la mañana y a estas fiestas se traían a las mejores orquestas de la ciudad. Ahí tocaron la orquesta Emisora Fuentes y Ritmo de Mar. En esa época el porro estaba muy de moda por estos lados”, dice Ángel Pérez, patriarca del barrio y uno de los primeros miembros de esos clubes de baile.
Según Ricardo Chica, estas orquestas empezaron a amenizar los clubes de la alta sociedad en Colombia. “Y es ahí cuando a Colombia le dan ganas de bailar. Y le dan porque se forma un mercado de consumo de música, de discos, de radio, de conciertos de los bailes en los clubes”, dice Chica.
Pero a finales de los años 60 la revolución cubana obligó a muchas empresas prensadoras de discos a salir de la isla y ubicarse en Estados Unidos y México. “De alguna manera esto afecta la hegemonía de la industria discográfica en este tipo de mercado”. Se había roto el eje con la Habana, que ayudó en tanto a configurar nuestro gusto músical, pero no olvidaría.
Bravos Leones y Gran Manzana
Luego viene una conexión con Nueva York, donde para los años sesenta había estallado el boom de la salsa, gracias a la migración latina en sus barrios más populares. Muchos de esos chicos representaban una nueva generación de jóvenes que se lanzó a expresarse con un tipo de música diferente al rock, según el investigador Ángel Quintero.
“Comienza aparecer una congregación pequeña de getsemanicenses en Nueva York, como Jorge Artel, que estuvo un tiempo allá. Siempre hubo una conexión Getsemaní - Nueva York. Getsemaní es de mar y Nueva York, también. Sabemos que la salsa es un rótulo comercial producto de la industria discográfica y ahí viene el quiebre, porque aparecen la Fania y los músicos productores. Además, que esta gente produce música para los sectores barriales. Se habla de salsa para poder integrar una cantidad de géneros y subgéneros afrocaribeños del caribe hispano”. Es decir, esa variopinta mezcla de géneros que llevábamos décadas gozando por estos lados.
Posteriormente, los discos long play (LP) se popularizaron y fueron más accesibles. “Íbamos a comprarlos a Barranquilla, pero además nos manteníamos actualizados sobre el mundo salsero, porque escuchábamos un programa que se llamaba Trópicos, todos los días de cuatro a cinco de la tarde. La gente de los barcos también traía y compraba discos de acetatos”, cuenta Roberto Salgado.
Vamos pa’ el picó
“Todo esto llega a Getsemaní vía la vida de muelle, porque son muchas de estas canciones o acetatos van llegando a los equipos de sonidos populares que después pasan a llamarse picó”, explica Chica.
Roberto Salgado recuerda cómo empezaron. De hecho, él fue uno de sus promotores. “Por cuestiones de adolescencia nos gustaba mucho la música y en especial el boom de la salsa, que en realidad era música antillana. Siempre íbamos a otros barrios a escuchar esa música y regresábamos tarde a casa. Un día nos preguntamos, ¿por qué no traer esos picó al barrio?”
Si bien los picós no nacieron en Getsemaní, los “salseros” se consolidaron en el barrio. Uno de los puntos de baile era en el Sindicato de Chóferes, en la calle del Espíritu Santo.
“Los discos de moda fueron los de toda la música antillana que salió a finales de los años 50 y 60. Aquí la Descarga Chihuahua era un himno nacional. Hubo varios temas que hacían que la sala se llenara y que dejaran el patio vacío como Viva, de Richie Ray y Bobby Cruz, la Descarga de Ray Barretto, Mi querida bomba, Che che colé, esas canciones se pusieron en furor. Me cuentan que en el pasaje Leclerc vivían muchas familias y practicaban unos cuatro o cinco personas en ese sitio. Según me dicen echaban cerveza en el piso y empezaban a practicar ahí”, cuenta Salgado.
“Las personas lo que hacían era ubicarse cerca de una tienda a tomar cerveza. Ellos escuchaban ahí sentados, pero cuando ponían un disco que los entusiasmaba como Bomba Camará decían: vamos pa’ dentro del salsero”, recuerda.
“Cuando privatizaron los muelles se perdió la conexión con los movimientos del puertos y hay una reconfiguración en la cultura picotera, porque el picó le toca empezar a producir su música con sus propios cantantes, pero además deja de ser salsero”, explica Chica.
Para Chica es importante hablar también de los estaderos y bares. “Todos sabemos que eran escenarios de prostitución, licor, sustancias ilegales y que eran fundamentalmente lugares de hombres. Algunos se destacaban porque llegaban músicos y había gente de afuera. Uno de los lugares era Abacoa, frente al Parque Centenario”, agrega.
“Llegó un momento en los años 70 que desaparece Tesca, que era una zona de tolerancia, y muchos de esos lugares se vienen para acá. Por ejemplo, estaban Las Vegas que eran lugares grandes, donde había juegos y también presentaban música en vivo. Todos esos músicos nacionales e internacionales venían con el repertorio salsero a Getsemaní”, cuenta Chica.
La música no solo entraba por los oídos, sino también por los ojos y el tacto. Aquello también era una movida en el vestuario. Más en Getsemaní porque era el barrio de los sastres, las costureras y las modistas.
“Ellos le seguían la pista a la moda a través de las carátulas de los discos. Lo que predominaba eran las camisas de volantes y encajes, pantalones ajustados en la cintura y estalla la moda de la bota campana, el zapato de plataforma y las gafas oscuras”.
Otro aspecto importante es que la gente estaba dispuesta a actuar la ropa y eso bien lo sabe Judith Suárez, vecina y salsera del callejón Ancho. “Yo, para asistir a los bailes en ese entonces, me ponía mis vestidos largos y tacones. Mi mamá vendía chance en el mercado y todas las semanas se ponía un vestido nuevo y otro para mí. Para las fiestas y bailes por regla nos teníamos que vestir elegantes”.
Lo cierto es que esa mezcla de ritmos tropicales que confluyeron en la salsa son uno de los hilos de la personalidad del barrio. Todavía se sienten en la calle y en sus locales. Son la “banda sonora de una ciudad que se fue y que no va a regresar”, como dice Chica.