Para escribir sus memorias, Jesús Taborda Puello -getsemanicense hasta la médula- necesitaría tres tomos y quizás un poquito más. Compositor, poeta, estudioso, galerista, gestor cultural, auxiliar contable, marinero, tornero y trabajador en Estados Unidos, presidente de la Junta de Acción Comunal en un período difícil para el barrio, comparsa de disfraces en los desfiles novembrinos, organizador del Musical Serenata de Getsemaní. ¿Qué no ha sido Jesús?
Y no es solo lo mucho que ha hecho y vivido, sino que lo cuenta con detalle, gracia y memoria. Un recoveco de una historia lo lleva a otra; una pregunta simple lo manda por un nuevo camino. Se ríe casi todo el tiempo, se carcajea de cuando en cuando con sus propias anécdotas, y en un momento alguna lágrima asoma cuando recuerda su llanto de padre de familia en el avión de Barranquilla a Miami. Se iba a los Estados Unidos buscando un mejor futuro para los suyos sin saber cuándo sería el regreso. Le tomó casi cinco años.
Nos encontramos en su casa de Torices, donde vive desde hace un año largo tras salir de la casa de toda la vida en la calle de Guerrero. Es una casa amplia, con una buena terraza para reunirse a tocar con sus amigos, como lo hacía hasta antes del confinamiento. A diferencia de muchos getsemanicenses en la diáspora, no es nostálgico. Hay algo ambivalente en ese sentimiento: ha sido un defensor acérrimo del barrio, de su cultura y sus costumbres, pero no se queda en los viejos tiempos. Le parece que el turismo tiene su cabida, pero también sus límites. Acepta alguna transformación, pero no a cualquier costo. “Ese Getsemaní se me esfumó. Es como un lindo sueño”, dice.
Y esa relación ambivalente la tiene desde niño. De puertas para adentro primaron el respeto, los buenos modales y la educación por encima de todo, que en especial imponía su tía, Ana Victoria Puello Valdéz, la persona que más influyó en su formación. Era una mujer recta, muy católica y profesional, al punto que por muchos años fue Notaria Episcopal en Cartagena, un cargo que tradicionalmente está en manos de sacerdotes.
Y aunque Ana Victoria fue la figura matriarcal de su infancia, en la familia se decía que la mujer más notable de entre todas era Rosalía Valdés García, la abuela. “Fue la artífice de todo, la matrona, buena comerciante, la que compró dos veces la casa del Guerrero porque hubo una temporada de seis años en que tocó vivir en arriendo ahí mismo”. Y detrás de Rosalía una larga estirpe, el bisabuelo José de las Mercedes Valdés Vásquez con sesenta y siete hijos, un parentesco con los Zapata Olivella… Jesús va jalando un hilo y de ese salen tres.
Esa gran familia se estiraba y se encogía por épocas: unas veces los Puello Valdéz llegaron a ser hasta veinticinco en la misma casa. Para la infancia de Jesús estaban principalmente los Taborda Puello, más los familiares y amigos que iban y venían. A sus hijos les insiste que dentro de la casa haya “mucho respeto”, pero hacia afuera “el mundo es una selva y hay que estar preparado”. Jesús tuvo que ser fuerte en un contexto de muchachos grandes y peleoneros. Eso le ayudó a formar el carácter, que también heredó del papá y -dice-, de ser del signo Leo. “Soy volado”, dice y se ríe. Algún día volvió temprano del trabajo que acababa de perder, en el que ganaba un buen sueldo, en los tiempos de Nueva York. Su hermana lo vio regresar con la lonchera en la mano. No tuvo que explicar nada. —¿Peleaste? —le preguntó. Jesús apenas asintió. —¡Eres igualito a mi papá!
De joven estudió para marinero de maquinaria naval, lo que le sirvió para aprender muy distintos temas de mecánica y torno, que luego le fueron útiles, principalmente en sus años en Nueva York, en los que trabajó en talleres y se dio el lujo, que le costó sudores y un par de movidas inteligentes, de que le pagaran a siete dólares la hora, cuando lo normal era un poco más de tres. También estudió y ejerció algo de contaduría. De ahí en adelante no ha parado de tomar cuanto curso se le ha atravesado. “Tengo por ahí un cartapacio de certificados y diplomas que ni te imaginas”, dice.
Lo de la presidencia de la Junta de Acción Comunal entre el 92 y el 94, tras su regreso de Estados Unidos, es un capítulo completo de su vida y la del barrio. Tiempos difíciles aquellos, en los que Getsemaní aún no se recuperaba de los estragos de la salida del Mercado y estaba en un deterioro general. Recuerda que le tocó remar solo y contra la marea.
La independencia y el vivir del comercio le dio a Jesús algo que a la mayoría le hace falta: tiempo para desarrollar sus aficiones naturales y sus preocupaciones culturales. Buen guitarrista y compositor, y está registrado en Sayco; la Galería Getsemaní Vivo, que mantuvo entre 2015 y 2018 en el lateral de la iglesia de La Trinidad, donde pudo armar un espacio comercial y personal que disfrutó muchísimo; dos veces fue el Rey Momo en el desfile del Cabildo de Getsemaní; entre 2006 y 2016 sostuvo el Musical Serenata de Getsemaní, que la gente conocía como el ‘Festival del Bolero’ y cada año reunía algunos cientos de personas para escuchar interpretaciones en vivo y rendir homenaje a algún músico o compositor. Eso lo hacía a través del Grupo Cívico, Social y Cultural de Getsemaní. “—Eche, pero si todo lo haces tú solo —me bromeaban los amigos y yo les respondía —¡Mayor mérito aún!”.
Condensar el arco de sus intereses y su trayectoria vital -como se ha visto- no es fácil. Antes de nuestro encuentro se quedó hasta la madrugada escribiendo unas notas, “para no perderme”. Le salieron catorce páginas escritas a mano en una caligrafía de renglones regulares. Se le puede imaginar en la mesa del comedor, escribiendo a lápiz sobre las hojas blancas, acompañado del jugo “de cualquier cosa” que Mayo, su esposa, le ha dejado listo porque ya conoce sus hábitos noctámbulos.
“Creo que afortunadamente me rige Leo, un buen signo zodiacal: soy fiel y apasionado; defiendo lo mío; doy todo lo mejor de mí en todo lo que emprendo; confío en mis capacidades; soy buen amigo, servicial y atento, alegre, un empedernido soñador, músico, poeta y loco… ¿Mi orgullo? Mi familia, padres, hermanos, hijos y nietos. ¿Mi apoyo y cómplice? Mayo, mi mujer”.
En esas páginas habla de los dos discos publicados, uno en 2002 y otro, en 2016: “En el primer trabajo no solo quise rendirle un tributo y reconocimiento a Getsemaní, sino también a mi querida ciudad, por lo que compuse la canción Cartagena Morena”. También de su faceta como poeta, en particular el poema que escribió en honor de Jorge Artel, al que le hizo un documental que ganó una convocatoria del IPCC. También a la serie A mi Cartagena me le han cambiado, que escribió “porque estaba muy preocupado y dolido con todo lo que pasaba en la ciudad y en el barrio con la destrucción del patrimonio inmaterial”.
Cuenta que por siete años organizó un pesebre con novena, cena navideña y entrega de regalos, que recogía entre sus amigos. Una vez, para un concurso citado por el Distrito, hizo con sus propias manos y con el apoyo de un amigo un pesebre de cinco metros de alto, con cielo estrellado, desierto y hasta un oásis con beduinos que cargó hasta el último trasteo. Aún se acuerda de la correteada por toda la calle de Guerrero “con ese poco de pelaos detrás” un día en que el reparto de regalos no le salió tan organizado como quería y tuvo que escabullirse con dos bolsas gigantes que luego vería cómo repartir mejor.
También sostuvo dos grupos juveniles: “Lo que buscaba era formar nuevos líderes juveniles integrales que nos sucedieran a nosotros”. Se duele de los catorce años que duró en estudios, trámites y comunicaciones con entidades oficiales para convertir el baluarte de San José en un nodo principal para la “explotación integral del turismo cultural en Getsemaní”.
Y en esa relación de su vida, deja un buen espacio para los sueños que le hace falta cumplir: la Asociación de Disfraces; el Museo Memorial de la Música; el diplomado sobre Museos y Patrimonio; el “curso intensivo, especializado y pŕactico de construcción y confección de máscaras y tocados festivos”, con seis días aislados en Sabanalarga; terminar un libro con crónicas sobre Getsemaní que lleva más de veinte años de estar madurando y un par de cuentos cortos que tienen engavetados en espera de la última pulida.
Todo eso que escribió a mano nos lo resumió varias veces por teléfono con una frase contundente:
—No joda, ¡yo sí he hecho vainas en esta vida!
Y tiene razón Jesús. Para fortuna para el barrio, sus amigos y su familia. Tiene “apenas” 64 años. Largos años de vida para que las memorias le lleguen al menos a los cinco tomos.
La familia
Para Jesús, los afectos son tan importantes como sus proyectos. Para comenzar hay que decir que los Taborda Puello, además de Jesús, son: Victoria del Rosario, trabajadora social que laboró en el Colegio de la Santísima Trinidad y luego, en el Arzobispado de Cartagena como asistente del monseñor Carlos José Ruiseco. Rosalia Esther, secretaria bilingüe y administradora de empresa, hoy pensionada de Aguas de Cartagena. Fue cofundadora, secretaria y presidenta de Gimaní Cultural. Julio Cesar, quien vive en Aruba, donde es criador de gallos de pelea que importa de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Con su esposa tienen un hogar geriátrico. Victor Manuel es jefe de investigación y desarrollo en Industrias Químicas Real. La madre de todos es Lina de las Mercedes Puello Valdes, tiene noventa años un año; que le entregó a sus hijos “alma, vida y corazón”; cabildante hasta que la rodilla se lo permitió; gran cocinera, que se todavía se prepara lo suyo porque no le gusta comerle a nadie. “Tiene una mano prodigiosa para la sazón”.
En su núcleo familiar están María del Rosario Cabarcas Gómez, su infaltable ‘Mayo’. “Ella es de signo libra: apacible y calmada”, que le compensa el voltaje, reconocida cocinera, vecina del barrio y secretaria de profesión. Con ella tuvieron tres hijos, Juan Carlos, que hizo estudios en ingeniería de sistemas; Julio César, veterinario y zootecnista; y María Angélica, fisioterapista. Los nietos son cuatro. La última de ellas, Silvana, “es mi última traga”.