Liliana Urrego o la teoría del metro cuadrado

SOY GETSEMANÍ

En la calle Larga desde hace veinte años vive una cartagenera que es al mismo tiempo activista ambiental; hormiga incansable de proyectos: preguntona terca con los alcaldes y funcionarios; odontóloga de calidad y una vecina que se ha comprometido como pocos con el presente y el futuro de Getsemaní, al que ve como un posible modelo para toda la ciudad. 

Liliana Urrego Mejía, muy a pesar de lo que digan sus apellidos, es tan cartagenera como el que más. Hija de un oficial de la Marina, creció en el barrio militar de Manzanillo, de recién casada vivió en Manga y en Pie de la Popa, pero desde niña creció con un romance por el Centro y con el deseo irrefrenable de vivir acá.

Una decisión pasional

Y el universo se conjuró a su favor. En 2002, en medio de su separación, encontró un apartamento en arriendo en Getsemaní, justo para ella. “Se ajustaba a mi presupuesto, en el edificio Mainero. Me mudé con mis hijos, Juan Camilo y Ana María, el 2 de febrero de 2003”. Su arrendador era Victor Mainero, nieto de Juan Bautista Mainero Truco, con fama en su época de ser el hombre más rico de la ciudad, quien trajo el mármol, las esculturas al Camellón y al Obelisco, a las que luego Liliana les dedicaría mucho tiempo. Vueltas que da la vida.

“En el 2007 había comprado un apartamento en el Pie de la Popa, pero yo seguía enamorada del centro”. Gracias a un paciente se enteró que había unos apartamentos en venta en Getsemaní justo en el edificio que siempre le señalaba a su hijo Juan Camilo cuando lo llevaba desde el Mainero al colegio —Ese es el apartamento de mis sueños—, le decía.

“Cuando me enteré, me enloquecí. Por el afán vendí el apartamento de Pie de la Popa, pero poco antes de que abrieran Caribe Plaza, lo que les subió el valor casi que de inmediato. Perdí esa ganancia: no fue inteligente, fue una decisión pasional”.

Cuando llegó a conocer los apartamentos disponibles, todos estaban básicamente destruidos. “Yo quería el de arriba, pero me cobraban más por la terraza; así que me quedé con el del tercer piso después de conseguir el préstamo”.

En 2017 terminó de pagarlo, tras una década de mucha disciplina en los gastos. Hoy sus dos hijos viven en Medellín, pero ambos crecieron en Getsemaní. “Con todas las limitaciones, porque no era un barrio para niños. Me acuerdo que el Centro de Convenciones era un parqueadero cerrado, pero el vigilante me dejaba entrar a pescar con mi hijo; jugábamos fútbol en la plaza de la Trinidad y veníamos al parque Centenario”. 

“Como a mi  mamá”

Antes había vivido en Estados Unidos, luego de retirarse en quinto semestre de odontología en Cartagena e irse con su padre. “Me volví voluntaria de la Cruz Roja, así aprendí inglés; tuve la fortuna de estar en el Hospital Naval de Bethesda en Maryland donde estaba la universidad de odontología para la Armada Nacional de los Estados Unidos. Entré a ser auxiliar de odontología, pude aprender mucho gracias al amor y conocimiento de los especialistas”.  

Al regreso terminó la carrera. En el 2006, gracias al apoyo de su padre, pudo adquirir una oficina en el edificio del Banco Popular, donde había instalado su consultorio pocos años antes, por la calidad de vida que significaba ir de la casa al trabajo caminando.

La oficina 701 estaba en remate: la compró pero le tocó remodelación total pues estaba en los rines. Desde entonces es su consultorio. En el edificio del Banco Popular empezó con seis pacientes y ahora ha perdido la cuenta. Es perfeccionista y eso mezclado con su calidad humana le han traído una clientela fiel. “Siempre que atiendo a alguien, lo trato y hago mi trabajo como si se tratara de mi mamá”. 

Exigir y trabajar

Al llegar al barrio decidió que se iba a integrar a su vida e iniciativas y por cuenta propia asistió a la primera reunión de Asocentro, donde comenzó a conocer a los líderes de la comunidad. 

“En 2007, cuando empezó la remodelación del Camellón, me iba dando cuenta de la chambonería de las obras en esta ciudad; de la mala calidad con que se hacen”. Empezó desde su cuenta de Facebook a cuestionar y hacer preguntas públicas.

Esos fueron los inicios de ‘Cartagena al 100%’. “Cuestionaba cómo podíamos lograr una ciudad exitosa; comencé a reunir a los getsemanicenses. Hice una instalación en las estatuas a oscuras, con bombillos en papel maché y globos, se llamaba ‘Luz para el Camellón’; y en las que estaban en deterioro usaba globos rojos”. 

Entre 2007 y 2008 empezó a hacer limpiezas en el Camellón de los Mártires. “Les decía a los bomberos: tal día vamos a reunirnos a limpiar. El entonces gerente del Monterrey y hoy director de la Escuela Taller, Rafael Cuesta me veía en esas y se me unió en 2012. El fue quien me aconsejó constituir una personería jurídica, algo que logramos en diciembre de 2013”. 

Las principales líneas de acción tenían que ver con sus pasiones: los animales y el reciclaje. Con la Universidad Los Libertadores organizaron el diplomado en Gestión Ambiental y Manejo de Residuos Sólidos, en 2015. 

En 2017, con el apoyo de Cotelco, logró vincular a los recicladores con los hoteles, lo que ha contribuido a formalizar su papel en la ciudad. 

Hacía ruido desde aquel 2007, pero los que toman las decisiones la escuchaban poco, o menos de lo que ella consideraba necesario para lograr las soluciones. “Preguntaba a la Alcaldía y a la Secretaría de Infraestructura sobre sus competencias en las obras. En 2014 la Escuela Taller, que entonces estaba dirigiendo Germán Bustamante, y la Secretaría de Infraestructura por fin me pusieron atención y se restauró adecuadamente el Camellón; se contrató para restaurar las bancas y el pedestal de la Noli Me Tangere que estaba destrozado”. 

También se enfocó en el parque Centenario, inhabilitado desde 2011. De hecho, hablamos con ella en el parque, uno de los espacios más queridos y por los que más ha trabajado, tanto por amor a Cartagena como a Getsemaní. Los obreros y la gente que trabaja allí la conoce bien. Cerca de ella su infaltable bicicleta.

“Le preguntaba a los aspirantes a la alcaldía hasta cuándo seguiría así”. Mientras tanto más ciudadanos la apoyaban en sus convicciones. En diciembre de 2013 se abrió el parque y Liliana continuó haciendo seguimiento a la obra, como veedora de este espacio. “Junto a la fundación Tu Cultura, Los Libertadores y el hotel Casa de las Palmas de Getsemaní, empezamos con las iniciativas ‘Limpiarte’ y ‘Enamórate de Cartagena’, para reforestar y generar sentido de pertenencia respecto del parque”.

En 2018 surgió ‘Ecobarrio’, que comprende una acción llamada ‘Cartagena Sombra y Fruta Fresca’ para rescatar el bosque seco tropical y el ecosistema cartagenero. “A los seres humanos nos une el patrimonio natural; el árbol nos favorece a todos, lo sembré yo, pero te ayuda a ti y a las generaciones que vienen”.

Memoria urbana y humana

Por los documentos que estudiaba entendió que todo ese conjunto antes era un solo espacio, al que en la Colonia llamaban la plaza del Matadero y después la plaza de la Independencia. 

“Pensé que debíamos recuperar la la Plaza de la Independencia, como parte de un complejo que comprendiera el parque del Centenario, el camellón de los Mártires, las plazoletas de San Francisco y de Cervantes, como la llamo, la plaza de la Paz y el Monumento de los Pegasos porque todo está  en una misma zona y tiene un mismo origen”, explica.

Desde ahí se propuso un nuevo reto; enseñar sobre cultura ciudadana, pertenencia y hacer pedagogía sobre los personajes representados en los bustos del camellón para honrar su memoria. 

“Nos falta mucho en el tema de reconocer nuestra historia; por ejemplo, Delia Zapata debería tener un monumento y no es así. En la retoma de Murillo murieron casi siete mil personas y hace falta ese monumento al mártir desconocido”, dice.

La teoría del metro cuadrado

En Getsemaní notó que también hacía falta más trabajo con los niños. “Tenía que empezar con mi metro cuadrado. Con ellos empecé a trabajar el tema de los comportamientos y a sembrar”. Cuando su hijo estaba pequeño, compró madera y el ‘zurdo’ del Callejón Ancho le hizo unas camas para cultivos hidropónicos.

En este proceso ha logrado conocer a personas que le suman conocimientos. “Empecé a trabajar el tema de neuroeducación con un boliviano y hago parte de una comunidad de docentes tutores. En toda esta lucha me he dado cuenta que a los niños hay que ayudarlos a aprender, para mí son el presente y me encanta trabajar con ellos”. 

Así que si la ven por el callejón Angosto casi seguro que estará en una sesión con los niños. “Los estoy ayudando a soñar, motivando e inspirando a que logren sus metas. Espero verlos crecer y aportar a Cartagena; desde lo que decidan hacer, tienen que dar servicio a la comunidad y a la ciudad desde su metro cuadrado”. 

Está segura que ella puede ayudar a cambiar el mundo desde su propio metro y que, a su vez, Getsemaní puede ser un ejemplo para toda la ciudad. “Me siento parte de Getsemaní, tengo ese corazón de resistencia; soy una rebelde con causa. Ser getsemanicense se lleva en el corazón, nadie te nombra”.