Los frailes franciscanos en la Cartagena colonial

MI PATRIMONIO

Pistas de una época en que claustros, monjes y comunidades religiosas eran una parte fundamental de la naciente ciudad.

La comunidad empezó con pie derecho pues el propio Cristóbal Colón era un franciscano seglar: una especie de ‘civil’ comprometido con la causa. No hay que olvidar que San Francisco nació en Asís -en lo que hoy es Italia, como Colón, nacido en Génova- y que su figura y carisma lo convirtieron en uno de los santos más venerados popularmente. Otra gran figura de la época, Miguel de Cervantes, quien pidió licencia para venir a América, también era franciscano seglar. Quien sabe si hubiera escrito El Quijote de haber llegado a estas tierras.

Pero, mientras duró su reinado, el gran valedor de la orden franciscana fue el mismísimo rey Felipe II, uno de los impulsores de la construcción del claustro en Getsemaní, pues desde la Corona se giraron importantes recursos para erigirlo.

 
Una entre muchas

La conquista de América atrajo a muy distintas comunidades religiosas. La evangelización era su contracara en el aspecto religioso. La Corona impulsaba que hubiera iglesias y conventos, a muchos de los cuales les cedió incluso manzanas enteras y contribuyó a financiar en parte su construcción. Pero eran muchas nuevas urbes en un imperio que llegó a abarcar medio globo terráqueo, así que también había competencia entre ellas por el favor de la Corona.

A Cartagena llegaron los franciscanos, los dominicos, los hermanos de San Juan de Dios, los agustinos y los jesuitas, así como las comunidades de monjas clarisas y de las hermanas teresianas. Cada una solía ubicarse en las nuevas ciudades, según alguna vocación o estrategia propia. Los franciscanos lo hacia las zonas más exteriores. El arrabal de Getsemaní le venía muy bien a sus propósitos. A todas esas comunidades se les sumaban el clero regular y la Inquisición, que llegó a Cartagena en 1610. Mientras hoy ver un sacerdote en la calle es algo ocasional, en aquel tiempo todo ese contingente religioso representaba una fracción importante de toda la población. Eso implicaba intereses propios, competencia y capacidad de influir en los demás ciudadanos.

Pero la convivencia entre las distintas órdenes no siempre era cordial. Tampoco lo era siempre entre las órdenes y la jerarquía eclesiástica. Localmente competían por los favores de los gobernantes y de las familias más prestantes. Les convenía que un muerto grande o una estirpe familiar fueran enterrados en sus capillas o iglesias, pues garantizaba un flujo de recursos de sus deudos. Hay anécdotas de monjes haciendo pilatunas ocasionales en los velorios para quedarse con el cuerpo de algún difunto en su poder. A los franciscanos no les fue mal, a juzgar por las capillas que se hicieron anexas al templo principal, que solían ser financiadas por cofradías o familias pudientes. 


Más allá de Cartagena

La vocación misionera de los franciscanos los impulsaba a irse a la región, que de manera muy general correspondía a lo que fue el gran Bolívar, que incluía a los actuales departamentos de Córdoba y Sucre. Hubo franciscanos en muchos de sus pueblos y campos. Como otros religiosos, podían acompañar a los conquistadores, pero también hacer expediciones evangélicas por su cuenta. En ese sentido, el convento de Getsemaní era un centro provincial, donde se formaban, llegaban y salían todos esos misioneros. También era un punto de paso para los frailes que iban o venían hacia España desde la Nueva Granada o los actuales Ecuador y Perú. Sus estancias se medían en semanas o meses, pues al bajar del barco o llegar desde el interior en travesías muy exigentes el cuerpo pedía un poco de reposo. Además que había que esperar el respectivo barco o la nueva partida hacia el interior.  Y eso no ocurría en itinerarios fijos y diarios, como hoy en día.


Fray Matías, mártir en Chocó 

Con el tiempo se ha ido perdiendo de la memoria la figura de Fray Matías Abad, el protomártir de la comunidad franciscana y fundador del poblado que con el tiempo se convertiría en Quibdó, cuyo patrono es precisamente San Francisco, a quien se dedican las tradicionales fiestas de San Pacho.  

Fray Matías había nacido en la provincia de Santander, España y laborado como minero en Mariquita (actual Tolima) antes de convertirse en fraile y recalar en el convento franciscano en Cartagena. Aquí se convirtió en un gran amigo del gobernador Pedro Zapata, quien lo llevó a Antioquia cuando fue nombrado en el mismo cargo, en abril de 1648. En agosto partió desde allí a evangelizar en Chocó, junto con fray Miguel Romero, de la orden de San Juan. Año y medio después remontó el río Atrato buscando salir al mar por el Urabá, acompañado por veintitrés chocoes, con la mala suerte de que se toparon con indios urabaes, de quienes eran enemigos.

Un estudio franciscano de 1890 difiere en detalles, pero aclara la magnitud de su misión: “El venerable hermano fray Matías Abad, con denuedo comparable sólo al de fray Juan de Montecorvino, jugando literalmente con la vida, entró solo al Chocó, abrió las misiones, convirtió infinidad de indios, bautizólos, les hizo iglesias, y en pago de tanta caridad, indios vecinos enemigos lo alancearon. Es el primer mártir de nuestras misiones chocoanas. Entró a la Orden en 1631; a las misiones, en 1648, y a la gloria en 1650. Sobre sus virtudes heroicas se hicieron informaciones jurídicas en 1673”.

Sobre sus viajes en Chocó escribió tres cartas y unas anotaciones a manera de diario, entre el martes 12 y el domingo 17 de enero. El encuentro mortal ocurrió el 30. El relato tradicional dice que su cuerpo aún con la lanza que lo mató, fue trasladado a Cartagena. Según alguna referencia, sus restos fueron depositados en una bóveda a la derecha del altar mayor del templo de San Francisco, donde fueron venerados durante más de dos siglos. Sin embargo en la intervención actual no se ha encontrado ninguna pista de sus restos.


Conventos grande y chico

El convento de Getsemaní fue el primero de los franciscanos en Cartagena, pero no el único. Solían llamarlo también el convento de Loreto, por la advocación a la Virgen con que fue fundado, o  el convento ‘grande’ de San Francisco. ¿Cuál era entonces el convento chico? El de San Diego, donde hoy queda Bellas Artes. Al fundarlo hubo una discusión interna porque ese barrio quedaba muy lejos y se temía que permitiera la ‘vida licenciosa’ de los monjes. San Diego era el barrio popular del centro fundacional.

Pero ahí no acababa la cosa. Al frente estaba el convento de las monjas clarisas, que son la segunda orden franciscana. Por ello es fácil encontrar algunas similitudes en su arquitectura y la organización de sus espacios. Hoy es el hotel Santa Clara.


Cessatio a divinis

Y hablando de las clarisas, hubo una disputa entre esa orden y los franciscanos que involucró a toda la ciudad, puso a los monjes en modo de combate y llegó hasta el Vaticano. La historia da para un artículo propio, por la cantidad de detalles, que involucran un amor frustrado, un asedio de seis meses al convento de las clarisas, pugnas de poder entre las comunidades y el arzobispo, la intervención del papa y un muerto en el camino que no pudo ver su triunfo final. Un Juego de Tronos en versión Cartagena colonial.

En resumen: había que elegir a la nueva abadesa de las clarisas. Su convento era donde iban las niñas de más abolengo, por lo que un tema así interesaba a la élite. Los franciscanos tenían la potestad y el manejo de los bienes de las monjas. Por eso tenían sus propios intereses y su candidata. Pero el arzobispo también. Y las monjas se quejaban del manejo que sus hermanos estaban dándole a sus bienes de tiempo atrás.

El arzobispo tomó en custodia los bienes de las monjas. Los monjes se enardecieron. Amenazaron con tomarse el convento y casi lo logran. Se metió la audiencia de Santa Fe (Bogotá) y el arzobispo de Santa Marta intentó mediar. Ambos arzobispos se excomulgaron. El arzobispo cartagenero declaró el recurso canónico de cessatio a divinis, que significaba que no habría más actos litúrgicos o sacramentales en la ciudad. Los ciudadanos tomaron partido entre la autoridad civil y eclesial, o entre clarisas y franciscanos. 

Los monjes asediaron el Santa Clara para agotar por hambre a las monjas. Pasaron seis meses hasta que descubrieron que había un pasadizo secreto por el que recibían comida desde el exterior. Los franciscanos forzaron el convento y las monjas huyeron despavoridas a la casa del Arzobispo. Menos una, que se fue con el amor del que sus padres la quisieron separar. El asunto llegó hasta Roma, donde se falló en favor del arzobispo, pero este murió en Cádiz, cuando estaba a punto de regresar a Cartagena.


De hoteles y mesones

Los franciscanos tenían entre sus rasgos el de la humildad y el trabajo manual. Solían tener grandes huertas, a diferencia de otras comunidades. Estas les aseguraban un abasto regular de comida, que a su vez les permitía recibir y alimentar a un gran número de personas. Tanto los monjes en formación o los alojados temporalmente, pero también la tropa que ingresaba por esta ciudad para continuar las campañas de conquista y dominación del territorio. También para alimentar gente con necesidades y a sus propios servidores. Entonces no habían hoteles como los conocemos ahora, así que los franciscanos ofrecían ese servicio de alojamiento y hospedaje temporal. Eso resultó en diversas modificaciones grandes y pequeñas al claustro para adaptarlo a esas funciones.

Ese flujo humano no era regular. Había ocasiones en que la  pequeña ciudad resultaba inundada por contingentes militares, así que las autoridades debían resolver como alimentarlos y alojarlos. Se sabe que en algún momento el convento de San Diego tuvo que dar comida en mesones a los soldados de armadas y flotas, en un refectorio que tenía junto a la portería. Esto es señal de que San Francisco debió haber tenido uno similar porque las costumbres de ambos conventos eran similares.


Unas de cal, otras de arena

El caso de Cessatio a Divinis permite adivinar el poder económico que tenían los conventos. Pero los franciscanos eran unos administradores irregulares, por decir lo menos. Un ejemplo claro está en su propio convento. Su terreno configuraba el lote más grande de toda la ciudad. Iba desde hoy está el claustro y el templo, frente al camellón de los Mártires al menos hasta la calle de San Antonio, incluyendo todo el flanco de la calle Larga y por el otro lado el lote de la Jabonería Lemaitre y el predio donde hoy está el Centro Comercial Getsemaní. La mayor parte de eso eran huertas. Pero poco a poco fueron vendiendo predios o se los fueron ganando arrendatarios y acaso invasores. Tanto que quedó registro de un llamado interno para que no alquilaran más, porque la gente terminaba quedándose con los lotes.

Y en una dinámica así -alternando buenos y malos administradores- los franciscanos fueron perdiendo el fuelle económico que debían tener. Los jesuitas, que llegaron más tarde al barrio, terminaron con más bienes y más vigor económico por los años de la Independencia, cuando los franciscanos ya eran tan pocos que ni siquiera les alcanzó el recurso para ir a un capítulo provincial. Pocos años después ya no tendrían presencia en la ciudad.


Agradecimientos: Muchos aportes puntuales para este artículo han llegado de manos del arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara en la reportería para otros artículos. Rafael Tono ha aportado información sobre Fray Matías.