Los juegos de mi barrio

EN MI BARRIO

Después de sesenta años a Antonio -Toño- de Aguas se le sigue viendo sentarse en la Plaza de la Trinidad. Ahí, en ese lugar donde no solo bateó la tapita y la bola de trapo, sino también donde de niño corría a ‘esconder la penca’ o tirar la ‘latica’. 

¡Hombe, esa era una época muy bonita! expresa ‘Toño’ recordando sus juegos de infancia, mientras se toma un tinto en la plaza a eso de las nueve de la mañana. Moreno, cabello canoso, siempre ‘encajado’ y con alguna revista envuelta en la mano. Al frente suyo alguien deja caer migas de pan atrayendo a las palomas. Así como llegan las aves, vienen los recuerdos de los juegos de infancia de Toño. 

“Recuerdo mucho el juego de la ‘penca escondida’: teníamos que quitarnos el cinturón y entre el grupo de amigos esconderlo. El último niño en llegar tenía que buscar la penca escondida. Era muy difícil. Siempre lo jugábamos entre siete u ocho amiguitos de nuestra infancia, de la calle San Juan porque ahí fue donde nací, me crié y sigo viviendo”, recuerda Toño. 

“Desde mi nacimiento y también antes este fue un barrio sectorizado. Cada calle tenía su combo, o sea, los grupos donde nacían los niños de cada calle. Para conocernos veníamos todos a la plaza de la Trinidad. Ahí podíamos detectar a los niños de otras calles: ‒¿Cómo te llamas tú?‒ y él otro, ‒¿Cómo se llama aquel?‒. Al final, ya sabíamos el nombre de todos los del combo y nuestras costumbres. Nuestros permisos eran los fines de semana y esperábamos las vacaciones de junio para jugar esos días. Cuando fuimos creciendo, cada uno se iba graduando y conformando su hogar o se iban del barrio. Éramos un Getsemaní muy unido”.

“Otro de nuestros juegos favoritos era la latica; ahí lo primordial era coger una lata, hacerle unos huequitos y le echábamos piedras por dentro como si fuera una maraca. Luego la tirábamos y nos escondiamos. El último en llegar tenía que buscar a los demás”. “Otro juego era la patilla: éramos seis niños y nos colocamos en fila. Otro niño llegaba preguntando por la patilla o la fruta que él quería: yo vengo a comprar una fruta, ¿de qué son? y uno gritaba: melón, fresa, mango y él se iba con su compra. ¡Bonito ese juego!”

“¡El tren era muy bonito! Qué pase el rey, que ha pasar, el hijo del conde se queda atrás”.  

“O cómo olvidar al ‘tumbalo todo’: tomábamos una piedra y la escondíamos en una de las manos. Debíamos adivinar dónde estaba 'la chinita' o piedra. A pesar de que unos juegos eran más para las niñas nos encantaba jugar a la peregrina y la cuerda”. 

“Por supuesto que el escondido era de los más populares. A veces habían discusiones por el juego, eso era emblemático eso en nosotros. Sin embargo, el jugar nos unía con el resto de niños del barrio”. 

Toño rememora los movimientos que se usaban en cada juego. Se levanta de su lugar, mueve las manos y el cuerpo para explicarlos. “Se me viene a la mente el trompo y el yoyo. En esa época eran patrocinados por la Coca Cola. Otro juego era la moneda: enterrabamos una, dos, tres o cuatro en un círculo. Tiraba el trompo y este a su vez tenía que caer en el círculo”.  

Del polvero a Sailor Moon

Por su parte, Ana Restrepo, vecina del pasaje Mebarak recuerda que iban levantando el polvorín de las calles con las llantas de bicicletas que empujaban con un palito. “Hacíamos una competencia; el que primero llegara ganaba. También jugábamos al yimis, con una tapita y una bola y dos equipos el que tumbara la montaña de tapitas tenía que volver a hacerla sin dejarse atrapar del otro equipo. Jugábamos a brincar la cuerda. Ahora los niños y niñas juegan es fútbol”. 

Judith Suárez, recuerda que “de niñas jugábamos mucho a la uñita con las bolitas de cristal y a la peregrina. Incluso todavía lo siguen jugando las niñas. Salíamos todos por las tardes, después que bajara el sol. Nuestras calles aún no estaban pavimentadas, así que uno levantaba el polvo corriendo”.

“Jugábamos en la calle y en la casa al fantasma, a Mambrú se fue a la guerra, a las sortijita - tija - tija. Nos cuidaba la misma calle. Era una época en la que cualquier vecino nos podía regañar, mandar a la casa, y no había ningún problema con eso. La familiaridad que había en la calle y en el barrio en general era una cosa extraordinaria y maravillosa”, cuenta Rosita Diaz. 

“Un juego que me encantaba era la ‘Niña Mariquita Pérez’, de un ancestro afro. Decía: La niña Mariquita Pérez con tres panelas melcochá, con tres panelas y media se completa la gozá y nosotros completabámos la gozá. Toda la calle nos cuidaba. Mi papá podía estar allá dentro, pero todas estaban pendientes de nosotros mientras estábamos jugando”, cuenta Rosita.  

Los esposos Paniagua Díaz en su texto: Getsemaní Historia patrimonio y bienestar social en Cartagena hacen alusión a que “Los niños producen en sus calles juegos y rondas como la “Niña Mariquita Pérez”; “La tranca, la tranca del bollo negrito”; “La estatua”; “La marisola”; “La pobre coja”; “El materile rile” y la muy conocida y generalizada costumbre del Ángeles Somos, el primero de noviembre.

Francys Caballero, más contemporánea que Toño, Ana y Rosita explica que una de sus distracciones era llenar álbumes con laminitas, muy común en su infancia: intercambiar cosas coleccionables como los hielocos de Coca Cola o el muñequito que estuvieran dando en esa época. Lo mismo con las laminitas de Amor, Supercampeones, Sailor Moon”. 

Shary Rocio Torres, una muy joven vecina de la calle del Pozo cuenta que “con mis primas jugábamos mucho en la plaza al quemao, tili-pon, a la tapita y fútbol. Cuando nos dejaban manejar bicicleta era de esta esquinita a aquella otra. La plaza del Pozo era como nuestra tarima. Nos subíamos allá arriba y el resto de personas allá abajo. Incluso, nos metíamos dentro del pozo a jugar”, cuenta. 

De la escuela a la plaza

Por su parte, los estudiantes de la Institución Educativa La Milagrosa siguen manteniendo viva la tradición de los juegos. “A pesar de toda la tecnología de hoy en día, los niños de Getsemaní salen a las calles a jugar velillo, la peregrina, ‘quemao’, escondido y al vasito de agua, con el que casi siempre comienzan”, nos dice una de sus profesoras. Aprovechan los recreos para organizar juegos entre ellos y a la salida de clases también. Incluso, replican los juegos que practican los adultos, como la bola de trapo. Las niñas en especial juegan a las chinas y al vasito de agua. Además, en la institución disponen de espacios para fomentar los juegos, el amor por la cultura y la literatura. 

En las calles internas del barrio, por la tarde, se puede ver algunas mamás sentadas en los pretiles de las casas conversando con las otras vecinas, mientras que vigilan a sus niños, como era antes. A otros niños los podemos ver pateando balón en plaza de la Trinidad. Puede que se mantenga llena de visitantes, pero para ellos sigue siendo su sitio de esparcimiento. No les preocupa si la pelota golpea a alguien. Se han acostumbrado a convivir con eso, porque pueden pasar los años, pero la plaza de la Trinidad sigue siendo el mismo lugar donde ‘Toño’ iba a jugar a la penca escondida, la latica o donde se conocían con los otros niños del barrio.  O donde se jugaba al béisbol y la pelota de trapo cuando no habían pavimentado las calles. El lugar de la palabra, del esparcimiento y el epicentro de los juegos del niño getsemanicense. Eso todavía no ha cambiado.