En este 2022 cumple treinta años una institución que se ha convertido en parte del tejido del barrio, de la que muchos getsemanicenses se han graduado y que recibe a los hijos de Cartagena y la región para dejarles una impronta que seguramente no olvidarán.
El arquitecto cartagenero Germán Bustamante Patrón fue su director durante veintidós años, hasta 2015 y estuvo involucrado en su nacimiento desde que brotó la idea. “La Escuela Taller Cartagena de Indias tuvo sus inicios en 1991, durante la visita de una comisión de la Agencia Española de Cooperación Internacional a Colombia”. Hay que recordar que al año siguiente, en 1992, se cumplían cinco siglos de la presencia española en América y se buscaba fortalecer esa relación.
“La directora general del programa de Patrimonio quedó encantada con Cartagena y surgió la idea de crear una escuela taller, como las que se estaban creando en España. El objetivo sería recuperar edificios de la época colonial y edificaciones precolombinas y a la vez formar jóvenes en los oficios tradicionales”.
Entre el 1991 y 1992 se surtió la serie de complejos trámites, que involucraban a la Agencia de Cooperación Española, a la Alcaldía de Cartagena y al gobierno colombiano mediante Colcultura, el predecesor del Ministerio de Cultura. Germán trabajaba entonces como profesor de la universidad Jorge Tadeo Lozano y acumulaba una vida profesional trabajando en patrimonio y restauración. Resultó elegido como primer director, entre tres opcionados en la fase final.
Obras mil
“Para la primera sede empezamos obras en el edificio Mogollón, en el Centro, que se encontraba abandonado y era propiedad de la Alcaldía. Trabajamos desde cero en su restauración con la colaboración de los primeros estudiantes. Recuperamos el edificio: en el salón principal, una sala abierta a la calle, teníamos una exposición donde compartimos trabajos al público”.
“La nómina de profesores no fue tan difícil de conseguir porque teníamos al alcance a carpinteros y albañiles que conocían las técnicas y tenían experiencia en el tema. No hay que olvidar que en Cartagena se trabajaba restauración desde los años 60”, precisa Germán.
En Cartagena, como de las distintas escuelas-taller de América y España, se comenzó con los oficios fundamentales de la restauración: albañilería; carpintería; fundición y herrería; y la cantería, que es el trabajo con las piedras, muy importante para las murallas. A ellos se les sumó los talleres de pintura y jardinería y en Cartagena surgió el taller de cocina, que solventaba el tema de la alimentación de todo el personal.
Y junto con el edificio Mogollón fueron llegando otros trabajos: la restauración de aquella ala del antiguo claustro jesuita, en la calle San Juan de Dios, donde hoy funciona el Museo Naval. Y la plaza de Bolívar, la Casa de la Moneda y muchos otros espacios públicos, turísticos e institucionales, principalmente en el Centro Histórico. Luego vinieron dos retos de marca mayor: el trabajo de mantenimiento del sistema de murallas, de la mano de la Sociedad de Mejoras Públicas, responsable entonces de ese tema; y la magistral restauración integral del Claustro de Santo Domingo, donde hoy funciona el Centro de Formación de la Cooperación Española, convertido en uno de los espacios culturales más importantes de la ciudad.
Tras cuatro años de labores el edificio Mogollón quedó tan bonito que la alcaldía de esa época la vendió. Había que buscar nueva sede: las esperanzas no eran muchas y la perspectiva de salir del núcleo fundacional no les llamaba la atención.
La vieja Mercedes
“Entonces la antigua y abandonada Escuela Mercedes Abrego ubicada en Getsemaní, surgió como la alternativa para reubicarnos, gracias a la gestión del arquitecto Pedro Ibarra, entonces secretario de Planeación y quien había sido coordinador de construcción de la Escuela Taller”, nos cuenta el arquitecto español Luis Villanueva Cerezo.
Luis fue pionero al dirigir por seis años la primera escuela taller en Valladolid, España. De allí lo llamaron para una consultoría en Guatemala y en Cartagena. Luego ese llamado evolucionó en su nombramiento para coordinar las distintas escuelas-taller en Colombia fomentadas por la Cooperación Española, comenzando por la de nuestra ciudad, que fue la primera. “Hay que reconocer que la Escuela Taller de Cartagena fue muy importante para el futuro del programa de patrimonio en Colombia”, afirma Luis, quien sigue en el país, treinta años después, pero ahora atendiendo desde Bogotá.
“Fue muy duro perder la primera sede. Cuando supimos que nos trasladaban a Getsemaní pensamos que nos iban a olvidar, que perderíamos presencia en la ciudad, pero no fue así. Justamente, mi tesis de arquitecto había sido sobre el barrio, con un trabajo de campo investigando el uso que le daba a las casas antiguas, así que Getsemaní hacía parte de mi experiencia personal”, complementa Germán.
“Era el año 96. Tuvimos que volver a empezar. La oficina jurídica de la alcaldía nos ayudó a liberar el predio, ocupado por el cuidador y algunas personas más. Con la colaboración de los alumnos, empezamos por recuperar la maravilla de patio que hay ahora. Luego había que hacer espacio para todos los talleres y oficinas. Nos metimos primero en un edificio con unas construcciones relativamente recientes y comenzamos a recuperar unas ruinas que estaban en el fondo. Y desde el principio la escuela siempre se preocupaba porque se viera bien nuestra calle, con sus ventanas y cubiertas recuperadas; fue un proceso largo, pero fuimos haciendo edificios nuevos. Hasta el año 2000 desarrollamos la parte más importante de la obra”, relata Luis.
“Desde que llegamos tuvimos una relación muy interesante con la comunidad. Teníamos mucha admiración hacia los líderes del barrio y sus jóvenes querían estudiar con nosotros. Siempre teníamos unos cupos para ellos, a veces hasta la cuarta o quinta parte de las becas disponibles”, precisa Germán. La comunidad hacía algunas reuniones en la Escuela Taller y esta prestaba herramienta y apoyo si era para algo institucional o comunitario.
“El lote de la escuela es un centro de la manzana, así que había antiguas casas accesorias que estaban sin uso. Eso nos permitió montar un taller de fundición y de soldadura, sin afectar a nadie con el ruido de las máquinas. Pero unos años después comenzaron a hacer hoteles en los bordes y llegó el asunto de que —Mire, es que nuestros clientes no pueden dormir—. En ese y otros sentidos, el Getsemaní que me encuentro al llegar y el que dejo cuando me retiro del cargo son muy diferentes”, cuenta Germán.
Cambios y retos
El compromiso de la Cooperación Española era apoyar la formación de las escuelas-taller, pero no hacerse cargo permanente de ellas. En 2006 se retiró de la financiación directa y son el SENA y el Ministerio de Cultura los que se pusieron al frente. Se decidió asignarle la administración a la propia escuela.
Por esos mismos años otra novedad fue el traslado de Luis, considerado con Germán como el gran artífice de la primera época. “En la sede de Getsemaní tuve mi espacio de trabajo durante muchos años y compartí su día a día. El barrio tiene una vida muy especial, mantiene todavía las costumbres y la forma de ser de los cartageneros; a mí me gustaba mucho porque era muy auténtico. Siempre me sentí muy cómodo, tengo recuerdos muy bonitos de ese trabajo. Estuve catorce años en esta ciudad antes de mi traslado a Bogotá. Me siento cartagenero, tuve la suerte de ser reconocido como hijo adoptivo por parte de la alcaldía”.
“En 2012 se presentó un gran cambio. Para ese año ya teníamos reconocimiento por la tradición de restauraciones en Cartagena y el Ministerio de Cultura nos confió la administración de las fortificaciones, que son propiedad de la Nación”, explica Germán.
Esa serie de cambios -de una génesis española, a una administración más nacional, a una mucho más focalizada en Cartagena- explican la estructura de la Escuela-Taller, que ha seguido cumpliendo sus labores misionales de manera ininterrumpida: formar jóvenes para restaurar y cuidar nuestro patrimonio material.
La escuela hoy
“La Escuela Taller Cartagena es la única de carácter público en Colombia, una institución adscrita a la alcaldía quien asigna recursos de funcionamiento a través de los proyectos de formación presentados”, nos describe Rafael Cuesta, su director desde noviembre de 2020.
Rafael Cuesta nos explica que aunque la Alcaldía asigne algunos recursos básicos de funcionamiento, para que la escuela se mantenga en marcha es imprescindible realizar contratos con instituciones públicas o privadas. Algo similar ocurre hoy con grandes universidades públicas, que derivan una fracción importante de sus ingresos de contratos de investigación y consultoría. Aquí se trata de obras de preservación, mantenimiento y conservación que vayan de acuerdo con su enfoque patrimonial.
“El año pasado, con el aval del Ministerio de Cultura, tuvimos la oportunidad de hacer el mantenimiento en la Casa Museo Rafael Núñez. También nos encargamos de reparar la cubierta militar de las bóvedas. La Escuela Taller tendría que ser el contratista natural para este tipo de obras; ser considerados la primera opción para el mantenimiento institucional, contamos con oficios tradicionales necesarios en Cartagena y su zona insular”, explica.
También se buscan otras fuentes de recursos. “A través de la Cooperación Internacional de la Alcaldía conseguimos una donación y gracias a nuestro equipo, cupos por el mecanismo Cocrea por casi 900 millones de pesos. Hemos firmado contratos con el Ministerio de Cultura, IPCC, Apoyo Logístico, Corvivienda y Migración Colombia. Esto nos dio estabilidad económica y nos permitió aumentar el fortalecimiento institucional; compramos herramientas y computadores que hacían falta desde años atrás”.
La Escuela-Taller sigue siendo la responsable del mantenimiento del sistema fortificado, por encargo del Ministerio de Cultura, pues son bienes del orden nacional, lo cual ha generado críticas. “En cuanto al tema de las fortificaciones, la Escuela Taller administra esos recursos, pero no es dueña de ellos; hay un comité que los controla a través de un plan de inversión anual. A la gente hay que informarle que los dineros con los que se restaura el Castillo San Felipe se administran en Cartagena y no van a Bogotá ni a ningún banco diferente”, explica Rafael.
Tres oficios
A los oficios tradicionales en la escuela se sumó con los años el de electricidad y ahora se espera la aprobación de tres nuevos por parte de la Secretaría de Educación.
“Uno de esos programas es el de confección, orientado a la elaboración de trajes típicos de la época. Queremos retomar el taller de forja y fundición. Con el Plan Especial de Salvaguardia para Getsemaní, buscamos rescatar estos oficios tradicionales, tomando las medidas necesarias para nivelar el ruido. También buscamos abrir talleres de carpintería de ribera, carpintería de lo blanco y de alfarería”.
Este año la meta es formar 350 aprendices, mientras que el año pasado fueron 305. El perfil promedio es de jóvenes entre dieciocho y veintiocho años de los sectores más populares de la ciudad, más hombres que mujeres y más de Cartagena que de la región. “Tienen muchas ganas de salir adelante. Incluso algunos se preparan aquí para conseguir empleo y con ese empleo costearse otros estudios en un área para la que sienten mucha vocación”.
Rafael valora la estrategia de ‘aprender haciendo’ más que cualquier otro rasgo formativo de la escuela. “Nuestros egresados obtienen su título técnico avalado por la Secretaría de Educación. La gran mayoría entra a trabajar porque la escuela les da experiencia mientras se forman. Y desde ahora, por una ley muy reciente, los oficios tradicionales se convirtieron en una profesión: nuestros aprendices tendrán la importancia formal que antes no tenían”.