Los pasajes: una sola familia

EN MI BARRIO

Hubo una época, durante buena parte del siglo pasado, en que Getsemaní estuvo más densamente poblada que ahora. Eran los tiempos del Mercado Público; de medianas y pequeñas industrias como la Jabonería Lemaitre o Calzado Beetar; de la estación de tren a Calamar; del embarcadero donde hoy están Los Pegasos. El barrio era el epicentro de la actividad económica de la ciudad y el primer destino para quienes llegaban buscando trabajo y futuro. Todas esas personas necesitaban dónde vivir. Y nada mejor que hacerlo donde estaban el sustento y las oportunidades. 


La historia de la ocupación de Getsemaní hunde sus raíces en la Colonia y en la manera inicial como se urbanizó el barrio. Ahí aparecen formas de vivienda como las casas altas, las casas bajas, las accesorias, los centros de manzana y, sí, los pasajes, que entonces se llamaban solares. Ya veremos eso más adelante. Por ahora vale la pena resaltar que nos referimos acá a los pasajes tal como se conocieron en el Getsemaní  del siglo XX y como los recuerdan quienes vivieron y crecieron allí.


“Cuando uno vive en un pasaje se forma una hermandad. Todo el mundo se entera de las cosas del vecino y de las tuyas, de la situación económica, de quien comió, de quién no comió, de las peleas. Es como una familia grande, que no lleva el mismo apellido, pero se crea un vínculo afectivo tremendo.  El pasaje es como una casa grande que se divide en accesorias, o por decirlo de alguna manera: en apartamentos pequeños y en cada apartamento hay un baño y una entrada en común. Es una vida que me trae los mejores recuerdos. Ahí surgen muchas relaciones afectivas. Por supuesto, surgían conflictos por mínimas cosas, pero hasta ahí, nada más”, cuenta Boris Campillo, el excelente jugador de baloncesto, que hace varias décadas vive en Nueva York y  quien creció en varios pasajes del barrio. 


“Yo viví en el pasaje de Concha Marín, que va más allá de la mitad del callejón Ancho. Fueron muchos años viviendo en estas esquinas. Toda mi niñez me la pasé en el callejón Angosto, que es hablar de una época en la que también hubo violencia y drogas. Pero aquí jugaba con mis amigos y confluimos a jugar golito, a patear balón, bolita de caucho, tejo”, cuenta Boris.


Por otro lado, Luis Higuita, del pasaje Mebarak, cuenta que “dentro del pasaje nuestro principal juego era el golito. Éramos muy unidos con los amigos, manteníamos dos grupos. El trato de los vecinos era muy ameno. En Semana Santa se repartían comidas y dulces de aquí para allá. Todas las mañanas nuestras mamás se ponían a barrer el frente y ahí se saludaban y comentaban el día a día”. 


“En los tiempos de mi niñez el barrio era peligroso. Por eso para nosotros el pasaje era como un parque de diversiones. Tratábamos de encontrar todo aquí adentro. No había necesidad de salir a otras calles. Jugábamos al congelado, al escondido, pero todo eso se fue perdiendo a medida que fuimos creciendo. Muchos se mudaron por la situación en la que estaba el barrio. La gente en un pasaje se enteraba de las cosas de todos. Pasaba algo y es que muchos se iban por las mañanas a la plaza de la Trinidad a tomar tinto. Así muchas personas se enteraban de las otras calles, ya que en el pasaje no era tan común informarse de los cuentos de los otros vecinos”, dice Luis.


Ivonne Padierna cuenta que: “Fueron muchos años en los que estuve en el de la señora Carmen Acosta y Alfredo Castillo, en el callejón Angosto. Recuerdo mucho la relación con nuestros vecinos, que era muy buena. El trato era muy ameno, como una sola familia. Siempre he tenido presente que mis dos hijas getsemanicenses nacieron cuando vivía en ese pasaje. Duré viviendo ahí unos 15 años. Del pasaje me fui cuando mis hijas tenían uno o dos años. Era tanta la hermandad que la madrina de mis hijas era la dueña. Una señora muy querida en el barrio que también tenía su negocio de fritos”. 


“Vivir dentro de un pasaje era como una familia dividida en varias. Todos nos enterábamos de los problemas de los vecinos; era lógico saber las necesidades de los otros. La estructura del pasaje era un patio grande y ahí estaba la casa principal de los dueños, pero alrededor estaban los cuartos que ellos alquilaban. Ahí era donde vivíamos. Las fiestas eran una sola y todos compartíamos. También festejabamos en otros lugares, por ejemplo donde Esther María. Actualmente vivo en la calle Segunda de la Magdalena. Si algo rescato de vivir en un pasaje es la hermandad con los vecinos, ese es mi mayor recuerdo”, dice Ivonne.

Atrás en la historia

Parece obvio, pero hay que señalarlo: el modelo actual de una familia nuclear por cada casa y cada casa con habitaciones individuales es un invento más o menos reciente de la historia. Antes ha habido muchas y muy diversas formas de acomodarse y utilizar los espacios. Getsemaní es un ejemplo: las accesorias y los pasajes son modalidades de vivienda que respondían a otras dinámicas sociales y económicas. Respecto de los pasajes algunos pueden encontrarles similitudes y raíces incluso en el mundo árabe de la península ibérica.

En la Colonia se hicieron distintos planos y censos para reflejar el crecimiento urbano y humano de Cartagena de Indias. “Los solares eran lo que mucho tiempo después se llamaron “pasajes”, debido a que a lado y lado y de forma paralela se construían ahí habitaciones independientes separadas por un pasaje de uso común”, cuenta el historiador y profesor de la Universidad de Cartagena, Sergio Paolo Solano. 

El arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa nos recuerda que el término “solar” (cuya raíz lingüística viene de “suelo”, no de “sol”) tiene unas connotaciones similares en otras regiones del Caribe, donde no es un terreno baldío sino un sitio donde viven personas. La “reina del solar” -propone como ejemplo jocoso- no es la reina de un rastrojo de tierra, sino de un espacio con vida en común de diversas personas y familias. 

En Cuba se mantuvo el término “solar”, pero en Cartagena terminó siendo reemplazada por el de “pasaje” por la explicación que da el profesor Solano. A su vez, los pasajes no siempre fueron líneas paralelas de habitaciones sino que empezaron luego a tener formas levemente más intrincadas y en algunos casos más de un piso. Se heredó la palabra, pero la forma varió un poco, sobre todo en el siglo XX.

No hay cama pa’ tanta gente

En 1777 se realizó en Cartagena un censo que registró la relación entre viviendas y sus ocupantes. Consideró los cinco barrios del sector amurallado: Santo Toribio, La Merced, San Sebastián, Santa Catalina y Getsemaní, que era el más grande de todos, con 22 manzanas. Además de las manzanas contabilizó el tipo de viviendas, entre ellos los “solares”.

Solano comparó el padrón eclesiástico de 1751 con el censo de 1777 y encontró información interesante. Por ejemplo, el padrón señalaba que en la ciudad había 1.212 casas, habitadas por 7.856 personas de ambos sexos, incluyendo a los esclavos y excluyendo a los militares del Batallón del Fijo. El promedio de personas por casas era de 6,5.

“Para 1777 el número de casas había aumentado a 1.377 y los habitantes del recinto histórico ascendían a 13.690 personas, para un promedio de 10 habitantes por vivienda”, dice el profesor Solano. En esos veintiséis años apenas si se habían construido algo más de seis casas nuevas cada año, pero la población estaba cerca de duplicarse. “El resultado fue el encarecimiento de la vivienda y de los alquileres, y cierto hacinamiento reflejado en la demanda de cuartos, accesorias y pasajes”, explica Solano.

Y la diferencia de solares entre un barrio y otro era enorme. Getsemaní tenía 93, mientras que Santo Toribio tenía 22 y los otros barrios de a uno o dos, nada más. Es decir: la tradición del solar, que luego sería pasaje, es una marca peculiar de nuestro barrio. En esos 93 solares, “vivían 149 grupos familiares distintos. El total de habitantes de estos era de 562 personas, correspondiendo al 14% del total de los habitantes del barrio”, dice un documento trabajado por Solano. “En Getsemaní era mayor el número de solares que contenían cuartos independientes y que podían compartir áreas comunes de servicios”, dice. Los de Santo Toribio eran menos y albergaban menos personas cada uno, al punto que representaban apenas el 6% de los vecinos del barrio.

¿Por qué en Getsemaní había muchos solares y en otros barrios casi ninguno? Se puede pensar en al menos dos factores clave, aunque no sean los únicos. El primerísimo: era un puerto. El serlo significaba una población flotante que iba y venía al vaivén de las embarcaciones. Había quienes no verían la hora de “bajarse” de la nave -tras meses en altamar- y quedarse en tierra por semanas o meses para esperar otro barco, recuperarse de alguna enfermedad, cambiar de trabajo y fortuna, etc. También había actividades conexas: agua y provisiones para los barcos; maestros carpinteros para mantener y repararlos; herreros y otros más.

Segundo factor: era lo que hoy llamaríamos el barrio popular. San Diego también tenía ese rasgo. Pero Getsemaní lo era por definición: había nacido como el “arrabal”, palabra que denominaba entonces el poblamiento justo afuera de las murallas de la ciudad principal. Que después el barrio también tuviera su muralla fue producto de una necesidad de defensa naval y, en menor medida, para controlar el contrabando.

Siglo XX: un nuevo auge

No es lo mismo la estructura social y económica de la Colonia que la del siglo XX. Como comenzábamos este artículo, en el siglo pasado el barrio tuvo una gran ebullición productiva: puerto, tren, mercado público, empresas nacientes, actividad comercial con mucho influjo de la comunidad sirio-libanesa, etc.

Cartagena era entonces la capital del Bolívar grande que cubría a los actuales Sucre y Córdoba. Aquí gravitaba la vida económica de toda esa extensa región y mucha gente tenía que venir para suplir todo tipo de comercios y servicios. Y estaban los que venían a estudiar su bachillerato o a establecerse. El punto de llegada más obvio era Getsemaní.  Dicho de una manera simple: aquí todo el mundo podía tener un familiar o un conocido. Y si no, estaban los pasajes y otras formas de habitación mencionadas arriba.

Pero, además, el barrio mismo ofrecía oportunidades de mantenerse y convivir, así que no solamente era un sitio de paso sino un destino en sí mismo. Rodolfo Ulloa reflexiona que mucha gente se fue quedando por razones prácticas y no tenían ni el interés de moverse de sitio ni un deseo particular de “ascender” socialmente o verse reflejado en otro estilo de vida. Con la del barrio tenían suficiente.

Ese fenómeno migratorio hizo que el “formato” habitacional del pasaje cambiara un poco y terminara siendo lo que se recuerda en este artículo. Pero no era una particularidad de Getsemaní. Ocurría también a lo largo de las ciudades con más crecimiento de América Latina: la gente estaba migrando del campo a las ciudades, donde se atisbaba más progreso y posibilidades económicas.

“En Argentina y México se han estudiado de verdad estas estructuras. Lo que nosotros llamamos pasajes allá reciben nombres como conventillos y otros más”, recuerda Solano. La socióloga Sandra Valeria Ursino, de la Universidad Nacional de La Plata, dice del caso argentino: “el surgimiento de los primeros conventillos en algunos países del continente se debe a los modos de vivienda que encontró la masiva inmigración europea en un mercado de tierras que se presentaba inaccesible para los sectores populares. Este proceso generó la conformación de un paisaje urbano que reprodujo en el espacio las desigualdades políticas, sociales y económicas de los trabajadores de la época al igual que las políticas urbanas que se aplicaban”. Esos conventillos allá representaban a su vez problemas entre vecinos: “porque esas situaciones de la vida comunitaria y de convivencia donde un grupo de familias comparte zonas comunes y otros recursos, por supuesto va a generar conflictos”, dice Solano.

Claro, como se ve, que el caso de Getsemaní tiene sus diferencias. Para comenzar, como recuerdan los testimonios, aunque hubiera alguna disputa, en general primaban el sentido de convivencia y solidaridad. Y aquí los pasajes en el siglo XX representaron formas de habitación más estable: la gente vivía años allí y los niños crecían así en un entorno de vecinos y conocidos, una red de apoyo más sólida que el itinerar de aquí para allá. Todo ello requiere más investigaciones académicas de fondo que ojalá en el futuro nos puedan brindar un paisaje más preciso de esta manera de ser que todavía impregna la vida del barrio.

Del pasaje a la casa chorizo

Por toda iberoamérica hubo -y aún persisten- formas de vivienda comunitaria similares, cada una con sus rasgos propios. Se parecen, pero no son iguales. A las que tienen más vocación de albergar familias por tiempo indefinido se les llama, de manera general, inquilinatos, pero en cada país tienen nombres distintos. Hay otras, como los pasajes o las accesorias originales en Getsemaní que tenían más vocación de paso, de vivir allí unos meses y más para gente sola que para familias. La que sigue es una lista general de cómo se les llama o llamaba a unos y a otros, sin entrar en distinciones finas.

En Argentina, conventillos, casa chorizo.

En México, vecindades.

En Nicaragua, cuarterías.

El Salvador, mesones. 

En Perú, quintas o callejones.

En Brasil, cortijos o casas de acomodo.

En Puerto Rico, caseríos.

En Cuba y Canarias, ciudadelas o solares.

En España: patios o casa de vecinos.

De memoria

La presente lista no es exhaustiva ni corresponde a un año en específico. Es una recopilación hecha con vecinos del barrio según sus recuerdos, por lo que cubre sobre todo la segunda mitad del siglo XX. Corresponderá a investigaciones más profundas establecer los linderos y períodos exactos en que duró cada uno de ellos. 

A los pasajes puramente habitacionales le sumamos el Leclerc, un ejemplo del llamado  “Pasaje Republicano”, que combinaba comercio y vivienda. En el Centro están también los pasajes Dáger y Nuñez. Su disposición es la original: un espacio recto en cuyos laterales se organizan los espacios. 

Para saber más:

Cartagena de Indias, sociedad, trabajadores e independencia en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX. Cuadernos de Noviembre. Cartagena, Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, 2016. Sergio Paolo Solano, entrevistado por Alberto Abello Vives.

¿Sabes de algún otro pasaje en Getsemaní? Escríbenos a elgetsemanicense@gmail.com



  1. Pasaje Morales - Calle de las Tortugas. 
  2. Pasaje de Av. Luis Carlos López.
  3. Pasaje Aserradero – Calle de la Magdalena. 
  4.  Pasaje de muchos cuartos – Calle de la Magdalena. 
  5.  Pasaje Méndez – Calle de Guerrero. 
  6.  Pasaje Spack o Mebarak – Calle de Guerrero. 
  7.  Pasaje de los negros Guerra - El Pedregal. 
  8.  Pasaje Luján – Calle San Juan.  
  9.  Pasaje de Alberto Julio – Calle San Juan. 
  10.  Pasaje Franco o Ciudad Perdida – Calle de la Sierpe.
  11. Pasaje Vargas – Callejón Ancho.
  12.  Pasaje Quinto Patio – Callejón Angosto.
  13.  Pasaje Marruecos – Callejón Angosto.
  14.  Pasaje de Seferino Julio. – Calle de las Chancletas
  15. Pasaje Saladen – Calle del Pozo.
  16. Pasaje de la Gobernación -  Plaza del Pozo. 
  17. Pasaje Leclerc – Calle Larga.
  18. Pasaje de la señora Concha Marín - Calle Lomba. 
  19. Pasaje la Carbonera – Calle del Carretero.