“¡Allá va Pepino apurado en esa bicicleta!” le gritaban a Ramón Díaz cuando recibía el rollo de la película que tenía que llevar del teatro Padilla al Teatro Colonial en Bazurto. “Yo hacía las simultáneas en bicicleta, me pagaban 20 pesos por cada viaje. La jornada era de siete de la noche a una de la mañana dando pedal, bajo del agua y yo en bicicleta. Cuando me pinchaba yo le metía la mano a un taxi y le daba la dirección del teatro diciéndole ¡Compa, allá te pagan, pero llega rápido!”
Mientras los asistentes estaban instalándose para disfrutar la película un hombre iba corriendo la carrera de su vida en bicicleta rezándole a todos los santos, cuidando de un rollo de película. “Lo llevaba mi bien amarrado, nunca se me cayó ni llegaba tarde. Si se me caía ese rollo allá se iba y ¿quién lo cogía? Gracias a Dios nunca me pasó. En la portería ya me tenían todo listo; me entregaban y salía rápido, para que no hubiera un blanco en la pantalla y la gente se diera cuenta de que el rollo no había llegado”, dice Ramón.
Para que la gente se divirtiera viendo la pantalla muchos tenían que sudarla detrás de la pantalla, antes, durante y después de la función. Un grupo de veteranos de Cine Colombia nos ayudó a reconstruir cómo era en los últimos años antes de que cerraran las salas.
La bicicleta simultánea
Arriba en la cabina...
Y en la taquilla...
Ummmhhh ¡Comida!
Y abajo en la sala...
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