Los secretos tras la pantalla

LA HISTORIA

“¡Allá va Pepino apurado en esa bicicleta!” le gritaban a Ramón Díaz cuando recibía el rollo de la película que tenía que llevar del teatro Padilla al Teatro Colonial en Bazurto. “Yo hacía las simultáneas en bicicleta, me pagaban 20 pesos por cada viaje. La jornada era de siete de la noche a una de la mañana dando pedal, bajo del agua y yo en bicicleta. Cuando me pinchaba yo le metía la mano a un taxi y le daba la dirección del teatro diciéndole ¡Compa, allá te pagan, pero llega rápido!”

Mientras los asistentes estaban instalándose para disfrutar la película un hombre iba corriendo la carrera de su vida en bicicleta rezándole a todos los santos, cuidando de un rollo de película. “Lo llevaba mi bien amarrado, nunca se me cayó ni llegaba tarde. Si se me caía ese rollo allá se iba y ¿quién lo cogía? Gracias a Dios nunca me pasó. En la portería ya me tenían todo listo; me entregaban y salía rápido, para que no hubiera un blanco en la pantalla y la gente se diera cuenta de que el rollo no había llegado”, dice Ramón.

Para que la gente se divirtiera viendo la pantalla muchos tenían que sudarla detrás de la pantalla, antes, durante y después de la función. Un grupo de veteranos de Cine Colombia nos ayudó a reconstruir cómo era en los últimos años antes de que cerraran las salas.

La bicicleta simultánea

  • “Simultanear se llamaba a la manera de transportar las películas. Eso era estresante, porque estaba dando la misma película en el Cartagena, Matuna y en Bocagrande. Había un señor que se llamaba Abelito que tenía bicicleta. En Bocagrande la empezaban a las 6:15 y era media hora de diferencia para nosotros en el Cartagena. A Abelito se le podía espichar la bicicleta y nos parábamos afuera para ver si venía. La espera era demasiado estresante. Había otro señor que se le cayó el rollo llegando al teatro y rodó por todo el Centro Histórico”.

Arriba en la cabina...

  • “En cabina siempre estábamos alterados, era una presión tremenda. Se acababa una película y se pasaba el rollo manualmente porque la película podía estar en simultánea y había que mandarla. Cuando se nos caía el rollo era un desastre, el dilema era buscar desde dónde empezaba”.
  • “A veces le cambiaban el orden a los rollos de las películas, más que todo en el Festival de Cine. Había quienes enviaban las películas así por seguridad, pero no nos avisaban y venían los rollos invertidos: el de una película metido en la lata de otra”.
  • “Yo había tenido experiencia con un proyector Kali en el Calamarí. Después en el Cartagena que tenía un Victoria Ocho; en el Rialto había otro Kali; en el Colón, un Century”.
  • “En ocasiones se nos iba la luz y la batería de la planta estaba descargada. Íbamos a la sala y les preguntamos a los asistentes si alguien tenía un cable para la batería, alguien decía que sí y cogíamos el cable y la batería y hacíamos el puente. Era mucho estrés. Por eso nos pusimos viejos rapidito”.
  • “La tecnología del carbón fue de las primeras en ser utilizadas y estaba en el Rialto. Ese teatro tenía amplificadores de tubo, que entre más calor mejor iba el sonido. Los proyectores salían por una celda con el sonido monofónico. Pasaban por esa luz ultravioleta que pasaban el sonido”.
  • “Después del carbón los proyectores eran de lámpara de xenón. Era una diferencia grande porque ya no tenía que estar quemándome los dedos, pues todo era eléctrico y mecánico. Todavía se quemaban las cintas porque venían muy deterioradas. No como después cuando a cada sala le llega una cinta nueva”.

Y en la taquilla...

  • “La taquilla era en hierro y madera, pero como era portátil no tenía estabilidad. En ocasiones se me amontonaba la gente y lo llevaban a uno de un lado para el otro con taquilla y todo”.
  • “Se vendía la capacidad del teatro y aquellos tenían mucha: el Cartagena 1.380 sillas y el Bucanero 1.500. Cuando había estreno y las películas eran buenas se revendía más. La película de Salsa, de Héctor Lavoe, fue la que más se vendió, el Titanic también vendió mucho. Mucho antes, cuando las películas chinas empezaron a salir era el desastre porque los espectadores se montaban encima de otros para comprar las boletas”.
  • “Los revendedores compraban de 10 a 15 boletas al tiempo. Ellos llegaban y yo les decía que hicieran la fila. Había revendedores que me decían: -A mí no me gusta cuando La Mona está en la taquilla porque ella es muy rápida y no nos deja rebuscar-. Me decían un poco de cosas pero yo ni bolas les paraba”.
  • “Yo tenía una caja bajo del mostrador donde echaba los billetes porque me daba miedo que los cogieran si estaban a la vista. El administrador del Rialto era jodón porque siempre quería que entregáramos los billetes super ordenados, todos en la misma orientación. Y yo con ese montón de billetes de 100 pesos en la caja. Yo lo que le decía era: -Es que eres bien carón-”.

Ummmhhh ¡Comida!

  • “El Calamarí me gustaba más porque la confitería era como un cubículo. Al frente quedaba una fuente y planticas. Era un teatro romántico, con gente más sofisticada. Las películas especiales las daban ahí y  los martes eran los días de cinemateca. Cuando había un evento iba la banda de la Naval y cantaban en la tarima”.
  • “En el Teatro Cartagena cuando hacíamos los perros calientes, las salchichas las  cocinábamos en una olla con Kola Román para que quedaran más rojitas”.

Y abajo en la sala...

  • “La silletería del Cartagena era bien difícil de arreglar porque era muy compacta y metálica. En la base tenía unos balines. La del Bucanero era más fácil, mientras que la del Calamarí era aún más fácil porque eran modernas”
  • “Los pisos eran de baldosas de vinilo en el Bucanero; en el Cartagena solo la entrada; en el Calamarí eran azules”
  • “En Semana Santa ir al cine era como una procesión. Iban vestidos como si estuviera de luto y al finalizar la película salían llorando. El espectador vivía ese momento, pero había tipos chistosos que salían con una payasada en la mitad de la película”.
  • “Una vez proyectaron un partido de fútbol en un Mundial y la gente salió rabiosa: Colombia perdió y el personal salió partiendo puertas. En época del Mundial no había aire y la gente se quitaba la camisa. A la entrada se les regalaba una cerveza y adentro se vendían más. Alfonso Segura se ponía con un revólver para aguantar la fila porque el calor y la emoción hacía que la gente perdiera el control. En otro partido la gente quería entrar y no había boletas. Tanto así que la puerta del salón del Cartagena la empujaron y hasta nosotros terminamos tomando cerveza con ellos”.
  • “Una vez en la sala del Cartagena llegaron unos auditores de Bogotá a contar el público. Las puertas eran grandotas y abullonadas. Cuando ya iban a salir los espectadores, los auditores se colocaban con un contador de esos manuales de pasar el número con el pulgar. El personal aglomerado, cuando en eso sale un muchacho y dice: -no somos gallinas para que nos estés contando- !y le pegan un empellón a esos tipos! Hasta ahí fue el conteo”.
  • “Hubo un proyeccionista en el teatro Bucanero que era cristiano. Una vez la sala estaba a reventar y el hombre dejó de proyectar y ¡se bajó a predicar frente a la pantalla!”.

La publicidad

  • “La publicidad en ese entonces era muy bonita. Néstor Puello y Antonio Fortich eran los responsables y se ingeniaban cada cosa para los estrenos. Por ejemplo, cuando dieron Misisippi en llamas colocaron los afiches quemados en las afueras del teatro. O para Robocop nos mandaron el disfraz y caminábamos todo los teatros con ese traje y el calor era impresionante. Para la de Freddy Krueger disfrazaron a un revendedor al que le decían El Loco. Cuando iba a empezar la película había un comercial que decía: -Y ahora se apagan las luces- y en esa aparecía El Loco disfrazado y asustaba a todo el mundo”.