En agosto próximo se cumplen 125 años de la llegada de la Madre María Bernarda Butler a Cartagena. El 2 de agosto de 1895 ingresó por la Puerta del Reloj acompañada por catorce religiosas de su congregación. Getsemaní sería su barrio por el resto de su vida, en el que dejaría una huella que aún perdura.
Había nacido el 28 de mayo de 1848 como la cuarta hija de una familia campesina pobre y muy católica de Auw, en Suiza. A los diecinueve años entró a un convento franciscano con el nuevo nombre de Sor María Bernarda del Sagrado Corazón de María.
Casi veinte años después -cuando ya estaba establecida como superiora de su comunidad- una carta llegada desde el lejano Ecuador le cambiaría la vida a ella y a un puñado de sus compañeras: monseñor Pedro Schumacher, el obispo de Portoviejo, la invitaba a ser misionera en su región, que tenía necesidades infinitas. Decidió que ese era un llamado de Dios. Para cumplir su propósito tuvo que enfrentarse a su obispo y obtener el indulto pontificio que le permitiera salir de su comunidad. En el 19 de junio de 1888 partía con seis compañeras del puerto de Le Havre, en Francia, hacia su nuevo destino, que entonces no sabía la terminaría trayendo a Cartagena y Getsemaní.
En Ecuador fundó la Congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, que durante siete años trabajó sin pausa en la región de Portoviejo hasta que la guerra anticlerical impulsada por el presidente Eloy Alfaro, las obligó a salir hacia Cartagena, donde serían recibidas por monseñor Eugenio Biffi, el obispo de la época.
En Cartagena su primer espacio fue la Obra Pía -en la calle de la Media Luna- que dedicaba una mitad a un hospital de mujeres, pero tenía desocupada la otra. Monseñor Biffi les pidió que se quedarán allí, donde iniciaron un trabajo social y apostólico, que rápidamente se propagó por la región. Atender a los enfermos les ocupaba la mayor parte del tiempo, pero en sus horas de descanso visitaban a las familias necesitadas de Getsemaní.
En 1899 estalló la Guerra de los Mil Días y la Obra Pía fue convertida en un albergue para los militares del gobierno. Esto obligó a las hermanas a salir hacia el Convento de San Francisco. Lamentablemente la salud de muchas de ellas se resintió por la humedad de ese edificio, la escasez de alimentos en la guerra y a las altas temperaturas de Cartagena, Algunas murieron de tuberculosis y la propia Madre Bernarda afrontó molestias respiratorias que se prolongaron por mucho tiempo.
Tras superar dificultades y con las fuerzas renovadas creó el Colegio Biffi, que primero funcionó en casas alquiladas del centro amurallado, hasta cuando les fue devuelta la sede de la Obra Pía, donde la Madre Bernarda viviría hasta sus últimos días. En 1902 el colegio tenía la modalidad de internado para convertirse luego en un centro educativo formal. Al mismo tiempo, las hermanas atendían las escuelas públicas Mercedes Abrego y Antonia Santos, en Getsemaní.
La Madre Bernarda falleció a los 76 años, el 19 de mayo de 1924, a las cinco de la mañana, hora en la que habitualmente recibía la comunión. “Esta mañana ha muerto en la ciudad una santa”, dijo el párroco de la catedral en la misa de ese día. Vivió 57 años como consagrada: veintiuno en el Convento de María Hilf en Suiza, siete en las misiones del Ecuador, y veintinueve en Getsemaní.
Sus restos mortales salieron desde el templo de la Trinidad -donde a diario iba a misa con sus religiosas y en cuyo despacho se encuentra su acta de defunción- hasta el cementerio de Manga. Ahora se conservan en una urna en la capilla del Colegio Biffi. Fue canonizada el 12 de octubre de 2008 por el papa Benedicto XVI.
ACR
Cada esquina de Getsemaní aloja un recuerdo de la permanencia de la Madre Bernarda y sus hermanas. Las callecitas, que tantas veces recorrió para darles su voz de aliento y sembrar esperanza a los más débiles, mantienen silenciosamente su huella. Todo lo vivido y enseñado por esta misionera forma parte de la cultura religiosa de la ciudad. Hoy es difícil encontrar a un cartagenero que no haya oído hablar de ella y su incansable amor por los demás.
“Entre los enfermos y los más pobres, la Madre Bernarda escribió un nuevo capítulo de amor en la historia de la Iglesia Católica, que le mereció su ingreso al reino de los santos. Ella comprendió que no basta con vestir el cuerpo, cuando el corazón está desnudo; no basta alimentar al hambriento, cuando muere de hambre de Dios; no basta visitar al encarcelado y no ayudarle a liberarse de las cadenas del pecado; no basta con dar un techo al peregrino, cuando no se ama lo suficiente para acogerlo en el corazón, con todas sus luchas, triunfos y derrotas. Por todo lo anterior se le considera la Misionera de la Misericordia en Cartagena”, según se relata en el libro Memorias de Santa María Bernarda.
A sus compañeras religiosas les insistía en brindar una orientación en las escuelas basada en los principios del Evangelio, pero también que aprendieran lo necesario para la vida, con espíritu de sencillez y amor al trabajo. Y sobre todo, “las motivaba a interesarse por los tristes y solitarios, para ayudarles a levantar la mirada y el entusiasmo”, porque para ella la melancolía era como una planta envenenada, que hay que arrancar desde la raíces y de manera definitiva.
Esa lección la pusieron en práctica siempre. No desfallecieron ante las dificultades del trópico, ni ante la enfermedad y muerte de las primeras misioneras. La catequesis con los niños les sirvió para esparcir la primera semilla en las familias cartageneras y fue así como muchos hogares se volvieron creyentes. “Como mujeres valientes y sin temor a nada, extendieron el Reino de Dios a través de las obras de misericordia, cruzando toda frontera”, como lo relata la Hermana Janeth Patricia Aguirre en el libro de memorias.